Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 mar 2012

TODOS LOS NOMBRES

Beyoncé, con su hija, Blue Ivy. / GTRESONLIN
Que conste que el título no es mío, sino de la novela homónima del Nobel Saramago, para que luego digan que solo leo la Cuore y el ¡Hola! 
Al grano: dime cómo te llamas y te diré cómo eres. 
Al menos, de qué iban tus padres cuando naciste, qué culpa tienen las criaturas de las ínfulas de sus progenitores. Mírame a mí, que me llamo Luz María del Mar, así, con todas las letras, y no soy infanta ni soprano ni actriz de culebrones venezolana ni nada.
 Eso es un quiero y no puedo y no lo de la Machi en el anuncio de los bífidus
. Nada que ver con mis jefes en este chiringuito, que se autodenominan, por riguroso orden alfabético, Borja, Jan y Lucas, no me digas si eso no es ser fino desde la cuna, siempre ha habido clases. Ahora que, para previsores con la repu­tación de su prole, Jay-Z y Beyoncé Knowles.
A la diosa del pop y el capo del rap les ha faltado tiempo para patentar el nombre de su cría como marca registrada, informa The Washington Post, toma referencia. Ivy Blue, Hiedra Azul, le han puesto a la nena, pobrecita mía: salir clavadita a papá con semejante cañón del Colorado como madre biológica demuestra mejor que el Nobel de Medicina que la genética es ingrata.  
Vicky Beckham ha sido más larga y ya ha puesto a la venta el bolso Harper en honor de su cuarta vástaga, Harper Seven, ocho mesecitos, hermana de Romeo, Brooklyn y Cruz, eso es un nomenclátor pretencioso y no el de los reyes godos.
Vale que a todos los padres se les cae la baba con sus cachorros, pero a algunos famosos se les va la olla según expulsan la placenta, firman los papeles de adopción o le abonan a la madre de alquiler su tarifa. Al lado de los exóticos Mo­roccan y Egypt, rorros de Mariah Carey y Alicia Keys respectivamente, las Tallulah Willis, Suri Cruise y Apple Paltrow son de una ordinariez insoportable. Por no hablar de la saga Pitt-Jolie: Maddox, Zahara, Pax, Shilow, Vivienne Marcheline y Knox, que está a punto de superar la nómina de General Motors y ya no es noticia.
Aquí tampoco andamos descalzos. 
Mira las dos Sorayas vallisoletanas dándose leña en el Congreso. Porque en esto también hay modas. Díselo a la legión de Vanessas, Desirées y Tamaras que le deben su onomástica a las niñas de Manolo Escobar, Karina e Isabel Preysler. 
O a los hijos de Simeón Sajonia-Coburgo: Kardam, Kiryl, Kubrat, Konstantin y Kalina, todos con k de kilo, que para eso son príncipes búlgaros en el exilio. Por cierto que Kalina se casó con un tal Kitín quien sabe si para darle gusto al padre, un complejo de Electra en toda regla. Mira, esa es otra. Las vírgenes han hecho mucho daño a las neonatas, fíjate en la cantidad de Peñas, Socorros y, sí, Reglas que aún se ven por el mapa.
Ahí la que ha roto con el pasado y ha abierto fronteras es Paz Vega. Orson, Ava y Lenon le ha puesto a sus retoños, qué menos, por algo lleva lustros postulándose en Hollywood.
Y es que nunca estamos contentos. Hace nada, llamarse Casilda, Mencía, Jimena, Brianda, Asela o Cayetana era de pueblerinas y ahora responde de tal guisa lo más granado del pijerío. Si lo sé, me pido el nombre de mi abuela, que se llamaba Gabina, pobre, la santa del día, y hoy queda vintage que te cagas. Total, ya lo decía Gracita Morales en La ciudad no es para mí, de Paco Martínez Soria: Tanto Luchi tanto Luchi y se llama Luciana.

Si no son perfectos, trabajan para parecerlo


Ernesto Bertarelli y su mujer,
Hay dos categorías de regalos, los que se pueden envolver y los que no. Kirsty recibió uno de éstos
. La semana pasada lo estrenó para salir a la mar. No se lo puso encima, sino que se metió dentro de Vava II, un yate de 96 metros de eslora por seis pisos de alto. Imposible de envolver. El regalo del suizo más rico, Ernesto Bertarelli, para la británica más rica, su mujer Kirsty. La millonaria pareja, residente entre Ginebra y Londres, entró en nuestras vidas en 2007, cuando con su yate, el viejo Vava, formaban parte del paisanaje de Valencia durante los fastos de la Copa del América.
Todo ello arrancó con el nuevo siglo, cuando Bertarelli acometió dos empresas que le cambiaron la vida: casarse con Kirsty y crear Alinghi, un equipo profesional de vela, que tres años después pasaría a la historia del deporte al conquistar la Copa del América en aguas de Nueva Zelanda. Por primera desde 1851, el trofeo viajaba a Europa, aunque Bertarelli tuvo que tirar de chequera para que media tripulación neozelandesa se pasara a su bando.
Bertarelli montó el mayor espectáculo de la historia de la vela. Más de 4.000 millones de personas siguieron las regatas por televisión. Aquel año de 2007, no lo olvidará Bertarelli ni su familia. Como director general de Serono, vendió la empresa farmacéutica a Merck por 13.800 millones de euros.
 Y así llegó a ser estrepitosamente rico. La operación coincidió con las bacanales de Valencia, las fiestas de Prada y de Louis Vuitton, donde confraternizaban Naomi Campbell, Eva Herzigova, Kirsty, los más bellos plásticos de la belle epoque valenciana. Pero no todo era juerga; en horario diurno, la bella Kirsty visitaba la tienda de Alinghi para comprobar si se vendía su colección de ropa.
 “Yo era una persona muy creativa”, comentaba al periódico Evening Standard en 2010, recordando su adolescencia. “Estaba interesada en escribir historias de la gente con la que me encontraba y escribía pequeños poemas. Tengo interés en la gente, una especie de conexión real”.
Pero Larry Ellison se la tenía guardada a Bertarelli, y lo que no consiguió en el agua lo obtuvo en los tribunales norteamericanos. En 2010 le arrebató su Copa en una ya decrépita Valencia. Un año horribilis. Además de perder el sagrado trofeo, Bertarelli bajó en el escalafón de ricachones del Reino Unido, del cuarto al quinto puesto.
 Su fortuna era de 8.200 millones de euros y sus ganancias anuales de 1.100 millones (por contextualizar, diez veces más que el regalo a Kirsty).
Si la mujer de Bertarelli, gracias a su matrimonio se había convertido en la más rica consorte del país, tampoco es que antes fuera una necesitada
. Para cuando Bertarelli acababa estudios, Kirsty se ganaba la vida. En 1988, con 17 años —seis menos que Ernesto— era proclamada Miss Reino Unido y luego Dama de Honor de Miss Mundo. Nacida en Stafffordshire, su padre era el dueño de las porcelanas Churchill China. “Tuve una infancia muy campestre
. Teníamos pista de tenis en casa y jugábamos todo el día. También teníamos caballos, aunque no montaba también como mi hermana”, recuerda la, entonces, Kirsty Roper.
Antes de conocer a Bertarelli en 1997, ennovió con Damian Aspinall, otro rico, propietario de casinos, y, como ella, ecologista y compositor musical. Porque Kirsty también, canta.
“Tiene una voz de oro", dijo el periódico suizo Le Matin tras escucharla en el Festiva de Jazz de Montreux hace un par de años. En los noventa, Black coffee, una canción pop compuesta por ella para el grupo All Saints ocupó el primer puesto de las listas inglesas y entró en 20 países más; pero el matrimonio y los tres hijos la habían apartado de su vocación.
 Pues ya la ha recuperado, el año pasado lanzó un álbum, Elusive. Otra de sus canciones, Green, la ha donado a la fundación ecologista World Wildlife Fund. Además la Bertarelli Foundation preserva los fondos marinos, y Smiling Foundation cuida de niños enfermos. Ernesto y Kirsty si no son perfectos trabajan para parecerlo.

El sol que reinó sobre mi infancia

El sol que reinó sobre mi infancia

Por: | 18 de marzo de 2012
Solía viajar con dos libros, Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg (Acantilado), sobre todo por el texto que le dedica a Cesare Pavese, que acababa de suicidarse cuando ella lo escribió, y El revés y el derecho, de Albert Camus (Alianza Editorial), sobre todo por una frase que me ha dado vueltas en la cabeza en los últimos veinte años, desde que descubrí el librito.
Ahora que ha aparecido ese texto periodístico inédito de Camus, quise leer de nuevo El revés y el derecho, buscar esa frase, escribir sobre ella, sentir próxima esa voz cálida del autor de El extranjero, o tan próxima como siempre estuvo entre mis obsesiones de lector de sus pensamientos. El libro, una vieja edición que se había roto entre tanto viaje, se ha extraviado, así que he tenido que volver a la librería a comprar un nuevo ejemplar. Ahí he estado buscando esa frase, que tantas implicaciones tiene en la historia de Camus, en el origen de su escritura y en su propio origen.
En la edición que yo tuve este era el texto que yo recuerdo. "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento". Sin embargo, en esta que he conseguido ahora hay algunos cambios ligeros que no sé si afectan al fondo de lo que yo recuerdo. Dice: "En cualquier caso, aquel calor hermoso que imperó en mi infancia me vedó cualquier resentimiento".
Escribió Camus esa confesión en el prólogo a sus ensayos primerizos (lo primero que escribió en su vida, cuando tenía 22 años, está en este libro) en 1958, un año después de la concesión del Nobel de Literatura que alcanzó por el conjunto de su obra, y dos años antes de morir en accidente de tráfico. Eran tiempos en que recibió ataques de todo tipo, literarios, políticos, era la época en que se discutía sobre si era Sartre o era Camus el faro de la intelectualidad europea, y él vivía, por lo que se lee en ese prefacio, momentos de desdén hacia el mundo del arte y la cultura literaria en aquel París que él sentía esquivo a pesar de sus éxitos.
Así que esos textos incluyen con mucha frecuencia, como en esa frase que me da vueltas, referencias al resentimiento o a la envidia. Como aquí: "(...) Tras haberme sondeado, puedo asegurar que entre mis numerosas debilidades nunca estuvo el defecto más extendido entre nosotros, me estoy refiriendo a la envidia, auténtico cáncer de las sociedades y las doctrinas".
Afectado sin duda por un mundo en el que hallaba reticencias, se inventó una máxima para seguir andando: "Los principios debemos colocarlos en las cosas grandes; para las pequeñas basta con la misericordia".
 La raíz de sus reflexiones está en el clima de pobreza en que transcurrió su vida durante los mejores años de su juventud. Esa pobreza "no implica forzosamente envidia"; y la enfermedad, que le afectó gravemente también en ese periodo, tampoco le llevó al temor y al desánimo, nunca lo sumió "en la amargura".
"Aquella enfermedad añadía trabas sin duda, y durísimas, a las que ya me aquejaban. Pero a fin de cuentas favorecía esa libertad del corazón, ese leve distanciamiento de los intereses humanos que siempre me protegió del resentimiento".
Es un texto extraño, repleto de una enorme melancolía, quizá la atmósfera moral (de recolección de sus desánimos) en la que habitó en los tiempos en que se le podría imaginar más feliz, más identificado consigo mismo. Fue, sin embargo, el tiempo en que subrayó esta creencia: "A veces veo al hombre como una injusticia en marcha: estoy pensando en mí".

Gorgeous Gregory Peck