Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 dic 2011

La zarzamora - Lola Flores

Sin palabras Crítica del artist de Carlos Boyero

Boyero: "Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien en el cine como con 'The artist"

 

Productores, jefes de marketing y espíritus creativos desgastan sus neuronas intentando averiguar cómo se puede mantener la clientela de las salas oscuras. Hacen remakes de películas que convenía dejarlas como estaban, utilizan el 3D hasta en la sopa, rutinariamente, con la avidez de vender entradas más caras a cambio de ofrecer el más difícil todavía, le ofrecen protagonismo exclusivo a los efectos especiales, creen que algo debe cambiar pero no tienen muy claro qué.
Jean Dujardin
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Jean Dujardin, el protagonista de The artist, en un fotograma de la película.-

THE ARTIST

Dirección: Michel Hazanavicius.
Intérpretes: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman.
Género: comedia. Francia, 2011. Duración: 100 minutos.


Todo fluye con inteligencia, gracia y sentimiento en 'The artist'; una joya
Pero, como en los cuentos de hadas, érase una vez en la que un productor llamado Thomas Langmann financió un proyecto con apariencia suicida, una película muda y en blanco y negro.
Ocurrió al final de la primera década del tercer milenio, cuando ninguna televisión exhibía cine en blanco y negro en la certidumbre de que no las vería ni Dios, cuando casi todos los niños ignoraban que habían existido dos maravillosos hacedores de risa e incluso de lágrimas (lo segundo solo en el caso de Chaplin, la poética de Keaton no se permitía el sentimentalismo), cuando los agoreros o el realismo aseguraban que iban a desaparecer cosas, rituales y costumbres que habían donado entretenimiento, alegría, emoción, consuelo y felicidad a la gente de cualquier parte.
Se titulaba The artist y la parió Michel Hazanavicius, un soñador dotado de fe inquebrantable en su criatura
. Y cuentan las crónicas que esa película presuntamente descabellada enamoró a un público numeroso, le concedieron oscars y multitud de premios e incluso esos seres tan raros cuyo exótico trabajo consistía en hacer críticas de cine le concedieron su solemne bendición. Y si todas esas apetecibles y lógicas cosas no hubieran ocurrido con The artist, daría igual. Nadie podría despojarla de su condición natural de joyita, o de joya a secas.
La historia que narra esta admirable película se ha contado muchas veces (no solo los cinéfilos recuerdan lo que ocurría entre James Mason y Judy Garland en Ha nacido una estrella, también está el recuerdo agradecido del gran público), pero el talento de Hazanavicius logra que suene a algo nuevo, o que no te importe que te la vuelvan a contar.
Sigue las reglas clásicas que marcaron una época en la que el cine no había perdido la inocencia, incluida la milagrosa salvación en el último momento. Algunos listorros deducirán que se sabían esta película de principio a fin y que dado el infinito valor del tiempo no tiene sentido desperdiciarlo. Allá ellos.
Sin el menor rasgo de impostura, sin juguetear frívolamente con la nostalgia, sin estomagantes moderneces, Hazanavicius construye una tragedia que comenzó con risas.
Habla de un rey del cine mudo, vitalista, generoso, elegante, seductor sin esfuerzo, con la seguridad tranquila del que ha vivido largamente los días de vino y rosas, que no ha previsto el ocaso, lo inadecuado de su personalidad para seguir triunfando cuando el cine empieza a hablar, cuando lo que antes era esplendoroso ahora resulta anacrónico o ridículo.
Este hombre acorralado, que como aquel personaje de Fitzgerald ya puede hablar con la autoridad que le otorga el fracaso, que cree haberlo perdido todo, que intenta mantener la dignidad en medio de alcohol amargo y la ruina, aún dispondrá de la última oportunidad, otorgada por una triunfadora enamorada, por alguien con memoria y corazón que se ha adaptado brillantemente a los códigos del nuevo mundo.
Todo fluye con inteligencia, gracia y sentimiento en The artist. Incluida una secuencia tremenda e inolvidable en la que el protagonista empieza a ser consciente de los sonidos de la realidad y de cómo afectarán al cine. Dispone del espléndido actor Jean Dujardin y de la seductora y radiante actriz Bérénice Bejo, acompañados de secundarios magistrales como John Goodman y James Cromwell.
Y todos los espectadores con cerebro y corazón en un determinado momento nos ponemos a bailar claqué aunque no sepamos. Y aplaudimos. Y salimos del cine con una sonrisa duradera y el alma gozosa.
Algo me está pasando, coincido con Boyero, no dejen de verla.

Pilar Miró

Recordarán a Pilar Miró , espero, una mujer que pasó un Consejo de Guerra por una película que criticaba el sistema franquista, mujer luchadora, buena Directora de Cine, una como dicen , mala salud de hierro, operada a corazón abierto, y escrupolosa en filmar las bodas que la casa Real le pidió La de La Infanta Elena y el denostado Urdagarín, pues eso, una mujer nada sofisticada, buenisima en su trabajo, que es lo que nos interesa, al llegar el PSOE al poder, la llaman para ocupar un cargo.
Tiene un hijo que pone como tutor a Felipe Gonzállez, luego tendría muy buena relación, y la destituyen por haberse comprado, no regalado por nadie,, dos o tres o cuatro vestidos de Loewe, para esas reuniones de altos cargos, y se la destituye por emplear dinero público en sus Vesidos, ella alega que si no fuera por el cargo no se los hubiera comprado, pero le exigian ir con buena presencia, croe que fue Guerra el que la puso a los Pies de los Caballos, hasta que pasado un tiempo el Tribunal de Justicia admitió sus razones
. Ella contó como había pasado ese Infierno, los hombres con altos cargos recibian regalos por Navidad y tenían que hacerlo, por lo visto tendrían una partida de Dinero para esos detallitos todos de marca.
Supongo que comprarte un vestido con tu dinero puedes en Zara o en alguna firma de otros Almacenes o boutiques, pero si no se puede no se puede, quizás pensó mal, y fue a por uno o dos vestidos de esa firma, pero hay que pensar en hilar muy fino, ponerte un trapillo por tener que ir representando al gobierno de España en sus eventos, no sé yo, pero a ella en un plis plas la echaron, no hubo tiempo hasta que ella pudo recurrir al derecho al Honor, nadie le dijo nada, no voy a condenar lo que un tribunal dejó claro, "inocente", pues eso, siguió dirigiendo películas, no quiso más cargos, y un dia a poco de filmar la Boda de La Infanta Cristina, murió de un ataque al corazón.
En memoria de una mujer que hizo todo lo que siendo mujer no le perdonaron jamás esos vestidos, pero Boyer era ministro cuando le regaló un Bolso y un Pañuelo de la misma firma a quién hoy es su esposa pero entonces era su amante.

GÜRTEL, un estilo de vida, por Juan Cruz.

Gürtel, un estilo de vida

En las conversaciones de los inculpados por el caso Gürtel hay un gusto por la vida que excluye cualquier complejidad. Es muy curioso anotar lo que se dicen entre ellos, sobre qué hablan en esas conversaciones a veces largas, a veces circunstanciales, pero todas ellas con objetivos bien claros: señalar el afecto ("te quiero un huevo", "amiguito del alma"), calificar al otro ("cabrón", en el peor sentido, "cabrón", en el mejor sentido, "hijoputa", en el mejor sentido, "hijo de puta", en el peor sentido), expresar profecías ("serás el próximo presidente del Gobierno"), o indicar envidia (sana) a quien está en Brasil ("cabrón, tú en Brasil y yo en Orihuela aguantando navajazos").
No extraña, leyendo el resumen que ahora vuelve a hacerse en el juicio popular que tiene lugar en Valencia, que el nuevo presidente valenciano, Fabra, consigne su estupor ante lo que se dice. Lo que pasa es que el presidente de lo que se extraña es de que eso se haya grabado, aparentemente no le preocupa que eso se haya dicho. Pero se ha dicho.
Y en medio de ese mendrugo de pan oscuro que constituyen las conversaciones de los incriminados lo que hay es un objeto bien claro: favorecer, desde el poder a unos amigos; y buscar, desde los aledaños del poder, el enriquecimiento gracias a que los que están en las poltronas públicas son, en mayor o menor grado, "amiguitos del alma".
La estrategia con la que desde el principio se descalificó el caso, desde tribunas públicas y políticas, como una inútil persecución de gente honrada incapaz de venderse "por dos o tres trajes" es un indicativo del aprecio (es decir, el desprecio) que se manifiesta tanto por lo público como por el ejercicio mismo de la ética de la política. Da igual si son dos o tres trajes, da igual si es un traje; lo que se revela en ese conjunto sintáctico de conversaciones vergonzantes es el estilo que estas personas habían construido en su mente, qué cosas llegaban a importarles (el caviar, el reloj, el coche, el móvil, la última generación de cada capricho) y cuál era el índice (cero) de su preocupación por lo que había alrededor, aparte de la naturaleza del afecto que tenían en función de los regalos esperados o de los regalos ofrecidos.
Que ese mendrugo de pan oscuro hubiera sido deglutido impunemente ha sido imposible gracias al ejercicio de la justicia y del periodismo pertinaz, que ahora sigue actuando para vergüenza (por ejemplo, del presidente Fabra) y para ejemplo de aquellos que llegaran a considerar que hacer política es hacer amistades para tener a quienes contentar para pagarles los regalos o incluso los halagos con epítetos como cabrón, hijoputa o amiguito del alma, que de todo ha habido en ese diccionario que ahora se llama Gürtel.