Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

14 jun 2012

Álbum familiar de papá Camus

Catherine, hija del autor de ‘La peste’, traduce en un libro de pensamientos e imágenes la herencia de su padre

“Con él estamos menos solos”, asegura.

La escritora Catherine Camus, hija de Albert Camus, en Barcelona. / Marcel·lí Saèn
Catherine Camus (París, 1945) ha hecho un peculiar álbum de fotos de familia: Albert Camus. Solitario y solidario (Plataforma Editorial), en el que combina con sabiduría un montón de retratos de su padre y de su tiempo —algunos conocidos y otros prácticamente inéditos— con una selección de textos cortos, pensamientos sacados tanto de sus novelas como de artículos, ensayos o programas de teatro. Tenía 14 años cuando murió Camus; estudió Derecho y se desentendió de la obra de su progenitor, pero el destino quiso que acabara haciéndose cargo de su legado. Fue ella la que decidió publicar la inacabada El primer hombre y quien pacientemente está editando la correspondencia.
Muchas veces le pidieron que escribiera sobre su padre, y siempre se negó. Ahora la han convencido —“en buena parte ha sido mi hija”, se excusa—. Pero solo a medias, porque su aportación literaria se limita a un breve prólogo. “El editor quería que yo escribiera sobre mi padre, lo que me parecía ridículo”, asegura. “Le propuse hacer un libro con fotos y documentos, pero solo con textos de Camus, porque estoy bastante de acuerdo con él y ya dijo las cosas mucho mejor que yo podría hacerlo”.
El resultado es un artilugio delicioso que uno no se cansa de hojear. Tiene imágenes extraordinarias que recorren la primera mitad del siglo pasado y construyen el paisaje de un mundo sorprendente.
 Y queda claro que realmente ya ha desaparecido. “En este proceso”, explica, “he descubierto que estoy en un siglo que ya no es el mío, en el que para un maquetador la forma y el fondo no tienen nada que ver. Me tuve que pelear para tener el fondo y la forma, y creo que más o menos lo hemos conseguido”.
El proceso de selección se ha hecho en dos direcciones. “O había una foto que considerábamos importante y buscábamos un texto para ella, o era el texto lo que queríamos colocar y buscábamos la foto para acompañarlo”.
 Extraordinaria la combinación de la imagen del proceso al mariscal Petain, en la que entre la gente se reconoce al propio Camus, con el icónico retrato de Cartier-Bresson y la carta dirigida a Marcel Aymé, en contra de la pena de muerte.
FOTOGALERÍA
Albert Camus junto a Catherine en una imagen del libro.
Fotos y documentos proceden tanto de su colección particular —las menos— como de los archivos de Albert Camus depositados en Aix en Provence, en la Cité du Livre, donde se encuentra el Centro de Documentación que dirige Marcelle Mahasela, su principal colaboradora. En cuanto a la estructura, quiso escapar de la estricta cronología.
 “La vida no es cronológica; una canción te puede trasladar a tus 18 años. El tiempo es emmerdant, no es el tiempo que nos dicen y restringe la libertad”.
 Así, el libro está construido en torno a conceptos: la génesis, el despertar, la acción, la rebelión...
Piensa Catherine que Camus sigue más vigente que nunca. “Estamos en un momento de la historia en el que todo se viene abajo: las ideologías, el poder y, felizmente, también la economía. Esto va a causar destrozos, pero hace tiempo que era necesario.
 Camus no pertenece a ninguna ideología; es alguien que piensa como un hombre entre los hombres, con los sufrimientos de los hombres y hoy en día, ¿qué otra cosa tenemos que hacer más que mantenernos de pie e intentar vivir. Camus no dirige.
No creo que en su obra haya ninguna dirección; simplemente acompaña.
 Con él estamos menos solos, simplemente nos dice, sí, la condición humana es terrible pero podemos vivir con ella, aceptándola”.
El libro está lleno de escenas familiares entrañables que contrastan con los poderosos retratos del escritor solitario por excelencia; una combinación explosiva, probablemente también para Catherine, a quien la muerte de su padre le cambió la vida.
“Yo quería ser cualquier cosa menos la hija de Albert Camus; yo era la niña de papá. Tuve que enfrentarme a esto y comprendí que siempre nos tenemos que enfrentar al pasado porque huir no sirve
. Aprendí que incluso cuando uno es débil y pequeño tiene que plantar cara a la vida.
 Y estoy satisfecha, pienso que he conocido a gente muy interesante.
 Nadie tiene la vida que sueña tener, pero la mía ha estado bastante bien, acompañada por este tipo”.

 

13 jun 2012

El ángel del hogar era una esclava

El ángel del hogar era una esclava

Por: | 13 de junio de 2012
Seccion1
Circula por las redes, siempre en tono de chanza, más de un documento con los que el régimen franquista aleccionaba a las mujeres sobre su comportamiento en el hogar.
 Esos que instruían sobre artes culinarias, estética, sumisos modales, delicadeza, cuidado de los hijos, paciencia con el marido, intachable moral cristiana, generosidad, sacrificio, bla, bla, bla. Pero conviene tener en cuenta aquella siembra para que no sorprendan algunos frutos de la recolección actual.
El Fuero del Trabajo de 1938 obligaba a despedir a las mujeres de ciertos empleos cuando contraían matrimonio
. Tiene que sonarles, es de antes de ayer, se lo habrán oído a sus abuelas. Pues bien, posteriores legislaciones hundieron aún más el empleo femenino al conceder subsidios y prestaciones a las familias en las que la esposa permanecía en casa, poniendo fin a la protección de la maternidad, que en España se contemplaba desde 1931. ¿Subsidios por quedarse en casa?
 Esto sí que suena… muy reciente…  “Las familias alemanas que cuiden a sus hijos en casa sin recurrir a guarderías u otros servicios públicos obtendrán un subsidio estatal a partir de 2013. El año que viene será de 100 euros mensuales por cada hijo de entre 13 y 24 meses”, contaba Juan Gómez,  corresponsal de EL PAÍS  en Berlín, hace cuatro días. Donde pone familias pongan mujeres y no habrán errado el tiro.
 Dirán que eso es Alemania y poca influencia habrá tenido el nacionalcatolicismo español en dicha medida.
 Y ahí sí se equivocarán, porque no hay más globalidad que lo que atañe a discriminaciones de género. Las mujeres, en todos los países, han tenido su ineludible catecismo de buenas costumbres y su libertad embridada en alguna época, que todavía es, también en Alemania, antes de ayer.
Enseñando a señoritas y sirvientas, el libro que Matilde Peinado Rodríguez acaba de publicar en Catarata, mueve a la risa –cómo no va a hacerlo- cuando reproduce algunas de aquellas lapidarias lecciones: “Nada complace tanto a la psicología masculina como la sumisión de la mujer, y nada complace tanto a la psicología femenina como la entrega sumisa a la autoridad masculina”, decía Pilar Primo de Rivera, inagotable fuente de humor. Entonemos un ja en su memoria. Relajada la mandíbula, veamos como no faltan ocasiones hoy en día para apretarla.
Porque ahí está la gran valía del libro mencionado, que señala el camino que han seguido esas enseñanzas hasta llegar a la actualidad. Peinado Rodríguez demuestra cómo algunas actuaciones domésticas o ciertas políticas públicas, antes de calificarse de sensatas o insensatas, ocurrencias o meditadas reflexiones, son, desde luego, el pegajoso fruto de aquella siembra.
Seccion2El ángel del hogar era una esclava, dice el título de este post. En una España profundamente empobrecida es ilusorio pensar que se podía prescindir de la mano de obra femenina, vital para la economía familiar. Así que ahí estaban las aceituneras, las escardadoras, las vendimiadoras, que convertían en zarandajas todo eso de la protección de la mujer y su angelical presencia en el sereno orden del hogar. Incluso estaban aquellas, maestras por ejemplo –no había muchos más ejemplos de trabajos para ellas fuera de la casa-, dispuestas a desempeñar su tarea sin remuneración alguna con el fin de “mejorar su posición en el mercado matrimonial”. Y luego, cuando llegaban a casa, le esperaba la doble jornada, la propia de su sexo. Esto de la doble jornada también les sonará, sin duda. Y decía el nacional-sindicalismo: “Pero trabajarás racionalmente, mientras seas soltera, en tareas propias de tu condición de mujer. Después, cuando la vida te lleve a cumplir tu misión de madre, el trabajo será únicamente tu hogar”. Que se lo pregunten a las aceituneras mismo. Así que, la película que vendían no solo era reprochable a vista del siglo XXI, era, además, mentira.
Y a cambio de qué trabajaban estas mujeres. “Por un jornal semejante al que ganaban los niños y  muchachos, la mitad más o menos de lo que ganaba el hombre”, cita Peinado Rodríguez en su libro. Esos ecos llegan a nuestros días, mitigados, puede, pero correosos.
A igual desempeño muchas mujeres cobran menos que sus compañeros.
 En las empresas se hace con guante blanco y subterfugios varios (unos ascienden y otros no y todos hacen lo mismo, por ejemplo), pero entre el campesinado y otras tareas manuales aún se encuentran casos flagrantes.
Y cuando se pregunta por esto en los institutos aún algunos estudiantes lo ven bien.
 Tantos años de moral torcida no iban a caer en saco roto.
La deshonra de que una mujer tuviera que trabajar de casada caía también sobre el marido (en las clases medias, claro, porque en las bajas ni se cuestionaba).
Esta ideología, que todavía tiene su estela en la actualidad, “era tremendamente útil a los intereses del Estado, que solo de esta forma pudo mantener bajas tasas de desempleo”.
Seccion3Para ir acabando –mejor leer el libro- un repaso al ayer y hoy de la soltería de las mujeres porque aquellos polvos también dejaron lodos al respecto. Dice Peinado Rodríguez: “Las importantes transformaciones educativas, laborales, sociales y culturales en pro de la emancipación de la mujer no han conseguido desterrar la visión lastimera y paternalista de las mujeres que afrontan su vida en solitario”.
 Habrá de pasar el tiempo para que la sociedad espante aquellas caricias que el régimen destinaba a las solteras: qué diferencia, la mujer callada y servil a la sombra del hombre o de la vida consagrada frente a la solterona egoísta, estrafalaria y frívola que no se casa “por estar demasiado pendiente de sí misma o por temor a los deberes y cargas del matrimonio”. “Furiosas contra su destino, sin acertar a mirar a lo alto. Son unas desgraciadas, su vida está llena de amarguras”.
Cielos, no es de extrañar que trabajaran gratis con tal de casarse. Ni que esa mancha de aceite impregnara las coplas y aun el desasosiego actual.
Ay, el ángel del hogar.
Ni para morirse podía abandonar su sagrada tarea de la casa.
 Miren esta inscripción de 1884 en una lápida del cementerio de Montjuic: “Tan buena esposa como cariñosa e inteligente madre, viviendo exclusivamente la vida del hogar y sin dejar más huellas en el mundo que la de su virtud, le abandonó la existencia cuando esta era más necesaria para la dicha de su esposo y el cuidado de sus hijos”. Cachis, qué inoportuna.  ¿Y creen que esto no ha llegado a nuestros días? Esquela del Abc de un día cualquiera de febrero de 2012: “En su maravilloso empeño de esposa, madre, abuela y bisabuela, al constante servicio de una extensa familia, fue encantadora y exigente, un ejemplo de amor y dedicación para todos, con cristiana sensibilidad…”.
Decía aquel manual de Pilar Almansa Martínez de 1942 titulado Lecciones para la formación de las instructoras del hogar, que los tres fines de la niña o mujer son: el fin natural (hija, esposa y madre), fin histórico (criar hijos, educarlos y ejercer un oficio: magisterio, sanidad y artesanía preferentemente) y fin sobrenatural. Este último no se explica, ni yo lo comprendo.
Pero viendo esas lápidas y esquelas de Montjuic y el Abc
Seccion4

Las hijas de Sorolla vuelven a casa (por un tiempo)


El cuadro 'Elena en la playa', de Sorolla.
Por primera vez el museo Sorolla, en Madrid, expone dos retratos de las hijas del pintor, María vestida de labradora valenciana, de 1906, y Elena en la playa (1909), procedentes de la colección de un particular. "Hemos querido que estén aquí [en el museo] por su excepcional calidad", dice la conservadora Almudena Hernández de la Torre. El primer cuadro, el de María Sorolla, óleo con unas medidas de 189 x 95 centímetros, "es un retrato al exterior" en el que la hija mayor del artista, que entonces tenía 16 años, fue pintada bajo la sombra de un árbol y lleva el traje típico de las labradoras valencianas.
De ese cuadro, Sorolla, en una carta a su amigo Pedro Gil Moreno de Mora, que le compró después el cuadro, dijo que era "una sensación de luz". Esta obra permanecerá en la pinacoteca hasta mayo de 2013 porque formará parte de la exposición Sorolla, jardines de luz, que podrá verse en el propio museo.
'María vestida de labradora valenciana'.
Mientras que Elena en la playa, otra obra de grandes dimensiones (201 x 125 centímetros) está dominada por el azul del mar y el vestido blanco de la joven, que entonces contaba 14 años
. Este cuadro tiene además un valor sentimental porque siempre se le ha considerado la pareja de la obra Paseo a orillas del mar, también de 1909, en la que el artista pintó en esa misma playa a su mujer, Clotilde, y a su otra hija, María. "De este cuadro se decía que faltaba Elena", añade Hernández de la Torre. Estos dos óleos complementarios no se exponían juntos desde hacía más de un siglo. La última vez fue en 1911, en las ciudades estadounidenses de Chicago y San Luis.
Elena en la playa estará tres meses en su caballete en la sala taller del museo, la más amplia de este centro. El museo Sorolla ya cuenta con tres retratos individuales de María y uno de Elena, y además posee varios en los que se retrató a toda la familia.

El morbo de la monogamia

El morbo de la monogamia

Por: | 13 de junio de 2012
Dormir desnuda en verano es un capricho para mí, sobre todo cuando las sábanas están limpias con un olor leve de detergente y suavizante.
 Cuando las huelo, me las imagino secándose en el sol del Mediterráneo y disfruto su tacto y su frescor al acariciar mi piel. Es puro placer sensual  a veces tan intenso que me resulta dificil de soportar.
Con el tiempo he aprendido que este olor a sábanas limpias puede significar diferentes cosas a otras personas. Recuerdo un amigo que se obsesionó por este detalle durante una fase de promiscuidad.
 Cada vez que tenía una aventura de una noche, nada más despedir por la puerta a sus amantes, se iba corriendo hacia la cama para quitar las sábanas y ponerlas en la lavadora de inmediato.
 Afirmaba que no quería notar ningún rastro de sus amantes casuales.
 No obstante, ahora que se encuentra inmerso en una relación monógama, cambia las sábanas con menos frecuencia porque quiere recordar la presencia de su pareja en su cama tanto como sea posible. Cuando uno está enamorado, estos pequeños recordatorios significan mucho.
Venus O'Hara por Guy Moberly
Venus O'Hara por Guy Moberly