6 jul 2011
Un atípico embajador de la belleza llamado Hugh Laurie
"Pensé que era un error", dice House tras su designación .
Hugh Laurie, famoso por encarnar en televisión al excéntrico doctor House, es la nueva imagen del gigante francés de la cosmética L'Oréal.
La marca le ha elegido para demostrar que "usar cosméticos es un acto viril". A sus 52 años, será la imagen de la línea masculina uniéndose a la familia de embajadores de la empresa, como los también actores Gerard Butler y Patrick Dempsey.
"Es el embajador más antimodelo de la historia y el menos convencional", ha señalado el director general internacional de L'Oréal, Cyril Chapuy. "Hugh Laurie es la síntesis perfecta del hombre moderno, verdadero, sin tabúes, fuerte y que sigue sus pasiones hasta el final".
Sin perder su ironía, Laurie aseguró que al principio pensó que "se trataba de un error", aunque luego comprendió "que la compañía buscaba personalidades fuertes que gritaran a viva voz que usar cosméticos es un acto viril".
Este es un año muy productivo para el actor, que se estrenó como músico con su disco de blues Let them talk en mayo.
Es la segunda vez este año que L'Oréal sorprende con su elección de representantes, después de que el pasado 25 de marzo la marca anunciara que había reclutado como embajadora a la atleta paralímpica estadounidense Aimée Mullins, que camina con dos prótesis desde pequeña debido a un problema de nacimiento.
Hugh Laurie, famoso por encarnar en televisión al excéntrico doctor House, es la nueva imagen del gigante francés de la cosmética L'Oréal.
La marca le ha elegido para demostrar que "usar cosméticos es un acto viril". A sus 52 años, será la imagen de la línea masculina uniéndose a la familia de embajadores de la empresa, como los también actores Gerard Butler y Patrick Dempsey.
"Es el embajador más antimodelo de la historia y el menos convencional", ha señalado el director general internacional de L'Oréal, Cyril Chapuy. "Hugh Laurie es la síntesis perfecta del hombre moderno, verdadero, sin tabúes, fuerte y que sigue sus pasiones hasta el final".
Sin perder su ironía, Laurie aseguró que al principio pensó que "se trataba de un error", aunque luego comprendió "que la compañía buscaba personalidades fuertes que gritaran a viva voz que usar cosméticos es un acto viril".
Este es un año muy productivo para el actor, que se estrenó como músico con su disco de blues Let them talk en mayo.
Es la segunda vez este año que L'Oréal sorprende con su elección de representantes, después de que el pasado 25 de marzo la marca anunciara que había reclutado como embajadora a la atleta paralímpica estadounidense Aimée Mullins, que camina con dos prótesis desde pequeña debido a un problema de nacimiento.
Veraneando con superventas
.Tiempo de verano.
La gente hace la maleta y mete dentro lectura abundante (novelas, principalmente) para llevarse al mar o a la montaña, al desierto o a la jungla.
Todos piensan -y casi todos se equivocan- que, en las dos o tres semanas que permanezcan lejos de casa, encontrarán el tiempo y la tranquilidad que les niegan tanto la cotidianidad y las cadencias de trabajo como la cada vez más esclavizante sensación suscitada por Internet y las redes sociales de que hay algo ahí afuera -a veces a la distancia de un tuit- que merece nuestra atención, y que termina convirtiéndose en una apremiante demanda que nos impide prestársela por mucho tiempo a esa pieza ya casi arqueológica que es el libro.
Ocurre un fenómeno paradójico: a medida que aumenta el espacio del ocio se reduce el tiempo que destinamos a la lectura ociosa.
Antes, incluso, encontrábamos el sosiego necesario para volver a leer los libros que una vez nos arrebataron, los que seguimos citando cuando nos preguntan por nuestro lejano descubrimiento de los poderes de la literatura.
Hoy la relectura -que era también un método eficaz de "leernos" a nosotros mismos, de ponderar nuestro crecimiento y nuestras transformaciones- es cada vez más rara. Releer, se diría, es una pérdida de tiempo.
Y, además, nos esperan los otros 80.000 títulos que se publican en España cada año. Deprisa, deprisa.
En la revista 'Bookforum' se preguntan qué tienen en común, pongamos, ciertas novelas de Virginia Woolf y Danielle Steel
Un gran porcentaje de las novelas que eligen los vacacioneros son best sellers, un concepto cada vez más elusivo y lleno de matices que suele traducirse por superventas. En un instructivo artículo publicado en el último número de la revista norteamericana Bookforum, Ruth Franklin se pregunta (sin llegar a respondérselo) qué es lo que tienen en común autores muy dispares desde el punto de vista literario que, en un momento u otro, han colocado sus obras en ese impredecible palmarés, inventado a finales del XIX (cuando el libro de masas se convirtió en un fenómeno frecuente), que es la lista de best sellers.
Qué tienen en común, pongamos, ciertas novelas de Virginia Woolf y Danielle Steel; qué cualidad hermana -al menos como inquilinos temporales de esas listas- a Juan Salvador Gaviota (Richard Bach, 1970), con El extranjero (Albert Camus, 1942) o El código DaVinci (Dan Brown, 2003). O, por mirar más cerca: ¿qué tienen en común -más allá del hecho de pertenecer a la categoría de "mejores vendedores"- novelas como Si tú me dices ven... (Albert Espinosa, 2011), El tiempo entre costuras (2009, María Dueñas), Los enamoramientos (2011, Javier Marías) o Juego de tronos (1996, George R. R. Martin), convecinas en alguna de las listas de "más vendidos" que se publican esta semana en España?
Responder a esas preguntas requeriría un prolijo examen de algunos de los asuntos más apasionantes con que hoy se encuentran los críticos (y, también, los expertos en mercadotecnia editorial).
Y desencadenaría otras nuevas: ¿en qué consiste el principio activo y (bastante) misterioso que hace que libros de muy distinto valor literario se conviertan en best sellers? ¿Tenía razón André Malraux cuando afirmaba que más allá de los 20.000 ejemplares vendidos de un libro "literario" comienza el "malentendido"?
Pero, sobre todo, una pregunta que afecta a la recepción y procesado de la literatura: ¿quién decide el canon literario en el siglo XXI, con centenares de miles de "críticos" -que ya no surgen del hasta ahora hegemónico grupo de los "varones blancos muertos"- pontificando incesantemente en sus blogs o a través de las redes sociales acerca de los libros que leen?
En todo caso, este verano vuelvan a meter su novela en el equipaje o llévensela en su tableta lectora (tengan cuidado con la arena).
Y, si les gusta, recomiéndesela a sus amigos, aunque no goce de la estima de los críticos.
O aunque la desprecien, por resultar poco lucida comercialmente, los expertos en mercadotecnia.
La gente hace la maleta y mete dentro lectura abundante (novelas, principalmente) para llevarse al mar o a la montaña, al desierto o a la jungla.
Todos piensan -y casi todos se equivocan- que, en las dos o tres semanas que permanezcan lejos de casa, encontrarán el tiempo y la tranquilidad que les niegan tanto la cotidianidad y las cadencias de trabajo como la cada vez más esclavizante sensación suscitada por Internet y las redes sociales de que hay algo ahí afuera -a veces a la distancia de un tuit- que merece nuestra atención, y que termina convirtiéndose en una apremiante demanda que nos impide prestársela por mucho tiempo a esa pieza ya casi arqueológica que es el libro.
Ocurre un fenómeno paradójico: a medida que aumenta el espacio del ocio se reduce el tiempo que destinamos a la lectura ociosa.
Antes, incluso, encontrábamos el sosiego necesario para volver a leer los libros que una vez nos arrebataron, los que seguimos citando cuando nos preguntan por nuestro lejano descubrimiento de los poderes de la literatura.
Hoy la relectura -que era también un método eficaz de "leernos" a nosotros mismos, de ponderar nuestro crecimiento y nuestras transformaciones- es cada vez más rara. Releer, se diría, es una pérdida de tiempo.
Y, además, nos esperan los otros 80.000 títulos que se publican en España cada año. Deprisa, deprisa.
En la revista 'Bookforum' se preguntan qué tienen en común, pongamos, ciertas novelas de Virginia Woolf y Danielle Steel
Un gran porcentaje de las novelas que eligen los vacacioneros son best sellers, un concepto cada vez más elusivo y lleno de matices que suele traducirse por superventas. En un instructivo artículo publicado en el último número de la revista norteamericana Bookforum, Ruth Franklin se pregunta (sin llegar a respondérselo) qué es lo que tienen en común autores muy dispares desde el punto de vista literario que, en un momento u otro, han colocado sus obras en ese impredecible palmarés, inventado a finales del XIX (cuando el libro de masas se convirtió en un fenómeno frecuente), que es la lista de best sellers.
Qué tienen en común, pongamos, ciertas novelas de Virginia Woolf y Danielle Steel; qué cualidad hermana -al menos como inquilinos temporales de esas listas- a Juan Salvador Gaviota (Richard Bach, 1970), con El extranjero (Albert Camus, 1942) o El código DaVinci (Dan Brown, 2003). O, por mirar más cerca: ¿qué tienen en común -más allá del hecho de pertenecer a la categoría de "mejores vendedores"- novelas como Si tú me dices ven... (Albert Espinosa, 2011), El tiempo entre costuras (2009, María Dueñas), Los enamoramientos (2011, Javier Marías) o Juego de tronos (1996, George R. R. Martin), convecinas en alguna de las listas de "más vendidos" que se publican esta semana en España?
Responder a esas preguntas requeriría un prolijo examen de algunos de los asuntos más apasionantes con que hoy se encuentran los críticos (y, también, los expertos en mercadotecnia editorial).
Y desencadenaría otras nuevas: ¿en qué consiste el principio activo y (bastante) misterioso que hace que libros de muy distinto valor literario se conviertan en best sellers? ¿Tenía razón André Malraux cuando afirmaba que más allá de los 20.000 ejemplares vendidos de un libro "literario" comienza el "malentendido"?
Pero, sobre todo, una pregunta que afecta a la recepción y procesado de la literatura: ¿quién decide el canon literario en el siglo XXI, con centenares de miles de "críticos" -que ya no surgen del hasta ahora hegemónico grupo de los "varones blancos muertos"- pontificando incesantemente en sus blogs o a través de las redes sociales acerca de los libros que leen?
En todo caso, este verano vuelvan a meter su novela en el equipaje o llévensela en su tableta lectora (tengan cuidado con la arena).
Y, si les gusta, recomiéndesela a sus amigos, aunque no goce de la estima de los críticos.
O aunque la desprecien, por resultar poco lucida comercialmente, los expertos en mercadotecnia.
Cuando Don Mario solo puede hablar de él
Una sala, pequeña y calurosa, abarrotada. Medio centenar de lectores, algunos sentados en el suelo. Una docena de especialistas en su obra.
Un puñado de medios atentos a sus palabras.
Muchos libros por firmar.
Y llega Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) y cuenta tranquilo que estas charlas son para él un antídoto contra las ínfulas de grandeza: "Me vacuno contra la vanidad".!!!!JA!!!
El escritor, reciente Premio Nobel de Literatura, acudió ayer casi por sorpresa a San Lorenzo del Escorial (Madrid) para dar una pequeña charla en el curso sobre su obra Mario Vargas Llosa: literatura, realidad y disidencia.
Su presencia no estaba anunciada en el programa de la Universidad Complutense para evitar una excesiva presencia mediática y permitir que el autor charlara con los lectores y admiradores que acuden a estas charlas, que acabarán el viernes.
"No me parece que hablen de mí, sino de otro. Es como si fuera otra persona", contaba a la salida de la charla el nobel. Relataba así Vargas Llosa el encuentro con colegas: "Es muy grato y un poco incómodo.
"Me encuentro más seguro cuando opino sobre autores que he leído; de mi propia obra no estoy tan seguro, no tengo perspectiva", aseguraba el escritor mientras algunos lectores, ponentes yamigos seguían tras él para pedirle que le firmara alguna de sus obras. "Esta es para mi madre", le pedía una de sus admiradoras, "que ha cumplido 92 años y le sigue leyendo". Y él se lo firmó gustoso: "A Mercedes".
La ponencia distendida y breve de Vargas Llosa estaba enmarcada en una mesa redonda a las que estaban convocados el escritor Fernando Iwasaki, el crítico literario Gonzalo Santonja y la catedrática de Literatura Juana Martínez.
Pero también estuvieron presentes ponentes de otras charlas del curso, como el crítico José Miguel Oviedo, el novelista Juan José Armas, la directora del curso, Fanny Rubio, o la escritora y periodista Rosa Pereda.
Todos relataron sus experiencias con los libros de don Mario: su importancia para ellos, para la cultura y la literatura; su papel en el periodismo... En definitiva, pequeños homenajes al autor de La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral.
Mientras ellos alababan su obra, Mario, sereno y sonriente, agradecía los elogios acompañado por la mirada de su esposa, Patricia.
Ella, que se abanicaba sentada en un pequeño pupitre, le escuchaba hablar con entusiasmo de su reciente experiencia en China, donde conoció a uno de los traductores de El Quijote al mandarín.
Vargas Llosa explicaba la importancia de la identidad de grupo, de la comunidad, en la formación del autor y de su literatura.
Pero, continuaba el escritor, un gran autor y sus obras superan lo local (La Mancha del Quijote, la Rusia de Dostoievski), para convertirse en una experiencia para todos, universal.
Como ayer la literatura peruana llegó a la sierra madrileña.
Un puñado de medios atentos a sus palabras.
Muchos libros por firmar.
Y llega Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) y cuenta tranquilo que estas charlas son para él un antídoto contra las ínfulas de grandeza: "Me vacuno contra la vanidad".!!!!JA!!!
El escritor, reciente Premio Nobel de Literatura, acudió ayer casi por sorpresa a San Lorenzo del Escorial (Madrid) para dar una pequeña charla en el curso sobre su obra Mario Vargas Llosa: literatura, realidad y disidencia.
Su presencia no estaba anunciada en el programa de la Universidad Complutense para evitar una excesiva presencia mediática y permitir que el autor charlara con los lectores y admiradores que acuden a estas charlas, que acabarán el viernes.
"No me parece que hablen de mí, sino de otro. Es como si fuera otra persona", contaba a la salida de la charla el nobel. Relataba así Vargas Llosa el encuentro con colegas: "Es muy grato y un poco incómodo.
"Me encuentro más seguro cuando opino sobre autores que he leído; de mi propia obra no estoy tan seguro, no tengo perspectiva", aseguraba el escritor mientras algunos lectores, ponentes yamigos seguían tras él para pedirle que le firmara alguna de sus obras. "Esta es para mi madre", le pedía una de sus admiradoras, "que ha cumplido 92 años y le sigue leyendo". Y él se lo firmó gustoso: "A Mercedes".
La ponencia distendida y breve de Vargas Llosa estaba enmarcada en una mesa redonda a las que estaban convocados el escritor Fernando Iwasaki, el crítico literario Gonzalo Santonja y la catedrática de Literatura Juana Martínez.
Pero también estuvieron presentes ponentes de otras charlas del curso, como el crítico José Miguel Oviedo, el novelista Juan José Armas, la directora del curso, Fanny Rubio, o la escritora y periodista Rosa Pereda.
Todos relataron sus experiencias con los libros de don Mario: su importancia para ellos, para la cultura y la literatura; su papel en el periodismo... En definitiva, pequeños homenajes al autor de La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral.
Mientras ellos alababan su obra, Mario, sereno y sonriente, agradecía los elogios acompañado por la mirada de su esposa, Patricia.
Ella, que se abanicaba sentada en un pequeño pupitre, le escuchaba hablar con entusiasmo de su reciente experiencia en China, donde conoció a uno de los traductores de El Quijote al mandarín.
Vargas Llosa explicaba la importancia de la identidad de grupo, de la comunidad, en la formación del autor y de su literatura.
Pero, continuaba el escritor, un gran autor y sus obras superan lo local (La Mancha del Quijote, la Rusia de Dostoievski), para convertirse en una experiencia para todos, universal.
Como ayer la literatura peruana llegó a la sierra madrileña.
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