Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 dic 2011

Más belleza, menos Prozac

La felicidad, en esta época tan complicada, es un sentimiento que transita por nuestras vidas con la lentitud del pasar de los bueyes sobre la nieve.
Como respuesta, una parte creciente de la sociedad española se está refugiando en lo que algunos expertos ya denominan "antidepresivos de la belleza" o del "sentirse bien".
Ante una crisis económica que no da respiro, los españoles se parapetan en esas compras pequeñas y asequibles que nos reconcilian con nosotros mismos y nuestra imagen: un corte de pelo, una manicura perfecta, sudar en la cinta sin fin del gimnasio, broncearse bajo las lámparas de rayos UVA, inyectarse vitaminas para que el rostro recupere el tiempo perdido, relajarse en las aguas de un Spa.
Pero ¿por qué lo hacen? ¿Puede algo tan sencillo olvidar las dificultades diarias? ¿Una sociedad que recurre a estas salidas está enmascarando problemas más complejos? ¿Estamos frente a una patología o es un simple mecanismo de defensa?
"La piel nos separa del mundo, pero también es nuestra gran tarjeta de visita hacia él y hacia los demás. Con ella contamos mucho más de lo que creemos. Mostramos inseguridades y seguridades, filias y miedos, esperanzas y desasosiegos", desgrana Enrique Alcat, experto en comunicación.
"Cuando alguien enferma casi siempre es la piel quien primero lo cuenta". Las respuestas a nuestras preguntas, por lo tanto, habitan un espacio singular ya que en él confluyen los procesos químicos, la psicología y la economía. Disciplinas en principio apartadas entre sí, pero que son capaces de encontrar su particular cruce de caminos.
En el sendero económico, un sector que hoy por hoy pierda poco o crezca, aunque sea de forma reducida, ya supone una victoria. Y las cifras sostienen a la belleza. Este año, según la consultora DBK, el área de centros de estética crecerá algo más de un 3% frente a 2010.
Y además se beneficiará de una inercia positiva de tiempo atrás, que le debería llevar a superar los 555 millones de euros de negocio.
Entre 2007 y 2010, las cadenas organizadas de establecimientos de peluquería y los centros de belleza aumentaron la apertura de salones a un ritmo del 19% anual. Es decir, crecieron con fuerza en la época más virulenta de la crisis. Este ejercicio la facturación aumentará poco, el 1%, para las peluquerías y algo más, el 3%, en el caso de los espacios de estética, pero aumentará.
Es verdad que la alegría ha ido por barrios, pues los gimnasios que habían abierto locales en los últimos años han visto perder establecimientos, unos 100 anuales, hasta encontrar su suelo en los 4.600. Pero vienen de una época exultante y, sobre todo, aquellos que se están implantando en centros comerciales parecen funcionar.
Miro mi aspecto en el espejo, quiero cambiar de ropa, de peinado, de cara".
O2 Centro Wellness es uno de esos espacios que quieren sacar partido a esta llamada a sentirse bien. Tiene 14 centros, 60.000 socios y 200.000 usuarios. Y ya está notando "una cierta democratización del acceso a la belleza", según su directora de marketing, Cristina Miaja
. Para impulsar este cambio han lanzando una serie de acciones -mezcla de servicios de deporte y belleza-, pero también son conscientes de que su aceptación no es solo una respuesta a una mercadotecnia más o menos acertada "sino que la crisis ha aumentado el sentido de refugio de estas actividades", apunta Miaja.
Por eso, entre otras razones, la belleza como negocio resiste.
"Es un ámbito dinámico en el que continuamente se incorporan empresas y en el que sentimos que la demanda crece, pero no solo en el sector femenino, sino, y lo que resulta más interesante, por novedoso, en el masculino", apunta María Dolores Sevillano, directora de consultoría de la firma especializada en franquicias Tormo & Asociados.
Desde luego usar la imagen a modo de instrumento de promoción personal no resulta algo nuevo, la novedad es el inesperado gran valor que le está confiriendo la crisis. Muchos recordarán el famoso Lipstick Index (acuñado por Leonard Lauder, presidente de la multinacional cosmética Estée Lauder) que afirma que en tiempos de recesión aumenta la venta de pintalabios pues es una forma asequible de sentirse atractivo. Creado en 2001, vio cómo en los meses que siguieron a los ataques del 11-S en Nueva York las ventas de pintalabios se duplicaron.
Aunque no es el único indicador que calibra la belleza. El periódico británico The Telegraph inventó hace algunos años el White Shirt Index, que contabiliza cuántas camisas blancas se venden en épocas de recesión. El tradicional blanco se impone al colorido si la falta de dinero aprieta. Pero tampoco hay que obviar los valores terapéuticos del color. "En años complicados recurro a colores vibrantes, como los rosas o los fucsias", asegura la diseñadora Ana Locking. Es una manera de aumentar las ventas en un sector que lo pasa mal. "La gente, con la preocupación por la economía", reflexiona el estilista José Carlos de la Osa, "se gasta mucho menos en moda. Lo que no significa que no se arregle, pero de otra forma. Ahora sus gastos se dirigen a los Spa, gimnasios y a una alimentación biológica sana y cara".
Sin embargo, pese a que tanto el Lipstick como el White Shirt Index son índices, cuentan los expertos, más "paraeconómicos" que económicos, sí dejan un rastro de migas que aportan pistas sobre el camino.
En honor a la verdad, las ventas de pintalabios llevan a la baja desde 2007 y han seguido esta tendencia durante 2010 (datos más recientes que maneja la firma de investigación de mercado Mintel, citados por la revista Time). Pero como en una especie de bucle, los pintalabios han sido sustituidos por las uñas. Las ventas de productos relacionadas con ellas (por ejemplo, esmaltes) han crecido -asegura la consultora NPD Group- un 65% en Estados Unidos desde el primer semestre de 2008.
Ese boom de las uñas -como expresión de una "felicidad asequible"- también se ha instalado en España. Aleida Echevarría nació en Medellín (Colombia) y lleva 11 años en el país trabajando en un negocio que en su tierra de origen disfruta de "muchísima tradición", dice. Está a cargo de la tienda Nice Nails -dentro del centro comercial madrileño Xanadú- y es consciente de que la crisis se ha dejado sentir. "Pero aun así tenemos una elevada afluencia".
Desde los gimnasios a las uñas, estamos frente a pequeñas acciones que nuestro cerebro transforma en su particular lenguaje químico. "Existen algunas actividades que producen placer por sí mismas, como el deporte, que genera serotonina", avanza la psicóloga clínica Julia Vidal. "Pero otros placeres están ligados a propuestas que la sociedad percibe como positivas". Y pone un ejemplo: "Comer sano no produce un placer inmediato, pero si esta sociedad es lo que dice que tenemos que hacer, lo haremos, y nos hará sentir bien. Es un valor social que interiorizamos como propio".
Dentro de una concepción comunitaria se desarrolla, pues, esa búsqueda de encontrarnos lo mejor posible. "Cuando estamos mal tendemos a perseguir aquello que nos hace sentir bien. Así logramos compensar nuestro malestar, ya que una de las claves de la felicidad es hacer el bien, pero otra es cuidarnos", remata la psicóloga. A lo que habría que sumar la importancia de entender que "una parte del consumo que hacemos es exclusivamente de ocio", recuerda Julián Villanueva, profesor del IESE. Al fin y al cabo, "el ser humano tiene que consumir, ya sea caro o barato", puntualiza.
Refugiadas en el consumo asequible, las peluquerías aguantan el envite. "Cuando tenemos un problema, y no me refiero solo a uno económico, sino a un divorcio, una separación o un nuevo trabajo, inmediatamente pensamos en cambiarnos el pelo con un corte distinto o un nuevo color", asegura la peluquera Ángela Navarro. Y ahonda: "El pelo refleja nuestros sentimientos y nuestra forma de ser. Si algo trabajamos en nuestras peluquerías son los cambios. Es lo que busca nuestro cliente: cambiar. Y con la crisis los hacemos más que antes".
Incluso la música contemporánea ha reflejado esta necesidad personal de cambio de la que habla Ángela Navarro cuando nos enfrentamos a un problema. "Miro mi aspecto en el espejo, quiero cambiar de ropa, de peinado, de cara". Con estos versos narraba Bruce Springsteen en la canción Dancing in the dark (Bailando en la oscuridad) una profunda crisis vital y afectiva.
En este escenario nos movíamos cuando de repente hemos redescubierto el valor que atesoran las pequeñas cosas para hacernos sentir bien. Y al igual que la canción de Springsteen más de uno ha pensado en cambiar de cara o, al menos, algún elemento de ella recurriendo a la cirugía estética en busca de más autoestima y seguridad.
Aunque es cierto que todo lo relacionado con el bisturí es una belleza costosa y la gente, en épocas de recesión, evita aquello que siente que es superfluo. "La crisis ha frenado bastante el recurso a la cirugía. Se prescinde de lo que no resulta esencial.
Nos gusta cuidarnos lo máximo posible, pero ahora no hay capacidad financiera, y esto se deja sentir. En algunas prácticas de cirugía se ha visto una caída del 15% al 20%", relata Jaume Masià, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (SECPRE).
La dificultad de conseguir financiación (bancos y cajas dan pocos créditos y cuando lo hacen son caros) para afrontar tratamientos u operaciones ha frenado el mercado, y ya no existe esa alegría que se veía hace cinco años.
Y las consecuencias se han notado, sobre todo en el perfil medio y medio-bajo de clientes. Por lo tanto, parece complicado que en 2011 se puedan superar los más de 200 millones de euros que el sector movió en los últimos ejercicios.
Un mejor presente, y futuro, es el que parece que le aguarda a los centros de belleza clásicos como son los salones de bronceado.
El culto a la piel morena se extiende más allá de los meses de verano y estos establecimientos, además de dar color a la epidermis, buscan fidelizar a sus clientes a través de otros servicios.
Desde hace dos años, Fátima Lázaro, una joven emprendedora de 31 años, es propietaria de una franquicia de Broncearium. Licenciada en Publicidad y Marketing siente su negocio con la pasión y el esfuerzo de quien arriesga su propio dinero.
"Es un sector muy interesante, y estamos creciendo mucho en clientes nuevos", asevera Lázaro. El rango de precios ayuda a captarlos.
Desde los 2,80 euros que cuesta una depilación de bigote a los más de 1.000 de un tratamiento contra la celulitis. Pero también de las largas horas cuidando del negocio ha extraído su particular filosofía. "Cuando uno se siente bien consigo mismo sonríe más. Me he dado cuenta de que un tratamiento facial, por ejemplo, es una forma de alejarse y olvidarse de lo que sucede ahí fuera". Y remata: "Es como un antidepresivo".
Pero la misma mañana que Fátima Lázaro abre su establecimiento en un centro comercial a las afueras de Madrid, el correo electrónico de José Luis Pérez-Pla, profesor de marketing estratégico de ESIC, ya ha recibido varios mensajes digitales sorprendentes.
Diversas empresas de compra colectiva (Groupon, BuyVip, Planeo) le han ofrecido siete ofertas relacionadas con la belleza y con lo que los anglosajones denominan Well-being (sentirse bien). "Estamos sorprendidos por el auge y el desarrollo de esta industria.
Cada día, parece, por una razón u otra, que hay un entorno negativo que nos hace sentir mal. En esta situación, ¿por qué no voy a buscar la manera de encontrarme bien?", se pregunta el profesor.
Para ello "estas compañías ya no solo nos ofrecen un corte de pelo, sino toda una experiencia de ocio".
Evidentemente, esta oportunidad de negocio no ha pasado desapercibida para las grandes firmas que intentan, a su manera, reproducir estos modelos de éxito empresarial que apelan a la belleza. Sanitas comercializa lo que llama Wellbeing Box, una caja regalo que incluye cirugía estética, pilates, hidroterapia, masajes, shiatsu...
"Creemos que hay que dar optimismo, alegría, entusiasmo.
Si a las personas les ofreces ilusión les ayudas a salir de la crisis", afirma el doctor Iñaki Ferrando, director de comunicación médica de la aseguradora.
Al final, para entender y sacar una conclusión de este recorrido por la crisis económica y su singular relación con la belleza tal vez lo mejor sería recordar las palabras con las que arranca El amante, de Marguerite Duras: "Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y dijo: 'la conozco desde siempre
. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado".
Porque la belleza y sentirse bien con uno mismo a través de la imagen sin duda es una ayuda para afrontar una época muy difícil, pero a largo plazo el tiempo, que es tozudo, y la felicidad exigen propuestas vitales más profundas que recurrir al envoltorio exterior.
Y como relata Marguerite Duras, en una piel ajada por la vida puede haber felicidad y belleza.

Intelectuales de melancolía irritante El catedrático Jordi Gracia ataca en un panfleto a los apocalípticos de la cultura

El nivel de los estudiantes es bajísimo; las editoriales solo publican lo que les pide el mercado; el arte no es más que pura broma sin ton ni son; los niños no cogen un libro ni que los torturen y se pasan el día con los ordenadores...
En definitiva, la cultura occidental está al borde de la extinción; los tiempos pasados sí fueron los buenos... Desesperado, "irritado", dice, de escuchar este estribillo que va in crescendo desde hace 25 años, el catedrático de Literatura española de la Universidad de Barcelona Jordi Gracia ha decidido denunciar "esta senectud moral o ideológica" que sufren quienes defienden ese discurso en El intelectual melancólico (Anagrama).


La autora aprendió a volar y bucear para narrarlo con autenticidad
Otrora amiga de los Bush, evolucionó hacia posiciones más progresistas
El libro está subtitulado Un panfleto, pero fuera de lo de opúsculo, no responde a ello: el volumen tiene más de vehemente que de agresivo y más de provocador que de denigrante.
"Pretendo atrapar una actitud de algunos grandes intelectuales que se sienten hostigados por lo nuevo", apunta Gracia, que desmiente que el libro sea una respuesta a Adiós a la universidad, de su colega Jordi Llovet, donde este lamenta la degradación del sistema educativo español
. "No es una batalla entre catedráticos, si bien su escrito me llevó al mío.
También se dice que si retrato a personajes como Rafael Argulloll, Arcadi Espada y Fernando Sánchez Dragó... Pero esa lista no es mía: solo hablo de una tipología de intelectuales".
En verdad, en el opúsculo no hay ni un solo nombre propio.
Gracia apunta a lo absoluto: "Nunca en la historia de España hubo un momento cultural, social e institucional tan dulce como el presente", afirma el autor de ensayos como A la intemperie. Exilio y cultura en España y, junto a Domingo Ródenas, Derrota y restitución de la modernidad.
Y pone como ejemplo las nuevas tecnologías:
"La digitalización favorece la difusión de los mejores trabajos; las revistas científicas estarían muertas por problemas de costes y difusión en otros momentos de la Historia...
De que los niños se enganchen a Internet, como antes a una pelota, ¿culparemos al Estado?
No, los problemas de esos intelectuales melancólicos provienen de sus dificultades para adaptarse a los cambios", sentencia Gracia.
Le preocupa "el impacto mediático de este discurso, la atracción morbosa de los medios que potencian ese concepto que de sí mismo tienen ciertos intelectuales que creen serlo por visionarios, que auguran ese final de la cultura occidental que no es más que una fantasía morbosa".
Alarmas que, para él, tienen "efectos terroríficos en la universidad, en las escuelas y en la literatura".
Y en los propios intelectuales: "Su visión negativa les hace perder reflejos para analizar la sociedad y no salir a la búsqueda de lo bueno".
Al final, Gracia defiende la socialdemocracia, objeto de las iras de muchos intelectuales melancólicos por "extender una formación que ha vulgarizado la cultura; sí, quizá haciéndola insuficiente pero la alternativa era y es peor".

Segura, al margen Boris Izaguirre

Algo queda bastante claro en la polémica portada de la revista ¡Hola! de esta semana crucial para el euro: la infanta Cristina está al margen.
En la foto, y en su vida en la irreducible familia real, la infanta es ahora Cristina y está al margen.
Al margen de la realidad de las operaciones que efectuaba la empresa de la que compartía titularidad con su marido. Al margen de las decisiones que puedan derivarse de la inculpación de su marido
. Y al margen, como ahora es lo correcto, en la polémica foto de portada.
Lo primero que vemos es a la Reina ejecutando a la perfección su papel de madre. Más madre que reina. Ausencia de la figura paterna. En el medio, el yerno de la discordia, el antiguo gerente general del Instituto Nóos, y ligeramente separada, al margen, Cristina
. La pregunta que uno se hace es esa: ¿no ha estado siempre un poco apartada de todo la infanta Cristina?
¿Debe el amor perdonar la mentira? ¿qué se siente cuando te acostumbras a estar al margen? ¿Es mejor que el centro?
Cristina es la hija mediana, no necesariamente mediadora, cero protagonista.
La hemos visto crecer al lado de sus hermanos, un pelín más alta que Elena, más rubia que el Príncipe, casi más próxima, de aspecto como más romántico. En aquellos felices años ochenta se dijo que era ella la que más televisión consumía de los tres hermanos.
En la primera potencia exportadora de telenovelas, Venezuela, siempre se dijo que fue Cristina quien invitó a Carlos Mata, galán de Cristal y La dama de rosa, a cenar en palacio y descubrir que la monarquía también se dejaba engullir por el sentimiento de los culebrones.
Años más tarde sería ella la que bailaría los éxitos de Miguel Bosé en sus conciertos en Barcelona. Mientras que su hermana se casaba con un aristócrata, ella lo hacía con un deportista olímpico y además vasco. Mientras que su hermana se olvidaba de pedir la venia paterna a su boda, Cristina subrayó que sí lo hizo en la suya. Elena fue una novia quizá sobrevestida,
Cristina optó por la sobriedad de corte historicista. Elena se lanzó a la conquista de Versalles por el camino del glamour sin complejos que otorgaba ser esposa de un miembro del consejo del LVMH, el conglomerado internacional del chic.
Cristina se redefinió como madre yuppie en Barcelona, olímpica y al margen.
Y con el tiempo entró de lleno en otro sueño español: ser millonaria, y tener un palacete, al margen de cualquier inspección, cualquier contrariedad que la despertara de ese tan generalizado estilo de vida.
Como muchas damas reales o normales,
Cristina se hizo millonaria gracias a su marido. Ya todos sabemos cómo lo consiguió el yerno del Rey.
Con extraordinaria educación, casi acertada elección de corbatas (que combinaba con el traje, en un dandismo español geométrico que en otras clases, toreros y políticos, se remata combinando zapatos con cinturón), sorprendiendo a posibles inversores con su altísima presencia, el fuerte apretón de la mano balonmanista mientras que la otra extendía toda su palma sobre el hombro del inversor.
Caían como moscas presidentes autonómicos, alcaldes, cajas de ahorros, todos aceptaban hacer algo con el duque de Palma.
Cristina, al margen de la gestión, sin siquiera tener tiempo a resistirse al burbujeo del amor, firmaba documentos sin revisar. ¿Qué más podía hacer?
Su vida la ha disfrutado así, en un privilegiado margen. De niña, de hermana, de esposa. Al margen.
En esta próxima Nochebuena, después de que su padre se haya dirigido a los españoles, esto incluye también a las españolas, estará sentada un poco al margen en la mesa, aunque no lejos de su madre.
Desde luego, todos quisiéramos participar esta Nochebuena en esa cena. Es la celebración de la familia real como familia señera de España.
Nos representan tanto y tan bien que hasta ofrecen un conflicto familiar en estas dulces fechas este año con menos burbujas.
El discurso de esta Nochebuena romperá audiencias. ¿Se dirigirá el Rey a su pueblo con las gafas de sol puestas?
Como mujer al margen, Cristina es una incomprendida. Igual que su madre, que en realidad es una buena actriz desperdiciada. La sonrisa Gioconda de la Reina en la foto de ¡Hola! debería garantizarle al menos su presencia numismática en las monedas del nuevo euro.
Es lógico que ante una encrucijada, Cristina haya solicitado la presencia materna.
Porque en un duro mundo de hombres, solo una madre puede orientarte y a la vez fastidiar al padre.
A la Reina se le ocurrió tranquilizar a su hija acercándose al yerno, manteniendo a su hija, como siempre, al margen.
Y a todos en jaque.
¿Comparten Cristina e Isabel Pantoja y Maite Zaldívar eso que las lleva al margen mientras sus compañeros abren cuentas en Belice o esconden bolsas de plástico con dinero? ¿Es esa circunstancia producto del machismo o del amor? ¿Debe el amor perdonar la mentira? ¿Qué se siente cuando te acostumbras a estar en el margen? ¿Es mejor que el centro?
Zaldívar es ahora una señora en paro.
Pantoja prepara su resplandeciente aparición en las campanadas de fin de año en Telecinco.
Ha sobrevivido al escarnio, la noche en la cárcel, la persecución mediática. Se confesó engañada, aceptó que haber estado al margen la perjudicaba.
Cristina, en cambio, fiel a su destino, sorberá la sopa de almendras en la cena real de Nochebuena en silencio, sin derramar una lágrima, tranquila de saberse, un año más, segura al margen.

La moda coquetea con la anorexia

La agencia Elite elige a una adolescente flaquísima como nueva imagen 

 

Abrir las páginas de una revista y encontrarse con una modelo bellísima con un cuerpo perfecto no es ninguna novedad. Sobre todo cuando de ese cuerpo cuelgan prendas de ensueño diseñadas por algún gran modisto que ayudan a darle volumen y forma y contribuyen a que el resto de las mortales lo observe con envidia.
Lo que no es tan común es ver a esas mismas modelos enseñando su cuerpo sin la ayuda de esa ropa divina con la que se trata de crear tendencias en las revistas dedicadas a la mujer.
De ahí la fuerte polémica que explotó recientemente tras la publicación de un reportaje gráfico en la revista Vogue Italia, en el que la modelo Karlie Kloss, una de las grandes de la pasarela, mostraba su delgadez extrema en unas imágenes tomadas por uno de los dioses de la fotografía de moda actual, Steven Meisel, en las que entre otras cosas se la veía desnuda de cintura para arriba.
Muchas de las lectoras pusieron el grito en el cielo y denunciaron que aquellas instantáneas fueran una oda a la anorexia, mientras los editores de la publicación defendían su decisión con uñas y dientes alegando que su modelo luce un cuerpo "musculoso y tonificado".
Pero como en el mundo de la moda nada parece ocurrir por casualidad, otro nombre ha contribuido esta semana a que el debate sobre la delgadez extrema vuelva a estar sobre la mesa: la ganadora del codiciado concurso anual de modelos de la agencia Elite ha sido precisamente una mujer tan delgada que cabe preguntarse si la tendencia a adular los cuerpos anoréxicos que marcó el final de la década de los noventa no se estará volviendo a convertir en moda.
Julia Schneider, la ganadora del concurso, es una sueca de 15 años de cuerpo esquelético cuya absoluta delgadez salta inmediatamente a la vista.
Y que la agencia Elite escoja a una mujer tan flaca como cuerpo y rostro del año es muy significativo, puesto que es una de las dos grandes empresas de modelos desde las que se marca la tendencia estética que luego llega a las revistas y los anuncios publicitarios.
Y aunque en los últimos años ha habido intentos variados de dignificar la belleza de las carnes a través de campañas en las que se utilizaban modelos rellenitas o desfiles en los que se escogía a maniquíes con sobrepeso, todo parece indicar que aquello era solo una declaración de buenas intenciones y que tanto diseñadores como fotógrafos las prefieren flacas.
Es la tendencia que parece volver a imperar: basta mirar hacia atrás y recordar que el pasado septiembre, durante la Semana de la Moda de Milán, Gianfranco Ferré escogió para su desfile a un grupo de mujeres delgadísimas a las que maquilló con aire enfermo y que provocó titulares precisamente porque el espectáculo parecía un claro elogio a la anorexia.
Y aunque en pasarelas como Cibeles o la propia Milán se impuso hace años la norma de que la masa corporal de las modelos tenía que tener unos mínimos, las flacas parecen estar volviendo al epicentro de la moda.
Y con ellas la polémica.