Inquietante Irina
Lo fantástico de Madrid como capital es que en cada década tiene sus estrellas. Como condecoraciones. En los años cincuenta tuvo al menos dos: Ava Gardner y su insaciabilidad tan conocida y rompedora. Y también la belleza inigualable de Lucia Bosé, enamorada del torero por excelencia, Dominguín. En la década pasada, en la que todos sentimos por un instante que éramos ricos, tuvimos a Victoria Beckham, esposa de David y motor de la gigantesca empresa que son ellos dos juntos. Son tiempos que ahora añoramos, cuando podíamos, casi igual que ella, comprar no un bolso de Hermès, sino tres.
Sobre Irina y Cristiano caía un titular: "son los nuevos Beckham". Capaces de dejarnos sin habla con su derroche, enojo y prepotencia
Todo eso ha terminado. Las
velinas de la era Berlusconi han sido sustituidas
ipso facto por señoras con collares de perlas de tres vueltas, pelo sin teñir y casacas, que no abrigos, de seda tiesa que ni recuerdan a las famosísimas
velinas de pecho suave y
smartphone en la oreja. En medio de todo ese panorama sombrío y tecnócrata, Madrid no se rinde y apuesta fuerte por la última de las divas extranjeras, Irina Shayk, la novia oficial de Ronaldo, el deportista todoterreno y héroe de la era gris que sobrevive a la burbuja.
Mientras la capital se unía a las manifestaciones en contra de los recortes en educación y en sanidad, Irina se preparaba para recibir un premio a su belleza. Mientras subían, o caían, nunca lo sabemos bien, las primas de riesgo y en los gimnasios de la capital se hablaba de que todo esto se debe a una estrategia de un grupo de inversores malvados que quieren arruinar el euro, en La Finca, la última urbanización de nuevos millonarios, Irina se preparaba para su gran noche en los premios de la revista
Marie Claire. Una vez allí, Irina y Cristiano fueron requeteanalizados por esa agencia de calificación que son los invitados a una buena fiesta, que, con primas de riesgo o sin primas de riesgo, son siempre igual de estrictos. Irina y Ronaldo demoraron su entrada. Al parecer, Irina no se sentía del todo cómoda si no se sentaban cerca seis de sus mejores amigos. "Hay que entenderla", matizó una versátil actriz; "si estuviéramos en su cabeza, querríamos hacer lo mismo". En su cabeza o en sus piernas, agregaron otros, que son infinitas y que, pese a llevar un traje largo de estructura armadura, Irina enseñaba con descaro y además movía nerviosamente mientras se enfurruñaba cada vez más.
Durante la entrega de uno de los premios, Ronaldo hizo un gesto a uno de sus guardaespaldas (que se mezclaban entre los invitados a escasos metros del futbolista) para que le abrieran una de las puertas del salón de la Embajada francesa y salió hacia el jardín. "¿A fumar?", preguntaron algunos presentes, indicando que dentro del recinto estaba permitido. Nadie lo supo, pero Irina también abandonó la sala, a riesgo de que su premio fuera el siguiente, el enfado en la cara y en la pisada. Los flases, igual que los escoltas, detrás. "Pero ¿qué le pasa?", decían los presentes, ahogando las palabras de agradecimiento de los premiados. "Quiere que la duquesa de Montoro abandone su asiento para sentar a su hermana", dijeron. Se explicó que los asientos estaban reservados meses
in advance.
Y las agendas de otras estrellas, también. Inflexibles, las piernas de Irina y Ronaldo dilataron y dilataron su reaparición. Cuando lo hicieron, le dieron la espalda a los flases, que llovieron sobre ellos aún más de lo que lo harán sobre Rajoy este domingo.
Brillante triunfo de Irina, que parpadeó un par de veces y comentó algo en su idioma a su Bota de Oro. Tensión social dentro y fuera de la embajada.
Irina miraba a los que ocupaban los asientos que su hermana debería disfrutar como si arrojara sobre ellos una maldición eslovaca, que a fin de cuentas es lo que estamos viviendo. Sobre ellos también caía un titular: "Son los nuevos Beckham".
Capaces de dejarnos sin habla con su derroche, pero también con su increíble enojo, su prepotencia y sus
smartphones ardientes, la cosa que más desean.
Durante toda la entrega de premios, ni Irina ni Ronaldo los dejaron quietos. A lo mejor se burlaban de los presentes. O del presente. Tras la entrega de premios, abandonaron sin cenar. Alguien habló de mala educación y alguien también habló de nueva educación. Se subrayó aquello de "con tanto dinero, no saben divertirse en las fiestas". Más adelante en la noche, Tamara Falcó sintetizo: "Es una chica Bond", y todos entendimos lo que quería decir.
Da un poco de pena que termine la era Berlusconi y nadie se lamente sobre el futuro de las
velinas. ¿Qué pasara con ellas?
Se marchan y se apagan las llamas de la fiesta incandescente que fue Europa hasta hace poco. Y los que antes votábamos a líderes carismáticos, ahora lo hacemos creyendo en un milagro para luego acostumbrarnos a que nos gobiernen tecnócratas que generan un malestar solo comparable a la ira de Irina.
De momento, el Gobierno de Monti ofrece una foto donde todos son tecnócratas.
La primera impresión, al verlos tan tiesos con el mismo tono de azul en sus trajes, corbatas, faldas, carteras y ojos, es que vuelve el
tecno, esa música que no sabes cómo bailar. Ante la foto, las
velinas seguro que se beberán una botella de champán y aspirarán un puro compartido con algún caballero orondo y solvente, jactándose: "Lo nuestro al menos era más
divertente".