José Luis Sampedro, un junco
Quizá es el escritor peninsular que primero conocí en Canarias, cuando él iba a Tenerife a ver a sus buenos amigos, entre ellos el inolvidable médico (y político) Alberto de Armas. Luego lo vi en Madrid muchas veces, primero que nada visitando en el hospital a ese buen amigo suyo.
Y luego siempre lo he visto rodeado de amigos; en sus cumpleaños invernales, en sus presentaciones; lo he entrevistado muchas veces, lo he visto subir cuestas (y bajarlas), lo he visto triste, emocionado o nervioso, lo he visto bromear, alegre; lo he visto escribir, incluso, en el invento que hizo para estar más cómodo, sentado o en la cama, sobre una tabla (¿creen que inventaron la tableta?, él la inventó antes) de madera; le he visto ganar premios y celebrarlos, hace nada, ante los libreros de Madrid, que le entregaron su galardón Leyenda.
Lo he visto indignado, como los concentrados en Sol, irónico ante la política que subvierte el interés civil en favor del interés propio. Lo he visto inventar fábulas, pero también lo he visto dar mandobles, en ensayos en los que arremete contra los depredadores económicos, contra los que hacen la guerra también para dominar pero también para enriquecerse. Y lo visto sentir de cerca el llanto de los que sufren y se alivian leyéndolo.
Es un junco. Su edad no importa nada, es un hombre de 94 años que desafiaría a cualquiera a hablar simultáneamente en todos los idiomas, algunos de ellos inventados, y a reír aún en las circunstancias más difíciles de la vida, porque como los hombres de su generación sabe que en la vida todo es relativo incluso los premios. O sobre todo los premios.
Por eso le ha dedicado el premio Nacional de las Letras que recibió a los que leen, porque ellos podrán saber.
Enhorabuena, José Luis Sampedro.
Juan Cruz
Y luego siempre lo he visto rodeado de amigos; en sus cumpleaños invernales, en sus presentaciones; lo he entrevistado muchas veces, lo he visto subir cuestas (y bajarlas), lo he visto triste, emocionado o nervioso, lo he visto bromear, alegre; lo he visto escribir, incluso, en el invento que hizo para estar más cómodo, sentado o en la cama, sobre una tabla (¿creen que inventaron la tableta?, él la inventó antes) de madera; le he visto ganar premios y celebrarlos, hace nada, ante los libreros de Madrid, que le entregaron su galardón Leyenda.
Lo he visto indignado, como los concentrados en Sol, irónico ante la política que subvierte el interés civil en favor del interés propio. Lo he visto inventar fábulas, pero también lo he visto dar mandobles, en ensayos en los que arremete contra los depredadores económicos, contra los que hacen la guerra también para dominar pero también para enriquecerse. Y lo visto sentir de cerca el llanto de los que sufren y se alivian leyéndolo.
Es un junco. Su edad no importa nada, es un hombre de 94 años que desafiaría a cualquiera a hablar simultáneamente en todos los idiomas, algunos de ellos inventados, y a reír aún en las circunstancias más difíciles de la vida, porque como los hombres de su generación sabe que en la vida todo es relativo incluso los premios. O sobre todo los premios.
Por eso le ha dedicado el premio Nacional de las Letras que recibió a los que leen, porque ellos podrán saber.
Enhorabuena, José Luis Sampedro.
Juan Cruz