Esa maravillosa y fascinante tauromaquia se condensa en 42 obras ?20 dibujos en diferentes técnicas y 22 óleos que te dejan literalmente con la boca abierta? y se expone a partir de hoy jueves en la galería Claude Bernard de París (7-9 rue des Beaux Arts).
Esta última producción es realmente el pináculo del trabajo de Moreno Meyerhoff, artista barcelonés al que una vez Vicky Combalía bautizó como el Antonio López catalán, nada menos.
Autodidacta, comenzó, dice, dibujando insectos y el mundo del campo.
Poco a poco se fue conectando con el universo de la gran pintura. "La pintura italiana primitiva fue una revelación. Y Fra Angélico, que sigue siendo uno de mis preferidos. Y Van Eyck por el uso del color". Desde el principio, Pedro Moreno optó por el realismo.
"Me encanta la pintura abstracta pero a mí lo que me sale de forma natural es la reproducción fiel. Aunque no es el hiperrealismo estadounidense". Bueno, esos dibujos minuciosos... "Al principio sí, era un reto
. Las hojas picadas por insectos, el deterioro. Pero me he ido alejando de la fidelidad absoluta, intento interpretar la realidad al modo de un músico que se enfrenta a la partitura y le da una forma".
Con el tiempo, el pintor ve unas constantes en su obra. "Las cosas que me interesan, la historia, la arqueología, la noche, lo mío. Yo vuelvo siempre a Pompeya. Me fascina ese tiempo detenido, la vida inmovilizada, los cuerpos conservados. Y Egipto y la escultura griega.
De ahí en parte mi interés por los cuerpos de los toreros, la actitud hierática, los pies firmes". Sus esculturales diestros también aparecen incompletos, el torso, las piernas, las nalgas, las abultadas (!) taleguillas, como doriforos y diadumenos de la antigua estatuaria pero vestidos de luces. "Un hilo conductor en mi pintura es la atracción por lo que desaparece, por lo que se pierde, por la desolación".
Así es, ya se trate de las culturas del pasado o los paisajes urbanos de la Barcelona anterior a los JJ OO, cuyos edificios "iban desvaneciéndose mientras los pintaba".
Admira a Antonio López, pero marca unas distancias. "No comparto su actitud de duda frente al cuadro; la lentitud en parte sí, el realismo tiene eso". Observa en su propia pintura elementos fijos como el amor a la técnica y el oficio, la influencia de los maestros ?Giorgione, Piero della Francesca, más sorprendentemente Rothko ?, y una evolución, hacia ese anhelo de llegar a interpretar "la realidad dura que nos rodea, esta Edad del Hierro en que vivimos".
Le digo que emociona en su tauromaquia el contraste entre el eufórico brillo y los colores de los trajes y la sensación de pérdida, de aflicción, de oscuro pesar que también emanan. "Es de nuevo un mundo que desaparece. La lidia siempre me ha gustado aunque no como puro aficionado sino desde el punto de vista estético. No se me había ocurrido antes pintarla, me parecía que podía quedar kitsch. Y entonces me lo recomendó mi padre, que tiene buen ojo para la pintura, '¿por qué no te acercas al mundo de los toros?'. Al hacerlo he descubierto la maravilla del oro y la plata de los vestidos antiguos.
Los trajes de los dogos venecianos, de los aristócratas de Flandes o de los magistrados romanos. Hoy esos oropeles solo los ves en la lidia o en las bodas de la monarquía británica.
El placer de un traje turquesa o un centelleante verde loro en un hombre".
Pedro ha esencializado la tauromaquia en el hombre solitario envuelto en oro. No es, subraya, "una reivindicación de la fiesta", ni "una melancolía concreta de la muerte de la fiesta". Él aprovecha ese sentimiento crepuscular y esos cuerpos de bailarín, de atletas antiguos de crátera griega. No hay, pese al detalle de capotes, banderillas, monteras y cuerpos, nada de sangriento en sus cuadros.
El pintor es consciente de que su bella colección puede ser usada para reivindicar la fiesta. "Entiendo a la gente que se aferra a ella", dice, pero matiza que su interés es por algo más antiguo, ese algo eterno que comparte la lidia con los sacrificios etruscos y los arcanos del pasado.