El flamante fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, aguantó a pie firme el primer envite de los conspiranoicos del 11-M, poquitos pero insistentes, pero se ha rendido a la segunda tanda de patadas a las espinillas.
Y se investigarán, dice, unos hierros con los que alguien se ha topado —ahora, ocho años después del salvaje atentado— arrumbados en un desvencijado cobertizo.
Y eso que los propios descubridores ya dan por descontado, y así lo han dicho y escrito, que no servirá de nada, porque después del tiempo transcurrido, y sin cadena de custodia, cualquier improbable hallazgo será para tirarlo a la papelera. Amén de que Torres-Dulce no puede ignorar que los trenes se desguazaron, como no podía ser de otra manera, después de una investigación pericial exhaustiva de la Policía Nacional y de la Guardia Civil.
Pronto se ha rendido el fiscal general, que ante tanta generosidad en las dádivas a los apasionados peticionarios, le van a freír a exigencias. Las cumplirá una, dos, hasta cien veces. Pero quizá a la ciento y una, todavía más enloquecida que las anteriores, se resistirá.
Pues prepárese, que la que entonces le caerá será de órdago.
Los conspiranoicos son como el monstruo comegalletas de Barrio Sésamo: insaciables.
Y los del 11-M, tan racialmente hispánicos, lo son todavía más, porque han contado y cuentan con la ayuda inestimable del primer partido de la oposición antes, en el Gobierno ahora.
En fecha cercana, por ejemplo, recibieron la de Javier Arenas, número tres del PP y quizá próximo presidente andaluz.
Se imagina alguien a los máximos jefes del partido republicano —o demócrata— estadounidense, jaleando en radios y televisiones a quienes aún creen que el hombre nunca pisó la Luna y que todo fue un montaje de la NASA o, por aproximarnos más a los nuestros, aquellos que han llenado la Red de ridículas interpretaciones de los terribles atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001? Pues aquí ha ocurrido y ocurre.
Todo esto no pasaría de ser una broma risible, si no fuera porque cada vez que el bulo, la mentira y la insidia se resiembran, curiosamente una y otra vez en los aledaños del aniversario de aquella tragedia que segó la vida de 192 inocentes en Madrid, hay una víctima, una madre, un hijo o un esposo que sufren en sus carnes la manipulación de unos fanáticos.
Y Torres-Dulce ha accedido a marear esa fétida perdiz.
Y se investigarán, dice, unos hierros con los que alguien se ha topado —ahora, ocho años después del salvaje atentado— arrumbados en un desvencijado cobertizo.
Y eso que los propios descubridores ya dan por descontado, y así lo han dicho y escrito, que no servirá de nada, porque después del tiempo transcurrido, y sin cadena de custodia, cualquier improbable hallazgo será para tirarlo a la papelera. Amén de que Torres-Dulce no puede ignorar que los trenes se desguazaron, como no podía ser de otra manera, después de una investigación pericial exhaustiva de la Policía Nacional y de la Guardia Civil.
Pronto se ha rendido el fiscal general, que ante tanta generosidad en las dádivas a los apasionados peticionarios, le van a freír a exigencias. Las cumplirá una, dos, hasta cien veces. Pero quizá a la ciento y una, todavía más enloquecida que las anteriores, se resistirá.
Pues prepárese, que la que entonces le caerá será de órdago.
Los conspiranoicos son como el monstruo comegalletas de Barrio Sésamo: insaciables.
Y los del 11-M, tan racialmente hispánicos, lo son todavía más, porque han contado y cuentan con la ayuda inestimable del primer partido de la oposición antes, en el Gobierno ahora.
En fecha cercana, por ejemplo, recibieron la de Javier Arenas, número tres del PP y quizá próximo presidente andaluz.
Se imagina alguien a los máximos jefes del partido republicano —o demócrata— estadounidense, jaleando en radios y televisiones a quienes aún creen que el hombre nunca pisó la Luna y que todo fue un montaje de la NASA o, por aproximarnos más a los nuestros, aquellos que han llenado la Red de ridículas interpretaciones de los terribles atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001? Pues aquí ha ocurrido y ocurre.
Todo esto no pasaría de ser una broma risible, si no fuera porque cada vez que el bulo, la mentira y la insidia se resiembran, curiosamente una y otra vez en los aledaños del aniversario de aquella tragedia que segó la vida de 192 inocentes en Madrid, hay una víctima, una madre, un hijo o un esposo que sufren en sus carnes la manipulación de unos fanáticos.
Y Torres-Dulce ha accedido a marear esa fétida perdiz.