Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 nov 2011

Genios que destruyen

Leí a Donoso, con la misma admiración que leía a Vargas Llosa, (ya no lo leo, me cannsó, solo rescato de ahora el de las memorias de Trujillo)o leía a Cabrera  Infante, A Goytisolo, que  al final se suicidó, no al Goytisolo de ahora que divide su tiempo y amores entre Barcelona y Marruecos.Fue en unas Navidades que descubrí "el obsceno pájaro de la Noche"
Pero como todos los Genios, la genialidad la dejan en sus obras, luego son seres atormentados, y dificiles de ser amigos.
Sentí tristeza por el suicidio de su hija, creo que él la adoraba, pero la vida entre su padre y madre, creo que adoptivos, era un infierno, torturados en un abismo de autodestrucción.
Pero los genios construyen preciosas obras de Arte y destruyen la vida de los que le rodean.
Como Matisse, Picasso, Rodin, por poner tres.
El suicidio de la hija de Donoso, parece la prolongación de esa novela , Corramos un tupido velo, y quiso interpretar su propia muerte.
quiero leerla porque perder a sus hijos, fue repetir esa historia de un tremendo descenso a "Donde habite el Olvido".

21 nov 2011

¿A DÖNDE VAS ESPAÑA?

¿Adónde vas, España? Con este título, fiel al estilo de Le Monde, abre hoy el diario parisiense un abrumador despliegue especial sobre la actualidad política, económica, social y cultural que se vive al otro lado de los Pirineos. Desde el editorial, que se dedica al Movimiento del 15-M (Las paradojas de la Puerta del Sol), el periódico se abre, por primera vez en su historia, al mismo argumento –España- en prácticamente todas sus páginas, incluidas las de información nacional y los suplementos temáticos, en un tour de force que mezcla reflexión, reportajes, entrevistas, análisis y noticias.
La portada abre con una larga crónica dedicada a las elecciones del domingo, en la que se destaca que estamos ante "el final del milagro español", y se afirma que España votará "bajo la presión de la crisis" para dar la victoria a la derecha.
Internacional ofrece una amplia crónica sobre el líder del Partido Popular, titulada Mariano Rajoy, al poder con usura, en la que afirma que el jefe de la derecha ganará después de una campaña "demasiado prudente". Una entrevista con Eduardo Madina, dirigente del Partido Socialista de Euskadi, subraya que el abandono de la violencia de ETA supone el final de "la larga marcha hacia la convivencia", y puede abrir "una nueva era en el País Vasco": "Estas serán las primeras elecciones celebradas en total libertad", dice Madina.
Las páginas económicas analizan el endeudamiento de las comunidades autónomas, que con Cataluña a la cabeza, se afirma en el reportaje, "tardan en reducir sus déficits". La pieza de investigación titulada El Corte Inglés, patrón español cuenta cómo los grandes almacenes más amados por los españoles y "omnipresentes en la historia del país", se están adaptando a los tiempos de crisis.
Un artículo de Javier Cercas, en el que el autor de Soldados de Salamina defiende el proyecto europeo como "la única utopía razonable que hemos inventado", abre las páginas de opinión. En cultura, se analiza la pasión española por las series de televisión. Un perfil de la coreógrafa María Ribot, que se marchó del país en 1997, completa la mirada cultural.
M, la revista del fin de semana, abre con un reportaje sobre Javier Bardem, al que define como "la estrella extraña"; y en las páginas de Deportes, el ex tenista Yannick Noah firma un artículo sobre los éxitos de los deportistas españoles titulado La poción mágica, mientras el suplemento de Ciencia y Tecnología se detiene en la polémica sobre la reapertura de las cuevas de Altamira a los turistas.
Le Monde pone el broche de oro a la documentada radiografía con el filósofo Fernando Savater, que dedica un artículo al Crepúsculo del zapaterismo, y con un análisis del demógrafo y economista Juan Antonio Fernández Cordón, que subraya que la caída de la inmigración ha colocado las cifras de natalidad por debajo de lo necesario "para aspirar a un crecimiento cero".

"Serás mi puta"

Una esclava sexual de Gadafi cuenta su calvario en el harén del coronel

 

Tiene 22 años, es bella como un sol y está destrozada.
A veces, se ríe durante unos segundos, y entonces un destello infantil ilumina un rostro arañado por la vida. "¿Cuántos años me echa?", pregunta, quitándose las gafas de sol. Espera un momento, esboza una leve sonrisa y murmura: "Yo me siento como si tuviera 40". Y le parecen muchos.
El Guía de Libia tenía una veintena de chicas a su disposición, además de compañeros sexuales masculinos, según Safia
Aparta la mirada y se cubre la parte inferior del rostro con el velo negro; unas lágrimas asoman a sus ojos oscuros. "Muamar el Gadafi me ha destrozado la vida".
Quiere contarlo todo. Piensa que es peligroso, pero acepta dar su testimonio durante un encuentro de varias horas en un hotel de Trípoli
. Sabe que está confusa, que no encontrará palabras para describir el universo de perversión y locura en el que la precipitaron.
Pero necesita hablar. Sus recuerdos constituyen una carga demasiado pesada. "Manchas", dice ella, que le provocan pesadillas.
"Por mucho que lo cuente, nadie sabrá nunca de dónde vengo ni lo que he pasado. Nadie puede imaginarlo. Nadie". Sacude la cabeza con un aire de desesperación. "Cuando vi el cadáver de Gadafi expuesto ante la muchedumbre, experimenté un breve momento de placer. Luego sentí un gusto amargo en la boca".
Ella hubiera querido que Gadafi sobreviviese, que hubiera sido capturado y juzgado por un tribunal internacional. Durante todos estos meses no pensaba en otra cosa.
"Me preparaba para enfrentarme a él, para preguntarle, mirándolo a los ojos: '¿Por qué? ¿Por qué me hiciste eso? ¿Por qué me violaste? ¿Por qué me golpeaste, drogaste e insultaste? ¿Por qué me enseñaste a beber y a fumar? ¿Por qué me robaste mi vida?".
Cuando su familia, originaria del este del país, se traslada a Sirte, la ciudad natal del coronel Gadafi, ella tiene cinco años.
En 2004, cuando la eligen entre las alumnas del instituto para entregar un ramo de flores al Guía durante una visita al centro escolar, ella tiene 15 años.
"Era un gran honor. Yo lo llamaba 'papá Muamar' y se me ponía la carne de gallina". El coronel le apoya una mano en el hombro y le acaricia el cabello lentamente. Es una señal para sus guardaespaldas que significa: "A esta la quiero". Ella lo sabrá más tarde.
Al día siguiente, tres mujeres uniformadas al servicio del dictador -Salma, Mabrouka y Feiza- se presentan en el salón de belleza que regenta su madre. "Muamar quiere verte. Desea darte unos regalos".
La adolescente -llamémosla Safia- las acompaña de buen grado. "¿Cómo sospechar? Era el héroe, el príncipe de Sirte".
La conducen al desierto, donde la caravana del cortrantes. La inteonel, de 62 años, se ha instalado para una cacería. La recibe enseguida, hierático, con ojos penerroga sobre su familia, sobre los orígenes de su padre, de su madre, sobre sus medios económicos
. Después, le pide fríamente que se quede a vivir con él. La joven está desconcertada. "Tendrás todo lo que quieras: casas, coches...".
Ella se asusta, sacude la cabeza, dice amar a su familia y querer estudiar. "Yo me ocuparé de todo", responde él. "Conmigo estarás a salvo. Te aseguro que tu padre lo comprenderá". Y llama a Mabrouka para que se ocupe de la adolescente.
Durante las horas que siguen, Safia, aterrada, ve cómo le adjudican un lote de lencería y ropa sexi.
Le enseñan a bailar y a desvestirse al son de la música, así como "otros deberes". Ella solloza y pide que la lleven a casa de sus padres. Mabrouka sonríe.
El regreso a una vida normal no forma parte de sus opciones.
Durante las tres primeras noches, Safia baila sola ante Gadafi. Él escucha una casete de un músico "al que más tarde mandará matar". La mira, pero no la toca. Simplemente, dice: "Serás mi puta".
La caravana vuelve a Sirte con Safia en el equipaje.
La noche del regreso, ya en palacio, la viola.
Ella se resiste. Él le da de palos y le tira del pelo. Ella intenta huir. Mabrouka y Salma intervienen y la golpean. "Continuó durante días. Me convertí en su esclava sexual. Me violó durante cinco años".
Muy pronto se encuentra en Trípoli, en la guarida de Bab el Azizia, un complejo ultraprotegido por tres recintos de murallas en el que viven, en diversos edificios, el amo y señor de Libia, su familia, sus colaboradores y sus tropas de élite.
Al principio, Safia comparte una pequeña habitación en la residencia del amo con otra joven de Bengasi, también raptada, pero que un día conseguirá huir.
En la misma planta, en unos cuartos minúsculos, hay permanentemente una veintena de muchachas, la mayoría de entre 18 y 19 años, en general reclutadas por las tres emisarias.
Estas tres mujeres, brutales, omnipresentes, regentan una especie de harén, en el que las chicas, camufladas como guardaespaldas, están a disposición del coronel. La mayoría solo se queda algunos meses, antes de desaparecer, una vez que el amo se cansa de ellas.
Safia sabe que es la más joven y se pasa el tiempo viendo la televisión en su cuarto. Le niegan lápiz y cuaderno. Consume las horas delante del espejo, hablando sola en voz alta y llorando. Debe estar siempre preparada, por si la llama el coronel; día y noche. Las dependencias de Gadafi están en el piso superior. Al principio, la llama constantemente. Luego, la relega en favor de otras, escogidas entre las amazonas, que a veces consienten -algunas dicen "entregarse al Guía"-, pero en su mayoría forzadas. El coronel sigue reclamándola al menos dos o tres veces por semana. Siempre violento, sádico. Safia tiene moratones, mordeduras y el pecho desgarrado. Sufre hemorragias. Gala, una enfermera ucrania, es su "única amiga". Cada semana practica extracciones de sangre a las jóvenes.
Regularmente, se celebran fiestas con modelos italianas, belgas y africanas, o con estrellas de esas películas egipcias que aprecian los hijos del coronel y otros dignatarios. Cenas, bailes, música, "orgías". En ellas, Gadafi se muestra generoso. Safia recuerda haber visto maletas llenas de euros y dólares. "Se las daba a los extranjeros, nunca a los libios". Según ella, el coronel tenía también numerosos compañeros sexuales masculinos.
Su mujer y el resto de la familia, que viven en otros edificios de Bab el Azizia, están al tanto de las costumbres del dictador. "Pero sus hijas no querían verlo en compañía de otras mujeres, así que se reunía con ellas el viernes, en su otra residencia, cerca del aeropuerto". En el jacuzzi que tiene en su habitación, y desde el que consulta su ordenador, exige juegos y masajes. Obliga a Safia a fumar, a beber whisky Black Label, a esnifar cocaína. Ella la odia. Tiene miedo. La segunda vez sufre "una sobredosis" y termina en el hospital de Bab el Azizia. Él la consume sin cesar. "Siempre estaba bajo sus efectos y nunca dormía".
En junio de 2007 la lleva a un viaje oficial de dos semanas por África. Malí, Guinea-Conakry, Sierra Leona, Costa de Marfil, Ghana. El coronel le coloca un uniforme caqui y la presenta como guardaespaldas, cosa que no es, pese a que Mabrouka la haya enseñado a recargar, desmontar, limpiar y utilizar un kaláshnikov. "El uniforme azul estaba reservado para los verdaderos guardias entrenados. En general, el uniforme caqui no era sino puro teatro".
Los padres de Safia no han tardado en conocer el destino de su hija. Su madre ha podido ir a verla una vez a palacio. A veces, Safia puede llamarla por teléfono, pero siempre bajo escucha. Le han dicho que si sus padres se quejan, los matarán.
El padre está tan avergonzado que no quiere saber nada. Sin embargo, es él quien organiza la fuga de su hija. Pues, harto de verla deprimida, Gadafi la autoriza tres veces a visitar brevemente a su familia en un coche de palacio.
Durante la cuarta visita, en 2009, consigue abandonar la casa disfrazada de anciana y, gracias a un cómplice en el aeropuerto, toma un avión hacia Francia.
Permanecerá allí durante un año, para luego volver a Libia, donde tendrá que esconderse, y oponerse a su madre, que quiere casarla enseguida con un viejo primo viudo; más tarde huye a Túnez y, en abril de 2011, se casa en secreto, con la esperanza de partir con su joven marido hacia Malta o Italia. La guerra los separa. Él cae gravemente herido. Safia no tendrá noticias suyas durante meses.
Ahora fuma. Llora a menudo. Se siente "destruida". Quisiera testificar ante un tribunal, pero sabe que, en su país, el oprobio sería tal que se convertirá en una paria. Su vida está en peligro
. "Gadafi aún tiene partidarios". Ya no sabe adónde ir.
© Le Monde | Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Muere a los 77 años Javier Pradera, el gran intelectual de la Transición

El columnista, editor y periodista Javier Pradera ha muerto este domingo en su casa de Madrid a los 77 años. Sus restos serán trasladados al tanatorio de La Paz en Tres Cantos.
No resulta nada fácil destacar en la vida de Javier Pradera cuál de sus ocupaciones fue la más relevante de todas. Estuvo en los disturbios estudiantiles que a mediados de los cincuenta combatieron contra el franquismo. Militó en el Partido Comunista entre 1954 y 1964, y lo abandonó cuando Fernando Claudín y Jorge Semprún fueron expulsados.
Trabajó en Tecnos y Fondo de Cultura Económica, y fundó Siglo XXI, pero su fama de editor le viene de la época en que dirigió Alianza.
En 1976 se incorporó a EL PAÍS como editorialista y jefe de la sección de Opinión. Dejó esos cometidos en 1986, pero continuó como analista, columnista y miembro de su Consejo Editorial. Formó parte, también, del Consejo de Administración del Grupo Prisa
Para cualquiera que, desde la izquierda democrática, siguiera la historia de este país, Javier Pradera estuvo donde había que estar en el momento oportuno.
Alto y delgado, un tanto desgarbado, con los pelos desordenados y sus gafas, la sonrisa en la comisura de los labios siempre lista para celebrar cualquier ocurrencia o maldad, y sus manos huesudas y largas pasando las páginas de una pila de periódicos, como si persiguiera cualquier idea sospechosa para refutarla de inmediato con una elaborada batería de argumentos.
Sus primeros textos firmados en este diario aparecieron el 16 de mayo de 1976. Una columna, en la que hablaba de la desaparición de los procuradores franquistas y donde escribía que "el presidente de las Cortes, aliado con el Gobierno, ha improvisado un procedimiento de urgencia cuya fuente de legitimación no es jurídica sino política", y llamaba después a la unión de todos los partidos para que la legitimidad del proceso fuera irreprochable. Y la crítica de un libro, que le permitía reflexionar sobre lo que ocurrió en la Unión Soviética tras la muerte de Lenin. La lúcida reflexión sobre las reglas democráticas y los comentarios de sus lecturas que no cesaron de aparecer en estas páginas hasta hace muy poco. Siempre supo mantener un punto irónico, aun cuando su obsesión fuera el rigor y la contundencia.
La batalla de ideas en la que se embarcó cada día fue una batalla por la libertad. Su última pieza apareció el domingo 20; se titulaba Al borde del abismo. No siempre se lo entendió, aunque fuera diáfano a la hora de defender sus posiciones. En 1990 puso en marcha, junto a Fernando Savater, Claves de Razón Práctica, una revista centrada en la reflexión sobre el tiempo en que vivimos.
Nacido en San Sebastián el 28 de abril de 1934, Javier Pradera se licenció en Derecho en 1955 en la Complutense con un premio extraordinario, y no tardó mucho en ingresar por oposición en el Cuerpo Jurídico del Ejército del Aire.
La primera vez que lo detuvieron fue en febrero de 1956, cuando Joaquín Ruíz Jiménez, que había abierto la mano a los estudiantes, fue destituido como ministro de Educación y los conflictos estallaron en la Universidad. Víctor Pradera, el abuelo de aquel joven revoltoso, había fundado el Bloque Nacional con José Calvo Sotelo y fue asesinado por un grupo de milicianos poco después de producirse el golpe de Estado contra la República. Su padre, Javier, corrió la misma suerte un día después.
Así que aquel estallido universitario no solo fue relevante porque constituyera un claro desafío a un régimen rigurosamente autoritario, sino porque lo protagonizaban, entre otros, algunos descendientes del bando de los vencedores. El joven Javier Pradera mostraba así su radical independencia frente a los lazos más fuertes, los familiares, y se comprometía a fondo (fue expulsado de su trabajo en el Ejército del Aire casi inmediatamente) en la larga y enojosa lucha contra el franquismo.
Formaba ya parte del Partido Comunista y andaba metido hasta las cejas en la afanosa y dura vida de la militancia clandestina. Aun así, su honestidad le exigiría unos años más tarde cuestionar la expulsión de Claudín y Semprún de la organización en marzo de 1964.
España estaba cambiando, y lo que aquellos intelectuales proponían era buscar apoyos en otros sectores de la oposición para acabar con el dictador frente al drástico designio de la ortodoxia que defendía que el PCE liderara una revolución democrática. Pradera se enfrentó al aparato: para que una democracia arraigara en esa España que empezaba a beneficiarse del crecimiento económico y que manejaba ya coches como el 600 y se ponía biquini en las playas era necesario contar con las nuevas clases medias.
Como editor, Pradera jugó también un papel decisivo. Cierto que se trataba de un papel sin brillo alguno, que se ejerce fuera de foco y que carece de proyección pública. Mucho más entonces que ahora. Era una labor que tiene mucho que ver con la de editorialista en un periódico.
En un caso, lo que se proponen son libros; en el otro, argumentos e ideas.
Fueron imprescindibles cuando Franco murió y la dictadura pasó a la historia: España tuvo que girar bruscamente y aprender a vivir en democracia. El papel de Javier Pradera fue determinante en aquella difícil y compleja etapa. Desde el primer momento volvieron a imponerse en su nueva ocupación al frente de la sección de Opinión de este diario los viejos rasgos que lo habían acompañado hasta entonces.
Si desde joven hubiera sido fiel a las ideas recibidas, por sus orígenes conservadores nunca hubiera cuestionado la dictadura. Lo hizo.
Lo que le tocaba en la nueva etapa era analizar cada día las decisiones de los políticos, los jueces o los militares, entre tanto otros, y proponer una lectura de lo que estaba pasando a los ciudadanos. Cuando todo está en proceso de derribo es una tarea donde es muy fácil caer en la demagogia o los excesos ideológicos. Javier Pradera supo cuestionar cada idea recibida y cada nuevo argumento que se manejaba en el nuevo escenario público.
La honestidad de su trayectoria, la inteligencia con la que se acercó a una sociedad sometida a un brusco cambio de valores, su generosidad, la radicalidad de no renunciar a la complejidad y saberle sacar punta a los matices.
De eso trata su historia personal, que tanto tuvo que ver con la historia de este país.
Vivió apasionadamente sin buscar nunca el protagonismo y procurando que, a través de la lucidez de sus comentarios, las cosas no se torcieran demasiado y pudiéramos todos ser cada vez un poco más libres.