‘El museo de la inocencia’, una particular historia de amor del escritor turco Orhan Pamuk, mañana con EL PAÍS.
“A partir de cierto momento, el mundo que imagino se me escapa de las manos y se hace más real en mi mente que la ciudad en la que vivo.
Entonces es como si todas esas personas y calles, todos esos objetos y edificios, se pusieran a hablar entre ellos, a establecer entre ellos unas relaciones que yo nunca antes había notado, como si empezaran a vivir por sí mismos y no en mi imaginación y en mis libros.
Ese universo que me he creado pacientemente como quien cava un pozo con una aguja me parece entonces más real que cualquier otra cosa”.
Esto dijo Orhan Pamuk durante su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en diciembre de 2006.
Si aquella intervención en el Olimpo de Estocolmo tuvo como detonante la maleta que le dejó su padre llena de manuscritos, el escritor turco no tardó en dar otra vuelta de tuerca a la capacidad de insuflar vida a los objetos a través de las palabras.
Así, en 2009 Pamuk publicó El museo de la inocencia, una novela traducida al castellano por Rafael Carpintero que narra una particular historia de amor.
Particular por obsesiva.
La obsesión es la de Kemal, un joven de clase alta que está a punto de casarse con la novia perfecta, Sibel, cuando cae rendido ante su prima Füsun, una muchacha de 18 años y clase baja que le despierta una pasión que pone su vida patas arriba
. Pasado el tiempo, con Füsun casada con otro y Kemal preso aún de un amor sin salida, él acude a diario a la casa de ella para cenar con su familia.
De cada cita saldrá con un objeto de su amada que pasa a engrosar un extravagante museo cuya colección cuenta con piezas que van desde su cepillo de dientes hasta el tintero con el que jugueteaba pasando por las más de 4.000 colillas que tocaron sus labios.
“La vida me obligaría a convertirme en un antropólogo de mis propias vivencias, no quiero subestimar en absoluto a esos apasionados profesionales que intentan darle un sentido a sus vidas y a las nuestras exponiendo cacharros, útiles e instrumentos que han traído de lejanos países”, dice Kemal.
Esa es la actitud de un protagonista que revive su pasión a través de esos cacharros, pero que pide a un novelista llamado Orhan Pamuk que la escriba por él.
“Comprendí que el mundo entero, con cada uno de los objetos que contenía, formaba un todo”, se lee en un libro de ficción que el tiempo ha convertido en realidad: en abril pasado, el Pamuk real abrió en la calle Çukurcuma de Estambul un museo titulado como su novela y nutrido de objetos como los que le sirvieron para imaginar la volcánica obsesión de un amante.
La novela El museo de la inocencia puede obtenerse mañana sábado, por 3,95 euros, al comprar EL PAÍS.
Entonces es como si todas esas personas y calles, todos esos objetos y edificios, se pusieran a hablar entre ellos, a establecer entre ellos unas relaciones que yo nunca antes había notado, como si empezaran a vivir por sí mismos y no en mi imaginación y en mis libros.
Ese universo que me he creado pacientemente como quien cava un pozo con una aguja me parece entonces más real que cualquier otra cosa”.
Esto dijo Orhan Pamuk durante su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en diciembre de 2006.
Si aquella intervención en el Olimpo de Estocolmo tuvo como detonante la maleta que le dejó su padre llena de manuscritos, el escritor turco no tardó en dar otra vuelta de tuerca a la capacidad de insuflar vida a los objetos a través de las palabras.
Así, en 2009 Pamuk publicó El museo de la inocencia, una novela traducida al castellano por Rafael Carpintero que narra una particular historia de amor.
Particular por obsesiva.
La obsesión es la de Kemal, un joven de clase alta que está a punto de casarse con la novia perfecta, Sibel, cuando cae rendido ante su prima Füsun, una muchacha de 18 años y clase baja que le despierta una pasión que pone su vida patas arriba
. Pasado el tiempo, con Füsun casada con otro y Kemal preso aún de un amor sin salida, él acude a diario a la casa de ella para cenar con su familia.
De cada cita saldrá con un objeto de su amada que pasa a engrosar un extravagante museo cuya colección cuenta con piezas que van desde su cepillo de dientes hasta el tintero con el que jugueteaba pasando por las más de 4.000 colillas que tocaron sus labios.
“La vida me obligaría a convertirme en un antropólogo de mis propias vivencias, no quiero subestimar en absoluto a esos apasionados profesionales que intentan darle un sentido a sus vidas y a las nuestras exponiendo cacharros, útiles e instrumentos que han traído de lejanos países”, dice Kemal.
Esa es la actitud de un protagonista que revive su pasión a través de esos cacharros, pero que pide a un novelista llamado Orhan Pamuk que la escriba por él.
“Comprendí que el mundo entero, con cada uno de los objetos que contenía, formaba un todo”, se lee en un libro de ficción que el tiempo ha convertido en realidad: en abril pasado, el Pamuk real abrió en la calle Çukurcuma de Estambul un museo titulado como su novela y nutrido de objetos como los que le sirvieron para imaginar la volcánica obsesión de un amante.
La novela El museo de la inocencia puede obtenerse mañana sábado, por 3,95 euros, al comprar EL PAÍS.