Ellas son Kate Winslet y Jodie Foster, ellos Christoph Waltz y John C. Reilly.
El primero es conocido por su papel en Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, donde interpretaba al malvado pero -de algún modo- irresistible coronel Hans Landa, de las SS. El segundo, Reilly, es uno de esos rostros reconocibles para cualquier cinéfilo en cuya percha cuelgan trabajos como Magnolia o La tormenta perfecta.
Los dos pasearon sus respectivos currículos por Venecia, donde separados apenas 10 metros el uno del otro atendían a la prensa.
Winslet andaba ocupada con otros menesteres, Foster no pudo acudir a la ciudad de los canales, así que les tocó a ellos hablar de cine, teatro, discusiones y Polanski. "¿Que cómo es Polanski en un rodaje?
Nosotros trabajamos, no ponemos etiquetas, ni adjetivos, no ese nuestro trabajo: Polanski es un maestro, lleva 60 años en el negocio, es un artista en el sentido más puro.
Teniendo eso en mente llegas a la conclusión de que es un hombre que no puede equivocarse.
Quizás no te guste lo que hace o no lo entiendas, pero no intentes discutir con él porque no tiene sentido. ¿Que si he discutido alguna vez con él? ¿Por qué discutiría con él? Mira, a mí no me va todo ese asunto de la deconstrucción del proceso creativo, yo no soy ningún teórico.
No hago mi trabajo sobre algo, hago ese algo, así que no me paso el día haciendo preguntas sobre mi personaje.
Si tienes la suerte de trabajar con alguien como Polanski y quieres discutir con él sobre algo es que eres un estúpido.
No estamos hablando de un rodaje estudiantil donde tratamos de explorar no-sé-qué. Esto es Polanski", decía Waltz, un hombre que parece esconder muchas cosas tras esa sonrisa afable que se tuerce cuando no le gustan las preguntas.
Hacía el final del rodaje, Christoph y yo fuimos un día a cenar y recuerdo que él me miró y me dijo: 'Creo que empiezo a entender por qué nos ha escogido Roman'.
De alguna manera supongo que todos teníamos algo de nuestros personajes y por eso fuimos escogidos.
No lo sé, quizás", comentaba Reilly, tocado con un sombrero y mucho más dicharachero que su colega alemán. Un dios salvaje es la adaptación de la celebérrima obra de teatro de Yasmina Reza, involucrada directamente en la película aunque al parecer no lo suficientemente entusiasta para el gusto de Waltz, que lo confesaba sin pelos en la lengua:
"Nuestra película es más ligera, más rápida, menos literaria y más divertida. Yasmina tenía miedo de que el guion hubiera perdido peso en el filme, pero en eso disiento de ella: es mi convicción más absoluta de que significado y profundidad deben estar ocultos y no parecer obvios.
La comedia es el mejor género para hacer eso". "Y además nos lo pasamos rematadamente bien, especialmente cuando empezamos a beber whisky", concluía Reilly, dueño y señor de su carcajada.