La tentación de vaciar la cultura es grave; sucede en diversos periodos de la historia y responde a pulsiones del poder que éste debe vigilar para que no contribuya a su propio vacío.
Responde, a veces también, a reacciones en cadena contra "lo que hubo antes", lo que también se llama "la herencia recibida". Tú hiciste aquello, pues yo hago lo contrario.
Ayer publicaba aquí Borja Hermoso un interesante balance del futuro; es decir, contaba qué puede pasar a partir de los presupuestos inmediatos: un vaciamiento progresivo de la cultura española en sus distintos extremos.
El poder (el poder estatal, el poder autonómico, el poder municipal) puede dejar este país, en lo que a apoyo a la creación cultural se refiere, como un solar.
Esa tentación está ahí y cada vez que se produce un cambio político en determinada dirección conservadora, los medios que sustentan esta tesitura proclaman, simbólicamente, que la cultura subvencionada debe dejar de existir, y claro, remiten al cine como la metáfora de todas las malandanzas.
En el cine suelen estar los rostros más famosos y también, como decía mi madre, los más desinquietos. Y a ellos apuntan como hijos naturales del poder que ha perdido su silla. Entonces, desde las alturas y también desde las bajuras de las nuevas autoridades, se señala el cine como el arcén de todos los males, o de todas las malas administraciones.
Por esa vía se lleva a la música, al teatro, a la cultura del libro, y así sucesivamente. Muerte a la cultura subvencionada, qué se crearán éstos que viven de la teta del Estado, por qué hemos de alimentar con nuestro dinero a estos de la ceja y el títere...
Como si en todos los órdenes de la vida "que no da réditos" el Estado no estuviera subvencionando, o instruyendo para que subvencionen, o, simplemente, apoyando para que no desaparezcan renglones que hacen más vivible la vida de los ciudadanos a los que la Pepa quería (como al Estado), "justos y benéficos".
Se está montando una enorme algarabía de recortes, con el beneplácito de los que quieren los recortes allí donde más le duela "a los otros", y el Estado (las autoridades del Estado) tienen que pararse un momento a pensar si quieren de veras vaciar la cultura para seguir adelante o quieren vaciar la cultura para que ésta no siga adelante manejada por estos desinquietos que una y otra vez les niegan ellos mismos el beneplácito cuando gobiernan o cuando dejan de gobernar.
¿Mi modesta proposición? Prudencia a la hora de tachar la cultura desinquieta; la cultura desinquieta es también el Estado, y contribuye en muy alto grado a la armonía civil que supone vivir juntos cuando les gustan a quienes mandan o cuando no les gustan a los que les mandan.
Responde, a veces también, a reacciones en cadena contra "lo que hubo antes", lo que también se llama "la herencia recibida". Tú hiciste aquello, pues yo hago lo contrario.
Ayer publicaba aquí Borja Hermoso un interesante balance del futuro; es decir, contaba qué puede pasar a partir de los presupuestos inmediatos: un vaciamiento progresivo de la cultura española en sus distintos extremos.
El poder (el poder estatal, el poder autonómico, el poder municipal) puede dejar este país, en lo que a apoyo a la creación cultural se refiere, como un solar.
Esa tentación está ahí y cada vez que se produce un cambio político en determinada dirección conservadora, los medios que sustentan esta tesitura proclaman, simbólicamente, que la cultura subvencionada debe dejar de existir, y claro, remiten al cine como la metáfora de todas las malandanzas.
En el cine suelen estar los rostros más famosos y también, como decía mi madre, los más desinquietos. Y a ellos apuntan como hijos naturales del poder que ha perdido su silla. Entonces, desde las alturas y también desde las bajuras de las nuevas autoridades, se señala el cine como el arcén de todos los males, o de todas las malas administraciones.
Por esa vía se lleva a la música, al teatro, a la cultura del libro, y así sucesivamente. Muerte a la cultura subvencionada, qué se crearán éstos que viven de la teta del Estado, por qué hemos de alimentar con nuestro dinero a estos de la ceja y el títere...
Como si en todos los órdenes de la vida "que no da réditos" el Estado no estuviera subvencionando, o instruyendo para que subvencionen, o, simplemente, apoyando para que no desaparezcan renglones que hacen más vivible la vida de los ciudadanos a los que la Pepa quería (como al Estado), "justos y benéficos".
Se está montando una enorme algarabía de recortes, con el beneplácito de los que quieren los recortes allí donde más le duela "a los otros", y el Estado (las autoridades del Estado) tienen que pararse un momento a pensar si quieren de veras vaciar la cultura para seguir adelante o quieren vaciar la cultura para que ésta no siga adelante manejada por estos desinquietos que una y otra vez les niegan ellos mismos el beneplácito cuando gobiernan o cuando dejan de gobernar.
¿Mi modesta proposición? Prudencia a la hora de tachar la cultura desinquieta; la cultura desinquieta es también el Estado, y contribuye en muy alto grado a la armonía civil que supone vivir juntos cuando les gustan a quienes mandan o cuando no les gustan a los que les mandan.