Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 may 2012

La leyenda del corte de pelo que no fue


En 1968, cortando el pelo a Mía Farrow ante la prensa como parte de la estrategia promocional de La Semilla del Diablo, que rodaría con Polanski
Se refieren a él como el corte de pelo más famoso de la historia. Cuarenta y cuatro años después, un tuit nos revela que quizá ni siquiera ocurriera
. O que se redujera a un simple ‘arréglame esas puntas’. Y a un inmenso montaje publicitario.
En 1968, decenas de periodistas recibieron una convocatoria de Roman Polanski para asistir a los estudios Paramount. Allí, ante las cámaras, un peluquero cortaría la californiana melena rubia de Mia Farrow, joven estrella televisiva salida de la serie Peyton Place y casada hacía apenas dos años con Frank Sinatra.
 El peinado aparecería en la nueva película de terror del director polaco, La semilla del diablo, y el autor del tijeretazo, un joven inglés célebre en Londres por sus peinados mod llamado Vidal Sassoon, percibiría por el trabajo nada menos que 5.000 dólares (aproximadamente 33.000 dólares al cambio de 2012).
El peinado, apodado pixie, muy corto, a lo chico, dio la vuelta al mundo. El viejo orden mundial capilar se colapsaba, escribió el antropólogo Grant McCracken, y con él, el viejo Hollywood. Y hasta Sinatra. Según la leyenda, el crooner había amenazado a su joven esposa con consecuencias si perpetraba semejante atrocidad
. Al poco tiempo se divorciaban. Sassoon asistía perplejo a su consagración definitiva. Pero Polanski, con el que había colaborado en Londres en el rodaje de Repulsión, con Catherine Deneuve, le haría un último regalo: incluiría una mención a la polémica en el propio filme. Cuando a Rosemary (Farrow) un personaje le pregunta horrorizado por su pelo, la protagonista responde: “Es Vidal Sassoon. Es muy in”.
El peluquero Vidal Sassoon, fotografiado en su casa de Beverly Hills en 2003 / Damian Dovarganes (AP)
El pasado 9 de mayo, la primera celebridad de la historia de la peluquería moría a los 84 años en su mansión de Beverly Hills tras una larga batalla contra la leucemia. Un día después, Farrow tuiteaba: “La gente pregunta. El corte de Vidal Sassoon fue una broma publicitaria.
 La verdad es que yo misma me corté el pelo así dos años antes. Era simpático. RIP”.
En honor a la verdad, Sassoon ya era una estrella del gremio antes.
 Se decía que había rematado la liberación sexual de la mujer de los sesenta con una conquista para muchas todavía más revolucionaria: la emancipación de los salones de belleza. Ocho años tardó en perfeccionar sus cortes, geométricos, minimalistas, arquitectónicos, inspirados en la Bauhaus, cortados como si fueran retales de ropa, pensados para liberarlas de los rulos, la permanente y las dos visitas semanales al peluquero.
Como recordaría años más tarde la estilista Grace Coddington, los suyos fueron los primeros peinados que podías atravesar con los dedos y volvían a su posición original. La británica fue la modelo sobre la que el peluquero moldeó su corte más icónico, el cinco puntas: cinco vértices invertidos acompañando limpiamente el nacimiento del cabello
. Hasta en eso tuvo suerte Sassoon. Coddington sería décadas después la directora creativa de Vogue USA (todavía lo es), presumiblemente el cargo de estilista más influyente del planeta. Y una protagonista pasiva siempre dispuesta a alimentar un poco más el mito del peluquero.
El cinco puntas conquistó a la modernidad del Swinging London.
La apertura, en 1965, de un salón en Madison Avenue, Nueva York, convirtió a Sassoon y a su equipo de estilistas en objeto de deseo de las élites –“éramos todos heterosexuales”, subrayó el peluquero en un documental sobre su vida; hasta el punto de que tuvo que prohibir a sus solicitadísimos empleados tener más sexo con sus clientas–.
 Con la “broma” de Polanski, su nombre se consagraría como el no va más del glamour en el Medio Oeste americano. El billete a la coronación planetaria.
“Lavar y listo”. El eslogan resumía su filosofía, pero acabaría por vampirizarlo.
 Su línea de champús fue la primera asociada a un peluquero que triunfaría a escala global.
No muchos en España sabían que había un ser humano que respondía a ese nombre. Procter & Gamble asumió el control de la firma en 1985, algo que el estilista lamentó hasta sus últimos días.
Con todo, Sassoon se labró una remarcable carrera televisiva en EE UU. Presentó talk shows y hasta una especie de pre-reality sobre su saludable vida en pareja con una de sus cuatro esposas, forrándose además con un libro sobre intimidades, nutrición y gimnasia (fue precursor del pilates en EE UU) que abriría la veda de la industrialización del binomio celebridad-estilo de vida.
Cautivo del kitsch en el que había convertido su existencia, dedicó sus últimos días a la beneficencia. Ayudó a reconstruir Nueva Orleans tras el Katrina y fundó una asociación contra el antisemitismo del que él mismo había sido víctima en su infancia londinense.
 Nacido en el seno de una humilde familia judía, Sassoon vivió parte de los primeros años de su vida en un orfanato, peleó en los barrios del este de la capital inglesa contra los fascistas de Osmond Mosley y se trasladó en 1948 para apoyar a los judíos en su lucha por un Estado propio.
 El mejor año de su vida, según recordó en numerosas ocasiones.
Convencido de sus designios y sin más estudios que un aprendizaje en una modesta peluquería a los 14 años, Sassoon tomó clases de dicción para erradicar el acento cockney que creyó que le impediría acceder a las élites
. Fue la quintaesencia del hombre hecho a sí mismo
. Que su sueño americano se construyera sobre un corte de pelo que seguramente no ocurrió tan solo incrementa su formidable leyenda.

Las últimas palabras de Fuentes


Un mural con el rostro de Carlos Fuentes
Sesenta y seis. Esos son los años que estuvo atrapado Carlos Fuentes por la verdadera pasión de la literatura. Sesenta y seis años que hay entre el descubrimiento que hizo de El conde de Montecristo, a la edad de 17 años, y la escritura de sus dos últimos libros: Personas y Federico en su balcón que dejó a los 83 años, antes de morir el 15 de mayo.
 El primero son unas memorias sobre los personajes que conoció y el segundo una novela en la que salda cuentas con Nietzsche.
No es solo el legado póstumo de uno de los escritores e intelectuales más relevantes del mundo hispanohablante del último medio siglo.
 “El significado de Federico en su balcón”, explica Pilar Reyes, editora de Alfaguara que publicará la novela a finales de año, “es que Fuentes nunca pensó que fuera el último.
 Pero ahora cobra una gran dimensión simbólica. Resume dos aspectos: el Fuentes ciudadano y el literario e intelectual.
 Es una reflexión sobre el poder y la decisión moral en las pequeñas cosas de la vida.
Una especie de combate entre lo público o el poder que incide en la vida de todos y las decisiones pequeñas y privados”.
La novela empieza envuelta en la luz donde se encuentran la noche y el día, una “aurora lenta y despiadada”. Lo vive Dante Loredano, trasunto de Fuentes, que ve cómo en el balcón de al lado un hombre mira la noche “con un vasto sentimiento de ausencia”.
 Asomado a esa calle literaria de una ciudad que afronta una revolución social contra la oligarquía del poder económico y social, Carlos Fuentes traza el círculo de su vida.

Europa se acerca a la hora de la verdad

Los líderes asistentes a la Cumbre del G-8 acuden hacia la zona de prensa para tomar las fotos de familia.
El engaño. Uno de los animal spirits esenciales de esta época es el descubrimiento de un engaño por la existencia de zonas de sombra en el aparato productivo y financiero, por falta de reglas, por mala supervisión. El dinero no huele, decían los romanos, pero todas las grandes crisis desprenden un hedor parecido: empiezan con un escándalo. Los amaños en las cuentas de Enron detonaron la burbuja puntocom hace una década.
 Hace un lustro, los tejemanejes de la banca con las hipotecas subprime provocaron la crisis financiera. Los griegos desataron la inacabable crisis europea al admitir que mintieron como bellacos en sus cuentas públicas a finales de 2009.
 Ahora, las sospechas acerca de los balances de los bancos españoles e incluso del déficit, alimentadas por el propio Gobierno al poner en la picota al mismísimo Banco de España, abren una nueva etapa de la crisis europea, ese extraño delirio del que no sabemos cómo despertar.


Grecia y el sistema financiero español, con la esperpéntica nacionalización de Bankia como clave de bóveda, son los nuevos hombres lobo a los que invoca Europa para asustar a los niños.
Lo que parecía imposible no solo es ya imaginable, sino que un coro cada vez más vociferante lo considera deseable: Europa nunca ha estado tan cerca de una ruptura por abajo (Grecia) o del rescate de uno de los grandes países (las ayudas a España para la banca).
Ambas opciones son delicadísimas.
 El más elemental principio de prudencia obligaría a evitarlas.
Por miedo: tendrían potenciales efectos contagio devastadores.
 Y porque hay margen: Europa puede levantar el pie del freno de la austeridad; el Banco Central Europeo (BCE) tiene una enorme capacidad de maniobra; España no está todavía en zona de intervención (paga el 6,4% por su deuda a 10 años cuando los rescates se activaron por encima del 8%).
 “Hay todavía un camino, cada vez más estrecho, para tratar de sortear la situación en Grecia y en la banca española si hay voluntad política”, apuntan fuentes europeas.
Al final siempre surge algo in extremis que deshace el nudo gordiano de la crisis. Aunque quizá esta vez no. Cualquier cosa es posible tras la ruptura del tabú: el presidente francés, François Hollande, cree deseable el rescate europeo de los bancos españoles; la canciller Ángela Merkel ha sugerido un referéndum sobre el euro en Grecia y martillea con sus planes de contingencia por si los griegos hacen honor a ese adagio que afirma que todas las grandes crisis europeas empiezan en los Balcanes.

Dos semanas de angustia

11.04.2012. Grecia convoca elecciones anticipadas por segunda vez en tres años.
 El primer ministro, Lukas Papademos, que había asumido el cargo en noviembre tras la dimisión del socialista Yorgos Papandreu para aplicar los recortes exigidos por el plan de rescate de la UE, anuncia en abril que los comicios se celebrarán el 6 de mayo, el mismo día de la segunda vuelta de las presidenciales francesas.
06.05.2012. El socialista François Hollande gana la segunda vuelta en Francia. Nicolas Sarkozy se convierte en el 19º líder europeo en dejar el cargo desde que empezó la crisis. En Grecia, por otro lado, los comicios dejan un Parlamento profundamente dividido.
 Los principales partidos, el Pasok (socialistas) y Nueva Democracia (centro-derecha), no consiguen formar Gobierno, y grupos radicales de izquierda y de derecha irrumpen en el Parlamento griego.
13.05.2012. El partido de Angela Merkel, la CDU, sufre una dura derrota en las elecciones regionales de Renania del Norte-Westfalia, el land más poblado y más industrializado de Alemania.
15.05.2012. François Hollande y Angela Merkel se reúnen en Berlín. El presidente francés insiste en que es necesario revisar el acuerdo fiscal.
17.05.2012. El primer ministro británico, David Cameron, achaca a la eurozona los problemas de la economía británica. La prensa afirma que Londres estudia escenarios de ruptura del euro
. Las negociaciones de los partidos en Grecia fracasan y se convocan nuevas elecciones el 17 de junio. La Comisión Europea redobla las amenazas a Grecia.
18.05.2012. Un comisario europeo revela que la UE y el BCE estudian la salida de Grecia del euro. El Gabinete del primer ministro griego anuncia que Merkel sugirió al presidente griego, Karolos Papulias, un reférendum sobre la permanencia de Grecia en la eurozona. Berlín reconoce que la conversación se produjo, pero desmiente la afirmación.
El rumor enciende los ánimos en Grecia, donde en los últimos días hay una retirada masiva de depósitos.
Todo eso obliga a Europa a un cambio de guión de última hora para la próxima cumbre.
Si hace unos días esa reunión iba a ser la presentación en sociedad de Hollande y de sus ideas sobre el cambio de tono respecto al crecimiento, ahora la tensión obliga a revolucionar la agenda. Merkel, Hollande y compañía deben responder dos cuestiones cruciales. ¿Debe Grecia salir del euro, a la vista de que los rescates no funcionan, del desencanto de los griegos? ¿Debe pedir España dinero a Europa para ayudar a sus bancos a tapiar el agujero del ladrillo, que tal vez sea inmanejable? Solo las preguntas un poco ingenuas son verdaderamente profundas; por eso esos interrogantes se pueden resumir en uno: ¿Cree Europa en su propio proyecto?
Se imponen dos formas de responder; ninguna de ellas del todo convincente. Por un lado, el ya habitual lenguaje tremendo-colorista y apocalíptico, comprensible por la gravedad de lo acaecido en 15 días, criticable por esa tendencia a la exageración tan propia de esta crisis fáustica, capaz de hacer famosos a los casandras más delirantes
. La segunda opción es la negación: la inacción, con la Comisión convertida en estatua de sal a la espera de que Berlín y París decidan qué camino tomar. Bruselas, carente de impulso político, se limita a amenazar a Grecia y a advertir de que no va a negociar nada, salga lo que salga de las urnas en un plazo de un mes que se adivina agónico.
 Y Bruselas circunscribe su respuesta a la crisis bancaria española a una danza de silencios y sobreentendidos que nadie es capaz de descifrar.
“Las dos cosas, una salida de Grecia de graves consecuencias y una intervención en la banca española, son cada vez más probables.
Si se producen y no vemos un impulso extraordinario por parte del BCE en los mercados, y también por parte de Berlín, París y de las instituciones europeas con pasos inequívocos hacia alguna forma de unión política, habrá colas en los bancos, salidas de capitales de toda la periferia y un reguero de quiebras de países”, avisa por teléfono desde Nueva York el profesor de Harvard Ken Rogoff, autor de una monumental historia de las crisis financieras durante los últimos ocho siglos. “Hay una posibilidad: comprar tiempo con el BCE, los estímulos y la suavización del déficit, pero en última instancia los bancos españoles van a necesitar recapitalizarse”, añade Guntram Wolf, del laboratorio de ideas Bruegel. Tano Santos, de la Universidad de Columbia, califica de “peligrosísima” una intervención en España. “En el preciso momento en que se haga se secará la liquidez para todo el país, y no hay dinero oficial suficiente para un caso de la magnitud de España.
 El Gobierno debe resolver de una vez por todas el problema de credibilidad y de capital del sistema financiero. Para eso va a hacer falta dinero del exterior.
 Y los inversores no van a entrar a no ser que España disponga de suficiente capital público como para limpiar las primeras pérdidas, que están ahí”.
 Lo mismo ocurre con Grecia, que apenas supone el 2% del PIB europeo pero cuya salida del euro provocaría un impacto en el sistema financiero cercano al medio billón de euros, según Citi, solo manejable con un diluvio de liquidez del BCE y siempre que las fugas de depósitos no fueran generalizadas.
Justo cuando volvía el debate entre austeridad y crecimiento, la situación se complica de tal modo que esa controversia es casi secundaria: la banca vuelve a estar pendiente de un hilo, como en el peor momento tras la quiebra de Lehman Brothers.
 “El sentido común dice que Europa no ha aguantado dos años y medio en Grecia para abandonar ahora el país a su suerte y abrir una crisis de consecuencias inimaginables. Los líderes europeos no están tan locos como para no saber que España es demasiado grande y que una intervención, aunque solo sea en la banca, podría ser el principio del fin, por lo que lo probable es algún remedio vía BCE. A veces hay que tocar fondo para reaccionar”, sostiene un diplomático.
Todos los caminos llevan a Berlín y Fráncfort. Hay una constelación de factores que pueden obligar a Alemania a abrir la mano para que Europa no se vea abocada al peor de los mundos.
 “Pero hay razones también para pensar que Berlín no ha aprendido nada de su historia, y que la aproximación disciplinaria que ha impuesto traspasa todos los límites”, apunta Paul De Grauwe, de la London School of Economics. Rogoff lo resume con dureza: “O Alemania acepta inflación (subidas salariales, estímulos, un BCE a la americana, lo que haga falta) o veremos suspensiones de pagos, cadáveres políticos y para ellos mismos será durísimo”.
Al final, el mayor de los riesgos es siempre político.
 De liderazgo. Ahí radica el problema de Europa desde hace tiempo: las soluciones a los problemas de la eurozona no son inimaginables, son posibles; pero no hay tracción política suficiente para activarlas.
 No hay ninguna salida evidente para el gran problema que aflige a la UE: la decepción de la opinión pública, en parte por el déficit democrático, en parte por la crisis de legitimidad de la Unión. La UE nunca fue especialmente popular entre los nórdicos; la novedad es que la crisis del euro está haciendo que su impopularidad crezca incluso al sur de los Pirineos, donde se veía como la última utopía factible. En el Sur cada vez más gente culpa del exceso de austeridad a la UE y al BCE.
 En Alemania y otros países del Norte, responsabilizan a la Unión por haberles obligado a ayudar a los pecadores sureños. “Y, paradójicamente, cualquier solución consiste en más Europa”, concluye Charles Grant, del Center for European Reform.
 A corto plazo, pasa por el BCE (“solo las intervenciones del banco central tienen credibilidad”, explica el analista Juan Ignacio Crespo, “porque implican algo más que palabras”).
A medio, por recuperar crecimiento: París y Berlín tienen mucho que decir esta misma semana, en Bruselas. Y a largo plazo hace falta algo parecido a un agencia europea de deuda, más unión fiscal, una UE que se decida a ser algo más que un club económico: para eso hacen falta líderes en París, en Berlín, en Bruselas y en Tombuctú.
 ¿Dónde están esos líderes?

Pascal DANEL Les neiges du Kilimanjaro