"La idea era conseguir un aspecto completamente moderno, sin ningún elemento obvio de nostalgia o revival", dice Giorgio Armani, diseñador del vestido .
.Charlene Wittstock afirma que querría convertir Mónaco en una referencia internacional de la moda.
Unir el principado con esa industria, tal como Grace Kelly hizo con el cine. Es un quiebro raro, incluso, para esta extraña historia.
Una esperaría que siendo la novia nadadora olímpica, sus sueños para el futuro del Principado estuvieran más dirigidos al deporte que a las pasarelas.
Pero, claro, esto es Mónaco y la especialidad de la casa es que nada se haga según lo esperado.
Y charlene dijo: "Oui"
El enlace que pudo ser un desenlace
Dos kilómetros cuadrados
Rumores y preparativos en Mónaco
La muy distinguida lista de invitados
Una boda de todo, menos real
Charlene y Alberto, ante el altar
Charlene enamora a las revistas
El enlace de Alberto de Mónaco
"Quiero que sea una de las capitales de moda del mundo.
Sería estupendo poder trabajar con mis amigos de la industria internacional, como Stella McCartney y Ralph Lauren. Hacer que este lugar hirviera en energía otra vez", le ha contado Wittstock a Vogue. Si eso es verdad y no solo una boutade para contentar a la revista, estará contenta con su enlace de hoy.
Porque ha acabado teniendo más peso de moda de lo que suelen estos grandes eventos monárquicos.
Giorgio Armani ha vestido a la novia de alta costura y lo ha hecho con más intención estilística que de reivindicación de la tradición.
De hecho, el italiano ha querido huir del ejercicio de rehabilitación nostálgica que tan habitualmente preside estas celebraciones. "La idea era conseguir un aspecto completamente moderno, sin ningún elemento obvio de nostalgia o revival", explica en un comunicado. "Me parecía que eso era lo apropiado ya que habría inevitables comparaciones con la Princesa Grace.
Aunque esas comparaciones son una muestra de admiración, cada persona tiene su estilo único e individual. El estilo es una expresión de los tiempos".
No deja de tener gracia que sea precisamente en ese instante final de su conversión en princesa cuando se evitan las comparaciones con Grace Kelly.
Sobre todo, con lo evidentes que han sido los intentos por acercarla a ella hasta ahora. Pero el diseño de Armani tiene un corte limpio, aerodinámico y casi futurista, que lo aleja del emblemático y severo traje que llevó en su boda la madre del príncipe Alberto.
Cruzado por grandes bandas en el pecho y en la espalda, consigue que, por una vez, todo esto parezca tener más que ver con la nadadora que con la actriz que le precedió. Porque el gusto de Wittstock tiende hacia la ropa simple, que favorece su cuerpo atlético. El propio Armani ha explicado que lo que mejor le sientan son los "escotes que enfaticen la estructura de su espalda". Sin duda, hacen falta unos hombros olímpicos para portar con elegancia la larga cola a l'adrienne que parte de su escote trasero.
En todo caso, la contención en las formas no está reñida con la necesaria majestuosidad de la pieza, que ha sido elaborada con 50 metros de seda duchesse y otros 80 de organza. El modelo ha exigido 2.500 horas de trabajo. El bordado de ramas y flores que trepa por el cuerpo del traje y por la cola se ha realizado con 40.000 cristales Swarovski, 20.000 lágrimas de madreperla y 30.000 piedras doradas. Se remata por un velo de más de 20 metros de tul con otras 100 horas de bordado
Aquí se cuenta todo y la casa Armani ha calculado, incluso, los quilómetros que se han recorrido para realizar todas las pruebas: 3.000. Pero la escasa superficie del Principado da para mucho. Habría que conocer también las cifras de Karl Lagerfeld. El hecho de que dos de los diseñadores más famosos, poderosos y veteranos del mundo compartan el protagonismo es un buen aval para Wittstock. En caso de que siga adelante con su candidatura de Mónaco como sede de la moda mundial, claro.
Karl Lagerfeld se ha sentado junto a Bernard Arnault y su mujer en un lugar destacado. No solo es un amigo de la familia.
También ha vestido de Chanel a algunas de las protagonistas del enlace: las dos hermanas de Alberto (Carolina y Estefanía) y sus hijas mayores (Carlota y Paulina). Lagerfeld, además, fue el encargado del diseño que Charlene Wittstock llevó el viernes para la boda civil.
El alemán ha introducido un juego de masculino y femenino en su guardarropa, que resultaba muy evidente en ese conjunto azul claro: pantalón fluido contrastado por una americana. "A Charlene le gusta la ropa de cortes limpios, con un toque masculino, que se ve muy femenina en ella", dice Lagerfeld en Vogue.
Carlota, de Chanel alta costura, ha robado muchos planos hoy y ayer, pero que no se enfade la novia: esto de compartir el estrellato es la tendencia del año en las bodas de princesas.
5 jul 2011
Verité DAVID TRUEBA
Cacen en Canal + la tv movie de HBO titulada Cinema verité.
Es un recordatorio de los tiempos paleolíticos de la televisión.
Trata de la primera familia que fue sometida a un marcaje televisivo, cuando la PBS, cadena pública norteamericana, decidió poner en marcha el primer programa de telerrealidad, siguiendo durante su jornada a una familia media.
American Family era precisamente el título del programa y para entonces el proceso consistía en la filmación impenitente en 16 mm. de la cotidianidad de una familia aparentemente perfecta. Hay que conocer la ciudad de Santa Bárbara para entender lo que se entiende por una familia feliz en los Estados Unidos.
Ciudad aseada, neutra, donde tostarse al sol y ver crecer a los cachorros era la tarea de un país envidiado en el mundo entero.
Corría 1973 y la familia elegida, los Loud, resultó ser una mina desconcertada y en descomposición, como en una pieza de Arthur Miller.
La película está dirigida por Robert Pulcini y Shari Springer Berman, que ya fueron capaces de trasladar en American Splendor el universo particular de Harvey Pekkar, ese guionista de cómics que revolucionó el género sin saber dibujar.
En esta ocasión centran su mirada ácida sobre otro esplendor norteamericano, la familia moderna, y el nacimiento de la telerrealidad.
El título de Cinema verité llama a engaño, porque se trata de un oxímoron que durante años fue apuesta de estilo, pero que desembocó en el reality, un género de ficción que transmite la verosimilitud del voyerismo.
La familia Loud se transformó ante las cámaras y tuvo que pelear, tras la escandalosa emisión del programa, con divorcio en directo de la pareja protagonista, por restablecer su dignidad.
En el papel de la madre de familia, moderna, ejemplar, víctima y manipulada por un visionario televisivo, Diane Lane vuelve a confirmar que no hay nada mejor que cumplir años para pasar de buena actriz a soberbia presencia.
La cinta deja abiertos los interrogantes, quizá el tiempo los ha respondido mejor que nadie, pero disfrutarán de un paseo por las cuevas de Altamira de la televisión moderna y será inquietante y perturbador razonar sobre la deriva que las palabras verdad y retransmisión han tomado en nuestro tiempo.
Es hora de escarbar en la televisión dentro de la televisión.
Es un recordatorio de los tiempos paleolíticos de la televisión.
Trata de la primera familia que fue sometida a un marcaje televisivo, cuando la PBS, cadena pública norteamericana, decidió poner en marcha el primer programa de telerrealidad, siguiendo durante su jornada a una familia media.
American Family era precisamente el título del programa y para entonces el proceso consistía en la filmación impenitente en 16 mm. de la cotidianidad de una familia aparentemente perfecta. Hay que conocer la ciudad de Santa Bárbara para entender lo que se entiende por una familia feliz en los Estados Unidos.
Ciudad aseada, neutra, donde tostarse al sol y ver crecer a los cachorros era la tarea de un país envidiado en el mundo entero.
Corría 1973 y la familia elegida, los Loud, resultó ser una mina desconcertada y en descomposición, como en una pieza de Arthur Miller.
La película está dirigida por Robert Pulcini y Shari Springer Berman, que ya fueron capaces de trasladar en American Splendor el universo particular de Harvey Pekkar, ese guionista de cómics que revolucionó el género sin saber dibujar.
En esta ocasión centran su mirada ácida sobre otro esplendor norteamericano, la familia moderna, y el nacimiento de la telerrealidad.
El título de Cinema verité llama a engaño, porque se trata de un oxímoron que durante años fue apuesta de estilo, pero que desembocó en el reality, un género de ficción que transmite la verosimilitud del voyerismo.
La familia Loud se transformó ante las cámaras y tuvo que pelear, tras la escandalosa emisión del programa, con divorcio en directo de la pareja protagonista, por restablecer su dignidad.
En el papel de la madre de familia, moderna, ejemplar, víctima y manipulada por un visionario televisivo, Diane Lane vuelve a confirmar que no hay nada mejor que cumplir años para pasar de buena actriz a soberbia presencia.
La cinta deja abiertos los interrogantes, quizá el tiempo los ha respondido mejor que nadie, pero disfrutarán de un paseo por las cuevas de Altamira de la televisión moderna y será inquietante y perturbador razonar sobre la deriva que las palabras verdad y retransmisión han tomado en nuestro tiempo.
Es hora de escarbar en la televisión dentro de la televisión.
Los secretos de los camerinos
El fotógrafo Sergio Parra expone en el festival de teatro de Mérida una colección de retratos de actores preparándose para salir a escena .
.Cuenta Blanca Portillo que cuando Sergio Parra entró en su camerino para hacerle fotos mientras se caracterizaba para representar La hija del aire, de Calderón de la Barca, le entró pánico. "Es un momento muy íntimo, sagrado.
Te encuentras como en tránsito entre tú mismo y el personaje que vas a interpretar, y no es fácil hacerlo si hay alguien observándote", recuerda. Pero la discreción y delicadeza con que el fotógrafo realizó su trabajo, además de la belleza de las imágenes que logró captar, dejaron admirada a la actriz.
Seis años después, aquel retrato de Blanca Portillo, junto al de otros muchos actores preparándose para salir a escena, se exponen en las fachadas de espacios emblemáticos de Mérida, dentro de la programación del festival de teatro clásico que comienza este jueves y que dirige la propia Portillo
"Es un regalo que queremos hacer al público. Mostrarle eso que nunca puede ver: el actor frente al espejo", explica.
El camerino es una cámara de descompresión que ayuda al artista a dejar atrás las preocupaciones cotidianas para adentrarse en el mundo de la escena.
Los hay llenos de fotos familiares y otros se mantienen completamente impersonales, aunque todos tienen algo en común: huelen a maquillaje y laca.
Hay quien hace yoga en ellos, algunos meditan y otros practican ejercicios de voz mientras toman infusiones de hierbas.
En esos espacios, desde los más lujosos hasta los más improvisados, lleva colándose 12 años Sergio Parra para documentar con su cámara lo que ocurre.
Sin interferir en las condiciones del espacio o la luz e intentando ser lo más sigiloso posible para que el actor se relaje.
"Los mejores retratos los he conseguido casi siempre al final de cada sesión, cuando están a punto de salir a escena y se olvida de que estoy ahí", comenta el fotógrafo.
La idea surgió de una sesión con Amparo Rivelles, que aceptó dejarse fotografiar mientras se arreglaba para interpretar Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona. "Me sorprendió que se maquillara y se peinara sola. Y me fascinó el proceso de transformación", recuerda Parra.
Después vino lo difícil: convencer a más actores para que aceptaran retratarse en ese momento tan privado.
"La gestión fue dura. No es fácil que un artista, que vive de su imagen, se preste a que le retraten con la cara lavada, sabiendo que luego no va a haber retoques y que pueden quedar a la vista imperfecciones o huellas de la edad", asegura.
Difícil, pero no imposible: en 12 años ha captado unas 50.000 instantáneas, de las que 50 se exhiben ahora en Mérida.
En la selección están algunas de las favoritas del fotógrafo. Por ejemplo, la de Fele Martínez en un rincón del teatro María Guerrero de Madrid en el año 2005. "Estaba interpretando el papel de un abogado travesti en Flor de otoño, de José María Rodríguez Méndez, y tenía tan poco tiempo para cambiarse de vestuario y maquillaje que se improvisó un camerino justo al lado del escenario en el que le esperaban cuatro o cinco personas para ayudarle.
Conseguí meterme ahí y me salió una de las mejores imágenes de la colección", explica Parra.
Otra que recuerda de forma especial es la que le hizo a Nuria Espert mientras se maquillaba paraLa Celestina. "Es la única persona que no me habló durante la sesión.
Ella se dedicaba a lo suyo y yo a lo mío. Al final, rompió su silencio con una sola frase: 'Ya ves, así todos los días".
Este verano Sergio Parra seguirá disparando a los actores que pasen por los camerinos del festival de Mérida.
Serán los últimos de la colección y se expondrán en la próxima edición del certamen. Antes, en septiembre, las que ahora se exhiben en la capital extremeña se mostrarán frente al teatro Español de Madrid.
.Cuenta Blanca Portillo que cuando Sergio Parra entró en su camerino para hacerle fotos mientras se caracterizaba para representar La hija del aire, de Calderón de la Barca, le entró pánico. "Es un momento muy íntimo, sagrado.
Te encuentras como en tránsito entre tú mismo y el personaje que vas a interpretar, y no es fácil hacerlo si hay alguien observándote", recuerda. Pero la discreción y delicadeza con que el fotógrafo realizó su trabajo, además de la belleza de las imágenes que logró captar, dejaron admirada a la actriz.
Seis años después, aquel retrato de Blanca Portillo, junto al de otros muchos actores preparándose para salir a escena, se exponen en las fachadas de espacios emblemáticos de Mérida, dentro de la programación del festival de teatro clásico que comienza este jueves y que dirige la propia Portillo
"Es un regalo que queremos hacer al público. Mostrarle eso que nunca puede ver: el actor frente al espejo", explica.
El camerino es una cámara de descompresión que ayuda al artista a dejar atrás las preocupaciones cotidianas para adentrarse en el mundo de la escena.
Los hay llenos de fotos familiares y otros se mantienen completamente impersonales, aunque todos tienen algo en común: huelen a maquillaje y laca.
Hay quien hace yoga en ellos, algunos meditan y otros practican ejercicios de voz mientras toman infusiones de hierbas.
En esos espacios, desde los más lujosos hasta los más improvisados, lleva colándose 12 años Sergio Parra para documentar con su cámara lo que ocurre.
Sin interferir en las condiciones del espacio o la luz e intentando ser lo más sigiloso posible para que el actor se relaje.
"Los mejores retratos los he conseguido casi siempre al final de cada sesión, cuando están a punto de salir a escena y se olvida de que estoy ahí", comenta el fotógrafo.
La idea surgió de una sesión con Amparo Rivelles, que aceptó dejarse fotografiar mientras se arreglaba para interpretar Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona. "Me sorprendió que se maquillara y se peinara sola. Y me fascinó el proceso de transformación", recuerda Parra.
Después vino lo difícil: convencer a más actores para que aceptaran retratarse en ese momento tan privado.
"La gestión fue dura. No es fácil que un artista, que vive de su imagen, se preste a que le retraten con la cara lavada, sabiendo que luego no va a haber retoques y que pueden quedar a la vista imperfecciones o huellas de la edad", asegura.
Difícil, pero no imposible: en 12 años ha captado unas 50.000 instantáneas, de las que 50 se exhiben ahora en Mérida.
En la selección están algunas de las favoritas del fotógrafo. Por ejemplo, la de Fele Martínez en un rincón del teatro María Guerrero de Madrid en el año 2005. "Estaba interpretando el papel de un abogado travesti en Flor de otoño, de José María Rodríguez Méndez, y tenía tan poco tiempo para cambiarse de vestuario y maquillaje que se improvisó un camerino justo al lado del escenario en el que le esperaban cuatro o cinco personas para ayudarle.
Conseguí meterme ahí y me salió una de las mejores imágenes de la colección", explica Parra.
Otra que recuerda de forma especial es la que le hizo a Nuria Espert mientras se maquillaba paraLa Celestina. "Es la única persona que no me habló durante la sesión.
Ella se dedicaba a lo suyo y yo a lo mío. Al final, rompió su silencio con una sola frase: 'Ya ves, así todos los días".
Este verano Sergio Parra seguirá disparando a los actores que pasen por los camerinos del festival de Mérida.
Serán los últimos de la colección y se expondrán en la próxima edición del certamen. Antes, en septiembre, las que ahora se exhiben en la capital extremeña se mostrarán frente al teatro Español de Madrid.
4 jul 2011
VIGILAR Y CASTIGAR Faucault
Las genealogías no son retornos positivistas a una forma de ciencia más meticulosa o más exacta; las genealogías son precisamente anticiencias. Una búsqueda de la ‘insurrección de los saberes’ no tanto contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia, sino y sobre todo contra los efectos de un saber centralizador que ha sido legado a las instituciones y al funcionamiento de un discurso científico organizado en el seno de una sociedad como la nuestra.
La genealogía no funda, remueve lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido, muestra la heterogeneidad.
Las genealogías no son retornos positivistas a una forma de ciencia más meticulosa o más exacta; las genealogías son precisamente anticiencias. Una búsqueda de la ‘insurrección de los saberes’ no tanto contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia, sino y sobre todo contra los efectos de un saber centralizador que ha sido legado a las instituciones y al funcionamiento de un discurso científico organizado en el seno de una sociedad como la nuestra. La genealogía no funda, remueve lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido, muestra la heterogeneidad.
La arqueología sería el método propio de los análisis de las discursividades locales y la genealogía la táctica que a partir de estas discursividades locales así descritas, pone en movimiento los saberes que no emergían, liberados del sometimiento.
En Vigilar y castigar aparece el poder como construcción positiva a través de múltiples tácticas a diferencia de las primeras obras en las que aparece una concepción puramente negativa (funcionamiento sólo por represión) que terminó por parecerle insuficiente. El cambio se produjo en el transcurso experiencias concretas a partir de los años 71-72 en relación con las prisiones, entonces sustituye el esquema jurídico y negativo por otro técnico (compuesto de múltiples tácticas) que lo elabora en Vigilar y castigar (publicada en 1975) y lo utiliza después en Historia de la sexualidad.
Antes de empezar con la obra en cuestión, considero interesante destacar que Foucault comenta en Microfísica del poder que las acciones puntuales y locales pueden llegar bastante lejos y pone como ejemplo la acción del GIP (grupo de información sobre las prisiones) en las que él participó activamente. Las intervenciones que realizan no parten del humanismo, no se proponían como objetivo último que las visitas a los prisioneros llegaran a ser de treinta minutos o que las celdas estuviesen provistas de retretes, sino llegar a que se pusiese en cuestión la división social y moral entre inocentes y culpables. Con la prisión se mantiene el terror del criminal, se agita la amenaza de lo monstruoso para reforzar la ideología del bien y del mal.
Señala las diferencias entre una práctica humanista y la que se desarrolla en el GIP:
Sobre el sistema penitenciario el humanista diría: Los culpables son culpables, los inocentes, inocentes. De todas formas un condenado es un hombre como los otros y la sociedad debe respetar lo que hay en él de humano: ¡en consecuencia, retretes!. Nuestra acción, por el contrario, no busca el alma o el hombre más allá del condenado sino que busca borrar esta profunda frontera entre la inocencia y la culpabilidad. (...)
Queremos cambiar la institución hasta el punto en que culmina y se encarna en una ideología simple y fundamental como las nociones de bien, de mal, de inocencia y de culpabilidad.(...)
Para simplificar, el humanismo consiste en querer cambiar el sistema ideológico sin tocar la institución; el reformismo en cambiar la institución sin tocar el sistema ideológico. La acción revolucionaria se define por el contrario como una conmoción simultánea de la conciencia y de la institución; lo que supone que ataca las relaciones de poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura.
La obra Vigilar y castigar se nos presenta como una genealogía del actual complejo científico-judicial de los métodos punitivos, arrancando del corte epistemológico de los nuevos sistemas penales de los siglos XVIII-XIX, pero la obra desborda los límites de una genealogía penal, más bien es una genealogía de la moral moderna a partir de una historia política de los cuerpos[5].
Introduce en esta obra un elemento muy interesante: las relaciones poder-saber (el poder crea saber y este da lugar a relaciones de poder y las legitima), mostrando así el origen disciplinario de las ciencias humanas y estudiando su configuración a partir de la reestructuración del sistema penal. Se analiza aquí el cómo del poder, captando sus mecanismos desde dos puntos de relación, dos límites: las reglas del derecho -que delimitan formalmente el poder- y los efectos de verdad que este poder produce, transmite y que a su vez reproduce.
Nos encontramos así con el triángulo: poder, derecho y verdad-saber.
Foucault aclara la pretensión de que su obra ‘debe servir de fondo histórico a diversos estudios sobre el poder de normalización y la formación del saber en la sociedad moderna’.
La genealogía no funda, remueve lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido, muestra la heterogeneidad.
Las genealogías no son retornos positivistas a una forma de ciencia más meticulosa o más exacta; las genealogías son precisamente anticiencias. Una búsqueda de la ‘insurrección de los saberes’ no tanto contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia, sino y sobre todo contra los efectos de un saber centralizador que ha sido legado a las instituciones y al funcionamiento de un discurso científico organizado en el seno de una sociedad como la nuestra. La genealogía no funda, remueve lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido, muestra la heterogeneidad.
La arqueología sería el método propio de los análisis de las discursividades locales y la genealogía la táctica que a partir de estas discursividades locales así descritas, pone en movimiento los saberes que no emergían, liberados del sometimiento.
En Vigilar y castigar aparece el poder como construcción positiva a través de múltiples tácticas a diferencia de las primeras obras en las que aparece una concepción puramente negativa (funcionamiento sólo por represión) que terminó por parecerle insuficiente. El cambio se produjo en el transcurso experiencias concretas a partir de los años 71-72 en relación con las prisiones, entonces sustituye el esquema jurídico y negativo por otro técnico (compuesto de múltiples tácticas) que lo elabora en Vigilar y castigar (publicada en 1975) y lo utiliza después en Historia de la sexualidad.
Antes de empezar con la obra en cuestión, considero interesante destacar que Foucault comenta en Microfísica del poder que las acciones puntuales y locales pueden llegar bastante lejos y pone como ejemplo la acción del GIP (grupo de información sobre las prisiones) en las que él participó activamente. Las intervenciones que realizan no parten del humanismo, no se proponían como objetivo último que las visitas a los prisioneros llegaran a ser de treinta minutos o que las celdas estuviesen provistas de retretes, sino llegar a que se pusiese en cuestión la división social y moral entre inocentes y culpables. Con la prisión se mantiene el terror del criminal, se agita la amenaza de lo monstruoso para reforzar la ideología del bien y del mal.
Señala las diferencias entre una práctica humanista y la que se desarrolla en el GIP:
Sobre el sistema penitenciario el humanista diría: Los culpables son culpables, los inocentes, inocentes. De todas formas un condenado es un hombre como los otros y la sociedad debe respetar lo que hay en él de humano: ¡en consecuencia, retretes!. Nuestra acción, por el contrario, no busca el alma o el hombre más allá del condenado sino que busca borrar esta profunda frontera entre la inocencia y la culpabilidad. (...)
Queremos cambiar la institución hasta el punto en que culmina y se encarna en una ideología simple y fundamental como las nociones de bien, de mal, de inocencia y de culpabilidad.(...)
Para simplificar, el humanismo consiste en querer cambiar el sistema ideológico sin tocar la institución; el reformismo en cambiar la institución sin tocar el sistema ideológico. La acción revolucionaria se define por el contrario como una conmoción simultánea de la conciencia y de la institución; lo que supone que ataca las relaciones de poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura.
La obra Vigilar y castigar se nos presenta como una genealogía del actual complejo científico-judicial de los métodos punitivos, arrancando del corte epistemológico de los nuevos sistemas penales de los siglos XVIII-XIX, pero la obra desborda los límites de una genealogía penal, más bien es una genealogía de la moral moderna a partir de una historia política de los cuerpos[5].
Introduce en esta obra un elemento muy interesante: las relaciones poder-saber (el poder crea saber y este da lugar a relaciones de poder y las legitima), mostrando así el origen disciplinario de las ciencias humanas y estudiando su configuración a partir de la reestructuración del sistema penal. Se analiza aquí el cómo del poder, captando sus mecanismos desde dos puntos de relación, dos límites: las reglas del derecho -que delimitan formalmente el poder- y los efectos de verdad que este poder produce, transmite y que a su vez reproduce.
Nos encontramos así con el triángulo: poder, derecho y verdad-saber.
Foucault aclara la pretensión de que su obra ‘debe servir de fondo histórico a diversos estudios sobre el poder de normalización y la formación del saber en la sociedad moderna’.
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