Se refieren a él como el corte de pelo más famoso de la historia. Cuarenta y cuatro años después, un tuit nos revela que quizá ni siquiera ocurriera
. O que se redujera a un simple ‘arréglame esas puntas’. Y a un inmenso montaje publicitario.
En 1968, decenas de periodistas recibieron una convocatoria de Roman Polanski para asistir a los estudios Paramount. Allí, ante las cámaras, un peluquero cortaría la californiana melena rubia de Mia Farrow, joven estrella televisiva salida de la serie Peyton Place y casada hacía apenas dos años con Frank Sinatra.
El peinado aparecería en la nueva película de terror del director polaco, La semilla del diablo, y el autor del tijeretazo, un joven inglés célebre en Londres por sus peinados mod llamado Vidal Sassoon, percibiría por el trabajo nada menos que 5.000 dólares (aproximadamente 33.000 dólares al cambio de 2012).
El peinado, apodado pixie, muy corto, a lo chico, dio la vuelta al mundo. El viejo orden mundial capilar se colapsaba, escribió el antropólogo Grant McCracken, y con él, el viejo Hollywood. Y hasta Sinatra. Según la leyenda, el crooner había amenazado a su joven esposa con consecuencias si perpetraba semejante atrocidad
. Al poco tiempo se divorciaban. Sassoon asistía perplejo a su consagración definitiva. Pero Polanski, con el que había colaborado en Londres en el rodaje de Repulsión, con Catherine Deneuve, le haría un último regalo: incluiría una mención a la polémica en el propio filme. Cuando a Rosemary (Farrow) un personaje le pregunta horrorizado por su pelo, la protagonista responde: “Es Vidal Sassoon. Es muy in”.
El pasado 9 de mayo, la primera celebridad de la historia de la peluquería moría a los 84 años en su mansión de Beverly Hills tras una larga batalla contra la leucemia. Un día después, Farrow tuiteaba: “La gente pregunta. El corte de Vidal Sassoon fue una broma publicitaria.
La verdad es que yo misma me corté el pelo así dos años antes. Era simpático. RIP”.
En honor a la verdad, Sassoon ya era una estrella del gremio antes.
Se decía que había rematado la liberación sexual de la mujer de los sesenta con una conquista para muchas todavía más revolucionaria: la emancipación de los salones de belleza. Ocho años tardó en perfeccionar sus cortes, geométricos, minimalistas, arquitectónicos, inspirados en la Bauhaus, cortados como si fueran retales de ropa, pensados para liberarlas de los rulos, la permanente y las dos visitas semanales al peluquero.
Como recordaría años más tarde la estilista Grace Coddington, los suyos fueron los primeros peinados que podías atravesar con los dedos y volvían a su posición original. La británica fue la modelo sobre la que el peluquero moldeó su corte más icónico, el cinco puntas: cinco vértices invertidos acompañando limpiamente el nacimiento del cabello
. Hasta en eso tuvo suerte Sassoon. Coddington sería décadas después la directora creativa de Vogue USA (todavía lo es), presumiblemente el cargo de estilista más influyente del planeta. Y una protagonista pasiva siempre dispuesta a alimentar un poco más el mito del peluquero.
El cinco puntas conquistó a la modernidad del Swinging London.
La apertura, en 1965, de un salón en Madison Avenue, Nueva York, convirtió a Sassoon y a su equipo de estilistas en objeto de deseo de las élites –“éramos todos heterosexuales”, subrayó el peluquero en un documental sobre su vida; hasta el punto de que tuvo que prohibir a sus solicitadísimos empleados tener más sexo con sus clientas–.
Con la “broma” de Polanski, su nombre se consagraría como el no va más del glamour en el Medio Oeste americano. El billete a la coronación planetaria.
“Lavar y listo”. El eslogan resumía su filosofía, pero acabaría por vampirizarlo.
Su línea de champús fue la primera asociada a un peluquero que triunfaría a escala global.
No muchos en España sabían que había un ser humano que respondía a ese nombre. Procter & Gamble asumió el control de la firma en 1985, algo que el estilista lamentó hasta sus últimos días.
Con todo, Sassoon se labró una remarcable carrera televisiva en EE UU. Presentó talk shows y hasta una especie de pre-reality sobre su saludable vida en pareja con una de sus cuatro esposas, forrándose además con un libro sobre intimidades, nutrición y gimnasia (fue precursor del pilates en EE UU) que abriría la veda de la industrialización del binomio celebridad-estilo de vida.
Cautivo del kitsch en el que había convertido su existencia, dedicó sus últimos días a la beneficencia. Ayudó a reconstruir Nueva Orleans tras el Katrina y fundó una asociación contra el antisemitismo del que él mismo había sido víctima en su infancia londinense.
Nacido en el seno de una humilde familia judía, Sassoon vivió parte de los primeros años de su vida en un orfanato, peleó en los barrios del este de la capital inglesa contra los fascistas de Osmond Mosley y se trasladó en 1948 para apoyar a los judíos en su lucha por un Estado propio.
El mejor año de su vida, según recordó en numerosas ocasiones.
Convencido de sus designios y sin más estudios que un aprendizaje en una modesta peluquería a los 14 años, Sassoon tomó clases de dicción para erradicar el acento cockney que creyó que le impediría acceder a las élites
. Fue la quintaesencia del hombre hecho a sí mismo
. Que su sueño americano se construyera sobre un corte de pelo que seguramente no ocurrió tan solo incrementa su formidable leyenda.
. O que se redujera a un simple ‘arréglame esas puntas’. Y a un inmenso montaje publicitario.
En 1968, decenas de periodistas recibieron una convocatoria de Roman Polanski para asistir a los estudios Paramount. Allí, ante las cámaras, un peluquero cortaría la californiana melena rubia de Mia Farrow, joven estrella televisiva salida de la serie Peyton Place y casada hacía apenas dos años con Frank Sinatra.
El peinado aparecería en la nueva película de terror del director polaco, La semilla del diablo, y el autor del tijeretazo, un joven inglés célebre en Londres por sus peinados mod llamado Vidal Sassoon, percibiría por el trabajo nada menos que 5.000 dólares (aproximadamente 33.000 dólares al cambio de 2012).
El peinado, apodado pixie, muy corto, a lo chico, dio la vuelta al mundo. El viejo orden mundial capilar se colapsaba, escribió el antropólogo Grant McCracken, y con él, el viejo Hollywood. Y hasta Sinatra. Según la leyenda, el crooner había amenazado a su joven esposa con consecuencias si perpetraba semejante atrocidad
. Al poco tiempo se divorciaban. Sassoon asistía perplejo a su consagración definitiva. Pero Polanski, con el que había colaborado en Londres en el rodaje de Repulsión, con Catherine Deneuve, le haría un último regalo: incluiría una mención a la polémica en el propio filme. Cuando a Rosemary (Farrow) un personaje le pregunta horrorizado por su pelo, la protagonista responde: “Es Vidal Sassoon. Es muy in”.
El pasado 9 de mayo, la primera celebridad de la historia de la peluquería moría a los 84 años en su mansión de Beverly Hills tras una larga batalla contra la leucemia. Un día después, Farrow tuiteaba: “La gente pregunta. El corte de Vidal Sassoon fue una broma publicitaria.
La verdad es que yo misma me corté el pelo así dos años antes. Era simpático. RIP”.
En honor a la verdad, Sassoon ya era una estrella del gremio antes.
Se decía que había rematado la liberación sexual de la mujer de los sesenta con una conquista para muchas todavía más revolucionaria: la emancipación de los salones de belleza. Ocho años tardó en perfeccionar sus cortes, geométricos, minimalistas, arquitectónicos, inspirados en la Bauhaus, cortados como si fueran retales de ropa, pensados para liberarlas de los rulos, la permanente y las dos visitas semanales al peluquero.
Como recordaría años más tarde la estilista Grace Coddington, los suyos fueron los primeros peinados que podías atravesar con los dedos y volvían a su posición original. La británica fue la modelo sobre la que el peluquero moldeó su corte más icónico, el cinco puntas: cinco vértices invertidos acompañando limpiamente el nacimiento del cabello
. Hasta en eso tuvo suerte Sassoon. Coddington sería décadas después la directora creativa de Vogue USA (todavía lo es), presumiblemente el cargo de estilista más influyente del planeta. Y una protagonista pasiva siempre dispuesta a alimentar un poco más el mito del peluquero.
El cinco puntas conquistó a la modernidad del Swinging London.
La apertura, en 1965, de un salón en Madison Avenue, Nueva York, convirtió a Sassoon y a su equipo de estilistas en objeto de deseo de las élites –“éramos todos heterosexuales”, subrayó el peluquero en un documental sobre su vida; hasta el punto de que tuvo que prohibir a sus solicitadísimos empleados tener más sexo con sus clientas–.
Con la “broma” de Polanski, su nombre se consagraría como el no va más del glamour en el Medio Oeste americano. El billete a la coronación planetaria.
“Lavar y listo”. El eslogan resumía su filosofía, pero acabaría por vampirizarlo.
Su línea de champús fue la primera asociada a un peluquero que triunfaría a escala global.
No muchos en España sabían que había un ser humano que respondía a ese nombre. Procter & Gamble asumió el control de la firma en 1985, algo que el estilista lamentó hasta sus últimos días.
Con todo, Sassoon se labró una remarcable carrera televisiva en EE UU. Presentó talk shows y hasta una especie de pre-reality sobre su saludable vida en pareja con una de sus cuatro esposas, forrándose además con un libro sobre intimidades, nutrición y gimnasia (fue precursor del pilates en EE UU) que abriría la veda de la industrialización del binomio celebridad-estilo de vida.
Cautivo del kitsch en el que había convertido su existencia, dedicó sus últimos días a la beneficencia. Ayudó a reconstruir Nueva Orleans tras el Katrina y fundó una asociación contra el antisemitismo del que él mismo había sido víctima en su infancia londinense.
Nacido en el seno de una humilde familia judía, Sassoon vivió parte de los primeros años de su vida en un orfanato, peleó en los barrios del este de la capital inglesa contra los fascistas de Osmond Mosley y se trasladó en 1948 para apoyar a los judíos en su lucha por un Estado propio.
El mejor año de su vida, según recordó en numerosas ocasiones.
Convencido de sus designios y sin más estudios que un aprendizaje en una modesta peluquería a los 14 años, Sassoon tomó clases de dicción para erradicar el acento cockney que creyó que le impediría acceder a las élites
. Fue la quintaesencia del hombre hecho a sí mismo
. Que su sueño americano se construyera sobre un corte de pelo que seguramente no ocurrió tan solo incrementa su formidable leyenda.