Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 ago 2011

En el espacio nadie oye tus gritos

Bajo la luna y las estrellas, en la noche inmensa que se desplegaba desde el exuberante firmamento de verano, me senté a pensar en mi obsesión con el espacio y en las dos grandes figuras de su conquista que me han atraído morbosamente desde niño: Yuri Gagarin y Wernher von Braun.
De regreso de la costa, muy tarde, camino de la montaña, había detenido el coche en una cuneta solitaria y mientras esperaba a que E. Puig acabara de vomitar y se recuperara del mareo de las curvas y el efecto de los muchos gin-tonics, me sumergí, cara arriba, en mi vieja ensoñación de soyuzs, géminis y mercurys, de cohetes, satélites, cosmonauta y peligros - "en el espacio nadie puede oír tus gritos", como decía la publicidad de Alien-. Fueron los astros, el cielo pletórico de belleza y misterio, pero también tuvo la culpa el vértigo de mi amigo, que me hizo recordar la descompostura de Titov en su cápsula Vostok y más aún la de la perrita Laika en el Sputnik 2.




Von Braun fue, a diferencia de Gagarin, un oportunista, un arrogante y un tipo despreciable, aunque también era guapo (y tiraba la caña)


Laika, el primer ser vivo colocado en órbita, pionera de una infeliz serie de canes y monos astronautas, creyó probablemente (¡qué falsas pueden ser las esperanzas!) que su existencia cambiaría a mejor cuando la recogieron de una vida perra en las calles del Moscú de la posguerra, y es verdad que tuvo el honor de que le dedicaran un sello. Pero no pensaban devolverla a la Tierra tras su vuelo espacial y la nave estaba provista de un mecanismo para procurarle una muerte dulce.



Mi coche no dispone de ingenios semejantes así que ahí estábamos, esperando a que Puig completara su mal viaje por las vías tradicionales, mientras en la radio sonaba pertinentemente Fly me to the moon y a Frank Sinatra le hacían coro las arcadas. "Let me play among the stars...".



Uno de mis primeros recuerdos de infancia es el de estar encerrado en el cuartito del teléfono de casa, a oscuras, enfundado en mi traje de astronauta experimentando el doble horror del viaje al espacio: la agorafobia de la inmensidad ilimitada del universo y la claustrofobia de la estrecha nave y del propio traje, que me quedaba pequeño y cuya opresiva escafandra se me atascaba invariablemente en la cabeza, provocándome una espantosa sensación de angustia y asfixia.
Era una indumentaria muy realista y costosa y la reoca en aquellos años de finales de los sesenta en que me regalaron el disfraz junto a un libro sobre la aventura de los cosmonautas rusos.



"Mi pequeño Gagarin", recuerdo que decía mi madre pasándome cariñosamente la mano por el casco con las grandes letras CCCP en rojo, en una caricia imposible que me hacía saltar las lágrimas de miedo a la separación sideral. A ella, a mamá, le oí pronunciar por primera vez ese nombre: Gagarin.
Él también amaba mucho a su madre, Anna Timofeyena. "No lo volveré a hacer", le dijo para consolarla al regresar del espacio y encontrarse a la buena mujer hipando del susto. En poco más nos parecemos. Era valiente. Sentía pasión por volar. Fue un tipo bastante decente -a diferencia de Von Braun-, y un héroe. Uno de los que nos gustan, de los que caen- cómo cayó Gagarin, desde las estrellas- pero en última instancia se alzan de nuevo esplendorosos sobre su fragilidad y sus faltas, para iluminarnos con un destello de esperanza.






Yuri Alexéievich Gagarin fue el primero allá arriba. Vio el planeta como una maravillosa esfera azul de rotunda hermosura reflejándose en sus luminosos ojos del mismo color. Alcanzó la belleza suma y la felicidad durante 108 peligrosos minutos. Valió la pena.




Nada hacía prever el destino de Gagarin. Nacido en 1934 en un pueblo campesino de la región de Smolensk, su padre quería que fuera carpintero como él. Vivió a fondo la ocupación nazi y sus horrores.
 Un soldado alemán colgó a su hermano pequeño de un árbol, aunque pudieron bajarlo a tiempo antes de que se ahorcara del todo. Durante la guerra se enamoró de los aviones, tras ver un caza Yak averiado, y logró, a base de determinación, alzarse de sus orígenes y convertirse en piloto.






Era robusto y atlético -rasca al ruso y encontrarás un gimnasta-, de bonitos ojos y encantadora sonrisa, pero bajito, así que volaba en los reactores Mig 15 con un cojín bajo el asiento. Lo reclutaron para el secreto programa espacial y consiguió que lo eligieran para el primer vuelo. Tras pasar las mil y una sevicias centrífugas del entrenamiento, Gagarin, el elegido para la gloria soviética, subió al cohete sin pizca de miedo, y, tras la orden "¡ignición!" -los rusos no hacen cuenta atrás-, despegó del cosmódromo de Baikonur. Era el 12 de abril de 1961 y el mundo ya no volvería a ser el mismo. Ni Gagarin.






No estaba preparado para la que se le venía encima: de ser un tipo anónimo a convertirse en icono planetario. Su regreso, cayendo como una ardiente lágrima de san Lorenzo sobre la estepa -al final se eyectó de la chamuscada cápsula-, fue todo un símbolo de la desazón que le aguardaba en la Tierra al primer hijo de las estrellas.






En la reveladora biografía Starman (Bloomsbury, 2011), Jamie Doran y Piers Bizony explican cómo Yura, como se le conocía familiarmente, se vio sobrepasado por la fama, a pesar de su exitoso candor a lo míster Chance. Caído del cielo trató de auparse con Stolichnaya y otro tipo de aventuras más terrestres. De vacaciones en una dacha en Foros saltó desde la terraza de la habitación de una chica cuando su mujer, Valya, irrumpió en la pieza pillándole con las manos en la masa. Tuvo una mala caída -él, que había salido indemne al precipitarse del firmamento- y se causó serios daños en el rostro y la reputación. La sustitución de Jruschev, que era su gran valedor, por Brezhnev, le supuso quedar arrinconado. Y él quería seguir volando y volver al espacio. Se empeñó en ello y durante un vuelo con instructor en un Mig-15 UTI se mató al estrellarse el aparato: su tercera y definitiva caída. Se cree que chocaron con un globo meteorológico o que su avión fue desestabilizado por el paso de un reactor supersónico secreto SU-11.






Anna Timofeyena Gagarina sorprendió a todos exigiendo que le abrieran el ataúd de su hijo en el funeral de Estado. Dentro había una bolsa de plástico con los fragmentos del desperdigado cosmonauta.
Solo la nariz estaba en su lugar. Pienso en esa escena y en mi madre tratando de levantarme la visera del casco para salvarme de esta soledad estelar que no me abandona, y me saltan absurdamente las lágrimas.



El morbo que me produce Von Braun es más insano: combina el espacio con los nazis. El alemán fue, a diferencia de Gagarin, un oportunista, un arrogante y un tipo despreciable, aunque también era guapo -y tiraba la caña-.
Peter Sellers lo caricaturizó en su doctor Strangelove de la película de Kubrick. Su mejor biógrafo, Michael J. Neufeld, lo retrata en su monumental Von Braun (Knopf, 2007), como un Fausto espacial que no dudó en vender su alma a Hitler para materializar su inveterado anhelo de cohetes. Es otra forma de caer.




El señorito de Peenemünde, el Raketenbaron, pretendió salir de rositas de su relación con los nazis -alcanzó el rango de mayor en las SS, aunque una mano amiga hizo desaparecer casi todas sus fotos en negro uniforme-, y lo logró gracias a la guerra fría y el hambre de misiles de EE UU.
 Encandiló a toda la nación, incluidos Kennedy y Walt Disney, y es cierto que los llevó con Apolo a la Luna, sí, pero por el lado oscuro, pavimentado con los huesos de los trabajadores esclavos de Mittelbau-Dora que fueron sacrificados a millares, con pleno conocimiento del cohetero, para construir las pioneras V-2 del III Reich en túneles dantescos... Von Braun, el hombre que apuntaba a las estrellas, pero a veces le daba a Londres.



Gagarin, el valiente piloto de la navecilla esférica, y Von Braun, el amoral ingeniero de los priápicos Júpiter y Saturno, encarnan dos caras del espacio.
El terrible y atrayente territorio de la última frontera, donde se hacen realidad los más increíbles sueños y se materializan, en fulgurantes caídas, las peores de nuestras pesadillas. "Fly me to the moon...".

El ojo de una actriz

Patti Smith, leyenda del rock y último National Book Award, repasa la faceta fotográfica de su amiga Jessica Lange, la musa de 'King Kong' - El centro Niemeyer expondrá 78 de sus imágenes .
.Sobre una mesa hay una caja negra colocada de cualquier modo. De una habitación lejana llega un débil alboroto de risas familiares.
 La caja contiene unas cincuenta fotografías entresacadas de más de una década de trabajo e intrépidos viajes.
Al levantar la tapa llama mi atención la imagen de una niña vestida de comunión, girando en la noche.
Su cara está en sombra, sumida en la oscuridad, pero los pliegues de su vestido y los volantes de sus calcetines parecen emanar luz.




"


A continuación, contemplo otra de un trabajador en un parque de atracciones. El operario del tiovivo ha sido captado en movimiento, un barquero moviéndose eternamente contra el fondo de un diorama tatuado.






Las siguientes imágenes fueron captadas en Tulum, una pequeña ciudad polvorienta en Yucatán. Un aroma similar al drama, a semejanza de fotos fijas de una película que insinúa algo misterioso aunque sin malicia.



Una inocente figura andrógina en ropa interior surge de las sombras rodeada de un improvisado halo y flanqueada por una bicicleta.




Una mujer se agacha para ajustarse la tira de sus zapatos negros de tacón. No vemos su rostro pero todo en ella responde a la fuerza y sensualidad de un único gesto femenino.






Busco a la artista que está atareada en la cocina.






Me quedo en el umbral de la puerta, observándola.






¿Qué son esas fotografías?, pregunto.






Cosas, nada más.






Una cadena de nubes en el cielo de Minnesota evoca furgones extendiéndose más allá de los montículos de esquisto, disfrazados de nieve de verano.






Una niña en un parque con la cabeza oculta por un globo. Sus manitas extendidas en un gesto de sorpresa.






Un perro parece buscar el rumbo en la densa sombra.






Un niño sube las escaleras del Centro Mormón en Salt Lake City, empequeñecido por un mural panorámico del cielo.






Imágenes captadas por el ojo de Jessica Lange.





Los paisajes de su cámara son producto de sus viajes: Yucatán, Italia, África, Escandinavia, Montana, Minnesota, Nueva Escocia, Escocia, Rusia, Utah, Alabama, California, Rumanía, y el Medio Oeste.






Su cámara es una M6. Le gusta la película sensible que capta la escasez de luz. La luz de luna. La luz de bombillas. La luz que haya...






La cristalina luz de febrero en Minnesota. Y la luz del norte en pleno invierno cuando todo queda suspendido y el sol está bajo y produce una luz oblicua.






Jessica Lange nació en Cloquet, Minnesota, una ciudad escasamente poblada conocida por su espíritu hermético y al mismo tiempo comunitario, donde se encuentra la única gasolinera diseñada por Frank Lloyd Wright. De origen finlandés, es una mujer empática e independiente.
 No le asustan los extremos. Lleva en la sangre el sol de medianoche.





Como actriz, ha sido captada por la misma luz hacia la que ella se siente atraída. Comprende como nadie que la luz por sí misma puede sugerir el drama.
 Ha estudiado movimiento y mimo; sabe deslizarse tan discreta y sigilosamente en todas las situaciones, que el fotografiado ni siquiera sabe que está allí.






Una pareja joven está tumbada en la hierba junto a una señal: Cherry Chill. El calor del verano se refleja en sus caras y en sus miembros.
Es moderna y sin embargo recuerda al ambiente de finales de los años cincuenta, reflejado en películas como Picnic y Esplendor en la hierba; el ambiente del Día del Trabajo cuando los niños juegan a Red Rover y los adolescentes sueñan con escabullirse.






Inocencia y anhelo en la feria estatal de Minnesota.






Un joven con los ojos cerrados desbordante de alegría.






Un vestido diáfano y una corona de papel. La piel bajo la seda. El deseo inconsciente flotando en la pista de baile.






¿Cómo conseguiste esa?






Estaban tan absortos...






Él no podía quitarle las manos de encima, dice.



La artista adora lo que fotografía y habla de ello con asombro.



Su hijo rubio y su nieta emanan un resplandor silencioso.



Suele haber un elemento de curiosidad en su proceso. La emoción de ver lo que capta la cámara y lo que deja escapar.



En otra fotografía, la cabeza sin cuerpo de un perro asoma desde un tejado como si fuera una gárgola. Un tendido eléctrico atraviesa un cielo parcialmente fundido, con la leve huella de una nube. Y sin embargo las luces de Navidad arrastrándose por una pared están notablemente detalladas. Las puntas de las orejas y de los dientes del perro son afiladas.



Hay algo en la luz de México, dice.



El sol es tan aplastante que todo parece detenerse...



En un reciente viaje a Etiopía, tomó una fotografía de los habitantes de un pueblo reuniéndose para la ceremonia inaugural de su primer pozo. El cielo arroja una luz blanca que contrasta con la brillante negrura de la reunión vecinal.



Hay algo en la luz de África, dice.



Luego, repentinamente sonríe.



Supongo que simplemente hay algo en la luz...

, 'La piel que habito',

Es el director de cine español de mayor reconocimiento mundial. Cada estreno de una de sus películas se convierte en un acontecimiento en la industria cinematográfica nacional e internacional.
 En esta entrevista, Pedro Almodóvar -que está a punto de estrenar su largometraje número 18, 'La piel que habito', probablemente su película más sombría y dura- se explaya sobre temas de actualidad, desde la previsible victoria electoral de la derecha hasta el Movimiento 15-M, la reivindicación de la memoria histórica, el agobio de la proliferación de paparazzi aficionados y la necesidad de proteger con mayor convicción legal al autor frente a la piratería.







"las que me han dado más prestigio son mis películas oscuras"






"el 15-m nos ha traído a la izquierda nuevas energías"






"su rostro debía estar invadido por un miedo absoluto"



"El futuro nos ha cogido en bragas. Y hay que espabilarse"



"tengo avanzado un proyecto propio que será en inglés"

Usted escribió en la promoción de esta película sobre la importancia de una frase de Elías Canetti de 'El libro de los muertos': "... el interrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de su salvación", en referencia a la actitud del personaje de Elena Anaya, prisionera desde hace años en una jaula de oro.
Sin embargo, esa sensación de vivir encerrado también se podría aplicar a su propia vida, condicionando la evolución de sus películas, que de aquellas comedias iniciales ha pasado a un cine más dramático.

Pero yo no estoy cautivo, o si lo estoy es de mí mismo.
Y si busco incesantemente una rendija por la que evadirme, se debe a que continuamente busco elementos que me inspiren y me estimulen a contar nuevas historias. Y ese ir y venir forma parte de mi vida y mi trabajo.
Pero no hay barrotes, o si los hay son meramente biológicos.
El paso del tiempo. Respecto a La piel que habito, es cierto que probablemente sea la película más negra que haya hecho hasta la fecha.
A pesar de que tiene lo más parecido a un final feliz. Pero hay una zona de la película en que el género dominante es el terror, pero un terror de verdad, sin artificio, sin sangre, ni sustos, nada que ver con la manera en que ahora se hace este género.
Y esa zona terrorífica pesa mucho sobre la emoción que experimenta el espectador al verla. Al menos entre los cientos con los que he tenido la ocasión de hablar, casi todos periodistas. Pero no es una película sombría.
 Hay mucha luz, no he querido recurrir a una estética expresionista con sombras recortando las paredes, etcétera.
He buscado mi propio camino, que justamente no es el de las sombras. En esto tengo que agradecerle a José Luis Alcaine el magistral trabajo como director de fotografía. Se merece el premio que le dieron en el Festival de Cannes a la película con mejor fotografía del festival.










Una de las características de su cine es la mezcla de géneros.


Esa mezcla también se da en La piel... La película transita entre el drama, el cine de anticipación científica, el thriller, el terror y el melodrama. Sin renunciar del todo al humor, que también lo hay y siempre lo habrá. Eso es marca de la casa.










Una mezcla de géneros en la que no respeta las reglas de ninguno de ellos. En esta nueva obra tienen especial presencia las pantallas y los circuitos de televisión interna. ¿Significa eso un reconocimiento a los tiempos que vivimos en los que se ha perdido completamente la inocencia de la mirada en aras de un obsesivo control?






Lo que yo quería subrayar es que vivimos rodeados de pantallas, de imágenes en movimiento, tanto en la calle como dentro de nuestras casas. O dentro de nuestros ordenadores. El ordenador se ha convertido en un artefacto dentro del que vivimos, que nos refleja y por el que no solo entra la realidad, sino que nos sirve para relacionarnos con los demás, aunque también puedan controlar nuestra intimidad a través de él, y sin pedir permiso. El peligro de vivir al desnudo frente a todos estos artefactos es una sensación real. Pero para un director, esta masiva proliferación de imágenes en movimiento, como cotidianidad absoluta, es muy interesante. Porque la imagen es nuestro instrumento de trabajo, y ahora mismo, para un narrador, o para la policía o para los detectives, oficios que se parecen mucho al de narrador de historias, se han enriquecido enormemente las herramientas que utilizamos y los modos de investigar / documentar/ desarrollar una historia. Bien es cierto que el control que se puede hacer de las andanzas de cualquier persona, en los tiempos que corren, es exhaustivo. Desde que sale de su casa hasta que vuelve. Hemos perdido grandes dosis de intimidad. El personaje de mi película no tiene ninguna.
 Está siendo siempre observada como un ratoncillo con el que se está experimentando. Además de las imágenes de control, con pantallas en blanco y negro en la cocina, está el inmenso plasma que tiene el doctor Ledgard, el personaje de Antonio, que le ocupa la mitad de la pared que da a la habitación de Vera-Elena.
 Mi intención es dar la impresión de que casi viven juntos. Y cuando Antonio atrae la imagen hacia sí con un zoom y el rostro de Elena es tan grande como las tres cuartas partes de Antonio, quiero decir que aunque él sea el dueño de las llaves, Elena es la que está controlando la relación.
Los distintos tamaños de las pantallas donde aparece ella tienen un interés puramente narrativo, además de representar la vida misma.







Hablando de imágenes robadas, ¿qué opinión le merecen los 'paparazzi'?


No son santo de mi devoción, a no ser que te llames Ron Galella.








Pero eso es algo que solo se descubre 'a posteriori'.


Es verdad. Cuando fotografiaba a Jacqueline Kennedy por la calle, no creo que ella imaginara que esas fotos iban a ser colgadas en los museos del siglo XXI.





Si hubiera hecho hoy 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', tendría que haber utilizado los teléfonos móviles.


Ese es el peor tipo de paparazzi, el que te encuentras por la calle a cualquier hora del día o de la noche y te graba y te fotografía, sin llamar antes a un maquillador y a una peluquera.
 Yo soy un tipo cercano, estoy dispuesto a hablar con toda la gente que me encuentro por la calle. Me gusta.
Tengo muy buena relación con el caminante urbano. Pero hay días en que no soporto más de 10 irrupciones, con foto incluida.










¿Cree que eso repercute en su cine o en su vida?


No, hombre. Repercute en la longitud de mi zancada, en el ritmo de mi caminata. Ten en cuenta que es el único deporte que hago, caminar. Ya estoy en ese plan. Pensando en el ritmo cardiaco y en la tensión arterial. Tengo máquinas en casa, pero prefiero que me dé el aire. Ya vivo con un gato, y estoy a punto de comprarme un perro para que me saque a pasear. Yo mismo estoy sorprendido de estos cambios.










Muchos cambios desde que subía al escenario de Rockola cantando con Fabio McNamara 'Me voy a Usera' en bata de boatiné y un grueso collar de perlas de bisutería.


No entiendo de piedras preciosas.
Siempre he preferido la bisutería.
Pues sí, muchos cambios y muchos años. Treinta. Estoy muy orgulloso de la bata de boatiné, y del perrerío de las noches y los días de la década de los ochenta, pero si hubiera seguido así no estaríamos haciendo esta entrevista.









También su cine ha cambiado.


Gracias.










Quiero decir que de aquellas comedias disparatadas a la negrura de 'La piel que habito' hay un abismo.


Puede ser. Yo he llegado a La piel que habito de un modo natural, día a día. Película a película. Para mí es un cambio tan natural como el biológico.
Me alegro de que mi cine haya cambiado.
Reconozco que las historias que ahora cuento son más graves que las de hace 30 años.
Es lo que me sale, pero hay cosas que no han cambiado, quiero ser entendido, que mis películas se entiendan, a pesar de sus complejidades, y quiero ser ante todo y sobre todo entretenido.
Desde Pepi... hasta La piel... Es cierto que además no hago ninguna concesión, que hago lo que quiero hacer y como quiero hacerlo.
Y a veces eso es un reto para mí y para el espectador.
 Necesito un espectador vivo, despierto, sin prejuicios y dispuesto a sorprenderse con alegría ante los giros imprevistos. Y aunque mi paleta se haya ensombrecido, son justamente las películas más oscuras, las que he rodado esta última década, las que mayor prestigio y reputación me han dado internacionalmente.
Lo digo como mera información, sin engreimiento.
 Tal vez fuera de aquí, como no soy de la familia, valoren mejor los cambios.










En 'La piel que habito', la familia de Marisa Paredes y sus dos hijos son originarios de Brasil, un país que elige porque no tiene una tradición judeocristiana. 'La mala educación' es una clara muestra de lo que supone una educación cristiana. Ahora vivimos tiempos en los que se vislumbra un nuevo triunfo electoral de la derecha, de la que la imagen más inquietante es esa de María Dolores de Cospedal en la procesión del Corpus de Toledo. ¿Le preocupa el porvenir inmediato?


Te sorprenderás, pero me gusta la mantilla.

En La Mancha es muy popular, mis hermanas se ponen mantilla en Semana Santa y yo mismo tengo una foto preciosa, de adolescente, con mis dos hermanas vestidas de negro y con mantilla, que guardo como oro en paño.
No quiero ser agorero y mucho menos jugar a futurólogo en un momento en que todo cambia en cuestión de horas.
Cada día ocurre algo importante, un día dimite Camps, al día siguiente muere Amy Winehouse, la junta directiva de la SGAE está dispuesta a cambiar sus estatutos y hacernos partícipes a todos los miembros, y poco después salen siete miembros de la misma junta directiva negándolo; un día, el PP aventaja en más de diez puntos al PSOE y en este instante la diferencia se acorta en tres puntos por el efecto Rubalcaba; el Papa vuelve a enfrentarse con nuevos casos de abusos y torturas en Irlanda, por enésima vez. Strauss-Kahn un día es un cerdo, y al siguiente, una pobre víctima.
 Durante semanas ha estado condenado al más indigno ostracismo, y de pronto la mitad del pueblo francés desea que vuelva a la política. El tabloide The News of the World cierra por un escándalo de espionaje salvaje, con ramificaciones que implican a políticos ingleses, la policía, Scotland Yard... y el propio señor Murdoch, por fin, muestra su verdadera y horrible faz.
Es imposible abarcar el presente, mucho menos determinar el futuro. ¿Que si me preocupa? Por supuesto. Mucho. En este momento podemos hablar con temor de la llegada de la derecha en laspróximas elecciones, pero no quiero anticiparme.
El presente va a toda hostia, arrastrando a su paso antiguos miedos y nuevas esperanzas. Creo, por ejemplo, que el 15-M nos ha traído a la izquierda española nuevas energías. Encuentro en la ciudadanía mucha más conciencia y deseos de participar, y de unirse, ojalá, que hace nueve meses.
 En las próximas semanas van a ocurrir muchas cosas. Yo participaré en lo que pueda, pero estaré más centrado en el estreno de La piel que habito en Europa y poco después en EE UU. Me temo que gran parte de lo que acontezca en España este otoño me lo perderé porque estaré un largo periodo en Nueva York y Los Ángeles. Pero estaré al loro.










Otra de las críticas más comunes a la etapa socialista es, precisamente, esa falta de voluntad por aplicar la Ley de la Memoria Histórica. ¿Qué opina de esto?


Lo han hecho muy mal. Cuando esa ley se aplicó en las distintas comunidades, demostró su ineficacia y falta de reglamentación.
 A mí me preocupa mucho el tema, no tengo ningún familiar cercano enterrado en ninguna cuneta, pero me duelen mucho las dificultades y la ausencia de ayudas que están recibiendo los familiares de las víctimas del holocausto franquista. No se abren heridas, como dice la derecha, sino que se cierran.
Y es importante hacerlo ahora. Es un asunto que quedó pendiente y es urgente y muy importante que se aborde de una vez, con eficacia.










Y ya que lo ha mencionado antes, ¿qué le parece este otro movimiento grande, heterogéneo, espontáneo y peculiar, pero muy curioso sociológicamente hablando, en el que se juntan varias generaciones, que es el 15-M?


Creo que afortunadamente tumba la idea del joven apolítico que teníamos hasta ahora. Los chicos que han nacido en plena democracia se lo han encontrado todo hecho, no guardan memoria de que a veces hay que luchar para mejorar las propias condiciones de vida.
 Ese apoliticismo ocurría más con la primera generación de la democracia, la generación que se ha quedado viviendo con sus padres, sin necesidad de emanciparse ni a los 40 años.
Sin embargo, los más jóvenes, sin previo aviso, se instalan un día de mayo en la Puerta de Sol y nos demuestran que no son como sus hermanos mayores.
 Son chicos preparados, pero sin perspectiva de futuro, y no están dispuestos a marcharse a Alemania a trabajar, sino que se reúnen en asamblea callejera para clamar por los problemas que les afectan y que a los políticos parecen no preocuparles. Por fin, estos miles de jóvenes han representado de modo emocionante la desafección que muchos españoles sentimos como ellos, la falta de identificación con los políticos que nos gobiernan, su repulsa a los desahucios, el modo en que se aborda la solución de la crisis, su oposición al bipartidismo, la necesidad de una nueva ley electoral, el empequeñecimiento de una democracia que debe evolucionar para seguir siéndolo. El 15-M es nuestro Mayo del 68, solo que aquí no se piden utopías, casi todo lo que denuncian y reclaman es dramáticamente real, posible y necesario.









¿No estamos exagerando entre todos la importancia de este movimiento?


Puede ser. Personalmente estoy dispuesto a cogerme a esa exageración como a un clavo ardiendo. No es que el 15-M nos vaya a arreglar elfuturo, no es un partido político, pero sí creo que han conseguido despertarnos.
Es muy importante la concienciación y la participación de la sociedad civil.
Creo que la solución está en el dinamismo de la ciudadanía. Aunque Franco arruinó la idea del referéndum, hay muchos temas que los políticos pueden consultar a los ciudadanos; la democracia no puede consistir exclusivamente en que cada cuatro años vayamos a votar, en casos como el actual, a dos partidos con los que no nos sentimos identificados.
En las relaciones de los políticos y la ciudadanía hay que incorporar las nuevas tecnologías.
Ya no sirve eso de "mejor no hacer una consulta sobre este tema, porque no lo van a entender". Ese paternalismo de los políticos no se puede mantener en la actualidad. La vida se ha dinamizado enormemente. Y ese nuevo ritmo todavía no ha llegado a la política. Y tienen que ponerse al día. Vivimos en pleno torbellino de un cambio de época, y a cada uno le toca cambiar en lo suyo. Da vértigo, pero no queda más remedio. El futuro nos ha cogido en bragas. Y hay que espabilarse.









Enormes cambios en el último momento, como se titulaba una novela de Grace Paley. Usted también se ha distinguido en ese afán de refundar la SGAE después de las noticias judiciales de este verano. Eso entronca con un problema grave en España: la lucha contra la piratería. Parece que se ha instalado la cultura de lo gratuito, pero, curiosamente, solo en los terrenos de la cultura y el ocio...


El menosprecio a la cultura y a sus creadores viene de antiguo. Me gustaría matizar la relación de los creadores con Internet. En primer lugar, todos somos internautas. Si yo estuviera empezando ahora, en vez de superochos, haría vídeos que colgaría gratis en YouTube y me daría a conocer globalmente sin necesidad de intermediarios.
Y explotaría de felicidad si un millón de internautas se hubieran descargado mi corto gratis. Esto es un milagro con el que no podíamos ni soñar.
Creo que este siglo se diferencia del anterior por la irrupción de Internet en nuestras vidas. Es algo tan importante que para medir el grado de libertad que existe en un país, del mismo modo que en el siglo pasado era la libertad de prensa, ahora la medida es el libre acceso a Internet, algo que no ocurre en Cuba o en China. Internet ha conseguido que montones de personas con problemas similares se pongan en contacto y se organicen, por poner solo un pequeño ejemplo.
 Todo eso es maravilloso, pero hay aspectos en la red que necesitan una regulación. El asunto de las descargas ilegales.










Pero va a ser difícil modificar determinados hábitos que ya están tan arraigados...


Yo entiendo que a los chicos que se han descargado todo tipo de materiales gratis es muy difícil convencerles de que determinados contenidos tienen un dueño, y que bajártelos alegremente equivale a un robo. Las películas tienen un dueño, alguien ha pagado un montón de millones de euros para producirlas. Pero además del perjuicio económico, que es descomunal, a mí me preocupa el derecho moral de los autores. La gente compra películas en la manta, o se las baja en el ordenador, con una calidad técnica ínfima. Durante meses, un montón de gente, artistas y técnicos, han dado lo mejor de sí mismos para crear un producto de máxima calidad, independientemente de que la película sea buena o mala, que al cliente de la manta le llega convertido en subproducto: imágenes oscuras, sin foco, con gente que pasa por delante de la pantalla, el sonido desincronizado, etcétera. Se me cae el alma a los pies. Nadie tiene en cuenta el derecho moral del autor de que su obra se vea tal cual fue concebida. El autor tiene que añadirse a una larga lista de "los seres más desprotegidos" de esta sociedad. La antigua lucha contra la censura se ha sustituido por la lucha contra la infracalidad a que se ven condenadas las películas pirateadas. Y no es cierto que la Red haya terminado con el mercado, que todo es gratis y que todos salimos ganando, y que nadie se está lucrando. Eso es una falacia. Con las descargas ilegales, algunos están ganando mucho dinero, y no son los dueños de los contenidos, sino las operadoras telefónicas que venden al usuario las herramientas para poder descargarse todo.

Y esto solo puede impedirse desde el Gobierno. Y no lo han hecho, como tantas cosas, por una razón muy sencilla: el miedo. Para la industria cinematográfica, las descargas son un verdadero cáncer.








'La piel que habito' supone también el reencuentro con Antonio Banderas, con el que no había vuelto a trabajar desde 'Átame', un largo periodo en el que, además, los dos se han internacionalizado. En la película, Banderas tiene un extraordinario sentido de la contención, apenas mueve un músculo de la cara. ¿Cómo resultó trabajar de nuevo con él?


No mueve ningún músculo porque así se lo impuse. Antonio es muy expresivo y aquí le pedí lo contrario. Desde el principio había decidido que como la historia de La piel... es tan bestia, el tono debía ser muy austero. Aséptico. Y Antonio se ajustó perfectamente a lo que le pedía. Se sorprendió al principio, pero se sometió de inmediato. Recuerdo que durante la preparación le di un DVD de Círculo rojo, de Jean-Pierre Melville, uno de mis directores fetiche. Mucho antes que el irregular Kitano, Melville ya había inventado el silencio de los violentos y la inexpresividad facial.
 Los actores de Círculo rojo, una banda de sofisticados ladrones y policías obsesivos, esos sí que no mueven un solo músculo de la cara.
 Antonio lo entendió enseguida. Su personaje es un psicópata, el psicópata por definición está incapacitado para ponerse en el lugar del otro, por eso es capaz de las mayores atrocidades, porque no tiene conciencia del dolor.
 No sabe lo que es. Y para expresar esa incapacidad, lo mejor era vaciar el rostro de todo tipo de emoción, por mínima que fuera.
Antonio no debía mostrar el menor sentimiento. Hasta que se enamora de Elena.
El amor lo humaniza.






Con Jan Cornet, que interpreta el papel de Vicente, utilicé una fotografía muy especial que había aparecido en los periódicos cuando estábamos ensayando. Al personaje de Vicente le ocurre algo terrorífico, que no vamos a desvelar. No conozco a nadie al que le haya ocurrido nada semejante. Por lo que no podía ponerle a Jan un ejemplo real como referencia. Su rostro debía estar invadido por el miedo, un miedo absoluto, consustancial a su piel, algo que se ha instalado en sus ojos desde hacía tiempo. En realidad utilicé como referencia dos fotos; en una se veía una cogida del torero Julio Aparicio; se veía claramente cómo uno de los cuernos le atravesaba la barbilla y le salía por la boca. La otra foto, la que le puse realmente como referencia, estaba tomada dos semanas más tarde. Con esa capacidad sobrehumana de recuperación que solo poseen los deportistas y los toreros, Julio Aparicio salía por su propio pie del hospital. Contento, por supuesto, pero en sus ojos había algo que está más allá del miedo.










En su película hay también algo del Hitchcock de 'Vértigo'...


Si eres director, la influencia de Hitchcock es inevitable. Hitchcock es el gran padre del cine, y Vértigo, una película madre de muchas películas. En toda historia en la que un hombre intente modificar a una mujer, ya está incluida Vértigo. Yo recibo con alegría esa referencia. Para mí, además, la obsesión de James Stewart de darle forma a una nueva Kim Novak representa la obsesión del director con el aspecto de los actores.
 Nada representa más a un director, al menos a mí, que James Stewart cambiando el color y el peinado de Kim Novak, o acompañándola de tiendas y decidiendo qué tipo de ropa debe llevar.
Me veo a mí mismo con Penélope o con Elena Anaya. Respecto a la imagen del director, también me identifico mucho con Luis Aragonés o Pep Guardiola.
El lenguaje corporal del entrenador de fútbol cuando está viendo un partido, esa tensión y concentración absoluta es la misma que siento cuando estoy rodando. No soy futbolero, pero cuando veo una foto de ellos me reconozco a mí mismo.










Por cierto, recuerdo el enorme interés que tiene Mortier para que dirija una ópera en el Real. ¿No se lo ha planteado seriamente?


No me siento capacitado, no sé lo suficiente de ópera, no soy lo suficientemente fanático para entrar en la convención. Me preocupa la inmovilidad del espectáculo, la edad y las hechuras de los cantantes. Aunque debo confesar que he visto una ópera de Shostakóvich, The nose (La nariz), en el Metropolitan de Nueva York, la misma producción que ha triunfado, creo, en el pasado Festival de Aviñón, que desdice todo lo que afirmo.
Es el espectáculo más dinámico que haya vistojamás sobre un escenario. Algo maravilloso. Está dirigida, y se ha hecho también cargo de la escenografía, por el artista William Kentridge.
Si dirijo ópera algún día, sería con la condición de que este hombre se ocupara de los decorados y todo lo que apareciera sobre el escenario. Pero antes creo que debería dirigir teatro. Es algo que todavía tengo pendiente.










Pero no lo hace porque no quiere.


Cada día lo veo más cerca. De todos modos, creo que esta película me ha quitado un lastre. Me siento más ligero, más próximo a emprender nuevos proyectos lejos de Madrid, en otra lengua.










¿En EE UU? ¿Han vuelto a tirarle los tejos?


No, es un proyecto que yo mismo genero.










Usted ya había recibido muchas propuestas de Hollywood...


Sí, pero en esta ocasión, y por primera vez, tengo un proyecto propio, que me gusta mucho y que ya está bastante avanzado, cuya lengua es el inglés.
Podría ser el próximo, pero con producció

n nuestra, quiero decir, europea.

"¿Qué hiciste, abuelo Vincenzo?"

Un documental reconstruye, un siglo después, el robo de 'La Mona Lisa' del Louvre con el testimonio de la familia del caco .
Hace un siglo que el italiano Vincenzo Peruggia se llevó bajo su chaqueta La Mona Lisa del Louvre. Fue un lunes 21 de agosto. La pinacoteca cerraba ese día, así que había pocos empleados. A la mañana siguiente se descubrió el robo del retrato más célebre de la historia del arte. Cien años después, el cineasta estadounidense Joe Medeiros está a punto de estrenar un divertido documental sobre Peruggia, muerto en 1947, a los 66 años . Para realizar The missing piece, Medeiros fue a Dumenza (norte de Italia) y habló con Celestina, la hija de Vincenzo, fallecida hace cinco meses. "Admiro a mi padre por el coraje que tuvo", dice Celestina entre lágrimas en el tráiler.




¿Dónde está el 'Códice'?

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Peruggia era un antiguo empleado del museo que justificó su fechoría por las burlas que sufría como inmigrante



Una marea humana quería ver el hueco dejado por 'La Mona Lisa', ahora cuatro ganchos de hierro

Cuando La Mona Lisa desapareció se pensó que el ladrón sería un tipo refinado, pero Peruggia era un antiguo empleado del museo que justificó su fechoría por las burlas que sufría como inmigrante: le llamaban "macarrón" y había parisienses que le echaban sal y pimienta en el vino. Peruggia, vestido con la bata blanca de los trabajadores del Louvre, descolgó el cuadro -él mismo había fabricado el marco de cristal- se lo escondió y pidió a un empleado que le ayudara a salir por una puerta que estaba sin pomo y daba al hueco de la escalera.
El manitas le abrió y el ladrón se marchó.



A la ola de calor que sufría París se sumó, cuando reabrió el museo una semana después, la marea humana que quería ver el hueco dejado por La Mona Lisa, ahora cuatro ganchos de hierro. La policía cerró las fronteras y empleó las novedosas huellas dactilares como método detectivesco.
En sus archivos estaban las de Peruggia por una pelea.
Pero no se presentó a la citación cuando le llamaron y nadie lo vio sospechoso. ¡Y eso que dejó una huella dactilar junto al hueco del cuadro! En sus pesquisas, los agentes sospecharon de dos jóvenes y provocadores artistas: un poeta, Guillaume Apollinaire, y un pintor, Pablo Picasso. Ambos genios acabaron llorando en el interrogatorio y se demostró que no tenían nada que ver con el caso.
La investigación no halló otro hilo y Lisa Gherardini, la mujer de enigmática sonrisa pintada por Leonardo da Vinci a comienzos del XVI, fue dada por desaparecida.



'El robo de la sonrisa'



El caso Mona Lisa fue novelado por la escritora R. A. Scotti en El robo de la sonrisa (2009, Turner). Scotti contó cómo la prensa, para aumentar su tirada, aventó teorías disparatadas y ofreció suculentas recompensas.
El libro narra que Peruggia, en su delirio -"me enamoré de ella", dijo de la tabla-, facilitó la recuperación del cuadro a fines de 1913.
Envió una carta firmada como "Leonardo" al marchante Alfredo Geri, de Florencia, que se la enseñó al director de la galería de los Uffizzi. "Leonardo" decía que el cuadro estaba listo para volver a Italia, porque si el maestro del sfumato había nacido en la provincia florentina, la obra debía regresar al país de la pasta.
Pero Vincenzo sabía poco de La Gioconda, que el verdadero Leonardo vendió al rey Francisco I de Francia. Medeiros explica en su documental que Peruggia estaba convencido de que "las tropas de Napoléon robaron la obra de Italia".
Varias cartas después, el caco se reunió con los dos hombres en la habitación de su hotel. Allí abrió un maletín y, tras un falso fondo, sonrió La Mona Lisa.
 Como el dinero lo mueve todo, el hotel fue rebautizado años después como La Gioconda. Pasen y vean, en la habitación número 20 se alojó el ladrón del cuadro al que solo le faltaba "el don de la palabra", como dijo el mecenas Cassiano del Pozzo en el siglo XVII. El director del museo florentino alertó a la policía y Peruggia fue detenido.



¿Sería factible robar hoy La Mona Lisa? "No es imposible, pero lo difícil sería decidir qué hacer con el cuadro, cómo darle salida", señala Robert K. Wittman, fundador de la brigada del FBI contra este tipo de delitos, donde trabajó 20 años y recuperó "obras por valor de 210 millones".
 Wittman dirige ahora una consultora que sigue el rastro a objetos robados y colabora con gobiernos, museos y particulares.



Al final del caso Mona Lisa, Peruggia fue condenado a unos meses de cárcel que apenas cumplió porque el psiquiatra le tildó de "deficiente mental" y porque, juzgado en su país, se apiadaron de él.
De hecho, en la celda recibía dulces y cigarrillos de sus paisanos.
Su hija Celestina siempre pensó que a su padre solo le movió el patriotismo. A inicios de 1914 la obra volvió a París. Joe Medeiros, que vive "fascinado" por este caso, ha reconstruido el robo en su documental: "Filmamos en el Louvre y Silvio, un nieto de Vincenzo, reprodujo los pasos de su abuelo.
Además, visitamos el apartamento de París en el que tuvo el cuadro dos años, y en Florencia estuvimos en el hotel donde fue arrestado".
Allí, sentada en una cama, Graziella, la nieta del protagonista, exclama entre bromas: "¡Abuelo, abuelo Vincenzo, pero qué hiciste!".