Gürtel, un estilo de vida
En las conversaciones de los inculpados por el caso Gürtel hay un gusto por la vida que excluye cualquier complejidad. Es muy curioso anotar lo que se dicen entre ellos, sobre qué hablan en esas conversaciones a veces largas, a veces circunstanciales, pero todas ellas con objetivos bien claros: señalar el afecto ("te quiero un huevo", "amiguito del alma"), calificar al otro ("cabrón", en el peor sentido, "cabrón", en el mejor sentido, "hijoputa", en el mejor sentido, "hijo de puta", en el peor sentido), expresar profecías ("serás el próximo presidente del Gobierno"), o indicar envidia (sana) a quien está en Brasil ("cabrón, tú en Brasil y yo en Orihuela aguantando navajazos").
No extraña, leyendo el resumen que ahora vuelve a hacerse en el juicio popular que tiene lugar en Valencia, que el nuevo presidente valenciano, Fabra, consigne su estupor ante lo que se dice. Lo que pasa es que el presidente de lo que se extraña es de que eso se haya grabado, aparentemente no le preocupa que eso se haya dicho. Pero se ha dicho.
Y en medio de ese mendrugo de pan oscuro que constituyen las conversaciones de los incriminados lo que hay es un objeto bien claro: favorecer, desde el poder a unos amigos; y buscar, desde los aledaños del poder, el enriquecimiento gracias a que los que están en las poltronas públicas son, en mayor o menor grado, "amiguitos del alma".
La estrategia con la que desde el principio se descalificó el caso, desde tribunas públicas y políticas, como una inútil persecución de gente honrada incapaz de venderse "por dos o tres trajes" es un indicativo del aprecio (es decir, el desprecio) que se manifiesta tanto por lo público como por el ejercicio mismo de la ética de la política. Da igual si son dos o tres trajes, da igual si es un traje; lo que se revela en ese conjunto sintáctico de conversaciones vergonzantes es el estilo que estas personas habían construido en su mente, qué cosas llegaban a importarles (el caviar, el reloj, el coche, el móvil, la última generación de cada capricho) y cuál era el índice (cero) de su preocupación por lo que había alrededor, aparte de la naturaleza del afecto que tenían en función de los regalos esperados o de los regalos ofrecidos.
Que ese mendrugo de pan oscuro hubiera sido deglutido impunemente ha sido imposible gracias al ejercicio de la justicia y del periodismo pertinaz, que ahora sigue actuando para vergüenza (por ejemplo, del presidente Fabra) y para ejemplo de aquellos que llegaran a considerar que hacer política es hacer amistades para tener a quienes contentar para pagarles los regalos o incluso los halagos con epítetos como cabrón, hijoputa o amiguito del alma, que de todo ha habido en ese diccionario que ahora se llama Gürtel.
No extraña, leyendo el resumen que ahora vuelve a hacerse en el juicio popular que tiene lugar en Valencia, que el nuevo presidente valenciano, Fabra, consigne su estupor ante lo que se dice. Lo que pasa es que el presidente de lo que se extraña es de que eso se haya grabado, aparentemente no le preocupa que eso se haya dicho. Pero se ha dicho.
Y en medio de ese mendrugo de pan oscuro que constituyen las conversaciones de los incriminados lo que hay es un objeto bien claro: favorecer, desde el poder a unos amigos; y buscar, desde los aledaños del poder, el enriquecimiento gracias a que los que están en las poltronas públicas son, en mayor o menor grado, "amiguitos del alma".
La estrategia con la que desde el principio se descalificó el caso, desde tribunas públicas y políticas, como una inútil persecución de gente honrada incapaz de venderse "por dos o tres trajes" es un indicativo del aprecio (es decir, el desprecio) que se manifiesta tanto por lo público como por el ejercicio mismo de la ética de la política. Da igual si son dos o tres trajes, da igual si es un traje; lo que se revela en ese conjunto sintáctico de conversaciones vergonzantes es el estilo que estas personas habían construido en su mente, qué cosas llegaban a importarles (el caviar, el reloj, el coche, el móvil, la última generación de cada capricho) y cuál era el índice (cero) de su preocupación por lo que había alrededor, aparte de la naturaleza del afecto que tenían en función de los regalos esperados o de los regalos ofrecidos.
Que ese mendrugo de pan oscuro hubiera sido deglutido impunemente ha sido imposible gracias al ejercicio de la justicia y del periodismo pertinaz, que ahora sigue actuando para vergüenza (por ejemplo, del presidente Fabra) y para ejemplo de aquellos que llegaran a considerar que hacer política es hacer amistades para tener a quienes contentar para pagarles los regalos o incluso los halagos con epítetos como cabrón, hijoputa o amiguito del alma, que de todo ha habido en ese diccionario que ahora se llama Gürtel.