La actriz subasta tesoros como el sombrero de Charlot o el traje blanco de Marilyn Monroe .
. .Durante años los atesoró como suyos. El vestido blanco por el que todos recordamos a Marilyn Moroe en La tentación vive arriba.
El sombrero de Charlot. Ese otro con peluca rizada que utilizaba Harpo Marx o el traje que diseñó Cecil Beaton para una espectacular Audrey Hepburn en la escena de las carreras de My Fair Lady (1964).
Debbie Reynolds sabe de cine, de vestuarios y de lo que al público le gustaría ver en un museo del cine. Una lástima que nunca consiguió interesar a un museo en esta extensa colección de trajes de cine a la que ayer dijo adiós en una de las mayores subastas de la historia de Hollywood.
La casa de subasta Profiles in History (http://www.profilesinhistory.com/) estimaba ayer que la primera venta podría alcanzar entre los 2,8 y los 4 millones de euros. Sin embargo las cifras fueron mucho más altas. Y es que la colección que la estrella de Cantando bajo la lluvia sacaba a la venta era un auténtico tesoro. Por poner algunos ejemplos, el nombrado gorro de Charlie Chaplin se vendió por 76.000 euros, mientras que el nuevo propietario del vestido de Hepburn en My Fair Lady tuvo que ofrecer 2,5 millones de euros para hacerse con la prenda. En total Reynolds posee más de 5.000 piezas de las cuales ayer puso unas 600 a disposición del mejor postor y el próximo 3 de diciembre otro tanto destruyendo así una de las mayores colecciones del Hollywood dorado. "No hay otro modo. Necesitaba un descanso de la responsabilidad de intentar hacer algo que parece que nadie quiere hacer. Así cada uno disfrutará de su compra", declaró a la prensa la actriz de 79 años y frágil estado de salud.
Reynolds comenzó su colección con lo que pensó que era un crimen a la historia de Hollywood: la venta del atrezzo de los estudios MGM en 1970. "Nunca pensé que MGM pudiera desaparecer", recuerda todavía con descreimiento. Y tras esa compra inicial siguió aumentando su colección con las ventas de otros estudios como Fox o Paramount así como donaciones personales. De esa forma consiguió el tocado de Elizabeth Taylor en Cleopatra (del que se separó ayer por algo menos de 49.000 euros) o la toga de Richard Burton en esa misma película.
También tiene los trajes de campesinos de la familia Von Trapp en Sonrisas y lágrimas o la guitarra (dedicada) de Julie Andrews. Siguiendo con los clásicos, la colección que Reynolds subasta también incluye el vestuario del Ben-Hur (1959) de Charlton Heston (la túnica de Judá Ben Hur se vendió por 223.000 euros) o el de El rey y yo (1956) de Yul Brynner.
De su propia filmografía la madre de Carrie Fisher incluye el vestuario de Molly Brown, siempre a flote (1964). Y no solo de vestidos vive esta colección que incluye muebles como los sofás del Mujercitas de Katherine Hepburn o incluso coches, como el Ford modelo T de 1918 usado en las películas de Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, y vendido por algo más de 24.000 euros.
La idea de Reynolds siempre fue exponer estas joyas en la medida de lo posible en su ambiente, comprando en ocasiones sets enteros para poder reproducir una escena.
Llegó a contar con su propio museo en el casino que abrió en Las Vegas con su tercer marido, Richard Hamlett.
Pero tras el fracaso de aquella aventura llega el momento de mirar hacia adelante. "El traje de Marilyn ya no es tan blanco como era pero es el paso de los años", comentó con razón de una de las piezas más buscadas.
Sea como sea, la menor blancura del vestido no pareció importarles mucho a los postores: su nuevo dueño pagó 3,2 millones de euros por él.
20 jun 2011
"Las canciones son de todos", dice Amaral sobre el uso de 'Sin ti no soy nada' por parte de Rubalcaba
El grupo ofrece una rueda de prensa para hablar de la grabación de su nuevo álbum, que saldrá en septiembre .
Venían a hablar de su disco, pero siempre hay cosas (música, ideas, revoluciones) que "están en el aire", flotando, como suelen decir Eva Amaral y Juan Aguirre. Conceptos que monopolizan las conversaciones y acaparan los titulares.
El grupo Amaral tomaba el escenario de la sala Sol a la una de la tarde de hoy para anunciar la llegada inminente de su próximo disco, Hacia lo salvaje, y acabaron hablando de cómo han visto esperanza en la calle, gente despierta, y de que gracias al movimiento 15-M quizá no sigamos con "la misma mierda de siempre hasta el final".
Pero eso ocurrió algo después, cuando los reporteros comenzaron con la ronda de preguntas.
Antes, Eva y Juan subieron al escenario con guitarras acústicas y presentaron ante una audiencia rara de fotógrafos, cámaras y periodistas, dos temas del álbum que editarán en septiembre por libre, a su aire y con su propio sello. Luego se dejaron enredar tímidamente por la madeja política y el amanecer ciudadano.
Comenzaron contando cómo les llena de orgullo, según Aguirre, compositor y guitarrista del grupo, que las letras de uno de sus viejos temas, Revolución, apareciera transcrita en algún panfleto repartido entre los manifestantes del 15-M.
Y mencionó la extraña capacidad de Eva, letrista y cantante, para captar eso que anda vagando por las ondas, sean música o movimientos sociales.
En ese instante le llegó el turno, de forma tangencial, a Alfredo Pérez-Rubalcaba, quien hace poco citó la canción de Amaral Sin ti no soy nada para escabullirse de la insistencia del PP en el Congreso con el caso Faisán.
"Las canciones son de todos", dijo Aguirre a propósito del asunto. "Pero nosotros hemos venido a hablar de nuestro disco", zanjó.
Un álbum en el que han estado trabajando a conciencia en su estudio de la zona centro de Madrid, muy cerca de Acampada Sol, y casi simultáneamente a las concentraciones, por las que se han dejado caer en alguna ocasión. Y por eso, según dijo este mediodía el dúo de Zaragoza, algo de toda esa protesta se encuentra en las letras y la energía del álbum. Llevaban casi dos años recopilando melodías, acordes y estrofas. Hace un par de meses seleccionaron 12 temas. Y desde entonces han estado grabando, puliendo y abrillantando, encerrados en su Bat-cueva, así lo llama Eva. En ello siguen, con una "rutina caótica", comenta Juan, pero perseverante. Él suele llegar a primera hora "con el fresquito", en bicicleta, y suele marcharse el último, de madrugada. Perfeccionista y obsesivo, duerme poco y suele darle mil vueltas a los sonidos. "Es como un cyborg", dice Eva. (Ella, en palabras de Juan, es "más visceral").
Zanjado el asunto político en la rueda de prensa, contaron cómo su disco toma un camino inexplorado, una evolución natural en la que las guitarras suenan a mayor volumen, ganan cuerpo y presencia, y "tienen un sonido más crujiente", en palabras de Eva. Dentro de una semana volarán a Nueva York para mezclar y masterizar el álbum con Michael Brauer y Greg Calbi, veteranos del sonido, dos figuras emblemáticas del pop-rock, cuyas manos han bruñido los trabajos de The Rolling Stones, David Bowie, Paul Simon o Bruce Springsteen.
Amaral se adentra hacia lo salvaje en lo musical y hacia lo desconocido en todo lo que les rodea.
Con la cita de este mediodía no sólo pretendían anunciar su próximo disco. También se presentaban en sociedad como un grupo independiente, sin ataduras discográficas.
Amaral ha abandonado a la multinacional EMI con la que editaron sus anteriores discos, han formado un sello propio llamado Antártica, como uno de los temas del nuevo álbum, y se han rodeado de personas conocidas con las que se sienten cómodos y a gusto para llevar la promoción, la distribución y la contratación.
Quieren controlar todo un poco más.
Equivocarse quizá.
Pero aprender de sus propios errores. Eso ha ido buscando. Autogestión. Son cosas que están en el aire.
Venían a hablar de su disco, pero siempre hay cosas (música, ideas, revoluciones) que "están en el aire", flotando, como suelen decir Eva Amaral y Juan Aguirre. Conceptos que monopolizan las conversaciones y acaparan los titulares.
El grupo Amaral tomaba el escenario de la sala Sol a la una de la tarde de hoy para anunciar la llegada inminente de su próximo disco, Hacia lo salvaje, y acabaron hablando de cómo han visto esperanza en la calle, gente despierta, y de que gracias al movimiento 15-M quizá no sigamos con "la misma mierda de siempre hasta el final".
Pero eso ocurrió algo después, cuando los reporteros comenzaron con la ronda de preguntas.
Antes, Eva y Juan subieron al escenario con guitarras acústicas y presentaron ante una audiencia rara de fotógrafos, cámaras y periodistas, dos temas del álbum que editarán en septiembre por libre, a su aire y con su propio sello. Luego se dejaron enredar tímidamente por la madeja política y el amanecer ciudadano.
Comenzaron contando cómo les llena de orgullo, según Aguirre, compositor y guitarrista del grupo, que las letras de uno de sus viejos temas, Revolución, apareciera transcrita en algún panfleto repartido entre los manifestantes del 15-M.
Y mencionó la extraña capacidad de Eva, letrista y cantante, para captar eso que anda vagando por las ondas, sean música o movimientos sociales.
En ese instante le llegó el turno, de forma tangencial, a Alfredo Pérez-Rubalcaba, quien hace poco citó la canción de Amaral Sin ti no soy nada para escabullirse de la insistencia del PP en el Congreso con el caso Faisán.
"Las canciones son de todos", dijo Aguirre a propósito del asunto. "Pero nosotros hemos venido a hablar de nuestro disco", zanjó.
Un álbum en el que han estado trabajando a conciencia en su estudio de la zona centro de Madrid, muy cerca de Acampada Sol, y casi simultáneamente a las concentraciones, por las que se han dejado caer en alguna ocasión. Y por eso, según dijo este mediodía el dúo de Zaragoza, algo de toda esa protesta se encuentra en las letras y la energía del álbum. Llevaban casi dos años recopilando melodías, acordes y estrofas. Hace un par de meses seleccionaron 12 temas. Y desde entonces han estado grabando, puliendo y abrillantando, encerrados en su Bat-cueva, así lo llama Eva. En ello siguen, con una "rutina caótica", comenta Juan, pero perseverante. Él suele llegar a primera hora "con el fresquito", en bicicleta, y suele marcharse el último, de madrugada. Perfeccionista y obsesivo, duerme poco y suele darle mil vueltas a los sonidos. "Es como un cyborg", dice Eva. (Ella, en palabras de Juan, es "más visceral").
Zanjado el asunto político en la rueda de prensa, contaron cómo su disco toma un camino inexplorado, una evolución natural en la que las guitarras suenan a mayor volumen, ganan cuerpo y presencia, y "tienen un sonido más crujiente", en palabras de Eva. Dentro de una semana volarán a Nueva York para mezclar y masterizar el álbum con Michael Brauer y Greg Calbi, veteranos del sonido, dos figuras emblemáticas del pop-rock, cuyas manos han bruñido los trabajos de The Rolling Stones, David Bowie, Paul Simon o Bruce Springsteen.
Amaral se adentra hacia lo salvaje en lo musical y hacia lo desconocido en todo lo que les rodea.
Con la cita de este mediodía no sólo pretendían anunciar su próximo disco. También se presentaban en sociedad como un grupo independiente, sin ataduras discográficas.
Amaral ha abandonado a la multinacional EMI con la que editaron sus anteriores discos, han formado un sello propio llamado Antártica, como uno de los temas del nuevo álbum, y se han rodeado de personas conocidas con las que se sienten cómodos y a gusto para llevar la promoción, la distribución y la contratación.
Quieren controlar todo un poco más.
Equivocarse quizá.
Pero aprender de sus propios errores. Eso ha ido buscando. Autogestión. Son cosas que están en el aire.
El Oriente que hechizó a Pasolini
La Filmoteca de Bolonia expone hasta el 7 de octubre las fotos que Roberto Villa realizó durante el rodaje de 'Las mil y una noches' en Yemen .
Pier Paolo Pasolini, compenetrado con su cámara, la abraza con todo el cuerpo, los músculos tensos y concentrados, parece querer colarse por el objetivo; o tendido hacia delante mientras rueda una escena en un patio interior desde lo alto: abajo el cuerpo desnudo de un joven de tez aceitunada (Franco Merli, el protagonista) y dos mujeres enfundadas de negro; o encaramado a una escalera tambaleante, con la máquina de rodaje apoyada al hombro, mientras los colaboradores se la aguantan.
Son algunas de las imágenes capturadas por el fotógrafo Roberto Villa durante el rodaje de Las mil y una noches, último capítulo de la Trilogía de la vida, que Pasolini realizó en 1974, tras El Decamerón (1971) y Los cuentos de Canterbury (1972). "Una película donde tú diriges y yo soy el actor".
El poeta, escritor, cineasta italiano (1922-1975) definió así el trabajo de Villa, que se expone hasta el 7 de octubre en la Filmoteca de Bolonia, ciudad del Norte de Italia donde el intelectual nació y estudió.
La exposición El Oriente de Pasolini constituye una especie de lámpara de Aladino, una estrella a la que perseguir para entrar en el filme, que mereció el premio de la Crítica en Cannes.
Respetando o, mejor dicho, contagiado por el estilo y la cifra del título del libro y de la película, construidos por encajes con una historia dentro de la otra, Villa dibuja un verdadero cuento dentro del cuento.
Los capítulos son imágenes naturales y espontáneas pero a la vez plásticas y extrañamente enigmáticas.
El encuentro entre Villa, entonces treintañero fotógrafo de publicidad, y Pasolini, ya curtido director y famoso intelectual, tuvo algo de hechizo. "Él intervenía en una charla sobre la televisión comercial.
Cuando terminó, me acerqué para hacerle unas preguntas.
Me hubiera gustado discutir con él de semiótica, ya que estaba reflexionando sobre algunos problemas del lenguaje visual.
Él me contestó serio, con ese aire humilde, cercano, nada esnob: "Me encantaría debatir sobre ello, pero ahora estoy ocupado y dentro de dos días me voy a Oriente a rodar. ¿Por qué no viene con nosotros?".
Ni decirlo, a los tres meses Villa estaba en Yemen.
Justo el tiempo de cerrar unos trabajos en Italia y de encontrar unas revistas interesadas y arrancó su aventura al lado del creador más poliédrico y controvertido del momento.
El fruto de aquellos cien días como empotrado en el rodaje de Las mil y una noches se publicó en Playboy y Esquire.
Hoy se puede admirar en Bolonia, gracias a los archivos que la cinemateca guarda en formato analógico y digital .
La acertada selección llevada a cabo por Roberto Chiesi es a la vez un conmovedor documento sobre Pasolini, su manera visceral y concentrada de dirigir, y un fresco de un mundo a punto de derrumbarse por las guerras y la pobreza.
En sus imágenes se documentan los momentos de descanso entre actores y electricistas, la asistente y el operador; la troupe a punto de embarcarse en un avión, en una polvorienta y caótica pista de despegue, o sentada en círculo comiendo, y, una y otra vez, el director centrado en la lectura del guión, animando jugosamente a un actor, preparando una escena.
Pasolini, delgada figura de gafas negras y pantalones ceñidos, frágil pero movido por una determinación tensa, es el gran maestro de ceremonia y protagonista absoluto del escenario fotográfico.
Sin embargo hay más. No se trata solo de fotografías del rodaje. Villa también retrató a los figurantes en una serie conmovedora de primeros planos: viejos, niños, soldados y mujeres, testigos de la historia de las aldeas de Yemen e Irán elegidas como exteriores. "Es una de los últimas miradas sobre un área geográfica que estaba a punto de transformarse en un enorme y prolongado escenario de guerra", dice Farinelli, director de la Cinemateca. "Lo que da valor a mi trabajo es el contexto", cuenta Villa. El fotógrafo inmortalizó también los centenares de curiosos que se acercaban al set o vivían en los pueblos. Son los retratos de un mundo atávico, polvoriento y lleno de luz y silencio. Algunos de ellos, por su rostro intenso o un detalle que atrapaba la atención visionaria de Pasolini, acabó siendo figurante. Eran rostros y cuerpos sobre los que se coagulaba aquella fuerza mágica y a la vez ultrarrealista que impregna sus películas más logradas.
Oriente fue su esencial fuente de inspiración.
Un mundo que visitó y contó (a veces junto con sus amigos y colegas escritores Alberto Moravia y Elsa Morante).
Villa documenta la atracción hacia ese universo figurativo y antropológico donde el poeta decide ambientar parte de su sueño, aquellos cuerpos de colores vívidos, las luces y los cromatismos deslumbrantes de los edificios blancos u ocres.
Resultan imágenes casi escultóricas, plásticas: viejos que desafían el objetivo o grupos de mujeres que dejan escapar una mirada del velo.
Personajes de una miseria absoluta, comprimida en la dignidad humilde que Pasolini amaba por encima de todo, poeta de los últimos y de su íntimo decoro.
"Villa consigue capturar la expresividad inmediata y la historia narrada en un gesto, un ademán, una pose, el parpadeo o la opacidad de una mirada, la comisura curiosa, dejada o aburrida de una boca.
Quien es observado observa a su vez, y lo hace desde una distancia que de otros siglos, otra cultura, otra religión, un universo de códigos y signos que nunca nos pertenecieron", comenta Roberto Chiari que gestiona el archivo Pasolini en Bolonia.
Solo allí, en ese Oriente hechizado, podían ambientarse Las miles y una noches, una narración a la vez realista (llena de rostros pobres, de polvo, donde las comidas o la indumentaria se describen con una riqueza de detalles casi fotográfica) y visionaria, porque los personajes se mueven como empujados por fuerzas ocultas, un destino que les une, les separa, les pone a prueba, les mejora y les vuelve a unir.
El clásico de la literatura árabe funciona como un guante para ejemplificar la idea que funda la trilogía pasoliniana: "Aún más que en el Decamerón y en Los cuentos de Canterbury -escribió en 1974 el mismo Pasolini en la revista Il Tempo- en Las mil y una noches toma forma y vive un eros particularmente profundo, violento y feliz: es en las épocas de represión cuando el comercio de los sentidos se hace más intenso, afortunado y emocionante.
Lo importante es la tolerancia popular, no la tolerancia del poder.
Odio el mundo actual, tan pequeño-burgués y falsamente tolerante (por la decisión del poder consumista).
En su contra, me quedo con aquel mundo desaparecido, que sobrevive en alguna zona del Tercer Mundo, de Nápoles por abajo, aunque acosado por los modelos burgueses del consumismo y de la falsa tolerancia.
Para alcanzar niveles de vida occidental, los pueblos árabes acabarán abjurando de su antigua tolerancia real y llegarán a ser horriblemente intolerantes.
Para exorcizar este futuro soñé con una película como Las miles y una noches".
Pier Paolo Pasolini, compenetrado con su cámara, la abraza con todo el cuerpo, los músculos tensos y concentrados, parece querer colarse por el objetivo; o tendido hacia delante mientras rueda una escena en un patio interior desde lo alto: abajo el cuerpo desnudo de un joven de tez aceitunada (Franco Merli, el protagonista) y dos mujeres enfundadas de negro; o encaramado a una escalera tambaleante, con la máquina de rodaje apoyada al hombro, mientras los colaboradores se la aguantan.
Son algunas de las imágenes capturadas por el fotógrafo Roberto Villa durante el rodaje de Las mil y una noches, último capítulo de la Trilogía de la vida, que Pasolini realizó en 1974, tras El Decamerón (1971) y Los cuentos de Canterbury (1972). "Una película donde tú diriges y yo soy el actor".
El poeta, escritor, cineasta italiano (1922-1975) definió así el trabajo de Villa, que se expone hasta el 7 de octubre en la Filmoteca de Bolonia, ciudad del Norte de Italia donde el intelectual nació y estudió.
La exposición El Oriente de Pasolini constituye una especie de lámpara de Aladino, una estrella a la que perseguir para entrar en el filme, que mereció el premio de la Crítica en Cannes.
Respetando o, mejor dicho, contagiado por el estilo y la cifra del título del libro y de la película, construidos por encajes con una historia dentro de la otra, Villa dibuja un verdadero cuento dentro del cuento.
Los capítulos son imágenes naturales y espontáneas pero a la vez plásticas y extrañamente enigmáticas.
El encuentro entre Villa, entonces treintañero fotógrafo de publicidad, y Pasolini, ya curtido director y famoso intelectual, tuvo algo de hechizo. "Él intervenía en una charla sobre la televisión comercial.
Cuando terminó, me acerqué para hacerle unas preguntas.
Me hubiera gustado discutir con él de semiótica, ya que estaba reflexionando sobre algunos problemas del lenguaje visual.
Él me contestó serio, con ese aire humilde, cercano, nada esnob: "Me encantaría debatir sobre ello, pero ahora estoy ocupado y dentro de dos días me voy a Oriente a rodar. ¿Por qué no viene con nosotros?".
Ni decirlo, a los tres meses Villa estaba en Yemen.
Justo el tiempo de cerrar unos trabajos en Italia y de encontrar unas revistas interesadas y arrancó su aventura al lado del creador más poliédrico y controvertido del momento.
El fruto de aquellos cien días como empotrado en el rodaje de Las mil y una noches se publicó en Playboy y Esquire.
Hoy se puede admirar en Bolonia, gracias a los archivos que la cinemateca guarda en formato analógico y digital .
La acertada selección llevada a cabo por Roberto Chiesi es a la vez un conmovedor documento sobre Pasolini, su manera visceral y concentrada de dirigir, y un fresco de un mundo a punto de derrumbarse por las guerras y la pobreza.
En sus imágenes se documentan los momentos de descanso entre actores y electricistas, la asistente y el operador; la troupe a punto de embarcarse en un avión, en una polvorienta y caótica pista de despegue, o sentada en círculo comiendo, y, una y otra vez, el director centrado en la lectura del guión, animando jugosamente a un actor, preparando una escena.
Pasolini, delgada figura de gafas negras y pantalones ceñidos, frágil pero movido por una determinación tensa, es el gran maestro de ceremonia y protagonista absoluto del escenario fotográfico.
Sin embargo hay más. No se trata solo de fotografías del rodaje. Villa también retrató a los figurantes en una serie conmovedora de primeros planos: viejos, niños, soldados y mujeres, testigos de la historia de las aldeas de Yemen e Irán elegidas como exteriores. "Es una de los últimas miradas sobre un área geográfica que estaba a punto de transformarse en un enorme y prolongado escenario de guerra", dice Farinelli, director de la Cinemateca. "Lo que da valor a mi trabajo es el contexto", cuenta Villa. El fotógrafo inmortalizó también los centenares de curiosos que se acercaban al set o vivían en los pueblos. Son los retratos de un mundo atávico, polvoriento y lleno de luz y silencio. Algunos de ellos, por su rostro intenso o un detalle que atrapaba la atención visionaria de Pasolini, acabó siendo figurante. Eran rostros y cuerpos sobre los que se coagulaba aquella fuerza mágica y a la vez ultrarrealista que impregna sus películas más logradas.
Oriente fue su esencial fuente de inspiración.
Un mundo que visitó y contó (a veces junto con sus amigos y colegas escritores Alberto Moravia y Elsa Morante).
Villa documenta la atracción hacia ese universo figurativo y antropológico donde el poeta decide ambientar parte de su sueño, aquellos cuerpos de colores vívidos, las luces y los cromatismos deslumbrantes de los edificios blancos u ocres.
Resultan imágenes casi escultóricas, plásticas: viejos que desafían el objetivo o grupos de mujeres que dejan escapar una mirada del velo.
Personajes de una miseria absoluta, comprimida en la dignidad humilde que Pasolini amaba por encima de todo, poeta de los últimos y de su íntimo decoro.
"Villa consigue capturar la expresividad inmediata y la historia narrada en un gesto, un ademán, una pose, el parpadeo o la opacidad de una mirada, la comisura curiosa, dejada o aburrida de una boca.
Quien es observado observa a su vez, y lo hace desde una distancia que de otros siglos, otra cultura, otra religión, un universo de códigos y signos que nunca nos pertenecieron", comenta Roberto Chiari que gestiona el archivo Pasolini en Bolonia.
Solo allí, en ese Oriente hechizado, podían ambientarse Las miles y una noches, una narración a la vez realista (llena de rostros pobres, de polvo, donde las comidas o la indumentaria se describen con una riqueza de detalles casi fotográfica) y visionaria, porque los personajes se mueven como empujados por fuerzas ocultas, un destino que les une, les separa, les pone a prueba, les mejora y les vuelve a unir.
El clásico de la literatura árabe funciona como un guante para ejemplificar la idea que funda la trilogía pasoliniana: "Aún más que en el Decamerón y en Los cuentos de Canterbury -escribió en 1974 el mismo Pasolini en la revista Il Tempo- en Las mil y una noches toma forma y vive un eros particularmente profundo, violento y feliz: es en las épocas de represión cuando el comercio de los sentidos se hace más intenso, afortunado y emocionante.
Lo importante es la tolerancia popular, no la tolerancia del poder.
Odio el mundo actual, tan pequeño-burgués y falsamente tolerante (por la decisión del poder consumista).
En su contra, me quedo con aquel mundo desaparecido, que sobrevive en alguna zona del Tercer Mundo, de Nápoles por abajo, aunque acosado por los modelos burgueses del consumismo y de la falsa tolerancia.
Para alcanzar niveles de vida occidental, los pueblos árabes acabarán abjurando de su antigua tolerancia real y llegarán a ser horriblemente intolerantes.
Para exorcizar este futuro soñé con una película como Las miles y una noches".
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