Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 mar 2012

Enrique Morente & Luis García Montero - ETNOSUR

No todos los filósofos matan a sus mujeres,o quizás solo les roban la personalidad?


Louis Althusser (1918-1990), fotografiado en 1978 en París. / JACQUES PAVLOVSKY / SYGMA / CORBIS
 En su momento este terrible suceso se interpretó como el símbolo de la caída moral de una ideología.
En la mañana brumosa y melancólica del domingo 16 de noviembre de 1980, en un apartamento de la Escuela Normal Superior, de la calle Ulm, de París, un filósofo de referencia, reconocido en todo el mundo, el último resistente ideológico del marxismo, estranguló a su mujer al pie de la cama.
El imperio soviético era ya en esos años un baluarte carcomido en una fase de estancamiento que precedió a la bancarrota.
En plena guerra fría los intelectuales franceses de izquierdas, escandalizados por la corrupción, por los crímenes estalinistas salidos a la luz o por haber superado una doctrina que creían periclitada, comenzaron a desertar, pero Louis Althusser resistía.
 Su pensamiento crítico trabajaba en dar salida y adaptar la filosofía de Marx al nuevo espíritu de la época. Lenin y la filosofía. Para leer El Capital. Curso de filosofía para científicos, estos libros estaban en la biblioteca de cualquier universitario progresista.
Había nacido en Birmandréis, Argelia, en 1918. Sus primeros recuerdos eran de unos cerros lejos de la ciudad donde su abuelo materno, Pierre Berger, ejercía de guarda forestal, solo con su mujer y dos hijas, Lucienne y Juliette. Desde aquellas alturas se veía el mar y la vida era feliz y salvaje. Sobre aquella naturaleza tan limpia comenzó a desarrollarse esta turbia historia.
La familia Althusser tenía dos hijos, Louis y Charles. Lo domingos solía subir hasta la cabaña forestal de su amigo Pierre para que los niños jugaran con las niñas, mucho más pequeñas. Había gigantescos eucaliptos, un estanque, perros y caballos, limoneros y naranjos. Eran cuatro, siempre iban los cuatros niños juntos, crecieron juntos y llegado el momento los padres decidieron casarlos, Louis con Lucienne y Charles con Juliette, pero antes sobrevino la Gran Guerra y los dos hermanos Althusser fueron alistados y marcharon al frente, uno de aviador, otro de artillero.
En 1917 la joven Lucienne ejercía el oficio de maestra en una escuela cerca del parque Galland en la ciudad de Argel cuando Charles regresó del frente con un mes de permiso y trajo la aciaga noticia de que su hermano Louis había muerto en los cielos de Verdún, abatido su aeroplano durante una maniobra de observación. Lucienne quedó trastornada, pero Charles la llevó aparte a un rincón oscuro de un jardín y le propuso ocupar en su corazón el puesto de su hermano.
 Era guapa y deseable. En medio de una gran zozobra ella aceptó sustituirlo por su prometido y la ceremonia religiosa del casamiento se celebró en febrero de 1918, como un apaño entre las familias.
Según propia confesión, Lucienne se sintió violada en la noche de bodas, luego fue humillada con las juergas de su marido en las que dilapidó todos sus ahorros de maestra y luego supo que compartía su irrefrenable impulso sexual con una amante llamada Louise.
 El artillero Charles partió de nuevo hacia el frente dejando a su esposa violada, robada y trastornada.
De esa convulsión nació el primogénito al que impusieron el nombre de Louis en recuerdo del que pudo haber sido su padre, un nombre que a Althusser le causaba horror, puesto que lo llevó siempre inscrito como una marca siniestra en el subconsciente, unida a la imagen de una madre mártir que le sangraba como una herida.
La figura del padre, un tipo alto, fuerte, autoritario, con un revólver disponible en el cajón de la mesa del despacho, profundamente sensual, devorador de carne sangrante en la mesa, comenzó a imponerse en la conciencia de su hijo Louis hasta anularlo.
Muchos años después, a la hora de purgar la responsabilidad de haber estrangulado a su esposa Hélène, confesaría que, tal vez, en el fondo de su culpa estaba la traslación que su progenitor había operado en su delirio.
Louis Althusser era un buen estudiante.
Su padre estaba orgulloso de él y al mismo tiempo lo tenía aterrorizado.
 Cuando en 1929 consiguió una beca le preguntó qué regalo quería. “Una carabina” —respondió el aprendiz de filósofo pensando en complacerle—. El subconsciente funcionó.
Un día tuvo la idea de jugar a matarse con ese arma. La apuntó contra su vientre creyendo que estaba descargada. Iba a apretar el gatillo, pero, de pronto, desistió y luego comprobó que tenía una bala en la recámara sin saber quién la había metido allí.
Aquel día comenzó a pensar por primera vez, lleno de pánico, que su padre deseaba su muerte porque había descubierto sus tendencias homosexuales.
El odio que el filósofo Althusser profesó a su padre a lo largo de toda su vida se debía al doble martirio que había infligido a su madre, violarla en el lecho por las noches y humillarla en público al galantear con sus amigas
. Había dejado a Lucienne el hogar y los hijos, para él se había reservado el trabajo, el dinero y el mundo exterior.
Llegado el tiempo cuando Althusser ya era un ser misántropo y paranoico, sobre este sustrato vital entró la figura de su mujer Hélène, condenada a soportar sus continuas depresiones.
 El martirio de su esposa se sobrepuso al de su madre.
Se estaba repitiendo la historia.
 Frente al éxito intelectual del filósofo reconocido en todo el mundo, Hélène vivía condenada a un segundo plano, nadie preguntaba por ella, para los devotos y admiradores de su marido ella no existía.
 El hecho de que todas las llamadas fueran para él y ninguna para su mujer el filósofo lo llevaba como un suplicio entre la compasión y el desprecio.
No obstante era Hélène la que lo llevaba al hospital, la que atendía a todas sus necesidades diarias mientras él sentía que estaba reproduciendo con su mujer el mismo tormento que su padre había ejercido con su madre.
Así transcurrieron los hechos, según propia confesión ante la policía, aquella brumosa y melancólica mañana del domingo 16 de noviembre de 1980.
 De pronto Louis Althusser se ve levantado en bata en su apartamento de la École Normale; eran las nueve de la mañana y en la ventana alta se filtraba una luz gris a través de unas cortinas viejas
. Frente a él está su esposa tumbada de espaldas, también en bata, y sus caderas reposan sobre el borde de la cama y las piernas abandonadas le llegan hasta el suelo.
 El filósofo arrodillado ante ella se inclina sobre su cuerpo, le da un masaje en el cuello en silencio, como anteriormente le había dado masajes en la nuca, en la espalda y en los riñones, una práctica que había aprendido en el cautiverio nazi.
 Pero esta vez apoyó los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea el alto del esternón y los llevó hacia la zona más dura encima de las orejas.
 El masaje le da una gran fatiga.
 El rostro de su mujer está inmóvil y sereno, con los ojos abiertos mirando el techo. Y de pronto, al filósofo le invade el terror, los ojos de Hélène están fijos y su lengua reposa entre sus dientes y sus labios.
 Ha estrangulado a su mujer.
 Lleno de pánico atraviesa los espacios desiertos de la École Normale gritando en busca de un médico.
Durante los diez años siguientes, mientras Louis Althusser, declarado no culpable, pasó por diversos psiquiátricos, el universo comunista entró en barrena.
El intelectual resistente que había establecido las nuevas bases teóricas del marxismo murió en 1990, un año después de la caída del muro de Berlín, pero en realidad el hecho de que el filósofo marxista de guardia estrangulara a su mujer fue tomado como el símbolo de la violencia de una doctrina que ya estaba a punto de perecer a manos de la nueva filosofía.

Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer

Nadie considera controvertida la propuesta de extender la formación de pares morfológicos a los nombres de profesiones y cargos (ingeniero-ingeniera, etc.), hoy universalmente aceptada
. Aun así, no parecen admitir estas guías que una profesional de la judicatura pueda elegir entre ser jueza o ser juez, ni que una licenciada en Medicina pueda escoger entre ser llamada médica o médico, a pesar de que se ha constatado en múltiples casos que existen preferencias geográficas, además de personales, por una u otra denominación.
En la guía que patrocina la Junta de Andalucía se critica a la RAE (AND-40) porque en su edición de 1984 todavía aparecían sustantivos sin desdoblar en el Diccionario Académico. No negaré que las críticas retrospectivas tienen sentido como parte de la historia de las ideas sociales (entre ellas, las lingüísticas), pero tampoco que a algunos parece molestarles que la RAE actualice sus obras con el curso de los años, ya que esta modernización los va privando de argumentos para criticarla.
7. Los lectores curiosos e interesados que lean con atención las guías de lenguaje no sexista se formularán un gran número de preguntas lingüísticas, pero me temo que buscarán inútilmente las respuestas entre sus páginas (de nuevo, con la posible excepción de MAL).
 El lector de estas guías habrá aprendido, en efecto, que es sexista decir o escribir El que lo vea (MUR-4) en lugar de Quien lo vea; que también lo es la expresión Los futbolistas (AND-37) en lugar de Quienes juegan al fútbol; que no debe hablarse de los requisitos exigidos para acceder a plazas de Profesores no Asociados (UNED-5), sino de los requisitos exigidos para acceder a las plazas de Profesorado no Asociado; que un periodista no debe escribir Los españoles irán a las urnas el próximo domingo, sino La población española irá a las urnas el próximo domingo (VAL-24), y que en la redacción de los convenios colectivos deben evitarse expresiones como permiso para acudir a la consulta del médico (CCOO-52), puesto que este uso discrimina a las médicas.
Una vez que haya asimilado todas estas directrices, el lector se preguntará probablemente si es o no sexista usar el adjetivo juntos, masculino plural, en la oración Juan y María viven juntos. Como este adjetivo “no visibiliza el femenino”, en este caso el género del sustantivo María, es de suponer que esta frase es sexista. Tal vez el que la construyó debería haber dicho …viven en compañía para no ser discriminatorio con las mujeres.
Pero, ¿qué hacer si el predicado fuera …están contentos,están cansados o …viven solos? ¿Deberían tal vez usarse en estos contextos adjetivos que no hagan distinción en la concordancia de género, como alegres o felices, o locuciones que no la requieran, como en soledad? De nuevo, ninguna respuesta.
¿Será o no sexista el uso de la expresión el otro en la secuencia Juan y María se ayudan el uno al otro en lo que pueden?
 Como esta expresión tampoco visibiliza el femenino en la concordancia, cabe pensar que esta frase también es sexista. Si a un hombre o una mujer se le escapa la frase Ayer estuvimos comiendo en casa de mis padres, ¿estará siendo sexista? Seguramente sí, se dirá, puesto que el sustantivo padres designa aquí al padre y a la madre conjuntamente.
 Como se sabe, el español no posee un término particular para estos usos, a diferencia del inglés, el francés o el alemán, entre otras lenguas. Así pues, el sustantivo padres tampoco visibiliza a la mujer, a pesar de que la abarca en su designación.
Pero, si hay que evitar estas expresiones, por sexistas, tampoco podremos usar los reyes, mis tíos o sus suegros para designar parejas (ni tus primos para referirse a grupos), ya que la anulación de la visibilidad de la mujer se extiende a todas ellas. ¿Debería entonces pedirse a la RAE que expulsara estas voces de su diccionario (padre: 9. pl. El padre y la madre, DRAE) y de su gramática (Nueva gramática, § 2.2l)?

La insidia inacabable del 11-M

MARCOS BALFAGÓN
El flamante fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, aguantó a pie firme el primer envite de los conspiranoicos del 11-M, poquitos pero insistentes, pero se ha rendido a la segunda tanda de patadas a las espinillas.
 Y se investigarán, dice, unos hierros con los que alguien se ha topado —ahora, ocho años después del salvaje atentado— arrumbados en un desvencijado cobertizo.
Y eso que los propios descubridores ya dan por descontado, y así lo han dicho y escrito, que no servirá de nada, porque después del tiempo transcurrido, y sin cadena de custodia, cualquier improbable hallazgo será para tirarlo a la papelera. Amén de que Torres-Dulce no puede ignorar que los trenes se desguazaron, como no podía ser de otra manera, después de una investigación pericial exhaustiva de la Policía Nacional y de la Guardia Civil.
Pronto se ha rendido el fiscal general, que ante tanta generosidad en las dádivas a los apasionados peticionarios, le van a freír a exigencias. Las cumplirá una, dos, hasta cien veces. Pero quizá a la ciento y una, todavía más enloquecida que las anteriores, se resistirá.
Pues prepárese, que la que entonces le caerá será de órdago.
Los conspiranoicos son como el monstruo comegalletas de Barrio Sésamo: insaciables.
Y los del 11-M, tan racialmente hispánicos, lo son todavía más, porque han contado y cuentan con la ayuda inestimable del primer partido de la oposición antes, en el Gobierno ahora.
En fecha cercana, por ejemplo, recibieron la de Javier Arenas, número tres del PP y quizá próximo presidente andaluz.
Se imagina alguien a los máximos jefes del partido republicano —o demócrata— estadounidense, jaleando en radios y televisiones a quienes aún creen que el hombre nunca pisó la Luna y que todo fue un montaje de la NASA o, por aproximarnos más a los nuestros, aquellos que han llenado la Red de ridículas interpretaciones de los terribles atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001? Pues aquí ha ocurrido y ocurre.
Todo esto no pasaría de ser una broma risible, si no fuera porque cada vez que el bulo, la mentira y la insidia se resiembran, curiosamente una y otra vez en los aledaños del aniversario de aquella tragedia que segó la vida de 192 inocentes en Madrid, hay una víctima, una madre, un hijo o un esposo que sufren en sus carnes la manipulación de unos fanáticos.
Y Torres-Dulce ha accedido a marear esa fétida perdiz.