Siempre es divertido observar las dinámicas familiares. Por ejemplo, el juego que se da entre madres e hijas, cómplices y rivales.
Una relación donde se cruzan la veneración a la madurez deseada y la fascinación por la juventud perdida. Todo eso intercambian Vanessa Redgrave y su hija Joely Richardson cuando están juntas
. No les importa mi presencia. Ni la entrevista. Es un momento de amor y arte aunados en la misma conversación y también en la misma película,
Anonymous, donde ambas han interpretado a la reina Elizabeth, más conocida como la
Reina Virgen. Dos ramas de un mismo árbol.
Más joven y cimbreante en el caso de Joely (46 años) y más sólida y venerable en el de Vanessa (74). Pero ambas, fruto de un mismo tronco que lleva grabado el nombre de esta dinastía.
El apellido Redgrave es lo más cercano que existe a la realeza en el campo de las artes dramáticas. Pero, a menos que quieras comenzar una discusión pasional, nunca menciones la idea de que lo llevan en la sangre. “Yo vengo de familia naval”, afirma Vanessa sorprendiendo a todos
. “Eso es nuevo, Vanessa. ¿Se me escapa algo de mi familia?”, le rebate divertida Joely sin querer llamarla mamá en público. “Crecí en una familia naval durante la guerra”, aclara Redgrave . “Sería entonces, porque, por lo que yo sé, te criaste en una familia de artistas”, le replica Joely sin arredrarse.
Por mucho que se empeñen los Redgrave en huir de la genética o del linaje, a simple vista no hay otra explicación para este árbol genealógico que se remonta a los tiempos de Roger Redgrave, abuelo de Vanessa, casado con Margaret Scudamore, ambos actores.
De ese matrimonio nació Michael Redgrave, quien llegó a ser uno de los intérpretes dramáticos más respetados del West End londinense de entreguerras. De su unión con Rachel Kempson, también actriz, nacieron Corin, Lynn y Vanessa
. Los tres fueron actores. Corin se casó con Kika Markham, actriz. Igual le pasó a Lynn cuando se casó con John Clark, actor y director
. Y en el caso de Vanessa, el linaje continuó junto a Tony Richardson, el realizador que consiguió resucitar el cine británico de los sesenta y con quien tuvo dos hijas, Natasha, mujer del actor Liam Neeson y fallecida hace tres años, y Joely, quien contrajo matrimonio con el productor Tim Beavan. Vanessa Redgrave comparte ahora su vida junto a Franco Nero, actor y padre de su hijo Carlo Nero, también director.
Genes o tradición familiar. Educación o medios. Todo influye en esta carrera, aunque madre e hija dan una razón mucho más sencilla y visceral a la hora de explicar la epidemia actoral entre los Redgrave. “No es vanidad”, elimina Joely de la ecuación. “Nos mueve lo maravilloso que es este trabajo celestial”, afirma Vanessa. “Cada día disfruto más de lo que hago. Es como un deporte donde toda tu atención está en lo que haces y disfrutas con la intensidad”. Vanessa se queda con “la maravillosa aventura” que significa meterse en la piel de un nuevo personaje.
“Varía cada día, pero lo sientes desde el momento en que llegas al set”.
A Vanessa Redgrave parecía no quedarle otra que ser actriz, después de que Laurence Olivier, amigo de la familia, proclamase desde el escenario del Old Vic londinense: “Señoras y señores, esta noche ha nacido una gran actriz”. Joely se resistió un poco más. Aunque su padre la incluyó en
La carga de la brigada ligera cuando solo tenía tres años, la joven Richardson se interesó más por el mundo del deporte, especialmente la gimnasia y el tenis, hasta que su trabajo en
El hotel de New Hampshire, de nuevo a las órdenes de su padre, la convenció de su futuro
. Una carrera en cine, teatro y televisión donde la serie
Nip/Tuck le dio el reconocimiento gracias al papel de Julie McNamara, que interpretó durante siete años.
Joely admira de su madre “la dedicación, su concentración en el trabajo; tiene una rutina clara con la que consigue esas joyas”, afirma en referencia a la carrera materna, una filmografía que incluye filmes como
Blow up, Camelot, Isadora o
Julia, con la que ganó un Oscar en 1978, o más recientemente,
Expiación, Cartas a Julieta o la misma serie
Nip/Tuck, interpretando, claro está, a la madre de Julie.
“Nunca sé cómo definir la palabra icónico”, se enzarzan de nuevo madre e hija en un diálogo pasional como todos los que empieza Vanessa.
Hablan de la figura de la reina Elizabeth I que ambas han interpretado. Todos los calificativos que utilizan pueden ser aplicados a Vanessa Redgrave, a quien David Thompson define en su Diccionario biográfico del cine como “la mejor leyenda viva” del cine, y otros comparan con un Marlon Brando hecho mujer.
Con humildad y compostura, la actriz solo tiene una cosa que añadir: “No soy nadie, créeme. Es mi nombre el que se gana toda la atención”.
No toda la atención es buena, y Redgrave es tan recordada por su trabajo artístico como por sus cruzadas políticas y sociales. Como dijo en su día no sin sarcasmo su hermana Lynn, “Vanessa siempre ha tenido un punto de Juana de Arco”. Durante años fue miembro activo del Partido Revolucionario de los Trabajadores, movimiento troskista en defensa de la disolución del capitalismo y de la monarquía; Redgrave fue detenida en manifestaciones contra la guerra de Vietnam, contra la proliferación de las armas nucleares o a favor de la causa palestina, financiando con su carrera artística un partido que supuestamente contó con el apoyo de Gadafi o de Saddam Hussein, y se ganó a pulso la fama de antisemita en una industria como Hollywood. Su activismo quedó muy claro durante la ceremonia de los Oscar en 1978 cuando recibió su estatuilla con un peculiar discurso de agradecimiento en el que se negaba a doblegarse ante los “mafiosos sionistas” que tanto la criticaban. Un comentario que la cerró numerosas puertas.
Alta, serena y muy firme, Redgrave mantiene el mismo espíritu luchador. Son los tiempos los que han cambiado. Ahora prefiere no hablar de política y lleva 16 años volcada en su labor como embajadora de Unicef. “Mantengo la firme creencia de que la música, el teatro y el cine son tan importantes o más que la comida porque alimentan el alma y hacen más resistente al ser humano”, declara a favor de proyectos como el de Daniel Barenboim, que agrupa graduados árabes y palestinos en una misma orquesta, o sobre películas como
Miral, de Julian Schnabel, y fruto artístico de este mismo espíritu de conciliación.
“Aquí es donde puedo aportar mi grano de arena y donde pertenezco”, insiste la intérprete sobre su última cruzada.
Otros escándalos han acompañado el apellido Redgrave durante toda su dinastía. Todos recogidos en el libro
La casa de los Redgrave: las vidas secretas de una dinastía teatral. La familia amenazó con tomar acciones legales contra un volumen que incluye pasajes (falsos, según su versión) como ese que asegura que, en su día, Vanessa sorprendió a su marido y a su padre en la cama.
Como dijo Joely en
The Sunday Telegraph, respondiendo a las acusaciones del libro de Tim Adler, el cliché de reducir a su familia a meras caricaturas, “madre marxista”, “padre bisexual”, es, cuando menos, de “miopes que no quieren ver más allá”.
Al igual que el activismo de su madre, la homosexualidad de su abuelo o la bisexualidad de su padre, que murió en 1991 a consecuencia del sida, son parte de ese peculiar libro de familia. Una saga que también incluye a los compañeros sentimentales de Vanessa (entre ellos la larga relación que mantuvo con Timothy Dalton y que supuestamente concluyó cuando la actriz insistió en participar en una manifestación) o de su hija, cuyo matrimonio con Bevan vino seguido de diferentes relaciones amorosas con hombres sensiblemente más jóvenes, incluido el multimillonario ruso Eugeney Lepedey o su compañero de la serie
Nip/Tuck John Hensley. Pero, como dijo Joely: “¿Por qué hay que recordarle a una mujer que ha perdido en un mismo año a su hija, a su hermana y a su hermano los errores que pudo haber cometido hace 30 años?
La amas o la odias, pero Vanessa es, sin duda, una de las mejores actrices de todos los tiempos”.
El ‘Annus Horribilis’ de los Redgrave supera con creces el de la casa real británica. Natasha Richardson, Tasha para su familia, falleció en 2009 tras un accidente de esquí que le causó la muerte cerebral.
Toda su familia estuvo a su lado en Nueva York cuando su cuerpo fue desconectado de las máquinas que la mantenían con vida. Tenía 46 años.
No hacía dos que Vanessa se había disculpado públicamente por no ser la mejor de las madres. Redgrave respira y deja que hable la serenidad.
“He sido todas las madres. La mala, la loca, la buena, la protectora. La que se olvida y la que perdona.
Pero, a pesar de lo hecho, de lo que falte, de lo que desearía que fuera diferente, lo maravilloso es que he gozado de unos hijos increíbles”.
Tras Tasha vino su hermano Corin, que falleció de cáncer a los 71 cuando apenas se cumplía el año de la tragedia. Un mes después, Lynn perdía una larga batalla contra el cáncer de mama a los 67 años.
“Hay algo de increíble belleza y que parte el corazón en las tribulaciones que todos atravesamos en nuestras vidas.
Cosas maravillosa, otras terribles y todas ellas capaces de sobrevivir el paso del tiempo en compañía de nuestros amigos y junto a nuestro arte”, filosofa Joely. Su madre, como siempre, va más lejos.
“Uno siempre está acompañado del recuerdo del pasado
. Pero hoy es hoy, y demos las gracias por ello porque donde quiera que nos encontremos, siempre hay un nuevo día y con cada uno la vida cambia. Algunos son horribles.
Otros, maravillosos. Pero incluso en los más terribles uno debe tener presente que siempre habrá otro día”.