El cineasta griego Costa-Gavras y el dramaturgo francés Jean-Claude Carriére han sido distinguidos hoy con la Orden de las Artes y las Letras que entrega el Consejo de Ministros en reconocimiento a la trayectoria artística de ambos.
Los nombres de estos galardonados fueron propuestos al Consejo por la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.
El Consejo de Ministros considera, en su comunicado, que las producciones fílmicas de Costa-Gavras han trascendido a "toda una generación de españoles defensores de la realidad política y la convivencia pacífica" por abordar con sentido crítico los problemas de los "totalitarismos" y las "injusticias sociales".
Costa-Gavras, que recibió la nacionalidad francesa en 1956, debutó como director con Los raíles del crimen en 1965, que cuenta la historia de seis personas que viajan en tren de Marsella a París y en el trayecto son asesinados.
"Sus películas se han convertido en símbolos universales contra la intolerancia, la represión y la falta de libertades", destacó el Consejo. Costa-Gavras también ha trabajado en la dirección de películas como Z (coescrita con Jorge Semprún), La confesión (1970), Estado de sitio (1972).
Con Sección especial logró en 1974 el Oscar al mejor guion. Ese mismo año recibió la Palma de Oro en Cannes con Desaparecido.
Tras su paso como presidente de la Cinemateca Francesa a comienzos de los ochenta, el también guionista trabajó en Le Petite Apocalype, una dura sátira sobre los revolucionarios de Mayo de 1968.
Por su parte, Jean-Claude Carriére fue distinguido por "su pasión por la identidad y cultura española". El Consejo ha destacado el trabajo y colaboración que el novelista y guionista francés realizó con Luis Buñuel y Luis García Berlanga.
Considerado uno de los máximos exponentes del surrealismo francés, el dramaturgo colaboró con Luis Buñuel como guionista en la película Diario de una camarera (1964). Entre sus producciones figuran Belle de Jour (1967), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974), entre otros.
29 jul 2011
Guárdate, mariposa, de los lagos de mi memoria
que, para ti, crueles encantos y riesgos entrañan.
Cuídate de no mirarte en ellos como en mis ojos
y no te ofrezcas desnuda a sus oscuras aguas
por ver en ellas el milagro de mirarte reflejada
en tu propia pasión sin recato ni pudor arrebatada.
Vuela sobre mi y tráeme, aunque sea por los pelos,
al lugar donde los nombres se entrelazan sin reparo
en el que, la locura, nos posee de igual a igual.
Déjame allí a la vista tu prodigioso torso amado,
levantada a los cielos tu dorada cabeza altiva,
desvelado sobre tibios lienzos de lino blanco,
sonrojándose tu espléndida belleza anacarada
al mostrarme el recorrido de las salvajes laderas
que culmina donde tu cuerpo se abre como floresta
y el rizado vello se enreda y rebela en contra mía
con el olor del lirio desvestido y el ámbar silente.
Guárdate que, como ves, te amo desde el miedo
escapándome -como sabes- por la tangente dorada
de tu talle donde crecen mis estériles palabras.
Procura amarme, mariposa, otra vez arriesgadamente
como una fiera que me abre la boca con su boca,
provocando el hermoso dolor sin laúdano del deseo,
y arráncandome de mis labios, con tus uñas,
los puentes de plata que nos une de mis versos.
Sería hermoso tenerte, así, apresada y sofocada,
hambriento de ti y sediento de tu sangre y saliva
hasta que se ilumine el alba más allá de la noche
y sin dejar amanecer del todo bajo las sábanas
deshojando la rosa roja y tibia -ofrenda- que perfuma
los temblores de la carne y el resplandor de tu cara.
Mariposa, guárdate de mi, o acéptame un trueque:
Un abrasador beso por cada humilde verso
que entiendas que contiene la savia del deseo,
o el fulgor de tu mirada por cada una de sus palabras,
y por un poema...¿qué te puedo pedir por un poema?
¿Que te transformes en rumor de hojas secas
que me persiga con el viento allá a donde yo vaya,
o en libélula que bate sus frágiles alas en el aire?
¡Ya lo sé! Por un poema...
que, para ti, crueles encantos y riesgos entrañan.
Cuídate de no mirarte en ellos como en mis ojos
y no te ofrezcas desnuda a sus oscuras aguas
por ver en ellas el milagro de mirarte reflejada
en tu propia pasión sin recato ni pudor arrebatada.
Vuela sobre mi y tráeme, aunque sea por los pelos,
al lugar donde los nombres se entrelazan sin reparo
en el que, la locura, nos posee de igual a igual.
Déjame allí a la vista tu prodigioso torso amado,
levantada a los cielos tu dorada cabeza altiva,
desvelado sobre tibios lienzos de lino blanco,
sonrojándose tu espléndida belleza anacarada
al mostrarme el recorrido de las salvajes laderas
que culmina donde tu cuerpo se abre como floresta
y el rizado vello se enreda y rebela en contra mía
con el olor del lirio desvestido y el ámbar silente.
Guárdate que, como ves, te amo desde el miedo
escapándome -como sabes- por la tangente dorada
de tu talle donde crecen mis estériles palabras.
Procura amarme, mariposa, otra vez arriesgadamente
como una fiera que me abre la boca con su boca,
provocando el hermoso dolor sin laúdano del deseo,
y arráncandome de mis labios, con tus uñas,
los puentes de plata que nos une de mis versos.
Sería hermoso tenerte, así, apresada y sofocada,
hambriento de ti y sediento de tu sangre y saliva
hasta que se ilumine el alba más allá de la noche
y sin dejar amanecer del todo bajo las sábanas
deshojando la rosa roja y tibia -ofrenda- que perfuma
los temblores de la carne y el resplandor de tu cara.
Mariposa, guárdate de mi, o acéptame un trueque:
Un abrasador beso por cada humilde verso
que entiendas que contiene la savia del deseo,
o el fulgor de tu mirada por cada una de sus palabras,
y por un poema...¿qué te puedo pedir por un poema?
¿Que te transformes en rumor de hojas secas
que me persiga con el viento allá a donde yo vaya,
o en libélula que bate sus frágiles alas en el aire?
¡Ya lo sé! Por un poema...
¡Por un poema te pido tu cuerpo!
Quereres,
Quereres,
más bien sinrazones,
que surgen al dar rienda suelta
a esa especie de locura
que, en ocasiones, me posee,
para poder liberarme de ella,
como si catarsis fuera.
Vanidad o presunción,
tal locura la necesito
para poder imaginar tu mundo,
recrearlo, y hacerlo posible.
No, no puedo renegar de ella,
aún guardando las distancia.
En ella te reconozco
y gozo con tu utopía.
No hay mejor locura
que aquella en la que, para vivir,
no basta la realidad de la vida.
Sea sinrazón o desventura,
qué más da, admitámoslo,
mejor estar medio loco
que sumergirse en el lodo.
Sea divina locura
ocupada por el espacio ocupado,
imaginado, de tu ser,
que transforme mis obras,
y lo que no me he planteado nunca,
mi búsqueda y mis cuestiones.
Quereres o egocentrismo
que me lleva a hablar de mi mismo.
Locura
en la que te pongo voz
deseando pasar inadvertido
mientras pugno por hacerme oir.
Locura
como modo de percibir la vida,
una manera de ser y sentir,
un estado desgraciado
consustancial a mi mismo,
algo que es mío,
auténtica y genuinamente mío.
Así que por mis quereres
vago por tu mundo como loco,
preñándote con los genes negros
de las letras de mis versos;
aquellos en los que tú yaces
reteniéndolos como besos
susurrados junto a tus oídos.
Dichos, vividos...
Amalgama de sentimientos,
de colores, de sonidos.
Lecturas para la locura
que desfloran tus pensamientos,
robándote la virginidad
del cauce desbordado
en el que se debaten tus amores.
Quereres, locura, exasperación,
un sentimiento para el que no tengo
la palabra exacta para nombrarlo,
y para el que querría palabras
nuevas, únicas y singulares,
y entre las que tu nombre subyace.
Tú, mi locura insoslayable,
sin elección posible,
por la que decidí que lo más cuerdo,
nunca sabré si fué lo más sensato,
era desbrozarte el camino
por el que venías hasta mí
llamándome por mi nombre.
A él regreso, como esta noche,
dejándome seducir sin resistencia,
sin ofrecer condición alguna,
dejando mis versos
como sedimento que se deposita
en ese pozo repleto de quereres,
más bien sinrazones,
llámalos si quieres locura.
más bien sinrazones,
que surgen al dar rienda suelta
a esa especie de locura
que, en ocasiones, me posee,
para poder liberarme de ella,
como si catarsis fuera.
Vanidad o presunción,
tal locura la necesito
para poder imaginar tu mundo,
recrearlo, y hacerlo posible.
No, no puedo renegar de ella,
aún guardando las distancia.
En ella te reconozco
y gozo con tu utopía.
No hay mejor locura
que aquella en la que, para vivir,
no basta la realidad de la vida.
Sea sinrazón o desventura,
qué más da, admitámoslo,
mejor estar medio loco
que sumergirse en el lodo.
Sea divina locura
ocupada por el espacio ocupado,
imaginado, de tu ser,
que transforme mis obras,
y lo que no me he planteado nunca,
mi búsqueda y mis cuestiones.
Quereres o egocentrismo
que me lleva a hablar de mi mismo.
Locura
en la que te pongo voz
deseando pasar inadvertido
mientras pugno por hacerme oir.
Locura
como modo de percibir la vida,
una manera de ser y sentir,
un estado desgraciado
consustancial a mi mismo,
algo que es mío,
auténtica y genuinamente mío.
Así que por mis quereres
vago por tu mundo como loco,
preñándote con los genes negros
de las letras de mis versos;
aquellos en los que tú yaces
reteniéndolos como besos
susurrados junto a tus oídos.
Dichos, vividos...
Amalgama de sentimientos,
de colores, de sonidos.
Lecturas para la locura
que desfloran tus pensamientos,
robándote la virginidad
del cauce desbordado
en el que se debaten tus amores.
Quereres, locura, exasperación,
un sentimiento para el que no tengo
la palabra exacta para nombrarlo,
y para el que querría palabras
nuevas, únicas y singulares,
y entre las que tu nombre subyace.
Tú, mi locura insoslayable,
sin elección posible,
por la que decidí que lo más cuerdo,
nunca sabré si fué lo más sensato,
era desbrozarte el camino
por el que venías hasta mí
llamándome por mi nombre.
A él regreso, como esta noche,
dejándome seducir sin resistencia,
sin ofrecer condición alguna,
dejando mis versos
como sedimento que se deposita
en ese pozo repleto de quereres,
más bien sinrazones,
llámalos si quieres locura.
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