Catherine, hija del autor de ‘La peste’, traduce en un libro de pensamientos e imágenes la herencia de su padre
“Con él estamos menos solos”, asegura.
Catherine Camus (París, 1945) ha hecho un peculiar álbum de fotos de familia: Albert Camus. Solitario y solidario (Plataforma Editorial), en el que combina con sabiduría un montón de retratos de su padre y de su tiempo —algunos conocidos y otros prácticamente inéditos— con una selección de textos cortos, pensamientos sacados tanto de sus novelas como de artículos, ensayos o programas de teatro. Tenía 14 años cuando murió Camus; estudió Derecho y se desentendió de la obra de su progenitor, pero el destino quiso que acabara haciéndose cargo de su legado. Fue ella la que decidió publicar la inacabada El primer hombre y quien pacientemente está editando la correspondencia.
Muchas veces le pidieron que escribiera sobre su padre, y siempre se negó. Ahora la han convencido —“en buena parte ha sido mi hija”, se excusa—. Pero solo a medias, porque su aportación literaria se limita a un breve prólogo. “El editor quería que yo escribiera sobre mi padre, lo que me parecía ridículo”, asegura. “Le propuse hacer un libro con fotos y documentos, pero solo con textos de Camus, porque estoy bastante de acuerdo con él y ya dijo las cosas mucho mejor que yo podría hacerlo”.
El resultado es un artilugio delicioso que uno no se cansa de hojear. Tiene imágenes extraordinarias que recorren la primera mitad del siglo pasado y construyen el paisaje de un mundo sorprendente.
Y queda claro que realmente ya ha desaparecido. “En este proceso”, explica, “he descubierto que estoy en un siglo que ya no es el mío, en el que para un maquetador la forma y el fondo no tienen nada que ver. Me tuve que pelear para tener el fondo y la forma, y creo que más o menos lo hemos conseguido”.
El proceso de selección se ha hecho en dos direcciones. “O había una foto que considerábamos importante y buscábamos un texto para ella, o era el texto lo que queríamos colocar y buscábamos la foto para acompañarlo”.
Extraordinaria la combinación de la imagen del proceso al mariscal Petain, en la que entre la gente se reconoce al propio Camus, con el icónico retrato de Cartier-Bresson y la carta dirigida a Marcel Aymé, en contra de la pena de muerte.
Fotos y documentos proceden tanto de su colección particular —las menos— como de los archivos de Albert Camus depositados en Aix en Provence, en la Cité du Livre, donde se encuentra el Centro de Documentación que dirige Marcelle Mahasela, su principal colaboradora. En cuanto a la estructura, quiso escapar de la estricta cronología.
“La vida no es cronológica; una canción te puede trasladar a tus 18 años. El tiempo es emmerdant, no es el tiempo que nos dicen y restringe la libertad”.
Así, el libro está construido en torno a conceptos: la génesis, el despertar, la acción, la rebelión...
Piensa Catherine que Camus sigue más vigente que nunca. “Estamos en un momento de la historia en el que todo se viene abajo: las ideologías, el poder y, felizmente, también la economía. Esto va a causar destrozos, pero hace tiempo que era necesario.
Camus no pertenece a ninguna ideología; es alguien que piensa como un hombre entre los hombres, con los sufrimientos de los hombres y hoy en día, ¿qué otra cosa tenemos que hacer más que mantenernos de pie e intentar vivir. Camus no dirige.
No creo que en su obra haya ninguna dirección; simplemente acompaña.
Con él estamos menos solos, simplemente nos dice, sí, la condición humana es terrible pero podemos vivir con ella, aceptándola”.
El libro está lleno de escenas familiares entrañables que contrastan con los poderosos retratos del escritor solitario por excelencia; una combinación explosiva, probablemente también para Catherine, a quien la muerte de su padre le cambió la vida.
“Yo quería ser cualquier cosa menos la hija de Albert Camus; yo era la niña de papá. Tuve que enfrentarme a esto y comprendí que siempre nos tenemos que enfrentar al pasado porque huir no sirve
. Aprendí que incluso cuando uno es débil y pequeño tiene que plantar cara a la vida.
Y estoy satisfecha, pienso que he conocido a gente muy interesante.
Nadie tiene la vida que sueña tener, pero la mía ha estado bastante bien, acompañada por este tipo”.
Muchas veces le pidieron que escribiera sobre su padre, y siempre se negó. Ahora la han convencido —“en buena parte ha sido mi hija”, se excusa—. Pero solo a medias, porque su aportación literaria se limita a un breve prólogo. “El editor quería que yo escribiera sobre mi padre, lo que me parecía ridículo”, asegura. “Le propuse hacer un libro con fotos y documentos, pero solo con textos de Camus, porque estoy bastante de acuerdo con él y ya dijo las cosas mucho mejor que yo podría hacerlo”.
El resultado es un artilugio delicioso que uno no se cansa de hojear. Tiene imágenes extraordinarias que recorren la primera mitad del siglo pasado y construyen el paisaje de un mundo sorprendente.
Y queda claro que realmente ya ha desaparecido. “En este proceso”, explica, “he descubierto que estoy en un siglo que ya no es el mío, en el que para un maquetador la forma y el fondo no tienen nada que ver. Me tuve que pelear para tener el fondo y la forma, y creo que más o menos lo hemos conseguido”.
El proceso de selección se ha hecho en dos direcciones. “O había una foto que considerábamos importante y buscábamos un texto para ella, o era el texto lo que queríamos colocar y buscábamos la foto para acompañarlo”.
Extraordinaria la combinación de la imagen del proceso al mariscal Petain, en la que entre la gente se reconoce al propio Camus, con el icónico retrato de Cartier-Bresson y la carta dirigida a Marcel Aymé, en contra de la pena de muerte.
Fotos y documentos proceden tanto de su colección particular —las menos— como de los archivos de Albert Camus depositados en Aix en Provence, en la Cité du Livre, donde se encuentra el Centro de Documentación que dirige Marcelle Mahasela, su principal colaboradora. En cuanto a la estructura, quiso escapar de la estricta cronología.
“La vida no es cronológica; una canción te puede trasladar a tus 18 años. El tiempo es emmerdant, no es el tiempo que nos dicen y restringe la libertad”.
Así, el libro está construido en torno a conceptos: la génesis, el despertar, la acción, la rebelión...
Piensa Catherine que Camus sigue más vigente que nunca. “Estamos en un momento de la historia en el que todo se viene abajo: las ideologías, el poder y, felizmente, también la economía. Esto va a causar destrozos, pero hace tiempo que era necesario.
Camus no pertenece a ninguna ideología; es alguien que piensa como un hombre entre los hombres, con los sufrimientos de los hombres y hoy en día, ¿qué otra cosa tenemos que hacer más que mantenernos de pie e intentar vivir. Camus no dirige.
No creo que en su obra haya ninguna dirección; simplemente acompaña.
Con él estamos menos solos, simplemente nos dice, sí, la condición humana es terrible pero podemos vivir con ella, aceptándola”.
El libro está lleno de escenas familiares entrañables que contrastan con los poderosos retratos del escritor solitario por excelencia; una combinación explosiva, probablemente también para Catherine, a quien la muerte de su padre le cambió la vida.
“Yo quería ser cualquier cosa menos la hija de Albert Camus; yo era la niña de papá. Tuve que enfrentarme a esto y comprendí que siempre nos tenemos que enfrentar al pasado porque huir no sirve
. Aprendí que incluso cuando uno es débil y pequeño tiene que plantar cara a la vida.
Y estoy satisfecha, pienso que he conocido a gente muy interesante.
Nadie tiene la vida que sueña tener, pero la mía ha estado bastante bien, acompañada por este tipo”.