Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 ene 2012

El libro, modelo para armar por Juan Cruz

La desaparición de la Dirección General del Libro coincide con los mayores desafíos de la cultura escrita. No se trata de llorar por la muerte de un ente burocrático, sino de preguntarse qué significa su ausencia.

Imaginemos esto que parece ficción: el Gobierno de 2043 decide la disolución del Museo del Prado en un organismo llamado Industrias de la Pintura.


Este no es 'un problema industrial', ni lo va a resolver la industria
La lectura es una de las deficiencias nacionales, lo muestran las estadísticas educativas
Solo esa exageración supuesta puede dar idea de la primera impresión que produjo en el sector de la cultura escrita, que es amplio, la decisión del Gobierno de concentrar en una dirección de industrias culturales la definición, hasta ahora sacrosanta, de las políticas del libro.
¿Eso es bueno, eso es malo? Según, como diría un gallego.
Según quien aplique las políticas, y según qué sean estas políticas, decía el presidente de los libreros de Madrid, Fernando Valverde. "La idea te descoloca. Pero estoy seguro de que lo resolverán.
Porque la Dirección del Libro ha sido fructífera. Y espero que donde esté lo siga siendo".
En tiempos oprobiosos, la Dirección del Libro fue el vehículo de la censura, por ejemplo; pero también fue Instituto Nacional del Libro, y desde los tiempos de la Unión de Centro Democrático, fue Dirección General del Libro, una pared con muchas ventanas. Los creadores, los editores, los libreros, los lectores..., todo ese entramado de la cultura escrita acudía a esas ventanillas.
Tuvo pujanza, qué duda cabe; en los primeros tiempos de Jaime Salinas; el director general del Libro con el que se inauguró la época socialista, el que fuera creador, con José Ortega y con Javier Pradera, de Alianza Editorial, pensó una idea gloriosa: si funcionaban las bibliotecas públicas, si estas se nutrían abundantemente de la producción editorial española, era muy posible que la industria, esa palabra, floreciera algún día.
No se hizo todo, es verdad, y Salinas se comió las uñas y el ánimo en medio del marasmo presupuestario; luego vinieron otros tiempos -José Manuel Velasco, Federico Ibáñez, Javier Abásolo, con el PSOE, Fernando Rodríguez Lafuente, Fernando Lanzas, y últimamente con el PSOE Rogelio Blanco- y la Dirección General del Libro siguió abundando en los supuestos para los que había sido creada. Con una fortuna u otra, todos tuvieron un libro de estilo: ayudar al creador a buscar al lector. En España, en el mundo. Enfrente, como una pared ciega, los presupuestos; en lo más cercano, la cicatería propia con la que se ha tratado (también en etapas de bonanza) la aventura cultural de la escritura.
Esa búsqueda del lector ha sido un aliciente y una necesidad, pues solo subsiste la industria si se consume lo que se escribe; pero para que ese edificio no se hunda hace falta un enorme esfuerzo de promoción. A eso, de manera estrambóti-ca o ilusoria, o con mayor eficacia, contribuía la Dirección General. Hacía viajar a los escritores, propiciaba "la necesaria traducción", como decía Javier Pradera, y creaba (debía crear) un clima propicio para que la población entendiera que "la lectura" (la frase es de Saramago) "es buena para la salud".
Es cierto que era un instrumento y un escudo; ahora el libro en todas sus formas (también el libro en formato digital) está viviendo un tsunami que está quemando vivo el suelo, el techo y las paredes del edificio de la industria. ¿Era este el momento más adecuado para retirar el escudo antimisiles que, en términos ideales, constituía la Dirección General del Libro?
No parece que, desde el punto de vista de las metáforas, esenciales en este territorio, el Gobierno haya acertado con su propuesta, aunque ahora depende de la gestión de sus responsables que lo que parece una ausencia se convierta en un proyecto, en una política, como suele decir Santos Juliá, que alivie al sector de la zozobra que sufrió cuando aparecieron las noticias de que la vieja Dirección General del Libro pasaba a otra vida.
José María Lassalle, el secretario de Estado que ahora dirigirá el barco oficial de la cultura, se apresuró el sábado último a decirle a Montserrat Domínguez, en su despedida como tertuliano del programa A vivir que son dos días (la SER), que esa dirección no desaparecía, que se reafirmaba en la nueva denominación.
Ojalá. Valverde dice: "Creo que trabajaremos bien con él". No hay orfandad, dice: "Hay expectativa. Qué harán".
Ojalá. Ahora bien, dicen en el sector que el Gobierno tendría que haber provocado un funeral más solemne para decirle adiós a tanta historia. Imaginen que el Museo del Prado... pero ese es otro cuento. Lo que es tangible ahora es que el libro está en un momento calamitoso, y este no es un problema industrial, ni lo va a resolver la industria.
Un editor me decía estos días que algún día veremos en las escuelas de letras (si siguen existiendo) anuncios para preparar a la gente en el arriscado oficio de leer o de releer; la lectura es una de las deficiencias nacionales, lo muestran las estadísticas educativas, pues afecta desde los primeros a los últimos niveles de la enseñanza, y ahora, en periodo de crisis, pero también en periodos de vacas mejores, lo comprueban las librerías, donde se vende, a duras penas, el género mayor, pero donde cada vez es más difícil que circule aquel género que Jaime Salinas soñaba apoyar desde la adquisición bibliotecaria.
Digamos que esta decisión, tachar el Libro de la Dirección General, relegarlo al lado de las otras industrias, supone mucho más que una decisión burocrática.
El Gobierno socialista ya cayó en la tentación de rebajar el carácter administrativo de la Biblioteca Nacional, acaso para poner en su sitio a los funcionarios, o simplemente porque sí. Ahora, como decía el exdirector general Federico Ibáñez, los que forman parte de la degradación formal arbitrada por esta decisión gubernamental son los autores, y son los lectores. Dice él: "¿Qué pintan ahí los autores?
Pareciera que quedan reducidos al simple papel de proveedores de materia prima. ¿Y los editores y libreros cuya vocación esencial sea la de participar en la cadena de la comunicación, la formación del gusto o los valores sociales? Poco tendrán que hacer en un órgano de la Administración que se interesa por el aspecto industrial de su profesión".
Como cultura, España ha vivido en décadas, en primer lugar gracias a sus editores y a los autores que aquellos han mantenido en sus catálogos incluso cuando los vientos de fronda asaltaban las redes de librerías, épocas de cierto esplendor editorial, y se nos ha llenado la boca, e incluso el estómago, con el estímulo de las estadísticas, que los libreros sufren como nadie.
Ahora las estadísticas son un arma de doble filo, pues indican lo que se edita pero no cuentan, generalmente, lo que se tira o se devuelve. Hemos vuelto a aquellos tiempos en que el legendario Joaquín Díez Canedo (exiliado en México, fundador de Joaquín Mortiz) sabía exactamente qué libros había en sus almacenes y se extrañaba de que se vaciara al fin una caja de novedades... Y los libreros están padeciendo en sus carnes la incertidumbre de la crisis y también la zozobra digital, que aún no se ha empezado a deglutir.
Pero en los buenos tiempos España ha sido una potencia, que desbancó, por largo rato, a la legendaria potencia del eje México-Argentina.
Ahora hay signos bien visibles (editoriales y literarios) de que la (saludable) globalización de la cultura escrita en español ya no tiene centro, o al menos de que el centro ya no está ni en Barcelona ni en Madrid. ¿Por qué?
Pues porque la industria es global, porque los editores ya son globales y porque editar e imprimir ya no depende de un sitio físico, sino de una mente aclarada, de una apuesta, de una decisión, de un entorno cultural que pase de burocracias y exprese entusiasmo y riesgo.
Los españoles que vamos con cierta frecuencia a la FIL de Guadalajara (México) no sabemos, acaso, cómo se llama allí la entidad burocrática que ampara esa fiesta, pero sí sentimos que detrás de eso hay un aliento al que nosotros los españoles no hemos sabido llegar.
Ahora, además, entierran la Dirección General sin decirnos cuál es el destino de ese cadáver. Y, claro, el sector se hace preguntas que parecen plegarias. Y ojalá que sean plegarias atendidas, que el libro no se nos caiga de las manos, ni ahora ni en 2043, cuando el Museo del Prado...
Pero esto sí que era ficción. ¿O no?

 

Carlos Larrañaga, en estado grave

Carlos Larrañaga, de 74 años, se encuentra en estado grave.
El actor (Barcelona, 1937) está ingresado en el hospital Xanit Internacional, de Benalmádena (Málaga), donde ha sido operado.
Según la información facilitada a EL PAÍS por los médicos que le atienden, Larrañaga fue intervenido el pasado día 9 de enero de un tumor en las vías urinarias. "Se encuentra en la UCI y su estado es grave y la recuperación será larga", han dicho. Y han añadido: "Se trataba de una operación programada pero ha tenido que ser adelantada por la gravedad de su estado".
Los médicos han precisado que facilitan esta información sobre el paciente por deseo de la familia.
Su último papel en el cine fue hace un año, cuando rodó 'Los muertos no se tocan, nene', con guion de Rafael Azcona
Hace dos años Larrañaga sufrió un ictus y tuvo que ser intervenido en cinco ocasiones. "He estado más allá que acá. Si no se ha sabido nada es porque soy muy vanidoso y nunca me gusta dar pena, pero lo he pasado muy mal", dijo entonces.
Larrañaga es uno de los actores más conocidos de la escena española, famoso tanto por su trabajo en el teatro como en series de televisión tan populares como Farmacia de guardia.
Hijo de la actriz María Fernando Ladrón de Guevara y del actor Pedro Larrañaga y hermano de la actriz Amparo Rivelles. A los cuatro años debutó en la película Alma de Dios.
Ha trabajado en películas como Ha llegado un ángel (1961), junto a Marisol; El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán-Gómez; Las verdes praderas (1979), de José Luis Garci.
De los últimos años son Atraco a las 3 y media (2003), Tiovivo C. 1950 (2004), también con Garci; Bienvenido a casa (2005); Luz de Domingo (2007) y Sangre de mayo, 2008.
En el teatro debutó en 1950. En 1959 formó su primera compañía con Gustavo Pérez Puig y estrenó Crimen en Fiske Manor. Ha participado en obras como La cornada, La tercera palabra, Pato a la naranja y La gata sobre el tejado de zinc caliente (1979).
Tras unos años alejado de los escenarios, en 1986 estrenó ¿Qué tal cariño? En 1996 intervino como director e intérprete en la obra ¿Y ahora qué? y tres años después dirigió, produjo y protagonizó Las Mujeres de Jack. De 2000 es la comedia teatral Sin rencor.
Series de televisión
Además, ha protagonizado programas y series de televisión. Con TVE, la serie Los desastres de la guerra (1981); Goya (1985); La huella del crimen (1986) y El séptimo cielo (1989). En 1991 comenzó en la popular serie Farmacia de Guardia, dirigida por Antonio Mercero, en la que trabajó hasta 1995.
Las últimas series en las que ha participado son Señor alcalde (1998), Un hombre solo (1999) y London Street (2003). Además presentó el programa Pequeños grandes genios.
Su último papel en el cine fue hace un año, cuando rodó Los muertos no se tocan, nene, con guion del desaparecido Rafael Azcona y en la que interpretaba a un médico de provincias.
En los últimos días, el actor estaba inmerso en los ensayos de una nueva obra de teatro, Quizás, quizás, en la que compartía cartel con su primera mujer, María Luisa Merlo.
Con ella tuvo tres hijos, Luis, Amparo, y Pedro, este casado con la también actriz Maribel Verdú. Larrañaga aportó al matrimonio otro hijo, Juan Carlos Kako, fruto de una relación anterior.
Años después, Larrañaga contrajo matrimonio con Ana Diosdado, de quien se separó en 1999.
Con ella no tuvo hijos. Un año después, volvía a contraer matrimonio con María Teresa Ortiz-Bau, de quien se separó en 2007. En el mismo año comenzó su relación con la actriz Ana Escribano, con quien tuvo una hija, Paula, que este próximo mes de febrero cumplirá cuatro años. En la primavera de 2010 anunció su divorcio.

Se reabre la pugna por el Cervantes

Cultura quiere arrebatar a Exteriores la joya de la promoción del español - Lassalle esgrime que el PP propuso en el Congreso el cambio de ministerio.

 

En 2008 fueron César Antonio Molina y Miguel Ángel Moratinos. Ahora, José Ignacio Wert y José Manuel García-Margallo. Ha cambiado el color político del partido en el Gobierno, pero no el objeto de disputa: el Instituto Cervantes, la joya de la promoción de la cultura española en el exterior, con un presupuesto anual de 100 millones de euros y casi 80 sedes en los cinco continentes, vuelve a ser motivo de discordia entre los responsables de Cultura -convertida ahora en una Secretaría de Estado dentro del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte- y los de Asuntos Exteriores y Cooperación
García-Margallo defiende que el centro siga adscrito a su departamento
La mudanza obligaría a cambiar la ley de creación del centro, de 1991
Exteriores ha ganado el primer asalto, pero el tema sigue abierto
Rodríguez-Ponga es el candidato mejor situado para sustituir a Caffarel
No es casualidad que en sus dos primeras intervenciones públicas, con motivo de la toma de posesión de altos cargos de su departamento, el ministro García-Margallo haya subrayado la necesidad de potenciar el Instituto Cervantes como uno de los instrumentos clave de la política exterior, volcada en la promoción de la marca España, que tiene en la lengua y la cultura una de sus mejores vías de penetración.
Si César Antonio Molina hizo valer su experiencia como exdirector del Cervantes, el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, ha esgrimido la proposición de ley -promovida por él mismo, como portavoz de Cultura del PP- que, en julio de 2010, presentó el Grupo Popular en el Congreso. En la misma se afirmaba, de forma taxativa, que "el Instituto Cervantes estará adscrito orgánicamente al Ministerio de Cultura, ya que es este ministerio el que cuenta con los mejores expertos en el área de la cultura y podrá dotar al instituto de una mayor capacidad para desarrollar por igual todos los fines que se le asignan".
El programa electoral con el que el PP ganó las pasadas elecciones generales no era tan tajante y se limitaba a prometer una "redefinición del papel del Instituto Cervantes".
Las luces rojas se encendieron cuando, en el decreto de reestructuración de los departamentos ministeriales, del 21 de diciembre pasado, se mencionó, entre las competencias del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, "la promoción y difusión de la cultura en español, así como el impulso de las acciones de cooperación cultural y, en coordinación con el Ministerio de Asuntos Exteriores, de las relaciones internacionales en materia de cultura".
Desde el entorno de Cultura se filtró que, por vez primera, dicho departamento tendría "poder de decisión en la acción cultural exterior", lo que en parte compensaría su devaluación desde la categoría de Ministerio a la de Secretaría de Estado.
García-Margallo acudió al Consejo de Ministros pertrechado por un informe de su departamento en el que se subrayaba que las instituciones extranjeras homólogas al Cervantes -el Instituto Goethe alemán, el British Council o la Alianza Francesa- están vinculadas a sus respectivos ministerios de Asuntos Exteriores.
Pero sobre todo, argumentó, la adscripción del Instituto Cervantes a su departamento garantiza el principio de unidad de acción en el exterior y la coherencia de las iniciativas culturales con las comerciales, diplomáticas o de cooperación en un momento en que la acción del Estado está volcada en la lucha contra la crisis económica.
Además, del Ministerio de Asuntos Exteriores depende la sociedad estatal Acción Cultural Española (AC/E), que se formó en diciembre de 2010 a partir de la fusión de otras tres: Acción Cultural en el Exterior, Exposiciones Internacionales y Conmemoraciones Culturales. Aunque el debate no está zanjado, García-Margallo parece haber parado el golpe. Según fuentes gubernamentales, el Cervantes seguirá por ahora bajo su dependencia; entre otras razones, porque llevarlo a Cultura obligaría a cambiar la ley de creación del instituto, de marzo de 1991, y el Gobierno tiene otras tareas legislativas más urgentes. En las próximas semanas deberá constituirse su nuevo Consejo de Administración, que preside el Secretario de Estado para la Cooperación Internacional e Iberoamérica, el diplomático Jesús Gracia, y cuyo vicepresidente es el subsecretario del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Fernando Benzo.
A medio plazo se da por descontado el cese de Carmen Caffarell, directora del Cervantes desde julio de 2007. Su sustituto debe ser nombrado por el Consejo de Ministros, a iniciativa del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y a propuesta conjunta de este departamento y de Asuntos Exteriores y Cooperación.
El candidato más firme para sustituir a Caffarel, según fuentes diplomáticas, es el dirigente del PP Rafael Rodríguez-Ponga, quien fue director general en los ministerios de Exteriores y Cultura y secretario general de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) con los gobiernos de Aznar.
Aunque otras fuentes apuestan por un perfil más mediático, al estilo de César Antonio Molina.
El nuevo director deberá, en todo caso, "redefinir" el Cervantes, al que se reprocha haberse centrado demasiado en la enseñanza del español y descuidar la promoción de la cultura española.

11 ene 2012

*ara todos.

Desearles a todos un feliz año 2012 u comentarles que esta mañana el Blog ha recido varios ataques como la vez anterior, espero que no suceda más y solo haya sido una broma.