La aparición del cannabis de cultivo nacional, la denominada nederwiet (hierba holandesa), ha dado un vuelco al pragmatismo que ha regulado desde 1976 las drogas blandas en el país.
Con una política de información, prevención, tratamiento y control del daño causado por los narcóticos, ese año fue despenalizada la venta y consumo de cannabis.
Poco después surgieron los famosos coffeeshops, el establecimiento hostelero made in Holland por excelencia. Libres de alcohol y tragaperras, dentro puede adquirirse y fumar hasta cinco gramos de marihuana. Fuertemente regulados para evitar la venta a menores, hay 650 en todo el país.
Sobre el papel, la decisión del legislador de separar así el mercado de drogas blandas y duras parecía funcionar. Sin aumentar el consumo, la venta tolerada de marihuana evitaba que el comprador acabara en el mercado negro. La nederwiet ha cambiado las cosas.
No solo ha convertido los coffeeshops en centros difíciles de manejar. Con el tiempo, ha propiciado la afloración del crimen organizado. Para librarse de las mafias locales, algunos dueños han optado por cultivar la marihuana ellos. O bien encargarla a gente de su confianza. Ante la evidencia de que la holandesa es mucho más fuerte que la de importación, el Gobierno se ha adaptado a la realidad. En nombre de la salud pública, a partir de la próxima primavera el cannabis con una concentración de tetrahidrocannabinol (THC), su principio activo, superior al 15%, será considerado droga dura.
No podrá venderse en los coffeeshops, que se arriesgan al cierre si vulneran la norma. Los análisis de sus existencias —guardan hasta un máximo de 500 gramos— serán frecuentes, y deberán informar al comprador del origen del producto. Las tres cuartas partes de la droga cultivada en Holanda —donde hay 40.000 cultivos de marihuana que generan, al año, unos beneficios de 2.000 millones de euros— tiene una concentración de THC entre el 15% y el 18%.
La importada no supera el 6,6%, según un análisis del Instituto Trimbos, especializado en salud y adicciones. De modo que la tolerancia exhibida durante décadas por la policía llega a su fin.
La decisión ha venido precedida de un informe oficial que apunta al “aumento del riesgo de dependencia y trastornos psicóticos del cannabis fuerte”. Margriet van Laar, coordinadora del estudio que evalúa anualmente el uso de drogas en Holanda, señala que los más jóvenes “aficionados a la maría fuerte, pueden sufrir efectos adversos”. “Si un adolescente fuma mucho, la droga interfiere en el desarrollo de su cerebro. Puede derivar en una dependencia asociada a desórdenes mentales. Además de combatir el crimen, la nueva política trata de proteger a los más vulnerables.
Se ha visto que los fumadores de poca edad tienen antes otros problemas, ya sean familiares, personales o de marginación”, dice, desde el Instituto Trimbos.
Un estudio publicado en octubre de este año por el Journal of Neuroscience, y efectuado por neurólogos de la Universidad británica de Bristol, observó “comportamientos distorsionados semejantes a la esquizofrenia”, en ratones inyectados con una sustancia que simula el efecto del THC. Entrenados para buscar comida, no podían decidir si hacerlo a derecha o a izquierda al llegar a una bifurcación en un laberinto. La zona del cerebro responsable de la memoria y la toma de decisiones había sufrido una alteración. “Las personas sanas pueden presentar síntomas como los esquizofrénicos debido al THC”, escribe Matthew Jones, principal investigador del trabajo.
Otros análisis ya habían detectado problemas pasajeros de concentración, memoria y coordinación, después de fumar marihuana.
El debate sobre los efectos médicos del cannabis está lejos de cerrare.
Un informe conocido ayer, publicado en The Journal of the American Medical Association, señala que los daños en el pulmón del cannabis son menores a lo esperado. Un estudio que comparó a fumadores crónicos de marihuana con los que solo consumen tabaco no encontró más tendencia entre los primeros a desarrollar males como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, ni un peor funcionamiento del órgano.
Una explicación que manejan los autores es que el THC perjudique menos el pulmón por sus efectos antiinflamatorios.
Otra cosa, sin embargo, son sus efectos en la mente.
Según el instituto Jellinek, dedicado al tratamiento y prevención de toxicomanías, “una cierta predisposición genética a la esquizofrenia, unida al uso de marihuana, aumenta el riesgo de padecer la enfermedad”. “No está demostrado que en personas sin ese factor genético favorable vaya a desarrollarse”, subraya la documentación del centro. Y continúa: “Si el uso intensivo se prolonga más de una década, la memoria puede resultar dañada para siempre.
A su vez, parece posible que los usuarios muy jóvenes sufran problemas de memoria a largo plazo”. Datos del propio Jellinek señalan que los holandeses empiezan a consumir cannabis hacia los 14 años. Entre los 20 y los 24 años se produce un pico. Este baja significativamente a partir de los 30-40 años. En 2009, el Ministerio de Justicia calculó que unas 363.000 personas entre 15 y 64 años habían consumido cannabis.
El grupo con problemas de adicción oscilaba entre 24.000 y 46.000 ciudadanos. Holanda tiene 16 millones de habitantes.
“Hay que poner las diferentes cifras en perspectiva. Los estudios epidemiológicos suelen señalar a España como el principal país consumidor de cannabis y cocaína”, continúa Van Laar.
“Hay un dato sin contrastar, pero posiblemente cercano a la realidad, y es que cerca del 80% de la nederwiet se exporta. Así que fuera también piden una hierba de gran potencia”. En un sondeo de 2009 aportado por Jellinek, y relativo al consumo de marihuana, un 7% de la población admitió haberla usado (un mes antes de la consulta) en España, Estados Unidos e Italia.
Le siguen Francia e Inglaterra, con un 5%. Holanda aparece después, con un 4%. Tras ella Irlanda y Bélgica, con un 3%. En Alemania, Austria, Portugal, Noruega y Finlandia dijo haberla usado un 2%. Suecia y Grecia están a la cola, con un 1%.
“La decisión oficial está clara porque regula la venta al público del cannabis fuerte.
Pero la trastienda sigue sin arreglarse. Se mantiene el dilema del consumo legal frente a un cultivo perseguido por la justicia. Y este Gobierno de centro-derecha ya ha dicho que no quiere hacer experimentos con lo que es, en realidad, una paradoja legislativa”, concluye la experta.
En puridad, la paradoja se deriva de una laguna jurídica. La Ley del Opio holandesa prohíbe la producción, posesión y tráfico de drogas, duras y blandas, pero no penaliza el uso recreativo del cannabis.
Es decir, si bien cultivarlo para su venta es ilegal, puede comprarse sin problemas en un coffeeshop. En la práctica, los dueños se abastecen en un mercado ilícito, pero la policía no les molesta si cumplen las reglas impuestas a sus locales.
A lo largo del tiempo, han proliferado los cultivos de hierba holandesa en invernaderos clandestinos, viviendas, terrenos agrícolas y hasta sótanos.
A veces, el desmantelamiento de una plantación encubierta se ha producido por casualidad. Los recibos del agua y la luz eran excesivos, y la policía, al entrar, halló pisos enteros forrados de plantas regadas por aspersión e iluminadas sin pausa.
Otras veces, la marihuana estaba camuflada entre unos maizales. También algunos dueños de coffeeshops han recurrido a sembrar la cantidad necesaria para su venta particular. Sin olvidar la sorpresa constante de los turistas al comprobar que el mercado de las flores de Ámsterdam vende bolsas de semillas de marihuana. La policía no interviene porque el delito es cultivarla.
Todo ello es perseguido por las fuerzas del orden, que recuerdan las penas impuestas para el tráfico, cultivo, fabricación, transporte y venta de drogas blandas (y duras): hasta 4 años de cárcel (12 con las duras) o 74.000 euros de multa. La posesión de más de 30 gramos de cannabis puede acarrear dos años de prisión, o 18.500 euros de sanción. Hasta 30 gramos, un mes de reclusión o 13.700 euros.
“La paradoja es un hecho. Pero cambiar la legislación requiere un acuerdo político que no parece posible de momento”, admite Martijn Bruinsma, del Ministerio de Justicia.
“Considerar el cannabis fuerte una droga dura servirá para controlar mejor la situación.
Que el producido en Holanda tenga porcentajes tan altos de THC responde a los procesos de manipulación de la planta. Los coffeeshops saben lo que venden y la responsabilidad es suya”, añade. Su jefe y titular del ministerio, Ivo Opstelten, lo dijo muy claro en noviembre pasado:
“Si no pueden medir el THC, tendrán que cerrar los establecimientos”.
Justicia no cree que los controles previstos arrojen al cliente al delito. “Los ciudadanos quieren fumar marihuana seguros y relajados. No en lugares lúgubres y peligrosos. Tampoco los turistas, que para eso ya tienen el circuito ilegal en sus países”, sentencia Bruinsma.
Con su relativo silencio, apenas unos zumos y frutos secos a la venta, vigilancia (es preciso mostrar el pasaporte), y tablones con precios y variedades claros, los coffeeshops pretenden conservar su imagen de lugares de confianza.
El dibujo de una hoja de maría en el cristal de la ventana suele ser la única huella externa de la naturaleza del lugar.
Pero ninguno puede evitar el efecto llamada, la clientela excitada y los problemas derivados del merodeo de grupos variopintos por los alrededores
. Hay turistas europeos que fuman y se marchan del local sin rechistar. Cuando el viajero llega de Estados Unidos, por ejemplo, la sorpresa de tomar a la luz del día una droga que en su país les llevaría a la cárcel, suele ser más sonora.
Otra paradoja, esta vez causada por la aplicación de la Ley del Tabaco, impide fumarlo en el interior. Solo se permite hachís. (Para los que quieran comparar el rastro dejado en el organismo por ambos productos, en Jellinek calculan que cuatro porros equivalen a 20 cigarrillos).
De modo que el complemento de la nueva normativa sobre el cannabis, conllevará aún otro cambio. El coffeeshop se transformará en un club para socios con carné. El pase será solo para ciudadanos con pasaporte holandés, o bien permiso de residencia.
Un circuito cerrado que el Gobierno utilizará para atajar el creciente turismo de la droga. “El Tratado de Schengen abre las fronteras de la UE, pero también exige un control de este tipo de visitantes”, recuerdan en Justicia.
En Maastricht, que linda al sur con Bélgica y Alemania, el flujo de extranjeros es muy visible. En especial los fines de semana. Con locales tanto en tierra firme como en barcos atracados en el río Mosa (Maas), que da nombre a la ciudad, el Consistorio ha pedido más tiempo para ponerse al día con los carnés.
“Por su posición geográfica, contener las visitas llevará tiempo”, explican fuentes ministeriales.
¿Qué piensan de todo esto los vendedores? La Asociación Nacional de coffeeshops asegura que no puede controlar al detalle el producto.
Con todo, es favorable a los controles de calidad, “siempre que podamos participar”.
La asociación para la abolición de la prohibición del cannabis, por su parte, teme que la aparición de un mercado paralelo para la variedad fuerte que el Gobierno quiere erradicar.
También alega que la proporción de THC varía de una planta a otra, y los análisis obligatorios de muestras de droga pueden ser difíciles de hacer.
En este panorama de endurecimiento legal, permanece intacta la venta de cannabis medicinal, aprobada en 2003. Producido por cultivadores aprobados por el Gobierno, es recetado por los médicos para aliviar la rigidez muscular de la esclerosis múltiple, el malestar de la quimioterapia del cáncer, y los dolores crónicos del sistema nervioso, entre otros.
Los partidarios de la despenalización completa del cannabis, se preguntan si no podría arbitrarse una fórmula parecida, que permitiera sembrar varias plantas por persona.
La respuesta oficial ha sido negativa. “Cualquier cultivo ajeno a Bedrocan, la empresa autorizada para fabricar la droga de uso médico, está prohibido”. Bedrocan sí puede exportarla, de acuerdo con la Oficina Estatal del Cannabis Medicinal. Italia, Alemania, Polonia, Israel, Estados Unidos y Canadá figuran hoy entre sus clientes con fines terapéuticos.
12 ene 2012
La muerte de Natalie Wood fue un accidente La nueva investigación sobre la muerte de la actriz mantiene la tesis inicial
La nueva investigación sobre la muerte de la actriz Natalie Wood confirma la tesis de que fue un accidente, tal y como determinaron las autoridades tras su ahogamiento en 1981, publicó ayer en su web el diario Los Angeles Times
El fallecimiento de Wood volvió a la actualidad el pasado mes de noviembre cuando la Policía de Los Ángeles decidió estudiar de nuevo lo ocurrido a la protagonista de West Side Stor después de que llegó a sus manos información "fiable" y "creíble" de "varias fuentes" que planteaba nuevos interrogantes.
Según comentó el detective jefe del condado, William McSweeney, al periódico californiano, las semanas de entrevistas y trabajo de análisis no han arrojado evidencias de que la muerte de Wood se tratara de un homicidio.
"En este momento, es una muerte accidental", aseguró McSweeney, quien apuntó que la investigación aún seguía en marcha para esclarecer definitivmente los hechos pero dudó también de que esas pesquisas fueran a deparar una conclusión distinta a la del accidente.
El cuerpo sin vida de la actriz fue hallado flotando en el Pacífico, frente a la costa angelina, el 29 de noviembre de 1981, cuando la actriz tenía 43 años.
La investigación en su momento determinó que Wood, después de haber bebido en exceso y de una discusión con su pareja, Robert Wagner, quiso dejar el yate en el que se encontraba. Intentó subirse en un bote de goma pero se cayó al agua y se ahogó, puesto que no sabía nadar.
En un libro publicado en 2009, el capitán del yate Dennis Davern acusó a Wagner de ser "responsable" del final de Wood.
Según comentó el detective jefe del condado, William McSweeney, al periódico californiano, las semanas de entrevistas y trabajo de análisis no han arrojado evidencias de que la muerte de Wood se tratara de un homicidio.
"En este momento, es una muerte accidental", aseguró McSweeney, quien apuntó que la investigación aún seguía en marcha para esclarecer definitivmente los hechos pero dudó también de que esas pesquisas fueran a deparar una conclusión distinta a la del accidente.
El cuerpo sin vida de la actriz fue hallado flotando en el Pacífico, frente a la costa angelina, el 29 de noviembre de 1981, cuando la actriz tenía 43 años.
La investigación en su momento determinó que Wood, después de haber bebido en exceso y de una discusión con su pareja, Robert Wagner, quiso dejar el yate en el que se encontraba. Intentó subirse en un bote de goma pero se cayó al agua y se ahogó, puesto que no sabía nadar.
En un libro publicado en 2009, el capitán del yate Dennis Davern acusó a Wagner de ser "responsable" del final de Wood.
El libro, modelo para armar por Juan Cruz
La desaparición de la Dirección General del Libro coincide con los mayores desafíos de la cultura escrita. No se trata de llorar por la muerte de un ente burocrático, sino de preguntarse qué significa su ausencia.
Imaginemos esto que parece ficción: el Gobierno de 2043 decide la disolución del Museo del Prado en un organismo llamado Industrias de la Pintura. Este no es 'un problema industrial', ni lo va a resolver la industria
La lectura es una de las deficiencias nacionales, lo muestran las estadísticas educativas
¿Eso es bueno, eso es malo? Según, como diría un gallego.
Según quien aplique las políticas, y según qué sean estas políticas, decía el presidente de los libreros de Madrid, Fernando Valverde. "La idea te descoloca. Pero estoy seguro de que lo resolverán.
Porque la Dirección del Libro ha sido fructífera. Y espero que donde esté lo siga siendo".
En tiempos oprobiosos, la Dirección del Libro fue el vehículo de la censura, por ejemplo; pero también fue Instituto Nacional del Libro, y desde los tiempos de la Unión de Centro Democrático, fue Dirección General del Libro, una pared con muchas ventanas. Los creadores, los editores, los libreros, los lectores..., todo ese entramado de la cultura escrita acudía a esas ventanillas.
Tuvo pujanza, qué duda cabe; en los primeros tiempos de Jaime Salinas; el director general del Libro con el que se inauguró la época socialista, el que fuera creador, con José Ortega y con Javier Pradera, de Alianza Editorial, pensó una idea gloriosa: si funcionaban las bibliotecas públicas, si estas se nutrían abundantemente de la producción editorial española, era muy posible que la industria, esa palabra, floreciera algún día.
No se hizo todo, es verdad, y Salinas se comió las uñas y el ánimo en medio del marasmo presupuestario; luego vinieron otros tiempos -José Manuel Velasco, Federico Ibáñez, Javier Abásolo, con el PSOE, Fernando Rodríguez Lafuente, Fernando Lanzas, y últimamente con el PSOE Rogelio Blanco- y la Dirección General del Libro siguió abundando en los supuestos para los que había sido creada. Con una fortuna u otra, todos tuvieron un libro de estilo: ayudar al creador a buscar al lector. En España, en el mundo. Enfrente, como una pared ciega, los presupuestos; en lo más cercano, la cicatería propia con la que se ha tratado (también en etapas de bonanza) la aventura cultural de la escritura.
Esa búsqueda del lector ha sido un aliciente y una necesidad, pues solo subsiste la industria si se consume lo que se escribe; pero para que ese edificio no se hunda hace falta un enorme esfuerzo de promoción. A eso, de manera estrambóti-ca o ilusoria, o con mayor eficacia, contribuía la Dirección General. Hacía viajar a los escritores, propiciaba "la necesaria traducción", como decía Javier Pradera, y creaba (debía crear) un clima propicio para que la población entendiera que "la lectura" (la frase es de Saramago) "es buena para la salud".
Es cierto que era un instrumento y un escudo; ahora el libro en todas sus formas (también el libro en formato digital) está viviendo un tsunami que está quemando vivo el suelo, el techo y las paredes del edificio de la industria. ¿Era este el momento más adecuado para retirar el escudo antimisiles que, en términos ideales, constituía la Dirección General del Libro?
No parece que, desde el punto de vista de las metáforas, esenciales en este territorio, el Gobierno haya acertado con su propuesta, aunque ahora depende de la gestión de sus responsables que lo que parece una ausencia se convierta en un proyecto, en una política, como suele decir Santos Juliá, que alivie al sector de la zozobra que sufrió cuando aparecieron las noticias de que la vieja Dirección General del Libro pasaba a otra vida.
José María Lassalle, el secretario de Estado que ahora dirigirá el barco oficial de la cultura, se apresuró el sábado último a decirle a Montserrat Domínguez, en su despedida como tertuliano del programa A vivir que son dos días (la SER), que esa dirección no desaparecía, que se reafirmaba en la nueva denominación.
Ojalá. Valverde dice: "Creo que trabajaremos bien con él". No hay orfandad, dice: "Hay expectativa. Qué harán".
Ojalá. Ahora bien, dicen en el sector que el Gobierno tendría que haber provocado un funeral más solemne para decirle adiós a tanta historia. Imaginen que el Museo del Prado... pero ese es otro cuento. Lo que es tangible ahora es que el libro está en un momento calamitoso, y este no es un problema industrial, ni lo va a resolver la industria.
Un editor me decía estos días que algún día veremos en las escuelas de letras (si siguen existiendo) anuncios para preparar a la gente en el arriscado oficio de leer o de releer; la lectura es una de las deficiencias nacionales, lo muestran las estadísticas educativas, pues afecta desde los primeros a los últimos niveles de la enseñanza, y ahora, en periodo de crisis, pero también en periodos de vacas mejores, lo comprueban las librerías, donde se vende, a duras penas, el género mayor, pero donde cada vez es más difícil que circule aquel género que Jaime Salinas soñaba apoyar desde la adquisición bibliotecaria.
Digamos que esta decisión, tachar el Libro de la Dirección General, relegarlo al lado de las otras industrias, supone mucho más que una decisión burocrática.
El Gobierno socialista ya cayó en la tentación de rebajar el carácter administrativo de la Biblioteca Nacional, acaso para poner en su sitio a los funcionarios, o simplemente porque sí. Ahora, como decía el exdirector general Federico Ibáñez, los que forman parte de la degradación formal arbitrada por esta decisión gubernamental son los autores, y son los lectores. Dice él: "¿Qué pintan ahí los autores?
Pareciera que quedan reducidos al simple papel de proveedores de materia prima. ¿Y los editores y libreros cuya vocación esencial sea la de participar en la cadena de la comunicación, la formación del gusto o los valores sociales? Poco tendrán que hacer en un órgano de la Administración que se interesa por el aspecto industrial de su profesión".
Como cultura, España ha vivido en décadas, en primer lugar gracias a sus editores y a los autores que aquellos han mantenido en sus catálogos incluso cuando los vientos de fronda asaltaban las redes de librerías, épocas de cierto esplendor editorial, y se nos ha llenado la boca, e incluso el estómago, con el estímulo de las estadísticas, que los libreros sufren como nadie.
Ahora las estadísticas son un arma de doble filo, pues indican lo que se edita pero no cuentan, generalmente, lo que se tira o se devuelve. Hemos vuelto a aquellos tiempos en que el legendario Joaquín Díez Canedo (exiliado en México, fundador de Joaquín Mortiz) sabía exactamente qué libros había en sus almacenes y se extrañaba de que se vaciara al fin una caja de novedades... Y los libreros están padeciendo en sus carnes la incertidumbre de la crisis y también la zozobra digital, que aún no se ha empezado a deglutir.
Pero en los buenos tiempos España ha sido una potencia, que desbancó, por largo rato, a la legendaria potencia del eje México-Argentina.
Ahora hay signos bien visibles (editoriales y literarios) de que la (saludable) globalización de la cultura escrita en español ya no tiene centro, o al menos de que el centro ya no está ni en Barcelona ni en Madrid. ¿Por qué?
Pues porque la industria es global, porque los editores ya son globales y porque editar e imprimir ya no depende de un sitio físico, sino de una mente aclarada, de una apuesta, de una decisión, de un entorno cultural que pase de burocracias y exprese entusiasmo y riesgo.
Los españoles que vamos con cierta frecuencia a la FIL de Guadalajara (México) no sabemos, acaso, cómo se llama allí la entidad burocrática que ampara esa fiesta, pero sí sentimos que detrás de eso hay un aliento al que nosotros los españoles no hemos sabido llegar.
Ahora, además, entierran la Dirección General sin decirnos cuál es el destino de ese cadáver. Y, claro, el sector se hace preguntas que parecen plegarias. Y ojalá que sean plegarias atendidas, que el libro no se nos caiga de las manos, ni ahora ni en 2043, cuando el Museo del Prado...
Pero esto sí que era ficción. ¿O no?
Carlos Larrañaga, en estado grave
Carlos Larrañaga, de 74 años, se encuentra en estado grave.
El actor (Barcelona, 1937) está ingresado en el hospital Xanit Internacional, de Benalmádena (Málaga), donde ha sido operado.
Según la información facilitada a EL PAÍS por los médicos que le atienden, Larrañaga fue intervenido el pasado día 9 de enero de un tumor en las vías urinarias. "Se encuentra en la UCI y su estado es grave y la recuperación será larga", han dicho. Y han añadido: "Se trataba de una operación programada pero ha tenido que ser adelantada por la gravedad de su estado".
Los médicos han precisado que facilitan esta información sobre el paciente por deseo de la familia.
Hace dos años Larrañaga sufrió un ictus y tuvo que ser intervenido en cinco ocasiones. "He estado más allá que acá. Si no se ha sabido nada es porque soy muy vanidoso y nunca me gusta dar pena, pero lo he pasado muy mal", dijo entonces.
Larrañaga es uno de los actores más conocidos de la escena española, famoso tanto por su trabajo en el teatro como en series de televisión tan populares como Farmacia de guardia.
Hijo de la actriz María Fernando Ladrón de Guevara y del actor Pedro Larrañaga y hermano de la actriz Amparo Rivelles. A los cuatro años debutó en la película Alma de Dios.
Ha trabajado en películas como Ha llegado un ángel (1961), junto a Marisol; El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán-Gómez; Las verdes praderas (1979), de José Luis Garci.
De los últimos años son Atraco a las 3 y media (2003), Tiovivo C. 1950 (2004), también con Garci; Bienvenido a casa (2005); Luz de Domingo (2007) y Sangre de mayo, 2008.
En el teatro debutó en 1950. En 1959 formó su primera compañía con Gustavo Pérez Puig y estrenó Crimen en Fiske Manor. Ha participado en obras como La cornada, La tercera palabra, Pato a la naranja y La gata sobre el tejado de zinc caliente (1979).
Tras unos años alejado de los escenarios, en 1986 estrenó ¿Qué tal cariño? En 1996 intervino como director e intérprete en la obra ¿Y ahora qué? y tres años después dirigió, produjo y protagonizó Las Mujeres de Jack. De 2000 es la comedia teatral Sin rencor.
Series de televisión
Además, ha protagonizado programas y series de televisión. Con TVE, la serie Los desastres de la guerra (1981); Goya (1985); La huella del crimen (1986) y El séptimo cielo (1989). En 1991 comenzó en la popular serie Farmacia de Guardia, dirigida por Antonio Mercero, en la que trabajó hasta 1995.
Las últimas series en las que ha participado son Señor alcalde (1998), Un hombre solo (1999) y London Street (2003). Además presentó el programa Pequeños grandes genios.
Su último papel en el cine fue hace un año, cuando rodó Los muertos no se tocan, nene, con guion del desaparecido Rafael Azcona y en la que interpretaba a un médico de provincias.
En los últimos días, el actor estaba inmerso en los ensayos de una nueva obra de teatro, Quizás, quizás, en la que compartía cartel con su primera mujer, María Luisa Merlo.
Con ella tuvo tres hijos, Luis, Amparo, y Pedro, este casado con la también actriz Maribel Verdú. Larrañaga aportó al matrimonio otro hijo, Juan Carlos Kako, fruto de una relación anterior.
Años después, Larrañaga contrajo matrimonio con Ana Diosdado, de quien se separó en 1999.
Con ella no tuvo hijos. Un año después, volvía a contraer matrimonio con María Teresa Ortiz-Bau, de quien se separó en 2007. En el mismo año comenzó su relación con la actriz Ana Escribano, con quien tuvo una hija, Paula, que este próximo mes de febrero cumplirá cuatro años. En la primavera de 2010 anunció su divorcio.
El actor (Barcelona, 1937) está ingresado en el hospital Xanit Internacional, de Benalmádena (Málaga), donde ha sido operado.
Según la información facilitada a EL PAÍS por los médicos que le atienden, Larrañaga fue intervenido el pasado día 9 de enero de un tumor en las vías urinarias. "Se encuentra en la UCI y su estado es grave y la recuperación será larga", han dicho. Y han añadido: "Se trataba de una operación programada pero ha tenido que ser adelantada por la gravedad de su estado".
Los médicos han precisado que facilitan esta información sobre el paciente por deseo de la familia.
Su último papel en el cine fue hace un año, cuando rodó 'Los muertos no se tocan, nene', con guion de Rafael Azcona
Larrañaga es uno de los actores más conocidos de la escena española, famoso tanto por su trabajo en el teatro como en series de televisión tan populares como Farmacia de guardia.
Hijo de la actriz María Fernando Ladrón de Guevara y del actor Pedro Larrañaga y hermano de la actriz Amparo Rivelles. A los cuatro años debutó en la película Alma de Dios.
Ha trabajado en películas como Ha llegado un ángel (1961), junto a Marisol; El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán-Gómez; Las verdes praderas (1979), de José Luis Garci.
De los últimos años son Atraco a las 3 y media (2003), Tiovivo C. 1950 (2004), también con Garci; Bienvenido a casa (2005); Luz de Domingo (2007) y Sangre de mayo, 2008.
En el teatro debutó en 1950. En 1959 formó su primera compañía con Gustavo Pérez Puig y estrenó Crimen en Fiske Manor. Ha participado en obras como La cornada, La tercera palabra, Pato a la naranja y La gata sobre el tejado de zinc caliente (1979).
Tras unos años alejado de los escenarios, en 1986 estrenó ¿Qué tal cariño? En 1996 intervino como director e intérprete en la obra ¿Y ahora qué? y tres años después dirigió, produjo y protagonizó Las Mujeres de Jack. De 2000 es la comedia teatral Sin rencor.
Series de televisión
Además, ha protagonizado programas y series de televisión. Con TVE, la serie Los desastres de la guerra (1981); Goya (1985); La huella del crimen (1986) y El séptimo cielo (1989). En 1991 comenzó en la popular serie Farmacia de Guardia, dirigida por Antonio Mercero, en la que trabajó hasta 1995.
Las últimas series en las que ha participado son Señor alcalde (1998), Un hombre solo (1999) y London Street (2003). Además presentó el programa Pequeños grandes genios.
Su último papel en el cine fue hace un año, cuando rodó Los muertos no se tocan, nene, con guion del desaparecido Rafael Azcona y en la que interpretaba a un médico de provincias.
En los últimos días, el actor estaba inmerso en los ensayos de una nueva obra de teatro, Quizás, quizás, en la que compartía cartel con su primera mujer, María Luisa Merlo.
Con ella tuvo tres hijos, Luis, Amparo, y Pedro, este casado con la también actriz Maribel Verdú. Larrañaga aportó al matrimonio otro hijo, Juan Carlos Kako, fruto de una relación anterior.
Años después, Larrañaga contrajo matrimonio con Ana Diosdado, de quien se separó en 1999.
Con ella no tuvo hijos. Un año después, volvía a contraer matrimonio con María Teresa Ortiz-Bau, de quien se separó en 2007. En el mismo año comenzó su relación con la actriz Ana Escribano, con quien tuvo una hija, Paula, que este próximo mes de febrero cumplirá cuatro años. En la primavera de 2010 anunció su divorcio.
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