15 sept 2011
TOMO el café al final de la pendiente. ...
TOMO el café al final de la pendiente. Desde la terraza me quedo mirando las estelas. Continúo bajando por Sanllehy.
No hago más que alzar la cabeza y casi tropezar porque las estelas se multiplican; hacía tiempo que no veía tantas.
Compro el tabaco, compro el períodico y tomo otro café; entro en la peluquería, antes de seguir a la oficina de correos.
La peluquera deja la revista y me atiende. Es menuda, muy morena, los ojos subrayados porque lleva gafas. Siempre ha entrado a cortar con empuje, por puro nervio o no sé qué pensamientos.
Hoy ha rebajado la intensidad y me relajo. Me relajo sobre todo porque no está el peluquero, que enseguida da pie a la conversación.
La peluquera corta y corta y yo miro a la base cromada de la silla, o al espejo en donde ella aparece con los brazos alzados.
Su pantalón es holgado; tiene poco pecho. Me parece que lleva pintados de rojo los labios. No entra nadie. Los pelos siguen rodando por el babero, gris y blanco sobre negro. A veces con el cepillo me despeja la frente y la punta de la nariz. Veo que también le ha caído algún rizo de los míos sobre su brazo.
Lleva zuecos de goma. Me dan ganas de romper el silencio y preguntarle cuántas horas pasa al día de pie. Intensifica las arremetidas con la maquinilla. Va sin respiro.
En la calle no hay nada bello, el café de los chinos (la clientela en la acera fumando), algún geranio en los balcones... Me gustaría preguntarle qué hace al final de la jornada; qué ha sido de su vida hasta ahora mismo; en qué piensa mientras me repasa la cabeza.
A veces la maquinilla golpea mi cráneo.
No se inmuta. Acaba, me cepilla otra vez la punta de la nariz. Me sonríe. Me cuesta encontrar el billetero.
Cuando lo encuentro, sale de atrás el peluquero; nos saludamos.
Comienzo la subida hasta la parada de la guagua.
Debido a los vientos siderales, las estelas de los aviones se destrenzan enseguida, pierden nitidez y se confunden con las pocas nubes que bogan hacia poniente.
Publicado por José Carlos Cataño
No hago más que alzar la cabeza y casi tropezar porque las estelas se multiplican; hacía tiempo que no veía tantas.
Compro el tabaco, compro el períodico y tomo otro café; entro en la peluquería, antes de seguir a la oficina de correos.
La peluquera deja la revista y me atiende. Es menuda, muy morena, los ojos subrayados porque lleva gafas. Siempre ha entrado a cortar con empuje, por puro nervio o no sé qué pensamientos.
Hoy ha rebajado la intensidad y me relajo. Me relajo sobre todo porque no está el peluquero, que enseguida da pie a la conversación.
La peluquera corta y corta y yo miro a la base cromada de la silla, o al espejo en donde ella aparece con los brazos alzados.
Su pantalón es holgado; tiene poco pecho. Me parece que lleva pintados de rojo los labios. No entra nadie. Los pelos siguen rodando por el babero, gris y blanco sobre negro. A veces con el cepillo me despeja la frente y la punta de la nariz. Veo que también le ha caído algún rizo de los míos sobre su brazo.
Lleva zuecos de goma. Me dan ganas de romper el silencio y preguntarle cuántas horas pasa al día de pie. Intensifica las arremetidas con la maquinilla. Va sin respiro.
En la calle no hay nada bello, el café de los chinos (la clientela en la acera fumando), algún geranio en los balcones... Me gustaría preguntarle qué hace al final de la jornada; qué ha sido de su vida hasta ahora mismo; en qué piensa mientras me repasa la cabeza.
A veces la maquinilla golpea mi cráneo.
No se inmuta. Acaba, me cepilla otra vez la punta de la nariz. Me sonríe. Me cuesta encontrar el billetero.
Cuando lo encuentro, sale de atrás el peluquero; nos saludamos.
Comienzo la subida hasta la parada de la guagua.
Debido a los vientos siderales, las estelas de los aviones se destrenzan enseguida, pierden nitidez y se confunden con las pocas nubes que bogan hacia poniente.
Publicado por José Carlos Cataño
Mario Benedetti
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
Siemore me ha gustado tanto este Poema....
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