Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 may 2012

Aena insta a denunciar el cobro por llevar en mano compras del aeropuerto


Viajeros en el aeropuerto de Barajas.
Hace tres semanas, Aena instaló en todos los aeropuertos españoles carteles para avisar a los viajeros de que la normativa permite embarcar con bolsas o paquetes de productos adquiridos en las tiendas de las terminales, quepan o no en el equipaje de mano, sin que ello suponga un sobrecoste
. Para algunos viajeros, esta información ha supuesto una sorpresa: ¿por qué algunas compañías no permiten entrar en los aviones con esos bultos o cobran por ellos? Muchos, de hecho, se han acercado desde entonces a los mostradores de información para preguntar si esa ley es obligatoria para todas las aerolíneas.
La respuesta de la empresa pública propietaria de los aeropuertos españoles es tajante: todas las operadoras están sujetas a la Ley de Navegación Aérea, cuyo artículo 97 establece que "el transporte en cabina de los bultos y equipaje de mano, y en particular los adquiridos en las tiendas del aeropuerto, es obligatorio para todas las compañías sin excepción y debe realizarse de manera gratuita”, según recuerda en un comunicado. Por ello, recomienda a los viajeros que presenten reclamaciones cuando este derecho les sea denegado.
Las consultas de los viajeros se refieren sobre todo a las compañías de bajo coste, entre ellas Ryanair, que en ningún caso permite la entrada en sus aviones con más de un bulto en la mano, aunque sean productos adquiridos en las terminales
. La aerolínea irlandesa justifica su política de “tolerancia cero” en que los viajeros, al comprar su billete, aceptan esa condición, expresada en sus reglamentos relativos al equipaje de mano, que establecen un sobrecoste de 50 euros por los paquetes adicionales. Una condición que, según un portavoz de Aena, es “totalmente ilegal”.
Al hilo de la campaña informativa de Aena, la Confederación de Consumidores y Usuarios (Cecu) ha pedido hoy a las autoridades competentes -en este caso, la Agencia Estatal de Seguridad Aérea- que intensifiquen las inspecciones para impedir que las aerolíneas se aprovechen de los viajeros que no conocen la legislación. “Muchas aerolíneas buscan resquicios en la normativa para aplicar nuevos cargos extra que los pasajeros, en su desconocimiento, creen que son legales. Por eso es importante que aumenten las inspecciones.
No se puede confiar en que las compañías vayan a cumplir la ley de buena voluntad”, afirma su portavoz.

Este puede ser tu mejor año

Leyendo un libro de Debbie Ford, "Este puede ser tu mejor año", encontré una cita de Harold Whitman que me encantó:
"No te preguntes qué necesita el mundo; pregúntate qué te hace sentir vivo. Porque lo que el mundo necesita son personas que han cobrado vida…"

La leyenda del corte de pelo que no fue


En 1968, cortando el pelo a Mía Farrow ante la prensa como parte de la estrategia promocional de La Semilla del Diablo, que rodaría con Polanski
Se refieren a él como el corte de pelo más famoso de la historia. Cuarenta y cuatro años después, un tuit nos revela que quizá ni siquiera ocurriera
. O que se redujera a un simple ‘arréglame esas puntas’. Y a un inmenso montaje publicitario.
En 1968, decenas de periodistas recibieron una convocatoria de Roman Polanski para asistir a los estudios Paramount. Allí, ante las cámaras, un peluquero cortaría la californiana melena rubia de Mia Farrow, joven estrella televisiva salida de la serie Peyton Place y casada hacía apenas dos años con Frank Sinatra.
 El peinado aparecería en la nueva película de terror del director polaco, La semilla del diablo, y el autor del tijeretazo, un joven inglés célebre en Londres por sus peinados mod llamado Vidal Sassoon, percibiría por el trabajo nada menos que 5.000 dólares (aproximadamente 33.000 dólares al cambio de 2012).
El peinado, apodado pixie, muy corto, a lo chico, dio la vuelta al mundo. El viejo orden mundial capilar se colapsaba, escribió el antropólogo Grant McCracken, y con él, el viejo Hollywood. Y hasta Sinatra. Según la leyenda, el crooner había amenazado a su joven esposa con consecuencias si perpetraba semejante atrocidad
. Al poco tiempo se divorciaban. Sassoon asistía perplejo a su consagración definitiva. Pero Polanski, con el que había colaborado en Londres en el rodaje de Repulsión, con Catherine Deneuve, le haría un último regalo: incluiría una mención a la polémica en el propio filme. Cuando a Rosemary (Farrow) un personaje le pregunta horrorizado por su pelo, la protagonista responde: “Es Vidal Sassoon. Es muy in”.
El peluquero Vidal Sassoon, fotografiado en su casa de Beverly Hills en 2003 / Damian Dovarganes (AP)
El pasado 9 de mayo, la primera celebridad de la historia de la peluquería moría a los 84 años en su mansión de Beverly Hills tras una larga batalla contra la leucemia. Un día después, Farrow tuiteaba: “La gente pregunta. El corte de Vidal Sassoon fue una broma publicitaria.
 La verdad es que yo misma me corté el pelo así dos años antes. Era simpático. RIP”.
En honor a la verdad, Sassoon ya era una estrella del gremio antes.
 Se decía que había rematado la liberación sexual de la mujer de los sesenta con una conquista para muchas todavía más revolucionaria: la emancipación de los salones de belleza. Ocho años tardó en perfeccionar sus cortes, geométricos, minimalistas, arquitectónicos, inspirados en la Bauhaus, cortados como si fueran retales de ropa, pensados para liberarlas de los rulos, la permanente y las dos visitas semanales al peluquero.
Como recordaría años más tarde la estilista Grace Coddington, los suyos fueron los primeros peinados que podías atravesar con los dedos y volvían a su posición original. La británica fue la modelo sobre la que el peluquero moldeó su corte más icónico, el cinco puntas: cinco vértices invertidos acompañando limpiamente el nacimiento del cabello
. Hasta en eso tuvo suerte Sassoon. Coddington sería décadas después la directora creativa de Vogue USA (todavía lo es), presumiblemente el cargo de estilista más influyente del planeta. Y una protagonista pasiva siempre dispuesta a alimentar un poco más el mito del peluquero.
El cinco puntas conquistó a la modernidad del Swinging London.
La apertura, en 1965, de un salón en Madison Avenue, Nueva York, convirtió a Sassoon y a su equipo de estilistas en objeto de deseo de las élites –“éramos todos heterosexuales”, subrayó el peluquero en un documental sobre su vida; hasta el punto de que tuvo que prohibir a sus solicitadísimos empleados tener más sexo con sus clientas–.
 Con la “broma” de Polanski, su nombre se consagraría como el no va más del glamour en el Medio Oeste americano. El billete a la coronación planetaria.
“Lavar y listo”. El eslogan resumía su filosofía, pero acabaría por vampirizarlo.
 Su línea de champús fue la primera asociada a un peluquero que triunfaría a escala global.
No muchos en España sabían que había un ser humano que respondía a ese nombre. Procter & Gamble asumió el control de la firma en 1985, algo que el estilista lamentó hasta sus últimos días.
Con todo, Sassoon se labró una remarcable carrera televisiva en EE UU. Presentó talk shows y hasta una especie de pre-reality sobre su saludable vida en pareja con una de sus cuatro esposas, forrándose además con un libro sobre intimidades, nutrición y gimnasia (fue precursor del pilates en EE UU) que abriría la veda de la industrialización del binomio celebridad-estilo de vida.
Cautivo del kitsch en el que había convertido su existencia, dedicó sus últimos días a la beneficencia. Ayudó a reconstruir Nueva Orleans tras el Katrina y fundó una asociación contra el antisemitismo del que él mismo había sido víctima en su infancia londinense.
 Nacido en el seno de una humilde familia judía, Sassoon vivió parte de los primeros años de su vida en un orfanato, peleó en los barrios del este de la capital inglesa contra los fascistas de Osmond Mosley y se trasladó en 1948 para apoyar a los judíos en su lucha por un Estado propio.
 El mejor año de su vida, según recordó en numerosas ocasiones.
Convencido de sus designios y sin más estudios que un aprendizaje en una modesta peluquería a los 14 años, Sassoon tomó clases de dicción para erradicar el acento cockney que creyó que le impediría acceder a las élites
. Fue la quintaesencia del hombre hecho a sí mismo
. Que su sueño americano se construyera sobre un corte de pelo que seguramente no ocurrió tan solo incrementa su formidable leyenda.

Las últimas palabras de Fuentes


Un mural con el rostro de Carlos Fuentes
Sesenta y seis. Esos son los años que estuvo atrapado Carlos Fuentes por la verdadera pasión de la literatura. Sesenta y seis años que hay entre el descubrimiento que hizo de El conde de Montecristo, a la edad de 17 años, y la escritura de sus dos últimos libros: Personas y Federico en su balcón que dejó a los 83 años, antes de morir el 15 de mayo.
 El primero son unas memorias sobre los personajes que conoció y el segundo una novela en la que salda cuentas con Nietzsche.
No es solo el legado póstumo de uno de los escritores e intelectuales más relevantes del mundo hispanohablante del último medio siglo.
 “El significado de Federico en su balcón”, explica Pilar Reyes, editora de Alfaguara que publicará la novela a finales de año, “es que Fuentes nunca pensó que fuera el último.
 Pero ahora cobra una gran dimensión simbólica. Resume dos aspectos: el Fuentes ciudadano y el literario e intelectual.
 Es una reflexión sobre el poder y la decisión moral en las pequeñas cosas de la vida.
Una especie de combate entre lo público o el poder que incide en la vida de todos y las decisiones pequeñas y privados”.
La novela empieza envuelta en la luz donde se encuentran la noche y el día, una “aurora lenta y despiadada”. Lo vive Dante Loredano, trasunto de Fuentes, que ve cómo en el balcón de al lado un hombre mira la noche “con un vasto sentimiento de ausencia”.
 Asomado a esa calle literaria de una ciudad que afronta una revolución social contra la oligarquía del poder económico y social, Carlos Fuentes traza el círculo de su vida.