5 jul 2011
Yoyó ROSA MONTERO
.Me imagino a las mujeres que han sido madres en estos últimos siete años intentando recordar cuántas veces comieron atún durante el embarazo.
Yo misma soy adicta a este pescado, así que he debido de empapuzarme de mercurio mientras creía estar alimentándome de una manera sanísima.
O, al menos, eso proclaman las últimas alarmas dentro del alarmismo habitual en el que vivimos.
Un alarmismo, por cierto, voluble y fluctuante: quizá dentro de siete años algún estudio sostenga que el atún mercurial es beneficioso y, además, anticanceroso (palabra mágica).
Desde luego los altos niveles de mercurio evidencian el basurero en que estamos convirtiendo este planeta: respiramos y comemos porquerías.
Pero, aparte de esa verdad innegable, hay un efecto yoyó muy sospechoso en todas estas proclamas sobre la salud.
Ya saben, hace 30 años se dijo que el aceite de oliva era un veneno y hoy es la panacea.
Por no hablar de la terapia hormonal para la menopausia; en los noventa era considerada lo más guay y se administraba frenéticamente a todas las mujeres; después, en 2002, dejó de recetarse cuando unos estudios demostraron que era malísima, y ahora, hace un par de meses, ¡oh, sorpresa!, otros estudios han vuelto a probar que es estupenda.
¿Y por qué será que, debajo de este mareante yoyó, me parece intuir manejos ocultos de las industrias farmacéuticas y partidas de estrógenos que hay que colocar?
Encargar trabajos científicos que procuren demostrar lo que a ti te interesa es una práctica común: por ejemplo, a las compañías tabaqueras les convenía argumentar que la nicotina ayuda a combatir el alzhéimer.
Y luego poderosos equipos de comunicación difunden el dato como si fuera puro e imparcial, aprovechando la obsesión por la salud que la gente tiene.
Pues bien, déjenme decirles una mala noticia: al final, nos morimos.
Yo misma soy adicta a este pescado, así que he debido de empapuzarme de mercurio mientras creía estar alimentándome de una manera sanísima.
O, al menos, eso proclaman las últimas alarmas dentro del alarmismo habitual en el que vivimos.
Un alarmismo, por cierto, voluble y fluctuante: quizá dentro de siete años algún estudio sostenga que el atún mercurial es beneficioso y, además, anticanceroso (palabra mágica).
Desde luego los altos niveles de mercurio evidencian el basurero en que estamos convirtiendo este planeta: respiramos y comemos porquerías.
Pero, aparte de esa verdad innegable, hay un efecto yoyó muy sospechoso en todas estas proclamas sobre la salud.
Ya saben, hace 30 años se dijo que el aceite de oliva era un veneno y hoy es la panacea.
Por no hablar de la terapia hormonal para la menopausia; en los noventa era considerada lo más guay y se administraba frenéticamente a todas las mujeres; después, en 2002, dejó de recetarse cuando unos estudios demostraron que era malísima, y ahora, hace un par de meses, ¡oh, sorpresa!, otros estudios han vuelto a probar que es estupenda.
¿Y por qué será que, debajo de este mareante yoyó, me parece intuir manejos ocultos de las industrias farmacéuticas y partidas de estrógenos que hay que colocar?
Encargar trabajos científicos que procuren demostrar lo que a ti te interesa es una práctica común: por ejemplo, a las compañías tabaqueras les convenía argumentar que la nicotina ayuda a combatir el alzhéimer.
Y luego poderosos equipos de comunicación difunden el dato como si fuera puro e imparcial, aprovechando la obsesión por la salud que la gente tiene.
Pues bien, déjenme decirles una mala noticia: al final, nos morimos.
Mónaco, ¿capital de la moda?
"La idea era conseguir un aspecto completamente moderno, sin ningún elemento obvio de nostalgia o revival", dice Giorgio Armani, diseñador del vestido .
.Charlene Wittstock afirma que querría convertir Mónaco en una referencia internacional de la moda.
Unir el principado con esa industria, tal como Grace Kelly hizo con el cine. Es un quiebro raro, incluso, para esta extraña historia.
Una esperaría que siendo la novia nadadora olímpica, sus sueños para el futuro del Principado estuvieran más dirigidos al deporte que a las pasarelas.
Pero, claro, esto es Mónaco y la especialidad de la casa es que nada se haga según lo esperado.
Y charlene dijo: "Oui"
El enlace que pudo ser un desenlace
Dos kilómetros cuadrados
Rumores y preparativos en Mónaco
La muy distinguida lista de invitados
Una boda de todo, menos real
Charlene y Alberto, ante el altar
Charlene enamora a las revistas
El enlace de Alberto de Mónaco
"Quiero que sea una de las capitales de moda del mundo.
Sería estupendo poder trabajar con mis amigos de la industria internacional, como Stella McCartney y Ralph Lauren. Hacer que este lugar hirviera en energía otra vez", le ha contado Wittstock a Vogue. Si eso es verdad y no solo una boutade para contentar a la revista, estará contenta con su enlace de hoy.
Porque ha acabado teniendo más peso de moda de lo que suelen estos grandes eventos monárquicos.
Giorgio Armani ha vestido a la novia de alta costura y lo ha hecho con más intención estilística que de reivindicación de la tradición.
De hecho, el italiano ha querido huir del ejercicio de rehabilitación nostálgica que tan habitualmente preside estas celebraciones. "La idea era conseguir un aspecto completamente moderno, sin ningún elemento obvio de nostalgia o revival", explica en un comunicado. "Me parecía que eso era lo apropiado ya que habría inevitables comparaciones con la Princesa Grace.
Aunque esas comparaciones son una muestra de admiración, cada persona tiene su estilo único e individual. El estilo es una expresión de los tiempos".
No deja de tener gracia que sea precisamente en ese instante final de su conversión en princesa cuando se evitan las comparaciones con Grace Kelly.
Sobre todo, con lo evidentes que han sido los intentos por acercarla a ella hasta ahora. Pero el diseño de Armani tiene un corte limpio, aerodinámico y casi futurista, que lo aleja del emblemático y severo traje que llevó en su boda la madre del príncipe Alberto.
Cruzado por grandes bandas en el pecho y en la espalda, consigue que, por una vez, todo esto parezca tener más que ver con la nadadora que con la actriz que le precedió. Porque el gusto de Wittstock tiende hacia la ropa simple, que favorece su cuerpo atlético. El propio Armani ha explicado que lo que mejor le sientan son los "escotes que enfaticen la estructura de su espalda". Sin duda, hacen falta unos hombros olímpicos para portar con elegancia la larga cola a l'adrienne que parte de su escote trasero.
En todo caso, la contención en las formas no está reñida con la necesaria majestuosidad de la pieza, que ha sido elaborada con 50 metros de seda duchesse y otros 80 de organza. El modelo ha exigido 2.500 horas de trabajo. El bordado de ramas y flores que trepa por el cuerpo del traje y por la cola se ha realizado con 40.000 cristales Swarovski, 20.000 lágrimas de madreperla y 30.000 piedras doradas. Se remata por un velo de más de 20 metros de tul con otras 100 horas de bordado
Aquí se cuenta todo y la casa Armani ha calculado, incluso, los quilómetros que se han recorrido para realizar todas las pruebas: 3.000. Pero la escasa superficie del Principado da para mucho. Habría que conocer también las cifras de Karl Lagerfeld. El hecho de que dos de los diseñadores más famosos, poderosos y veteranos del mundo compartan el protagonismo es un buen aval para Wittstock. En caso de que siga adelante con su candidatura de Mónaco como sede de la moda mundial, claro.
Karl Lagerfeld se ha sentado junto a Bernard Arnault y su mujer en un lugar destacado. No solo es un amigo de la familia.
También ha vestido de Chanel a algunas de las protagonistas del enlace: las dos hermanas de Alberto (Carolina y Estefanía) y sus hijas mayores (Carlota y Paulina). Lagerfeld, además, fue el encargado del diseño que Charlene Wittstock llevó el viernes para la boda civil.
El alemán ha introducido un juego de masculino y femenino en su guardarropa, que resultaba muy evidente en ese conjunto azul claro: pantalón fluido contrastado por una americana. "A Charlene le gusta la ropa de cortes limpios, con un toque masculino, que se ve muy femenina en ella", dice Lagerfeld en Vogue.
Carlota, de Chanel alta costura, ha robado muchos planos hoy y ayer, pero que no se enfade la novia: esto de compartir el estrellato es la tendencia del año en las bodas de princesas.
.Charlene Wittstock afirma que querría convertir Mónaco en una referencia internacional de la moda.
Unir el principado con esa industria, tal como Grace Kelly hizo con el cine. Es un quiebro raro, incluso, para esta extraña historia.
Una esperaría que siendo la novia nadadora olímpica, sus sueños para el futuro del Principado estuvieran más dirigidos al deporte que a las pasarelas.
Pero, claro, esto es Mónaco y la especialidad de la casa es que nada se haga según lo esperado.
Y charlene dijo: "Oui"
El enlace que pudo ser un desenlace
Dos kilómetros cuadrados
Rumores y preparativos en Mónaco
La muy distinguida lista de invitados
Una boda de todo, menos real
Charlene y Alberto, ante el altar
Charlene enamora a las revistas
El enlace de Alberto de Mónaco
"Quiero que sea una de las capitales de moda del mundo.
Sería estupendo poder trabajar con mis amigos de la industria internacional, como Stella McCartney y Ralph Lauren. Hacer que este lugar hirviera en energía otra vez", le ha contado Wittstock a Vogue. Si eso es verdad y no solo una boutade para contentar a la revista, estará contenta con su enlace de hoy.
Porque ha acabado teniendo más peso de moda de lo que suelen estos grandes eventos monárquicos.
Giorgio Armani ha vestido a la novia de alta costura y lo ha hecho con más intención estilística que de reivindicación de la tradición.
De hecho, el italiano ha querido huir del ejercicio de rehabilitación nostálgica que tan habitualmente preside estas celebraciones. "La idea era conseguir un aspecto completamente moderno, sin ningún elemento obvio de nostalgia o revival", explica en un comunicado. "Me parecía que eso era lo apropiado ya que habría inevitables comparaciones con la Princesa Grace.
Aunque esas comparaciones son una muestra de admiración, cada persona tiene su estilo único e individual. El estilo es una expresión de los tiempos".
No deja de tener gracia que sea precisamente en ese instante final de su conversión en princesa cuando se evitan las comparaciones con Grace Kelly.
Sobre todo, con lo evidentes que han sido los intentos por acercarla a ella hasta ahora. Pero el diseño de Armani tiene un corte limpio, aerodinámico y casi futurista, que lo aleja del emblemático y severo traje que llevó en su boda la madre del príncipe Alberto.
Cruzado por grandes bandas en el pecho y en la espalda, consigue que, por una vez, todo esto parezca tener más que ver con la nadadora que con la actriz que le precedió. Porque el gusto de Wittstock tiende hacia la ropa simple, que favorece su cuerpo atlético. El propio Armani ha explicado que lo que mejor le sientan son los "escotes que enfaticen la estructura de su espalda". Sin duda, hacen falta unos hombros olímpicos para portar con elegancia la larga cola a l'adrienne que parte de su escote trasero.
En todo caso, la contención en las formas no está reñida con la necesaria majestuosidad de la pieza, que ha sido elaborada con 50 metros de seda duchesse y otros 80 de organza. El modelo ha exigido 2.500 horas de trabajo. El bordado de ramas y flores que trepa por el cuerpo del traje y por la cola se ha realizado con 40.000 cristales Swarovski, 20.000 lágrimas de madreperla y 30.000 piedras doradas. Se remata por un velo de más de 20 metros de tul con otras 100 horas de bordado
Aquí se cuenta todo y la casa Armani ha calculado, incluso, los quilómetros que se han recorrido para realizar todas las pruebas: 3.000. Pero la escasa superficie del Principado da para mucho. Habría que conocer también las cifras de Karl Lagerfeld. El hecho de que dos de los diseñadores más famosos, poderosos y veteranos del mundo compartan el protagonismo es un buen aval para Wittstock. En caso de que siga adelante con su candidatura de Mónaco como sede de la moda mundial, claro.
Karl Lagerfeld se ha sentado junto a Bernard Arnault y su mujer en un lugar destacado. No solo es un amigo de la familia.
También ha vestido de Chanel a algunas de las protagonistas del enlace: las dos hermanas de Alberto (Carolina y Estefanía) y sus hijas mayores (Carlota y Paulina). Lagerfeld, además, fue el encargado del diseño que Charlene Wittstock llevó el viernes para la boda civil.
El alemán ha introducido un juego de masculino y femenino en su guardarropa, que resultaba muy evidente en ese conjunto azul claro: pantalón fluido contrastado por una americana. "A Charlene le gusta la ropa de cortes limpios, con un toque masculino, que se ve muy femenina en ella", dice Lagerfeld en Vogue.
Carlota, de Chanel alta costura, ha robado muchos planos hoy y ayer, pero que no se enfade la novia: esto de compartir el estrellato es la tendencia del año en las bodas de princesas.
Verité DAVID TRUEBA
Cacen en Canal + la tv movie de HBO titulada Cinema verité.
Es un recordatorio de los tiempos paleolíticos de la televisión.
Trata de la primera familia que fue sometida a un marcaje televisivo, cuando la PBS, cadena pública norteamericana, decidió poner en marcha el primer programa de telerrealidad, siguiendo durante su jornada a una familia media.
American Family era precisamente el título del programa y para entonces el proceso consistía en la filmación impenitente en 16 mm. de la cotidianidad de una familia aparentemente perfecta. Hay que conocer la ciudad de Santa Bárbara para entender lo que se entiende por una familia feliz en los Estados Unidos.
Ciudad aseada, neutra, donde tostarse al sol y ver crecer a los cachorros era la tarea de un país envidiado en el mundo entero.
Corría 1973 y la familia elegida, los Loud, resultó ser una mina desconcertada y en descomposición, como en una pieza de Arthur Miller.
La película está dirigida por Robert Pulcini y Shari Springer Berman, que ya fueron capaces de trasladar en American Splendor el universo particular de Harvey Pekkar, ese guionista de cómics que revolucionó el género sin saber dibujar.
En esta ocasión centran su mirada ácida sobre otro esplendor norteamericano, la familia moderna, y el nacimiento de la telerrealidad.
El título de Cinema verité llama a engaño, porque se trata de un oxímoron que durante años fue apuesta de estilo, pero que desembocó en el reality, un género de ficción que transmite la verosimilitud del voyerismo.
La familia Loud se transformó ante las cámaras y tuvo que pelear, tras la escandalosa emisión del programa, con divorcio en directo de la pareja protagonista, por restablecer su dignidad.
En el papel de la madre de familia, moderna, ejemplar, víctima y manipulada por un visionario televisivo, Diane Lane vuelve a confirmar que no hay nada mejor que cumplir años para pasar de buena actriz a soberbia presencia.
La cinta deja abiertos los interrogantes, quizá el tiempo los ha respondido mejor que nadie, pero disfrutarán de un paseo por las cuevas de Altamira de la televisión moderna y será inquietante y perturbador razonar sobre la deriva que las palabras verdad y retransmisión han tomado en nuestro tiempo.
Es hora de escarbar en la televisión dentro de la televisión.
Es un recordatorio de los tiempos paleolíticos de la televisión.
Trata de la primera familia que fue sometida a un marcaje televisivo, cuando la PBS, cadena pública norteamericana, decidió poner en marcha el primer programa de telerrealidad, siguiendo durante su jornada a una familia media.
American Family era precisamente el título del programa y para entonces el proceso consistía en la filmación impenitente en 16 mm. de la cotidianidad de una familia aparentemente perfecta. Hay que conocer la ciudad de Santa Bárbara para entender lo que se entiende por una familia feliz en los Estados Unidos.
Ciudad aseada, neutra, donde tostarse al sol y ver crecer a los cachorros era la tarea de un país envidiado en el mundo entero.
Corría 1973 y la familia elegida, los Loud, resultó ser una mina desconcertada y en descomposición, como en una pieza de Arthur Miller.
La película está dirigida por Robert Pulcini y Shari Springer Berman, que ya fueron capaces de trasladar en American Splendor el universo particular de Harvey Pekkar, ese guionista de cómics que revolucionó el género sin saber dibujar.
En esta ocasión centran su mirada ácida sobre otro esplendor norteamericano, la familia moderna, y el nacimiento de la telerrealidad.
El título de Cinema verité llama a engaño, porque se trata de un oxímoron que durante años fue apuesta de estilo, pero que desembocó en el reality, un género de ficción que transmite la verosimilitud del voyerismo.
La familia Loud se transformó ante las cámaras y tuvo que pelear, tras la escandalosa emisión del programa, con divorcio en directo de la pareja protagonista, por restablecer su dignidad.
En el papel de la madre de familia, moderna, ejemplar, víctima y manipulada por un visionario televisivo, Diane Lane vuelve a confirmar que no hay nada mejor que cumplir años para pasar de buena actriz a soberbia presencia.
La cinta deja abiertos los interrogantes, quizá el tiempo los ha respondido mejor que nadie, pero disfrutarán de un paseo por las cuevas de Altamira de la televisión moderna y será inquietante y perturbador razonar sobre la deriva que las palabras verdad y retransmisión han tomado en nuestro tiempo.
Es hora de escarbar en la televisión dentro de la televisión.
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