28 nov 2011
Alain Delon reparte cariño en Sevilla
Empezó la fiesta colocándose el sombrero cordobés y acabó con un beso que, por atrevido, sorprendió a la propia duquesa de Alba.
Alain Delon ha sido la estrella del fin de semana de la Sicab, el Salón Internacional del Caballo de Sevilla, que se clausuró ayer. El actor francés acudió con la bailaora Sara Baras para apadrinar el espectáculo equino Fantasía celebrado en el Palacio de Congresos.
Cayetana de Alba acudía a la feria con su marido, Alfonso Díez, con el cometido de premiar al actor francés por su carrera cinematográfica. La duquesa entregó el galardón y el actor, cumpliendo con el protocolo, le besó la mano. Cuando la duquesa creía que el reconocimiento había concluido, Delon, con una efusividad inesperada, la volvió a besar, esta vez en la cara.
"Cuando rodé El tulipán negro, en 1963, me traje un caballo de Francia que llegó a vivir 30 años", contaba Delon en la rueda de prensa previa a la ceremonia. El intérprete, además, recordó a sus equinos de carreras, "unos trotones que quedaron campeones del mundo en 2003 en Roosevelt (Nueva York)", dijo. "Luego decidí abandonar este mundo".
Delon confesó haber viajado solo a la capital andaluza, aunque no escatimó elogios y besos a las sevillanas que se cruzaban en su camino.
"Echo de menos una española", bromeó Delon, que acaba de cumplir 76 años. Pese a sus flirteos, el protagonista de títulos como El gatopardo o A pleno sol tuvo palabras de recuerdo para su expareja, la actriz alemana Romy Schneider, fallecida en 1982. "Aún está aquí conmigo", declaró emocionado.
Pero ahora está Dumi Schneider.
Tal vez lo más sorprendente del fin de semana andaluz de Delon fue cómo despachó su profesión con un "el cine ya no hace soñar a la gente" para dirigir su discurso hacia la política.
El actor dijo estar encantado con el triunfo de Mariano Rajoy en las pasadas elecciones, según recoge el Diario de Sevilla.
Y confesó ser muy amigo de Nicolas Sarkozy y su esposa, Carla Bruni. "La admiro desde que era cantante y me gusta mucho", dijo Delon. "Es una primera dama impecable".
Alain Delon ha sido la estrella del fin de semana de la Sicab, el Salón Internacional del Caballo de Sevilla, que se clausuró ayer. El actor francés acudió con la bailaora Sara Baras para apadrinar el espectáculo equino Fantasía celebrado en el Palacio de Congresos.
"Cuando rodé El tulipán negro, en 1963, me traje un caballo de Francia que llegó a vivir 30 años", contaba Delon en la rueda de prensa previa a la ceremonia. El intérprete, además, recordó a sus equinos de carreras, "unos trotones que quedaron campeones del mundo en 2003 en Roosevelt (Nueva York)", dijo. "Luego decidí abandonar este mundo".
Delon confesó haber viajado solo a la capital andaluza, aunque no escatimó elogios y besos a las sevillanas que se cruzaban en su camino.
"Echo de menos una española", bromeó Delon, que acaba de cumplir 76 años. Pese a sus flirteos, el protagonista de títulos como El gatopardo o A pleno sol tuvo palabras de recuerdo para su expareja, la actriz alemana Romy Schneider, fallecida en 1982. "Aún está aquí conmigo", declaró emocionado.
Pero ahora está Dumi Schneider.
Tal vez lo más sorprendente del fin de semana andaluz de Delon fue cómo despachó su profesión con un "el cine ya no hace soñar a la gente" para dirigir su discurso hacia la política.
El actor dijo estar encantado con el triunfo de Mariano Rajoy en las pasadas elecciones, según recoge el Diario de Sevilla.
Y confesó ser muy amigo de Nicolas Sarkozy y su esposa, Carla Bruni. "La admiro desde que era cantante y me gusta mucho", dijo Delon. "Es una primera dama impecable".
De los barrios bajos a patrimonio de la humanidad El fado recibe la consagración de la Unesco como bien inmaterial mundial
Las hermosas canciones de amor desgraciado que nacieron en el siglo XIX en los burdeles de los barrios marineros de Lisboa ya pertenecen, oficialmente, al mundo entero.
La UNESCO declaró ayer los fados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
El anuncio desató una ola de tranquila alegría en Portugal. Una periodista de televisión resumió tal vez el sentir general al comentarle a un fadista: "Por lo menos esto nos ayuda a subir la autoestima, ¿no?".
En la Alfama lisboeta, el Museo del Fado, la institución municipal que ha centralizado el desarrollo de la candidatura, mantuvo abiertas sus puertas, día y noche, durante todo el fin de semana.
Por allí desfilaron amantes del fado, fadistas que cantaron en los pasillos, curiosos, estudiosos y noctámbulos.
Ayer por la mañana, poco después de que desde Bali llegara la confirmación de la noticia, uno de los impulsores de la candidatura, Miguel Honrado, brindaba y comentaba que esta presentación ha significado un impulso para la digitalización y ordenación de material fonográfico y de los documentos relacionados con la historia de estas canciones.
"Además, hay una nueva ola de fadistas, como Mariza o Ana Moura, que garantizan el futuro de este género musical", explicaba.
Marco Rodriguez, un fadista de 29 años, añadía: "A la gente joven le interesa el fado. Aunque es una música que habla de sentimientos muy profundos y para degustarla hay que tener cierta madurez". El secretario de Estado para la Cultura, Francisco José Viegas, agregaba: "Los poetas contemporáneos se asoman al fado, y hacen letras de ahora, de nuestro tiempo. Hasta António Lobo Antunes tiene letras de fados".
Y después de comer, a las cuatro de la tarde, en el mismo museo en el que habían hablado ya los especialistas y los ministros, a un paso de la ribera del Tajo, una pequeña y silenciosa multitud se congregó para oír fados gratis en un concierto que conmemoraba el reconocimiento mundial de esa música por la UNESCO. Había señoras elegantemente trajeadas y pintadas, llegadas de los barrios buenos de Lisboa. Y gente humilde de la Alfama vestidos con la ropa de todos los días, como Manuel Inácio y António Pereira, cantantes aficionados, miembros de una peña deportivo-fadista de la zona.
Se reunió tal gentío que los organizadores decidieron trasladar el concierto al jardín. Era una buena metáfora: el fado, al que no le sientan bien los museos, salía a la calle y se escuchaba al aire libre.
"El fado nació un día, que el viento apenas soplaba y el cielo el mar prolongaba, en el puente de un velero, en el pecho de un marinero que, sintiéndose triste, cantaba", dice una letra. Millón y medio de portugueses embarcaron, entre los siglos XVI y XVIII, rumbo a sus lejanos enclaves en América, África y Asia. El fado sería un canto alimentado por la nostalgia de los que se fueron para no volver. La etimología de la palabra lleva al latín y significa destino. Ya Camões la empleó en uno de sus poemas. El fado está ligado a la saudade, desasosiego paradójicamente gozoso. Para el maestro Carlos do Carmo es un inmenso misterio. Y un puñetazo: al corazón del que lo escucha y al de quien lo canta. Surgió en Lisboa hace dos siglos, en los viejos barrios junto al Tajo que se abre hacia la inmensidad del mar. Fruto de una mezcla de músicas que fueron llegando en los barcos. Se instaló en Alfama y Morería, a los pies del castillo de San Jorge, y en Madragoa, más al oeste, en esa ciudad de callejones inclinados con el río al fondo. Gozaba al principio de pésima reputación: la fadista solía confundirse con la meretriz y la figura del fadista era la de un hombre con la navaja siempre a mano.
Su mito fundacional tiene nombre de mujer: Severa, joven de la vida que cantaba acompañándose de una guitarra. Otra mujer, Amália Rodrigues, fue quien llevó con éxito por el mundo ese fado cuyas palabras han escrito los mayores poetas desde Fernando Pessoa: Manuel Alegre, David Mourão-Ferreira, Alexandre O'Neill, Pedro Homem de Mello o José Ary dos Santos.Con el final de la dictadura en 1974, el fado, erróneamente asociado a un regimen entonces embarcado en las guerras coloniales de Angola y Mozambique, sufrió el rechazo de los portugueses. Y el cierre de muchas casas de fados dejó a los fadistas en situación precaria. Incluso Amália Rodrigues fue puesta en la picota.
Existen unos doscientos tipos de fados.
Cada uno con su nombre y una estructura musical distinta. La cantante Mísia afirma que el fado es como un vómito. Y que, al igual que el flamenco, es visceral. En 1929, la revista Noticias Ilustradas le pidió a Pessoa su definición de fado: "El fado no es alegre ni triste, es un episodio del entreacto; el alma portuguesa lo concibió porque lo deseaba todo aunque no tuviera fuerza para realizarlo.
El fado es la fatiga de un alma curtida, la mirada despechada de Portugal hacia ese Dios en que había creído y que también le ha abandonado.
En el fado, los dioses vuelven, legítimos y lejanos".
La UNESCO declaró ayer los fados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
El anuncio desató una ola de tranquila alegría en Portugal. Una periodista de televisión resumió tal vez el sentir general al comentarle a un fadista: "Por lo menos esto nos ayuda a subir la autoestima, ¿no?".
La candidatura ha impulsado la digitalización del material fonográfico
Por allí desfilaron amantes del fado, fadistas que cantaron en los pasillos, curiosos, estudiosos y noctámbulos.
Ayer por la mañana, poco después de que desde Bali llegara la confirmación de la noticia, uno de los impulsores de la candidatura, Miguel Honrado, brindaba y comentaba que esta presentación ha significado un impulso para la digitalización y ordenación de material fonográfico y de los documentos relacionados con la historia de estas canciones.
"Además, hay una nueva ola de fadistas, como Mariza o Ana Moura, que garantizan el futuro de este género musical", explicaba.
Marco Rodriguez, un fadista de 29 años, añadía: "A la gente joven le interesa el fado. Aunque es una música que habla de sentimientos muy profundos y para degustarla hay que tener cierta madurez". El secretario de Estado para la Cultura, Francisco José Viegas, agregaba: "Los poetas contemporáneos se asoman al fado, y hacen letras de ahora, de nuestro tiempo. Hasta António Lobo Antunes tiene letras de fados".
Y después de comer, a las cuatro de la tarde, en el mismo museo en el que habían hablado ya los especialistas y los ministros, a un paso de la ribera del Tajo, una pequeña y silenciosa multitud se congregó para oír fados gratis en un concierto que conmemoraba el reconocimiento mundial de esa música por la UNESCO. Había señoras elegantemente trajeadas y pintadas, llegadas de los barrios buenos de Lisboa. Y gente humilde de la Alfama vestidos con la ropa de todos los días, como Manuel Inácio y António Pereira, cantantes aficionados, miembros de una peña deportivo-fadista de la zona.
Se reunió tal gentío que los organizadores decidieron trasladar el concierto al jardín. Era una buena metáfora: el fado, al que no le sientan bien los museos, salía a la calle y se escuchaba al aire libre.
"El fado nació un día, que el viento apenas soplaba y el cielo el mar prolongaba, en el puente de un velero, en el pecho de un marinero que, sintiéndose triste, cantaba", dice una letra. Millón y medio de portugueses embarcaron, entre los siglos XVI y XVIII, rumbo a sus lejanos enclaves en América, África y Asia. El fado sería un canto alimentado por la nostalgia de los que se fueron para no volver. La etimología de la palabra lleva al latín y significa destino. Ya Camões la empleó en uno de sus poemas. El fado está ligado a la saudade, desasosiego paradójicamente gozoso. Para el maestro Carlos do Carmo es un inmenso misterio. Y un puñetazo: al corazón del que lo escucha y al de quien lo canta. Surgió en Lisboa hace dos siglos, en los viejos barrios junto al Tajo que se abre hacia la inmensidad del mar. Fruto de una mezcla de músicas que fueron llegando en los barcos. Se instaló en Alfama y Morería, a los pies del castillo de San Jorge, y en Madragoa, más al oeste, en esa ciudad de callejones inclinados con el río al fondo. Gozaba al principio de pésima reputación: la fadista solía confundirse con la meretriz y la figura del fadista era la de un hombre con la navaja siempre a mano.
Su mito fundacional tiene nombre de mujer: Severa, joven de la vida que cantaba acompañándose de una guitarra. Otra mujer, Amália Rodrigues, fue quien llevó con éxito por el mundo ese fado cuyas palabras han escrito los mayores poetas desde Fernando Pessoa: Manuel Alegre, David Mourão-Ferreira, Alexandre O'Neill, Pedro Homem de Mello o José Ary dos Santos.Con el final de la dictadura en 1974, el fado, erróneamente asociado a un regimen entonces embarcado en las guerras coloniales de Angola y Mozambique, sufrió el rechazo de los portugueses. Y el cierre de muchas casas de fados dejó a los fadistas en situación precaria. Incluso Amália Rodrigues fue puesta en la picota.
Existen unos doscientos tipos de fados.
Cada uno con su nombre y una estructura musical distinta. La cantante Mísia afirma que el fado es como un vómito. Y que, al igual que el flamenco, es visceral. En 1929, la revista Noticias Ilustradas le pidió a Pessoa su definición de fado: "El fado no es alegre ni triste, es un episodio del entreacto; el alma portuguesa lo concibió porque lo deseaba todo aunque no tuviera fuerza para realizarlo.
El fado es la fatiga de un alma curtida, la mirada despechada de Portugal hacia ese Dios en que había creído y que también le ha abandonado.
En el fado, los dioses vuelven, legítimos y lejanos".
El libro más venerado por las SS Un estudio analiza la visión sesgada y a conveniencia que los nazis hicieron de 'Germania', de Tácito - Himmler buscó un manuscrito del clásico en Italia en 1943
¿Cuál es el libro más peligroso del mundo? El Mein Kampf, contestarán muchos rápidamente. La Biblia; el Corán; el Malleus maleficarum, el gran manual para la caza de brujas; El manifiesto comunista; algún grimorio como el ficticio Necronomicón, Madame Bovary, Kamasutra...
Las respuestas pueden ser muy variadas, pero a pocos se les ocurriría seriamente considerar peligrosa una obrita como la Germania de Tácito, poco más de 30 páginas de tratado étnicogeográfico con intencionalidad moralizante escritas a finales del siglo I de nuestra era por un historiador romano. Y sin embargo, ¡diablos, qué daño ha hecho el librito de marras
Para los nazis fue una biblia de su causa: consideraban que probaba la superioridad alemana y se lo citó para justificar las leyes raciales de Núrenberg.
Himmler tenía una fijación con esa obra, y ya se sabe a lo que conducían las fijaciones del reichsführer. En 1943 envió un destacamento de las SS a Italia para hacerse con el más antiguo manuscrito que se conserva del librito de Tácito, el Codex Aesinas. Curiosa empresa nazi: conseguir un libro para venerarlo y no para quemarlo, como era lo habitual. Himmler le otorgaba al manuscrito de la Germania un poder tan grande como el de otras de sus reliquias favoritas: el Grial, la lanza de Longinos o el martillo de Thor.
A diferencia de esos objetos legendarios, el libro era bien real, y el mal que hizo, también.
A explicar la asombrosa historia de Germania y su impacto en las mentalidades -desde los humanistas al movimiento völkisch pasando por los románticos- hasta llegar a ocupar lugar privilegiado en las mesitas de noche de los mayores criminales de la historia, ha dedicado un ensayo apasionante el profesor de Clásicas de la Universidad de Harvard Christopher B. Krebs, especialista en Tácito. Bajo el elocuente título de El libro más peligroso (Crítica), agarrándose a la consideración del gran Momigliano de que Germania merece ocupar un lugar destacado entre los cien libros más peligrosos que jamás se hayan escrito, Krebs nos lleva en un viaje fascinante de la Roma imperial a la Alemania hitleriana pasando por monasterios, cortes y bibliotecas, en un recorrido por la historia de las ideas que tiene mucho de trabajo detectivesco y parece a ratos una novela de intriga.
Cuando uno toma en sus manos Germania, tan pequeñita que normalmente se edita con otros dos libros breves de Tácito, Agrícola y el Diálogo sobre los oradores (en la edición de la Biblioteca Clásica Gredos, por ejemplo, con introducciones, traducción y notas de J. M. Requejo), no alcanza a imaginar cómo se puede comparar esa obrita, rápida panorámica de la geografía, los usos y costumbres de los germanos, con una pistola humeante. Y sin embargo, cuando Krebs lo señala, ahí están las consideraciones que harían furor a lo largo de la historia hasta su utilización por los nazis. "Estoy casi convencido de que los germanos son indígenas y que de ningún modo están mezclados con otros pueblos [...]. Al no estar degenerados por matrimonios con ninguna de las otras naciones, han logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante solo a sí misma; de ahí que su constitución física, en lo que es posible para un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios".
Para los nazis y sus precursores, Tácito demostraba la continuidad de un pueblo en una tierra y justificaba la política racial. "Volveremos a ser como éramos", anotó Himmler en su diario, emocionado por "el señorío de nuestros antepasados" tras leer Germania. El reichsführer hasta estudió ejecutar a los homosexuales como Tácito señalaba que hacían los antiguos germanos: ahogándolos en las ciénagas. Sencillos, valerosos, leales, puros, honorables y hasta castos: así se veían retratados muchos alemanes en Germania. Y los SS se identificaban con aquellos guerreros -reencarnados en el arquetipo del ario-, para los que supuestamente la lealtad era su honor.
Era, claro, la que hacían los nazis de la Germania una lectura sesgada. El historiador romano no se refería en su librito a los supuestos antepasados ejemplares de los alemanes modernos.
El concepto germanos no aludía a un pueblo homogéneo, indígena y puro, susceptible de continuidad étnica, sino a una amalgama de tribus de identidad y destino incierto pululando en las nieblas del pasado. Había además observaciones poco agradables de Tácito sobre los germanos y su patria.
Esas simplemente eran ignoradas. Por ejemplo, considera Tácito que como sitio para vivir, Germania es un asco; señala que los germanos practican los sacrificios humanos (esto a los nazis, curiosamente, les molestaba mucho, aunque ellos se entregaran con fruición al Holocausto); que cuando no guerrean pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada, entregados al sueño y la comida; que crecen desnudos y sucios, que beben y riñen entre ellos continuamente. Llega a decir de una de sus tribus, los catos, que "para lo que son los germanos tienen mucha capacidad de raciocinio".
Nada de esto impidió que el pobre Tácito, el gran Tácito, pasara a formar parte del discurso autolegitimador de los nazis. Hubiera sido mucho pedir que supieran leer bien a los clásicos.
Las respuestas pueden ser muy variadas, pero a pocos se les ocurriría seriamente considerar peligrosa una obrita como la Germania de Tácito, poco más de 30 páginas de tratado étnicogeográfico con intencionalidad moralizante escritas a finales del siglo I de nuestra era por un historiador romano. Y sin embargo, ¡diablos, qué daño ha hecho el librito de marras
El Reich usaba al autor latino para justificar su política racial
Según el historiador, Germania era un asco de sitio para vivir
Himmler tenía una fijación con esa obra, y ya se sabe a lo que conducían las fijaciones del reichsführer. En 1943 envió un destacamento de las SS a Italia para hacerse con el más antiguo manuscrito que se conserva del librito de Tácito, el Codex Aesinas. Curiosa empresa nazi: conseguir un libro para venerarlo y no para quemarlo, como era lo habitual. Himmler le otorgaba al manuscrito de la Germania un poder tan grande como el de otras de sus reliquias favoritas: el Grial, la lanza de Longinos o el martillo de Thor.
A diferencia de esos objetos legendarios, el libro era bien real, y el mal que hizo, también.
A explicar la asombrosa historia de Germania y su impacto en las mentalidades -desde los humanistas al movimiento völkisch pasando por los románticos- hasta llegar a ocupar lugar privilegiado en las mesitas de noche de los mayores criminales de la historia, ha dedicado un ensayo apasionante el profesor de Clásicas de la Universidad de Harvard Christopher B. Krebs, especialista en Tácito. Bajo el elocuente título de El libro más peligroso (Crítica), agarrándose a la consideración del gran Momigliano de que Germania merece ocupar un lugar destacado entre los cien libros más peligrosos que jamás se hayan escrito, Krebs nos lleva en un viaje fascinante de la Roma imperial a la Alemania hitleriana pasando por monasterios, cortes y bibliotecas, en un recorrido por la historia de las ideas que tiene mucho de trabajo detectivesco y parece a ratos una novela de intriga.
Cuando uno toma en sus manos Germania, tan pequeñita que normalmente se edita con otros dos libros breves de Tácito, Agrícola y el Diálogo sobre los oradores (en la edición de la Biblioteca Clásica Gredos, por ejemplo, con introducciones, traducción y notas de J. M. Requejo), no alcanza a imaginar cómo se puede comparar esa obrita, rápida panorámica de la geografía, los usos y costumbres de los germanos, con una pistola humeante. Y sin embargo, cuando Krebs lo señala, ahí están las consideraciones que harían furor a lo largo de la historia hasta su utilización por los nazis. "Estoy casi convencido de que los germanos son indígenas y que de ningún modo están mezclados con otros pueblos [...]. Al no estar degenerados por matrimonios con ninguna de las otras naciones, han logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante solo a sí misma; de ahí que su constitución física, en lo que es posible para un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios".
Para los nazis y sus precursores, Tácito demostraba la continuidad de un pueblo en una tierra y justificaba la política racial. "Volveremos a ser como éramos", anotó Himmler en su diario, emocionado por "el señorío de nuestros antepasados" tras leer Germania. El reichsführer hasta estudió ejecutar a los homosexuales como Tácito señalaba que hacían los antiguos germanos: ahogándolos en las ciénagas. Sencillos, valerosos, leales, puros, honorables y hasta castos: así se veían retratados muchos alemanes en Germania. Y los SS se identificaban con aquellos guerreros -reencarnados en el arquetipo del ario-, para los que supuestamente la lealtad era su honor.
Era, claro, la que hacían los nazis de la Germania una lectura sesgada. El historiador romano no se refería en su librito a los supuestos antepasados ejemplares de los alemanes modernos.
El concepto germanos no aludía a un pueblo homogéneo, indígena y puro, susceptible de continuidad étnica, sino a una amalgama de tribus de identidad y destino incierto pululando en las nieblas del pasado. Había además observaciones poco agradables de Tácito sobre los germanos y su patria.
Esas simplemente eran ignoradas. Por ejemplo, considera Tácito que como sitio para vivir, Germania es un asco; señala que los germanos practican los sacrificios humanos (esto a los nazis, curiosamente, les molestaba mucho, aunque ellos se entregaran con fruición al Holocausto); que cuando no guerrean pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada, entregados al sueño y la comida; que crecen desnudos y sucios, que beben y riñen entre ellos continuamente. Llega a decir de una de sus tribus, los catos, que "para lo que son los germanos tienen mucha capacidad de raciocinio".
Nada de esto impidió que el pobre Tácito, el gran Tácito, pasara a formar parte del discurso autolegitimador de los nazis. Hubiera sido mucho pedir que supieran leer bien a los clásicos.
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