.A menudo se habla de la brecha digital como esa distancia entre los restos del paleolítico que persisten entre nosotros y los últimos avances tecnológicos.
Es un abismo cotidiano.
Ninguno de nosotros era capaz de explicarse cómo funcionaba un fax, pero asumíamos su uso con alegría.
También nos resulta complicado entender el reparto de radiofrecuencias y el espacio televisivo y nos conformamos con las concesiones sin preguntarnos si no sería más justo una emisión libre por caótica que fuera.
El contraste entre lo moderno y lo de toda la vida pervive entre nosotros, como las chapas perviven junto a la Wii y las velas junto a la iluminación por leds.
El ser humano es acumulativo y anota en cuadernos mientras escribe en archivos almacenados en una nube virtual.
El mejor ejemplo de esta convivencia entre dos mundos sigue colgado en las páginas de vídeos de la Red.
Se trata de una señora que se llama pertinentemente Maruja y que telefonea a una televisión local para participar en un cutre sacaperras tipo el Eurobote.
La presentadora, una joven sin paciencia y autoritaria, como casi todos los presentadores que no se educaron en la escuela de amabilidad extrema de un Joaquín Prats, urge a la señora para que elija algunos números de un panel.
La señora, que se llama Maruja con la coherencia con que un portero de fútbol se podría apellidar Parada, comienza a escuchar su propia voz en el retorno.
El retardo la lleva a pensar que hay otra concursante por otra línea que le copia sus elecciones. Así que comienza a crisparse con ella.
Por más que la presentadora trata de hacerle entender que la voz que escucha es ella misma con unos segundos de desincronía, la mujer entra en una espiral paranoica.
Se cabrea con su propia voz, se odia a sí misma, como un personaje delirante en una fantasía breve de Borges.
Si no han visto la pieza corran a disfrutarla, merece más visitas que un vídeo de Lady Gaga.
No existe explicación más tierna de la velocidad a la que el mundo avanza, sin detenerse a esperar a quien se queda atrás, convertido en un neandertal en la era del iPhone. Nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros mismos en algunos años.
13 jun 2011
La caída en desgracia de Gwyneth Paltrow
Una búsqueda en Internet basta para comprobar la caída en desgracia en Estados Unidos de Gwyneth Paltrow (Los Ángeles, 1972).
Lo tiene todo -físico, estilo, carrera, voz y hasta un Oscar- y, sin embargo, no ha podido evitar un inexorable rechazo, que se comenzó a fraguar en España en 2006.
Salon, una respetada revista de Internet, se preguntaba recientemente: "¿Por qué cae tan mal Paltrow?".
Las dudas comenzaron, precisamente, en España, en una rueda de prensa en 2006, en la que Paltrow insinuó que en Europa se vivía mejor que en EE UU.
Aquello circuló por todos los diarios estadounidenses hasta forzar una aclaración de la actriz: "No soy antiamericana".
Si una estrella tiene que aclarar eso en EE UU, puede dar su carrera por herida de gravedad.
Para solucionarlo, Paltrow hizo algo todavía peor: victimizarse.
En una entrevista en enero para la edición británica de Harper's Bazaar dijo: "Ha habido un par de veces en que pensé: voy a dejarlo aquí. ¡La gente es muy mala conmigo!".
La fama ha sido dura con ella.
Después del gran éxito de Shakespeare enamorado (1998), que le brindó el Oscar, Paltrow no recabó ni un solo éxito rotundo en el cine.
Optó por una gran diversificación en aventuras empresariales de moda, alimentación y espiritualidad.
Y por mantener un blog, Goop, en el que da consejos de estilo.
Entre sus detractores es un hazmerreír por sugerir el modo de contratar a un entrenador personal o a un estilista.
En abril presentó un libro de cocina.
Entonces, The New Yorker publicó un perfil, titulado El mundo de Gwyneth, en el que, con finura, reflejaba lo desconectada que está la actriz de la realidad.
"Una vez estaba cocinando un pato y se le quemó. ¡Lo tiró a la piscina!", dijo su marido, el cantante de Coldplay, Chris Martin.
"Ella lo hace todo, ¡incluso matar las langostas!", añadió su amiga, la modelo Christy Turlington. ¿Patos? ¿Langostas? ¿Piscina? ¿Christy Turlington? A Paltrow le va a costar quitarse la imagen de chica fabulosa ajena a la vida de los estadounidenses.
Y le conviene porque en los últimos años ha intentado recobrar el éxito entre un público que no aprecia esos lujos: la gran base rural y blanca de los Estados sureños norteamericanos.
A ellos les dedicó su película, estrenada en enero, Country strong, donde cantaba diversos temas country.
Interpretaba a una estrella alcohólica, infiel y algo pérfida.
Fingió un acento sureño que tenía el mismo efecto ridículo que la impostación británica de su amiga Madonna, que tampoco es popular en su país.
Fue un fracaso.
Ahora tiene la oportunidad de redimirse: actuará junto a Matt Damon y Jude Law en la película Contagio.
La última vez que trabajó con ellos fue en El talento de Mr. Ripley. Una de las últimas veces en que la suerte le sonrió.
Lo tiene todo -físico, estilo, carrera, voz y hasta un Oscar- y, sin embargo, no ha podido evitar un inexorable rechazo, que se comenzó a fraguar en España en 2006.
Salon, una respetada revista de Internet, se preguntaba recientemente: "¿Por qué cae tan mal Paltrow?".
Las dudas comenzaron, precisamente, en España, en una rueda de prensa en 2006, en la que Paltrow insinuó que en Europa se vivía mejor que en EE UU.
Aquello circuló por todos los diarios estadounidenses hasta forzar una aclaración de la actriz: "No soy antiamericana".
Si una estrella tiene que aclarar eso en EE UU, puede dar su carrera por herida de gravedad.
Para solucionarlo, Paltrow hizo algo todavía peor: victimizarse.
En una entrevista en enero para la edición británica de Harper's Bazaar dijo: "Ha habido un par de veces en que pensé: voy a dejarlo aquí. ¡La gente es muy mala conmigo!".
La fama ha sido dura con ella.
Después del gran éxito de Shakespeare enamorado (1998), que le brindó el Oscar, Paltrow no recabó ni un solo éxito rotundo en el cine.
Optó por una gran diversificación en aventuras empresariales de moda, alimentación y espiritualidad.
Y por mantener un blog, Goop, en el que da consejos de estilo.
Entre sus detractores es un hazmerreír por sugerir el modo de contratar a un entrenador personal o a un estilista.
En abril presentó un libro de cocina.
Entonces, The New Yorker publicó un perfil, titulado El mundo de Gwyneth, en el que, con finura, reflejaba lo desconectada que está la actriz de la realidad.
"Una vez estaba cocinando un pato y se le quemó. ¡Lo tiró a la piscina!", dijo su marido, el cantante de Coldplay, Chris Martin.
"Ella lo hace todo, ¡incluso matar las langostas!", añadió su amiga, la modelo Christy Turlington. ¿Patos? ¿Langostas? ¿Piscina? ¿Christy Turlington? A Paltrow le va a costar quitarse la imagen de chica fabulosa ajena a la vida de los estadounidenses.
Y le conviene porque en los últimos años ha intentado recobrar el éxito entre un público que no aprecia esos lujos: la gran base rural y blanca de los Estados sureños norteamericanos.
A ellos les dedicó su película, estrenada en enero, Country strong, donde cantaba diversos temas country.
Interpretaba a una estrella alcohólica, infiel y algo pérfida.
Fingió un acento sureño que tenía el mismo efecto ridículo que la impostación británica de su amiga Madonna, que tampoco es popular en su país.
Fue un fracaso.
Ahora tiene la oportunidad de redimirse: actuará junto a Matt Damon y Jude Law en la película Contagio.
La última vez que trabajó con ellos fue en El talento de Mr. Ripley. Una de las últimas veces en que la suerte le sonrió.
Semprún reposa ya para siempre en Garentreville
El escritor y político fue enterrado con una bandera republicana sobre su ataúd en una ceremonia íntima cerca de París .
Es un cementerio pequeño, con un puñado de tumbas, muchas con los apellidos repetidos de las pocas familias del pueblo.
El escritor Jorge Semprún, fallecido el martes en su casa de París, recorrió este domingo por última vez los ochenta kilómetros que separan su domicilio parisiense de la localidad de Garentreville, donde su familia dispone de una casa de campo desde hace años, y fue enterrado en ese cementerio casi de juguete, en la misma tumba donde reposa su esposa Collette, tras una ceremonia íntima.
Muere Jorge Semprún, una memoria del siglo XX
París le dice adiós a Jorge Semprún
Sólo acudió un centenar de personas, los familiares más cercanos, el círculo de amigos más estrecho de Semprún, llegados de un lado y del otro de los Pirineos.
Entre ellos, el expresidente Felipe González, o el cineasta Costa-Gavras.
A las once, un oficiante pidió a los presentes rodear al féretro del escritor.
Entonces, alguien colocó encima una corona de flores y una bandera de la República. Se cerraba la historia, pues: el adolescente hijo de republicanos que se exilió en Francia a los 15 años iba a ser enterrado en ese mismo país con la bandera de este régimen derrotado al que nunca dejó de pertenecer.
No hubo oraciones, ni oficio religioso.
Tan sólo la evocación de los que quisieron recordarle. Una de ellas fue la del intelectual y periodista Javier Pradera, amigo de Semprún desde los lejanos tiempos de la dictadura, la clandestinidad y la militancia. "Tenía imaginación para concebir misiones, y un valor frío para acometerlas", dijo. Luego bromeó: "Nos inculcó, entre otras, la virtud de la puntualidad".
Después volvió a ponerse serio: "Nos enseñó muchas más cosas. Fue un auténtico maestro de vida". El columnista de EL PAÍS encuadró a Semprún en el escogido grupo de seres capaces de albergar varias ideas contradictorias a la vez sin que eso les impidiera avanzar.
"Por ejemplo, tenía varias patrias, o tal vez era apátrida, sobre eso podríamos podernos a discutir", añadió.
Algunos de los asistentes al homenaje público del sábado, en París, también se desplazaron ayer a Garentreville (la ministra de Cultura Ángeles González-Sinde, los exministros Carlos Solchaga o Claudio Aranzadi, entre otros...) Bernard Pivot, uno de los periodistas culturales más famosos de Francia, por el contrario, sólo acudió al cementerio.
Y confesó (él, que ha entrevistado a todos los grandes autores del mundo), que Semprún era su único íntimo amigo escritor.
Después, todos, los ministros, los exministros, los nietos, los cineastas, los sobrinos, los amigos de toda una vida, se acercaron a la tumba abierta y depositaron una flor cada uno. Antes, Florence Malraux, la hija de André Malraux, otro inacabable escritor comprometido, luchador y ministro, había asegurado, para despedir el acto, que el mejor homenaje que se podía hacer a Semprún era releerle.
Michel Piccoli, el actor francés que acababa de recitar varios pasajes de su obra, se palpó entonces el ejemplar gastadísimo de El gran viaje que llevaba en el bolsillo de la chaqueta como el que aprieta la mano de un viejo amigo al que está diciendo adiós.
Es un cementerio pequeño, con un puñado de tumbas, muchas con los apellidos repetidos de las pocas familias del pueblo.
El escritor Jorge Semprún, fallecido el martes en su casa de París, recorrió este domingo por última vez los ochenta kilómetros que separan su domicilio parisiense de la localidad de Garentreville, donde su familia dispone de una casa de campo desde hace años, y fue enterrado en ese cementerio casi de juguete, en la misma tumba donde reposa su esposa Collette, tras una ceremonia íntima.
Muere Jorge Semprún, una memoria del siglo XX
París le dice adiós a Jorge Semprún
Sólo acudió un centenar de personas, los familiares más cercanos, el círculo de amigos más estrecho de Semprún, llegados de un lado y del otro de los Pirineos.
Entre ellos, el expresidente Felipe González, o el cineasta Costa-Gavras.
A las once, un oficiante pidió a los presentes rodear al féretro del escritor.
Entonces, alguien colocó encima una corona de flores y una bandera de la República. Se cerraba la historia, pues: el adolescente hijo de republicanos que se exilió en Francia a los 15 años iba a ser enterrado en ese mismo país con la bandera de este régimen derrotado al que nunca dejó de pertenecer.
No hubo oraciones, ni oficio religioso.
Tan sólo la evocación de los que quisieron recordarle. Una de ellas fue la del intelectual y periodista Javier Pradera, amigo de Semprún desde los lejanos tiempos de la dictadura, la clandestinidad y la militancia. "Tenía imaginación para concebir misiones, y un valor frío para acometerlas", dijo. Luego bromeó: "Nos inculcó, entre otras, la virtud de la puntualidad".
Después volvió a ponerse serio: "Nos enseñó muchas más cosas. Fue un auténtico maestro de vida". El columnista de EL PAÍS encuadró a Semprún en el escogido grupo de seres capaces de albergar varias ideas contradictorias a la vez sin que eso les impidiera avanzar.
"Por ejemplo, tenía varias patrias, o tal vez era apátrida, sobre eso podríamos podernos a discutir", añadió.
Algunos de los asistentes al homenaje público del sábado, en París, también se desplazaron ayer a Garentreville (la ministra de Cultura Ángeles González-Sinde, los exministros Carlos Solchaga o Claudio Aranzadi, entre otros...) Bernard Pivot, uno de los periodistas culturales más famosos de Francia, por el contrario, sólo acudió al cementerio.
Y confesó (él, que ha entrevistado a todos los grandes autores del mundo), que Semprún era su único íntimo amigo escritor.
Después, todos, los ministros, los exministros, los nietos, los cineastas, los sobrinos, los amigos de toda una vida, se acercaron a la tumba abierta y depositaron una flor cada uno. Antes, Florence Malraux, la hija de André Malraux, otro inacabable escritor comprometido, luchador y ministro, había asegurado, para despedir el acto, que el mejor homenaje que se podía hacer a Semprún era releerle.
Michel Piccoli, el actor francés que acababa de recitar varios pasajes de su obra, se palpó entonces el ejemplar gastadísimo de El gran viaje que llevaba en el bolsillo de la chaqueta como el que aprieta la mano de un viejo amigo al que está diciendo adiós.
El espacio imposible de Anish Kapoor MIGUEL MORA
La obra del espectacular escultor angloíndio se expone en París, Milán y Venecia simultáneamente - Mañana llega como gran estrella a la Feria de Basilea .
Bendecido por gran parte de la crítica, y cada día más aclamado por un público que suele contemplar sus espectaculares piezas con la boca abierta, el escultor y arquitecto angloíndio Anish Kapoor (Bombay, 1954) asombra estos días a Europa con varias exposiciones simultáneas.
Algunas de sus piezas engullen literalmente al espectador, dejándoles pasear por su interior.
Otras son menos interactivas, pero ofrecen siempre sensaciones nuevas y variopintas.
Sus piezas engullen al espectador, dejándole pasear por su interior
Sus experimentos le sacan del mundo del arte y le acercan a nuevos públicos
Entre la mística, el juego y el sortilegio, algunos espectadores levitan con Kapoor.
Otros se marean ante ese despliegue de formas inéditas y vacíos enormes.
Kapoor es el gran mago contemporáneo de la escultura, y su éxito es tan unánime, y su ausencia de polémica le resulta tan cómoda al establishment del arte, que ya parece no negarse ningún reto.
Tras enamorar en el Parque Millennium de Chicago con su Cloud gate, quizá la obra contemporánea más visitada de la actualidad, el escultor seduce ahora a París con una sutil y descomunal pieza de goma roja, especialmente concebida para el Grand Palais.
Se trata de un globo traslúcido al que ha dado un nombre bíblico, Leviathan, el monstruo marino de la mitología judeocristiana.
"Un monstruo marino es grande, amorfo, incontrolable y provoca emociones", dijo Kapoor en la presentación.
No parece mala definición para la obra de este artista versátil y en permanente expansión, que desde mañana será una de las estrellas de la Feria de Basilea, como invitado especial en la sección (monumental) Art Unlimited.
Kapoor vive desde 1973 en Londres, donde ha trabajado siempre con la Lisson Gallery, de Nicholas Longsdail, gurú de la nueva escultura británica.
Allí acaba de exponer con la Serpentine Gallery, y su codirector, Hans Ulrich Obrist, explica así el secreto de tanto éxito: "Kapoor ha recorrido un largo camino. En los años ochenta ya era conocido e interesante, pero su crecimiento como artista ha sido lento y sostenido.
Empezó haciendo objetos de polvo rojo y poco a poco inventó un lenguaje nuevo. Con el tiempo, lo más novedoso ha sido su cambio de escala, sus dimensiones se han ido haciendo mucho más amplias".
Según Obrist, este nuevo Kapoor comenzó a cuajar en la Tate Gallery en 2002, cuando realizó la pieza Marsyas para la sala de turbinas.
"Eso supuso el inicio de su colaboración con el ingeniero Arup Cecil Balmond, que trabajó con Koolhaas y otros grandes arquitectos", recuerda Obrist.
"Probablemente eso le ha ayudado a llegar a lo que hemos visto ahora en París, que es seguramente lo mejor, y lo más grande, que Kapoor ha hecho nunca".
Los tubos, cañones, nubes, trompetas y túneles de Kapoor logran cambiar la percepción del espacio.
Aunque algunos le reprochan cierta tendencia a la megalomanía, otros se rinden a su dominio técnico y a su poética silenciosa.
Ver sus obras produce efectos singulares.
En Milán mucha gente siente alivio a la salida de Dirty Corner, una escultura de acero que forma un pasillo de 60 metros de largo por tres de diámetro. La obra fue pensada especialmente para la catedral de la Fábrica de Vapor.
Al entrar en la ballena, la oscuridad es a ratos total y la claustrofobia empuja a algunos a volver atrás, pero la mayoría tira para adelante.
La crítica italiana ha comparado la visita con el túnel de luz que pintó El Bosco en el Paraíso.
La pieza, que se puede ver hasta enero, será cubierta poco a poco por una montaña de tierra roja de 160 metros cúbicos.
En Milán se exhibe también una antológica de siete obras, repartida (hasta octubre) en los espacios de la Rotonda de la Besana: piezas de la última década, con las que Kapoor ha revolucionado la forma de crear y observar la escultura.
Hans Ulrich Obrist piensa que Kapoor representa para el arte lo mismo que supuso la nouvelle vague para el cine: "Hace experimentos muy interesantes que son a la vez muy populares. Eso le ha sacado del estrecho mundo del arte y le acerca a nuevos públicos. Lo admiran en los cinco continentes, y aunque ha ganado territorio, no ha perdido en absoluto la concentración".
Pero no siempre los experimentos cuajan. Ascensión, una instalación conceptual que Kapoor realizó en 2003 en San Gimignano, es uno de los grandes reclamos de la Bienal de Venecia.
Una base situada en el crucero de la basílica de San Giorgio Maggiore debe liberar una fina espiral de humo que asciende hasta la cúpula.
Pero algunos problemas técnicos impiden ver el humo con la debida asiduidad.
Bendecido por gran parte de la crítica, y cada día más aclamado por un público que suele contemplar sus espectaculares piezas con la boca abierta, el escultor y arquitecto angloíndio Anish Kapoor (Bombay, 1954) asombra estos días a Europa con varias exposiciones simultáneas.
Algunas de sus piezas engullen literalmente al espectador, dejándoles pasear por su interior.
Otras son menos interactivas, pero ofrecen siempre sensaciones nuevas y variopintas.
Sus piezas engullen al espectador, dejándole pasear por su interior
Sus experimentos le sacan del mundo del arte y le acercan a nuevos públicos
Entre la mística, el juego y el sortilegio, algunos espectadores levitan con Kapoor.
Otros se marean ante ese despliegue de formas inéditas y vacíos enormes.
Kapoor es el gran mago contemporáneo de la escultura, y su éxito es tan unánime, y su ausencia de polémica le resulta tan cómoda al establishment del arte, que ya parece no negarse ningún reto.
Tras enamorar en el Parque Millennium de Chicago con su Cloud gate, quizá la obra contemporánea más visitada de la actualidad, el escultor seduce ahora a París con una sutil y descomunal pieza de goma roja, especialmente concebida para el Grand Palais.
Se trata de un globo traslúcido al que ha dado un nombre bíblico, Leviathan, el monstruo marino de la mitología judeocristiana.
"Un monstruo marino es grande, amorfo, incontrolable y provoca emociones", dijo Kapoor en la presentación.
No parece mala definición para la obra de este artista versátil y en permanente expansión, que desde mañana será una de las estrellas de la Feria de Basilea, como invitado especial en la sección (monumental) Art Unlimited.
Kapoor vive desde 1973 en Londres, donde ha trabajado siempre con la Lisson Gallery, de Nicholas Longsdail, gurú de la nueva escultura británica.
Allí acaba de exponer con la Serpentine Gallery, y su codirector, Hans Ulrich Obrist, explica así el secreto de tanto éxito: "Kapoor ha recorrido un largo camino. En los años ochenta ya era conocido e interesante, pero su crecimiento como artista ha sido lento y sostenido.
Empezó haciendo objetos de polvo rojo y poco a poco inventó un lenguaje nuevo. Con el tiempo, lo más novedoso ha sido su cambio de escala, sus dimensiones se han ido haciendo mucho más amplias".
Según Obrist, este nuevo Kapoor comenzó a cuajar en la Tate Gallery en 2002, cuando realizó la pieza Marsyas para la sala de turbinas.
"Eso supuso el inicio de su colaboración con el ingeniero Arup Cecil Balmond, que trabajó con Koolhaas y otros grandes arquitectos", recuerda Obrist.
"Probablemente eso le ha ayudado a llegar a lo que hemos visto ahora en París, que es seguramente lo mejor, y lo más grande, que Kapoor ha hecho nunca".
Los tubos, cañones, nubes, trompetas y túneles de Kapoor logran cambiar la percepción del espacio.
Aunque algunos le reprochan cierta tendencia a la megalomanía, otros se rinden a su dominio técnico y a su poética silenciosa.
Ver sus obras produce efectos singulares.
En Milán mucha gente siente alivio a la salida de Dirty Corner, una escultura de acero que forma un pasillo de 60 metros de largo por tres de diámetro. La obra fue pensada especialmente para la catedral de la Fábrica de Vapor.
Al entrar en la ballena, la oscuridad es a ratos total y la claustrofobia empuja a algunos a volver atrás, pero la mayoría tira para adelante.
La crítica italiana ha comparado la visita con el túnel de luz que pintó El Bosco en el Paraíso.
La pieza, que se puede ver hasta enero, será cubierta poco a poco por una montaña de tierra roja de 160 metros cúbicos.
En Milán se exhibe también una antológica de siete obras, repartida (hasta octubre) en los espacios de la Rotonda de la Besana: piezas de la última década, con las que Kapoor ha revolucionado la forma de crear y observar la escultura.
Hans Ulrich Obrist piensa que Kapoor representa para el arte lo mismo que supuso la nouvelle vague para el cine: "Hace experimentos muy interesantes que son a la vez muy populares. Eso le ha sacado del estrecho mundo del arte y le acerca a nuevos públicos. Lo admiran en los cinco continentes, y aunque ha ganado territorio, no ha perdido en absoluto la concentración".
Pero no siempre los experimentos cuajan. Ascensión, una instalación conceptual que Kapoor realizó en 2003 en San Gimignano, es uno de los grandes reclamos de la Bienal de Venecia.
Una base situada en el crucero de la basílica de San Giorgio Maggiore debe liberar una fina espiral de humo que asciende hasta la cúpula.
Pero algunos problemas técnicos impiden ver el humo con la debida asiduidad.
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