Que conste que el título no es mío, sino de la novela homónima del Nobel Saramago, para que luego digan que solo leo la Cuore y el ¡Hola!
Al grano: dime cómo te llamas y te diré cómo eres.
Al menos, de qué iban tus padres cuando naciste, qué culpa tienen las criaturas de las ínfulas de sus progenitores. Mírame a mí, que me llamo Luz María del Mar, así, con todas las letras, y no soy infanta ni soprano ni actriz de culebrones venezolana ni nada.
Eso es un quiero y no puedo y no lo de la Machi en el anuncio de los bífidus
. Nada que ver con mis jefes en este chiringuito, que se autodenominan, por riguroso orden alfabético, Borja, Jan y Lucas, no me digas si eso no es ser fino desde la cuna, siempre ha habido clases. Ahora que, para previsores con la reputación de su prole, Jay-Z y Beyoncé Knowles.
A la diosa del pop y el capo del rap les ha faltado tiempo para patentar el nombre de su cría como marca registrada, informa The Washington Post, toma referencia. Ivy Blue, Hiedra Azul, le han puesto a la nena, pobrecita mía: salir clavadita a papá con semejante cañón del Colorado como madre biológica demuestra mejor que el Nobel de Medicina que la genética es ingrata.
Vicky Beckham ha sido más larga y ya ha puesto a la venta el bolso Harper en honor de su cuarta vástaga, Harper Seven, ocho mesecitos, hermana de Romeo, Brooklyn y Cruz, eso es un nomenclátor pretencioso y no el de los reyes godos.
Vale que a todos los padres se les cae la baba con sus cachorros, pero a algunos famosos se les va la olla según expulsan la placenta, firman los papeles de adopción o le abonan a la madre de alquiler su tarifa. Al lado de los exóticos Moroccan y Egypt, rorros de Mariah Carey y Alicia Keys respectivamente, las Tallulah Willis, Suri Cruise y Apple Paltrow son de una ordinariez insoportable. Por no hablar de la saga Pitt-Jolie: Maddox, Zahara, Pax, Shilow, Vivienne Marcheline y Knox, que está a punto de superar la nómina de General Motors y ya no es noticia.
Aquí tampoco andamos descalzos.
Mira las dos Sorayas vallisoletanas dándose leña en el Congreso. Porque en esto también hay modas. Díselo a la legión de Vanessas, Desirées y Tamaras que le deben su onomástica a las niñas de Manolo Escobar, Karina e Isabel Preysler.
O a los hijos de Simeón Sajonia-Coburgo: Kardam, Kiryl, Kubrat, Konstantin y Kalina, todos con k de kilo, que para eso son príncipes búlgaros en el exilio. Por cierto que Kalina se casó con un tal Kitín quien sabe si para darle gusto al padre, un complejo de Electra en toda regla. Mira, esa es otra. Las vírgenes han hecho mucho daño a las neonatas, fíjate en la cantidad de Peñas, Socorros y, sí, Reglas que aún se ven por el mapa.
Ahí la que ha roto con el pasado y ha abierto fronteras es Paz Vega. Orson, Ava y Lenon le ha puesto a sus retoños, qué menos, por algo lleva lustros postulándose en Hollywood.Y es que nunca estamos contentos. Hace nada, llamarse Casilda, Mencía, Jimena, Brianda, Asela o Cayetana era de pueblerinas y ahora responde de tal guisa lo más granado del pijerío. Si lo sé, me pido el nombre de mi abuela, que se llamaba Gabina, pobre, la santa del día, y hoy queda vintage que te cagas. Total, ya lo decía Gracita Morales en La ciudad no es para mí, de Paco Martínez Soria: Tanto Luchi tanto Luchi y se llama Luciana.