11 jun 2011
No lo comparto pero resulta interesante.
Haciendo recordatorio sobre las cosas más placenteramente imborrables que puede ofrecer la vida, mucha gente coloca el sexo (si, además, es sexo enamorado, ya es la hostia), el nacimiento de los hijos, la realización de un sueño que parecía imposible, la sensación iniciática ante algunas drogas, la impresión difícilmente explicable ante paisajes cegadores, las risas compartidas, la sensación que provoca el primer encuentro con determinadas obras de arte, la plenitud amorosa que no puede ni quiere imaginar la futura aparición de nubes, momentos que sabes irrepetibles.
Supongo que existe gente que cifrará el momento más gozoso de su existencia en los primeros 20 millones que ganaron haciendo un negocio o la batalla poblada por infinitos cadáveres que decidió una guerra, pero no lo puedo constatar debido a mi nulo conocimiento de banqueros, políticos y generales.
Pero es raro que alguien destaque como memorable felicidad una comida, el paladeo de sabores, olores y texturas ante el que solo puedes cerrar los ojos y dar emocionadas gracias.
Hablar del festín de esos sentidos puede parecer esnob a los incorregibles fariseos, o ser considerado como una frivolidad en un mundo donde existe el hambre en proporciones intolerables.
Excepto los anormales, todo cristo debería tener la oportunidad de visitar alguna vez El Bulli, de maravillarse ante esa experiencia dionisiaca.
Por muchos documentales, reportajes, libros que intenten plasmar el paraíso gustativo que se ha inventado alguien genial llamado Ferran Adrià (lo que crea es algo distinto y excepcional, carne de imitación, de impostura, de miserable vilipendio) solo puedes experimentarlo viviéndolo en directo.
Hay magia en lo que comes con los dedos, lo que chupas, lo que bebes.
Hay arte del grande utilizando la química, la experimentación, el hallazgo de lo que no se le había ocurrido a nadie.
Las cinco o seis horas que pasas allí son más que un banquete. Es una película imprevisible, llena de ritmo, sentimiento y armonía, es un circo empeñado con éxito en el más difícil todavía; es una coreografía rebosante de plasticidad, elegancia y eficiencia en la que 80 personas hacen admirablemente lo que tienen que hacer. Si uno imagina la forma más grata de largarse al otro barrio piensas en el orgasmo.
O al terminar de cenar en El Bulli.
Supongo que existe gente que cifrará el momento más gozoso de su existencia en los primeros 20 millones que ganaron haciendo un negocio o la batalla poblada por infinitos cadáveres que decidió una guerra, pero no lo puedo constatar debido a mi nulo conocimiento de banqueros, políticos y generales.
Pero es raro que alguien destaque como memorable felicidad una comida, el paladeo de sabores, olores y texturas ante el que solo puedes cerrar los ojos y dar emocionadas gracias.
Hablar del festín de esos sentidos puede parecer esnob a los incorregibles fariseos, o ser considerado como una frivolidad en un mundo donde existe el hambre en proporciones intolerables.
Excepto los anormales, todo cristo debería tener la oportunidad de visitar alguna vez El Bulli, de maravillarse ante esa experiencia dionisiaca.
Por muchos documentales, reportajes, libros que intenten plasmar el paraíso gustativo que se ha inventado alguien genial llamado Ferran Adrià (lo que crea es algo distinto y excepcional, carne de imitación, de impostura, de miserable vilipendio) solo puedes experimentarlo viviéndolo en directo.
Hay magia en lo que comes con los dedos, lo que chupas, lo que bebes.
Hay arte del grande utilizando la química, la experimentación, el hallazgo de lo que no se le había ocurrido a nadie.
Las cinco o seis horas que pasas allí son más que un banquete. Es una película imprevisible, llena de ritmo, sentimiento y armonía, es un circo empeñado con éxito en el más difícil todavía; es una coreografía rebosante de plasticidad, elegancia y eficiencia en la que 80 personas hacen admirablemente lo que tienen que hacer. Si uno imagina la forma más grata de largarse al otro barrio piensas en el orgasmo.
O al terminar de cenar en El Bulli.
Kodama y el inesperado estudiante de árabe
Kodama y el inesperado estudiante de árabe
Se sabe poco de la intimidad de Borges, y, menos aún, de la de sus días finales. La viuda, María Kodama, aprovechó estos días su presencia en Casa América para desvelar a una legión de fieles lectores borgianos algunos detalles poco conocidos de la coda vital del que fue su marido. "Para Borges la intimidad era sagrada, él se autodenominaba como un caballero del siglo XIX. Y fue ese pudor lo que le llevó a querer morir en Ginebra. No quería ver su agonía empapelando su ciudad [Buenos Aires]", relató Kodama.
Como prueba de su insaciable y legendario apetito intelectual, Kodama recordó que el escritor "pasó sus últimos días estudiando árabe". "Él quería que continuáramos nuestros estudios del japonés, pero no encontré ningún profesor a domicilio.
Buscando al japonés vi el anuncio de un egipcio de Alejandría que enseñaba árabe.
A Borges le animó la idea. Le llamé sin más, sin reparar en que eran las once de la noche, que en Suiza es como las cuatro de la madrugada en el resto del mundo, y le di todo tipo de explicaciones porque no podía tener un no por respuesta.
Yo estaba desesperada.
Le cité el fin de semana en el hotel. Cuando le abrí la puerta y vio a Borges se puso a llorar. '¿Pero por qué no me lo dijo?', me preguntó entre sollozos. 'He leído toda la obra de Borges en egipcio'.
Yo no le dije nada porque quería que fuera el destino el que decidiera, no quería decirle que las clases eran para Borges, prefería que pensara que yo era solo una señora loca. Aquel profesor le dedicó horas bellísimas en los últimos días de Borges, dibujando en su mano las preciosas letras del alfabeto árabe.
Bebíamos té, hablábamos. Lo pasamos divino".
Borges murió un 14 de junio de hace 25 años. Y ahora sabemos que entre todos los saberes que se extinguieron con él se contaba también un incipiente conocimiento de árabe.
Se sabe poco de la intimidad de Borges, y, menos aún, de la de sus días finales. La viuda, María Kodama, aprovechó estos días su presencia en Casa América para desvelar a una legión de fieles lectores borgianos algunos detalles poco conocidos de la coda vital del que fue su marido. "Para Borges la intimidad era sagrada, él se autodenominaba como un caballero del siglo XIX. Y fue ese pudor lo que le llevó a querer morir en Ginebra. No quería ver su agonía empapelando su ciudad [Buenos Aires]", relató Kodama.
Como prueba de su insaciable y legendario apetito intelectual, Kodama recordó que el escritor "pasó sus últimos días estudiando árabe". "Él quería que continuáramos nuestros estudios del japonés, pero no encontré ningún profesor a domicilio.
Buscando al japonés vi el anuncio de un egipcio de Alejandría que enseñaba árabe.
A Borges le animó la idea. Le llamé sin más, sin reparar en que eran las once de la noche, que en Suiza es como las cuatro de la madrugada en el resto del mundo, y le di todo tipo de explicaciones porque no podía tener un no por respuesta.
Yo estaba desesperada.
Le cité el fin de semana en el hotel. Cuando le abrí la puerta y vio a Borges se puso a llorar. '¿Pero por qué no me lo dijo?', me preguntó entre sollozos. 'He leído toda la obra de Borges en egipcio'.
Yo no le dije nada porque quería que fuera el destino el que decidiera, no quería decirle que las clases eran para Borges, prefería que pensara que yo era solo una señora loca. Aquel profesor le dedicó horas bellísimas en los últimos días de Borges, dibujando en su mano las preciosas letras del alfabeto árabe.
Bebíamos té, hablábamos. Lo pasamos divino".
Borges murió un 14 de junio de hace 25 años. Y ahora sabemos que entre todos los saberes que se extinguieron con él se contaba también un incipiente conocimiento de árabe.
Borges se agranda después de Borges
En el 25º aniversario de su muerte, la obra del escritor mantiene su plena vigencia - Un seminario y una batería de novedades literarias celebran su perenne influencia .
La muerte en Ginebra, hace ahora 25 años, del escritor argentino Jorge Luis Borges despojó a la literatura hispanoamericana probablemente de su más célebre icono. Su popularidad y ascendente contaban entonces con pocos rivales.
Curiosamente, el tiempo ha jugado en su favor. Y hoy, cuando se reedita en España buena parte de sus libros, su obra sigue siendo un faro que ilumina a las nuevas generaciones.
Su manera de escribir, tanto como su manera de leer, su audacia a la hora de borrar las fronteras entre los géneros, de hacer poemas-ensayos, cuentos-poemas o ensayos-cuentos, en definitiva de pasar por alto la dicotomía ficción-no ficción, le convirtieron en un profeta del devenir de la literatura moderna.
Kodama y el inesperado estudiante de árabe
Borges murió el 14 de junio de 1986, a los 86 años. No fue una casualidad ir a Ginebra para morir, una ciudad con la que tenía lazos de la infancia.
Borges no quiso volver a Buenos Aires ante el temor de que su agonía se convirtiera en un espectáculo nacional.
La idea le aterró de tal manera que cuando supo que estaba enfermo de cáncer, durante una gira por Italia, le pidió por favor a su mujer, María Kodama, que no dijera nada y que volaran a la ciudad suiza.
Ya allí le comunicó su intención de quedarse hasta el final. Sin embargo, su recta final no fue la de hombre resignado.
Durante los meses que pasó esperando a la muerte se dedicó a estudiar árabe. Así ha recordado aquellos días su viuda durante un homenaje al escritor celebrado en la Casa de América de Madrid. También participaron, entre otros, los escritores Ricardo Piglia y Alberto Manguel, el poeta Luis García Montero, el biógrafo de Borges Marcos Ricardo Barnatán y el crítico Ignacio Echevarría.
Borges fue un escritor enormemente mediático, probablemente uno de los primeros en convertirse en una celebridad literaria, pero su fama nunca se correspondió en número de lectores. "Esa era una sensación que él ya tenía y que por desgracia quedó corroborada después de su muerte", afirma Kodama. Entre las estrategias comerciales para ganar lectores de Borges está la compra hace un año por parte de Random House Mondadori de los derechos de los 54 libros de su obra. Siempre editado en España por Emecé y Alianza, Borges pasaba así, en bloque, a otras manos después de una negociación capitaneada por Andy Wylie El Chacal, su agente.
"Tenemos también los derechos digitales, y eso en Borges será muy importante", señala un directivo de Random House que niega que Borges no se lea: "Se vende mucho, sobre todo dos o tres obras suyas".
Mientras en Argentina se ha optado por lanzar las obras completas y la edición de bolsillo, en España, de momento, se han editado los cuentos completos y la poesía completa (ambas en Lumen) y, en Debolsillo, Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El libro de arena, Historia de la eternidad y, en un solo volumen, Inquisiciones y Otras inquisiciones.
En otoño, se sumarán Miscelánea, y en un estuche de tres volúmenes Textos recobrados.
Paralelamente, otras editoriales se han sumado a esta ola de reediciones a su manera. Nórdica con Kafka Borges, una edición ilustrada tipográficamente que incluye varios relatos de Borges para los que Kodama dio los derechos o, en Alfaguara, Cuentos memorables según Jorge Luis Borges, una antología inspirada en una entrevista del escritor.
Pero la voz de Borges va más allá del propio Borges. Escritor de escritores, solo entre las novedades de los últimos tiempos se encuentra Help a él (Periférica), esa precuela de El Aleph del recientemente fallecido Roberto Fogwill, escritor que podría presentarse como la Némesis del propio Borges, o El hacedor de Borges. Remake, de Agustín Fernández Mallo (Alfaguara). Para el líder de la llamada generación nocilla, Borges es "el grado cero de la literatura". "En él se concentra toda la literatura anterior, lanzando una nueva literatura que llega a nuestros días.
Tiene vida. Por su carácter poliédrico, sugerente. Puede ser estudiado desde las matemáticas, la astrología, la semiótica. Leí El hacedor con 18 años y me abrió un mundo desconocido".
"Fue muy útil para nosotros el modo en que se resistió al estereotipo sobre qué tipo de escritor era", afirma Ricardo Piglia.
"Era muy latinoamericano y muy poco latinoamericano a la vez. ¿Borges cuentista, Borges poeta, Borges lector? Es lo mismo, aunque lo dividamos para entendernos. Avanzó en algo que mezcla ficción y autobiografía, eso que ahora se encuentra en Magris o Sebald o en muchos otros y que él lo hizo ya en los años cuarenta".
Es lo que Alberto Manguel denomina AdB y DbB. "Existe la Literatura Antes de Borges y la Literatura Después de Borges.
Borges creó su obra a medida que la iba leyendo e iba leyendo a medida que creaba su obra. Dio el poder al lector, el poder de decir qué es lo que estamos leyendo".
La muerte en Ginebra, hace ahora 25 años, del escritor argentino Jorge Luis Borges despojó a la literatura hispanoamericana probablemente de su más célebre icono. Su popularidad y ascendente contaban entonces con pocos rivales.
Curiosamente, el tiempo ha jugado en su favor. Y hoy, cuando se reedita en España buena parte de sus libros, su obra sigue siendo un faro que ilumina a las nuevas generaciones.
Su manera de escribir, tanto como su manera de leer, su audacia a la hora de borrar las fronteras entre los géneros, de hacer poemas-ensayos, cuentos-poemas o ensayos-cuentos, en definitiva de pasar por alto la dicotomía ficción-no ficción, le convirtieron en un profeta del devenir de la literatura moderna.
Kodama y el inesperado estudiante de árabe
Borges murió el 14 de junio de 1986, a los 86 años. No fue una casualidad ir a Ginebra para morir, una ciudad con la que tenía lazos de la infancia.
Borges no quiso volver a Buenos Aires ante el temor de que su agonía se convirtiera en un espectáculo nacional.
La idea le aterró de tal manera que cuando supo que estaba enfermo de cáncer, durante una gira por Italia, le pidió por favor a su mujer, María Kodama, que no dijera nada y que volaran a la ciudad suiza.
Ya allí le comunicó su intención de quedarse hasta el final. Sin embargo, su recta final no fue la de hombre resignado.
Durante los meses que pasó esperando a la muerte se dedicó a estudiar árabe. Así ha recordado aquellos días su viuda durante un homenaje al escritor celebrado en la Casa de América de Madrid. También participaron, entre otros, los escritores Ricardo Piglia y Alberto Manguel, el poeta Luis García Montero, el biógrafo de Borges Marcos Ricardo Barnatán y el crítico Ignacio Echevarría.
Borges fue un escritor enormemente mediático, probablemente uno de los primeros en convertirse en una celebridad literaria, pero su fama nunca se correspondió en número de lectores. "Esa era una sensación que él ya tenía y que por desgracia quedó corroborada después de su muerte", afirma Kodama. Entre las estrategias comerciales para ganar lectores de Borges está la compra hace un año por parte de Random House Mondadori de los derechos de los 54 libros de su obra. Siempre editado en España por Emecé y Alianza, Borges pasaba así, en bloque, a otras manos después de una negociación capitaneada por Andy Wylie El Chacal, su agente.
"Tenemos también los derechos digitales, y eso en Borges será muy importante", señala un directivo de Random House que niega que Borges no se lea: "Se vende mucho, sobre todo dos o tres obras suyas".
Mientras en Argentina se ha optado por lanzar las obras completas y la edición de bolsillo, en España, de momento, se han editado los cuentos completos y la poesía completa (ambas en Lumen) y, en Debolsillo, Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El libro de arena, Historia de la eternidad y, en un solo volumen, Inquisiciones y Otras inquisiciones.
En otoño, se sumarán Miscelánea, y en un estuche de tres volúmenes Textos recobrados.
Paralelamente, otras editoriales se han sumado a esta ola de reediciones a su manera. Nórdica con Kafka Borges, una edición ilustrada tipográficamente que incluye varios relatos de Borges para los que Kodama dio los derechos o, en Alfaguara, Cuentos memorables según Jorge Luis Borges, una antología inspirada en una entrevista del escritor.
Pero la voz de Borges va más allá del propio Borges. Escritor de escritores, solo entre las novedades de los últimos tiempos se encuentra Help a él (Periférica), esa precuela de El Aleph del recientemente fallecido Roberto Fogwill, escritor que podría presentarse como la Némesis del propio Borges, o El hacedor de Borges. Remake, de Agustín Fernández Mallo (Alfaguara). Para el líder de la llamada generación nocilla, Borges es "el grado cero de la literatura". "En él se concentra toda la literatura anterior, lanzando una nueva literatura que llega a nuestros días.
Tiene vida. Por su carácter poliédrico, sugerente. Puede ser estudiado desde las matemáticas, la astrología, la semiótica. Leí El hacedor con 18 años y me abrió un mundo desconocido".
"Fue muy útil para nosotros el modo en que se resistió al estereotipo sobre qué tipo de escritor era", afirma Ricardo Piglia.
"Era muy latinoamericano y muy poco latinoamericano a la vez. ¿Borges cuentista, Borges poeta, Borges lector? Es lo mismo, aunque lo dividamos para entendernos. Avanzó en algo que mezcla ficción y autobiografía, eso que ahora se encuentra en Magris o Sebald o en muchos otros y que él lo hizo ya en los años cuarenta".
Es lo que Alberto Manguel denomina AdB y DbB. "Existe la Literatura Antes de Borges y la Literatura Después de Borges.
Borges creó su obra a medida que la iba leyendo e iba leyendo a medida que creaba su obra. Dio el poder al lector, el poder de decir qué es lo que estamos leyendo".
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