En el 40 aniversario de la muerte del diseñador, se multiplican los homenajes a su figura
El Museo del Traje de Madrid, el Galliera de París y su fundación en Getaria organizan exposiciones.
En la única entrevista que concedió Cristóbal Balenciaga (1895-1972) durante su vida se refirió a Chanel, Vionnet y Louiseboulanger como “las más grandes modistas de todos los tiempos”.
Cuando se cumplen 40 años de su muerte, su nombre se escribe a renglón seguido del de sus inspiradoras con la resina con la que concibió sus prendas: hacer caso omiso a la etiqueta del tiempo.
Aprovechando el empaque que otorgan las efemérides, aunque el argumento de autoridad esté desde hace tiempo en las enciclopedias, el Museo del Traje de Madrid, el Galliera de París y su fundación en Getaria rinden homenaje a unos de los maestros de la alta costura del siglo XX.
“A través del objetivo, tuve el placer de observar en profundidad auténticas obras de arte. Evocadoras esculturas capaces de emocionar y de transportarnos al misterio del cuerpo que un día envolvieron”, cuenta Manuel Outumuro, responsable de las 60 imágenes que desde ayer se reúnen en Mirar y pensar, en el Museo del Traje.
Como los diseños de Balenciaga, las fotografías hablan en un lenguaje escueto y preciso que es capaz, sin embargo, de reproducir la perfección matemática del diseñador.
“No hay trucos, es la sencillez elemental que conlleva un estudio muy profundo, casi arquitectónico de los tejidos”, dice Concha Herranz, conservadora jefe de indumentaria de la institución.
“Esta concepción en la creación otorga un sentido de envoltorio, como de estuche a sus trajes”.
Outumuro se enfrentó con este encargo del ministerio de Cultura y la fundación Balenciaga, financiado por Kutxabank, a una suerte de legión de guerreros de Xian. Hieráticos sobre sus maniquíes, los trajes fueron despertando su fotogenia gracias a la luz y los decorados que creó el fotógrafo.
Esta etapa de formación y descubrimiento lejos del mar de Getaria se resume estos días en el Museo Galliera de París. Balenciaga en 40 diseños de alta costura, muchos procedentes de su museo, frente a más de 70 piezas que fue reuniendo a lo largo de su vida. “Descubrir esta faceta de coleccionista me pareció una forma elegante de rendirle homenaje”, contaba a EL PAÍS Olivier Saillard, director del Museo Galliera con motivo de la inauguración de la muestra el pasado abril.
El viaje de la institución parisiense evidencia el recorrido histórico de la aguja de Balenciaga
. Del historicismo de sus inicios en los años treinta y cuarenta que “combinó con la identidad española y sus constantes referencias a la pintura de Goya, Velázquez y en especial Zurbarán, con su ascetismo de tejidos neutros”, recuerda Herranz; a su etapa de madurez –trabajó hasta 1968- más abstracta y conceptual.
"Fue el maestro de todos nosotros", escribiría Dior.
Los hallazgos técnicos de Balenciaga a menudo se adelantaron a su tiempo. El trabajo con los tules, el corte al bies o sus pliegues convirtieron su trabajo en tendencia.
“Sometía a los tejidos al punto máximo de estrés”, explica Herranz
. “Él era la tendencia, la propuesta con su habilidad para hacer de la novedad, comodidad y originalidad, en prendas que flotaban para hacer felices a unas mujeres que representaron el retrato de un final de siglo”.
De las 1.300 obras que forman los fondos del Museo Balenciaga en Getaria desde hace un mes, 70 nuevas piezas se exhiben en sus salas.
“Puede que no conozcan del todo a Balenciaga, pero saben quién es Nicolas Ghesquière”, recoge la revista especializada en moda Women´s Wear Daily, “esto es mucho más que una marca de moda”.
Cuando se cumplen 40 años de su muerte, su nombre se escribe a renglón seguido del de sus inspiradoras con la resina con la que concibió sus prendas: hacer caso omiso a la etiqueta del tiempo.
Aprovechando el empaque que otorgan las efemérides, aunque el argumento de autoridad esté desde hace tiempo en las enciclopedias, el Museo del Traje de Madrid, el Galliera de París y su fundación en Getaria rinden homenaje a unos de los maestros de la alta costura del siglo XX.
“A través del objetivo, tuve el placer de observar en profundidad auténticas obras de arte. Evocadoras esculturas capaces de emocionar y de transportarnos al misterio del cuerpo que un día envolvieron”, cuenta Manuel Outumuro, responsable de las 60 imágenes que desde ayer se reúnen en Mirar y pensar, en el Museo del Traje.
Como los diseños de Balenciaga, las fotografías hablan en un lenguaje escueto y preciso que es capaz, sin embargo, de reproducir la perfección matemática del diseñador.
“No hay trucos, es la sencillez elemental que conlleva un estudio muy profundo, casi arquitectónico de los tejidos”, dice Concha Herranz, conservadora jefe de indumentaria de la institución.
“Esta concepción en la creación otorga un sentido de envoltorio, como de estuche a sus trajes”.
Outumuro se enfrentó con este encargo del ministerio de Cultura y la fundación Balenciaga, financiado por Kutxabank, a una suerte de legión de guerreros de Xian. Hieráticos sobre sus maniquíes, los trajes fueron despertando su fotogenia gracias a la luz y los decorados que creó el fotógrafo.
En el recuerdo, Jackie Kennedy, Fabiola de Bélgica, Audrey Hepburn,… “esas mujeres sobrias y contenidas en su gesto, pero innovadoras y reivindicativas a las que vestía Balenciaga”.
Hijo de un marinero y una modista, Balenciaga emigró a París en 1937. Sus armarios se llenaron de los colores menos demandados de los muestrarios franceses.Esta etapa de formación y descubrimiento lejos del mar de Getaria se resume estos días en el Museo Galliera de París. Balenciaga en 40 diseños de alta costura, muchos procedentes de su museo, frente a más de 70 piezas que fue reuniendo a lo largo de su vida. “Descubrir esta faceta de coleccionista me pareció una forma elegante de rendirle homenaje”, contaba a EL PAÍS Olivier Saillard, director del Museo Galliera con motivo de la inauguración de la muestra el pasado abril.
El viaje de la institución parisiense evidencia el recorrido histórico de la aguja de Balenciaga
. Del historicismo de sus inicios en los años treinta y cuarenta que “combinó con la identidad española y sus constantes referencias a la pintura de Goya, Velázquez y en especial Zurbarán, con su ascetismo de tejidos neutros”, recuerda Herranz; a su etapa de madurez –trabajó hasta 1968- más abstracta y conceptual.
"Fue el maestro de todos nosotros", escribiría Dior.
Los hallazgos técnicos de Balenciaga a menudo se adelantaron a su tiempo. El trabajo con los tules, el corte al bies o sus pliegues convirtieron su trabajo en tendencia.
“Sometía a los tejidos al punto máximo de estrés”, explica Herranz
. “Él era la tendencia, la propuesta con su habilidad para hacer de la novedad, comodidad y originalidad, en prendas que flotaban para hacer felices a unas mujeres que representaron el retrato de un final de siglo”.
De las 1.300 obras que forman los fondos del Museo Balenciaga en Getaria desde hace un mes, 70 nuevas piezas se exhiben en sus salas.
La primera reposición de la colección permanente llega por las necesidades de conservación que requieren los trajes y avanzar en el discurso del creador.
Su puntada llega hasta mañana. Florabotanica, la nueva fragancia que la casa acaba de presentar recurre a Kirsten Stewart, la joven actriz crepuscular –la mejor pagada del cine actual-, para conquistar a una generación de veinteañeras que aunque desconozcan los patrones de Balenciaga, con mentar el nombre les es suficiente para comprender que llevan a alguien importante entre muñecas.“Puede que no conozcan del todo a Balenciaga, pero saben quién es Nicolas Ghesquière”, recoge la revista especializada en moda Women´s Wear Daily, “esto es mucho más que una marca de moda”.