Cinco días después, la octava edición de Cosmopoética se clausura.
Hemos visto y oído a grandes y diversos poetas de todo el mundo, reunidos en Córdoba.
Hemos tenido la oportunidad de ver a los consagrados, pero sobre todo de descubrir otras propuestas.
Por aquí han pasado Charles Simic, Lêvo Ido, Uljana Wolf, Valter Hugo Mae, Marcelo Uribe, Fabián Casas, Maram Al-Masri, Juana Castro, Andrés Neumann, Juan Carlos Mestre, entre muchos otros.
Poetas de todo tipo, edad y condición.
“Este año ha sido de los más espectaculares”, opina Carlos Pardo, uno de los directores, “ha habido gente muy buena y muy inquieta, gente que además explora otros campos: la música, la performance, la novela, el guión…
Más que un certamen de poesía ha parecido un congreso de exploradores, de exploradores de la Antártida.
Esta diversidad simboliza un respeto a la poesía como género vivo”.
Los organizadores lo valoran como un éxito: “Se han llenado todos los actos, incluso en tardes en los que se solapaban varios y apretaba el calor.
Han acudido los cordobeses y cada vez viene más gente de fuera.
Y aunque hayamos crecido, nosotros seguimos planificando el festival desde la misma perspectiva”, dice otro de los directores, Fruela Fernández.
En el backstage, en la intrahistoria del festival ha habido muy buen rollo, mucha cerveza y mucho salmorejo: “Se ha vivido muy buen ambiente en las comidas, en los bares.
Esto sirve para crear tejido poético, entender que todos estamos en lo mismo, en la poesía, y ampliar la perspectiva.
Queremos evitar que existan confrontaciones entre los poetas diferentes como tantas veces ha pasado”, concluye Pardo.
Esta noche, en la lectura de clausura, que se celebrará en el Alcázar, intervendrán Charles Simic, José Manuel Caballero Bonald, Coral Bracho, Cees Noteboom y Pilar Paz Pasamar.
Dentro de un año, cuando vuelvan las oscuras golondrinas, tendremos un nuevo Cosmopoética.
En Papeles Perdidos nos volvemos a casa satisfechos, con la maleta y la cabeza llena de versos.
19 abr 2011
Dos detectives italianos
.Por:
Guillermo Altares
Son personajes muy diferentes y viven en ciudades muy alejadas, uno en el remoto y luminoso sur y otro en el brumoso norte de Italia.
Sus creadores tampoco tienen nada que ver: un veterano hombre de teatro y de letras siciliano afincado en Roma al que le dio por la novela negra en su vejez y una profesora de Nueva Jersey que, tras pasar por escuelas americanas de lugares tan remotos como Irán, China o Arabia Saudí, se instaló en una de las ciudades más bellas del planeta (a pesar de las hordas de turistas), Venecia.
Sin embargo, los comisarios Salvo Montalbano, de Andrea Camilleri, y Guido Brunetti, de Donna Leon, muestran muchos puntos en común.
Los dos padecen a unos jefes impresentables, exhiben un agudo instinto policial, tienen un sentido ético que marca la forma de ejercer su oficio, sufren una profunda decepción hacia el país en el que viven (una visión crítica de la sociedad que comparten con sus creadores), para los dos la comida es algo que debe tomarse con mucha seriedad y con mucha calma (tuvieron un buen maestro en Barcelona) y, sobre todo, los dos tienen miles de fieles aficionados a sus historias que se lanzan sobre sus nuevos libros en cuanto asoman por las librerías, en este caso a la vez, porque Salamandra acaba de publicar el ultimo Camilleri, Campo del alfarero, y Seix Barral el nuevo Donna Leon, Testamento mortal.
Guillermo Altares
Son personajes muy diferentes y viven en ciudades muy alejadas, uno en el remoto y luminoso sur y otro en el brumoso norte de Italia.
Sus creadores tampoco tienen nada que ver: un veterano hombre de teatro y de letras siciliano afincado en Roma al que le dio por la novela negra en su vejez y una profesora de Nueva Jersey que, tras pasar por escuelas americanas de lugares tan remotos como Irán, China o Arabia Saudí, se instaló en una de las ciudades más bellas del planeta (a pesar de las hordas de turistas), Venecia.
Sin embargo, los comisarios Salvo Montalbano, de Andrea Camilleri, y Guido Brunetti, de Donna Leon, muestran muchos puntos en común.
Los dos padecen a unos jefes impresentables, exhiben un agudo instinto policial, tienen un sentido ético que marca la forma de ejercer su oficio, sufren una profunda decepción hacia el país en el que viven (una visión crítica de la sociedad que comparten con sus creadores), para los dos la comida es algo que debe tomarse con mucha seriedad y con mucha calma (tuvieron un buen maestro en Barcelona) y, sobre todo, los dos tienen miles de fieles aficionados a sus historias que se lanzan sobre sus nuevos libros en cuanto asoman por las librerías, en este caso a la vez, porque Salamandra acaba de publicar el ultimo Camilleri, Campo del alfarero, y Seix Barral el nuevo Donna Leon, Testamento mortal.
Día del libro: El sagrado arte de escribir
Todo en el mundo existe para acabar convirtiéndose en un bello libro.
Stéphane Mallarmé
Semana de culto y homenaje al libro. En eso vamos a convertir estos días de Semana Santa, aprovechando que el Día del Libro será este sábado 23 de abril. Porque para muchos el libro y la lectura son sagrados. Será una serie muy corta entorno al arte de escribir y de leer. Una serie que ustedes completarán porque cada día habrá un par de citas de grandes escritores y los lectores darán su propia opinión. Al final de la serie, el sábdo 23, habrá una gran pregunta. Es el segundo año que en este blog rindo homenaje al libro y su mundo, en 2010 el tema fue el proceso de creación literaria y como resultado surgió la Biblioteca oral de los lectores de los lectores de Papeles perdidos.
El arte de escribir es el tema que abre este especial. Y empiezo con lo que decía Vladímir Nabokov:
"El verdadero escritor, el hombre que hace girar planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente, esa clase de autor no tiene a su disposición ningún valor predeterminado: debe crearlos él. El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real, pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: '¡Anda!', dejando que el mundo vibre y se funda. Entonces, los átomos de este mundo, y no sus partes visibles y superficiales, entran en nuevas combinaciones".
Un mundo, el de la creación literaria, sobre el cual Isaac Bashevis Singer da más pistas: "La experiencia me ha enseñado que no hay milagros en la escritura: sólo trabajo. Es imposible escribir una buena novela con solo llevar una pata de conejo".
Katherine Mansfield, maestra del cuento, expresó así su impulso de escritura: "Ahora, ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país.
Sí, quiero escribir sobre mi país hasta que se agote mi bagaje. (...) Debe ser miserioso, como si flotara. Tiene que dejarles sin respiración.
Tiene que ser 'una de esas islas...'. Lo contaré todo, incluso cómo rechinaba la cesta de la ropa en el 75. Pero se tiene que contar todo con un sentido del misterio, resplandeciente, con una incandescencia pasada, porque tú, mi pequeño sol de allí, te has puesto. Te has caído hacia el borde deslumbrante del mundo. Ahora me toca a mí representar mi papel".
Sí, más que patas de conejo se necesitan. Gabriel García Márquez lo expresa así: "A mí me encanta escribir, no sé como se pudo inventar eso de que la literatura es un sufrimiento.
Otra cosa, cierto, es lograr que el lector me crea.
Esa sí es una desesperación hasta que se calienta el brazo y todo sale, y se mezcla, y empieza, en fin, a tomar forma. Pero el lector tiene que creer siempre, si no todo ha fracasado".
Stéphane Mallarmé
Semana de culto y homenaje al libro. En eso vamos a convertir estos días de Semana Santa, aprovechando que el Día del Libro será este sábado 23 de abril. Porque para muchos el libro y la lectura son sagrados. Será una serie muy corta entorno al arte de escribir y de leer. Una serie que ustedes completarán porque cada día habrá un par de citas de grandes escritores y los lectores darán su propia opinión. Al final de la serie, el sábdo 23, habrá una gran pregunta. Es el segundo año que en este blog rindo homenaje al libro y su mundo, en 2010 el tema fue el proceso de creación literaria y como resultado surgió la Biblioteca oral de los lectores de los lectores de Papeles perdidos.
El arte de escribir es el tema que abre este especial. Y empiezo con lo que decía Vladímir Nabokov:
"El verdadero escritor, el hombre que hace girar planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente, esa clase de autor no tiene a su disposición ningún valor predeterminado: debe crearlos él. El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real, pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: '¡Anda!', dejando que el mundo vibre y se funda. Entonces, los átomos de este mundo, y no sus partes visibles y superficiales, entran en nuevas combinaciones".
Un mundo, el de la creación literaria, sobre el cual Isaac Bashevis Singer da más pistas: "La experiencia me ha enseñado que no hay milagros en la escritura: sólo trabajo. Es imposible escribir una buena novela con solo llevar una pata de conejo".
Katherine Mansfield, maestra del cuento, expresó así su impulso de escritura: "Ahora, ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país.
Sí, quiero escribir sobre mi país hasta que se agote mi bagaje. (...) Debe ser miserioso, como si flotara. Tiene que dejarles sin respiración.
Tiene que ser 'una de esas islas...'. Lo contaré todo, incluso cómo rechinaba la cesta de la ropa en el 75. Pero se tiene que contar todo con un sentido del misterio, resplandeciente, con una incandescencia pasada, porque tú, mi pequeño sol de allí, te has puesto. Te has caído hacia el borde deslumbrante del mundo. Ahora me toca a mí representar mi papel".
Sí, más que patas de conejo se necesitan. Gabriel García Márquez lo expresa así: "A mí me encanta escribir, no sé como se pudo inventar eso de que la literatura es un sufrimiento.
Otra cosa, cierto, es lograr que el lector me crea.
Esa sí es una desesperación hasta que se calienta el brazo y todo sale, y se mezcla, y empieza, en fin, a tomar forma. Pero el lector tiene que creer siempre, si no todo ha fracasado".
Todo empezó con el LSD
Hoy, 19 de abril, se celebra el Día de la Bicicleta en todo el mundo. No es una fecha creada por consenso global sino que es una efeméride en toda regla que nace de un viaje lisérgico de Albert Hofmann. Ese día de 1943, Herr Hofmann se drogó. No era la primera vez que lo hacía.
El ácido lisérgico había atraído, hacía un tiempo, la atención del científico suizo, que investigaba sus efectos en el ser humano. El 16 de abril durante un experimento acabó absorbiendo una pequeña dosis del compuesto. “Lo primero que sentí fue una notable relajación combinada con un cierto vértigo. Una nada desagradable sensación de intoxicación que iba acompañada de un estímulo extremo de mi imaginación”, contaba el investigador en sus diarios. Tres días después, el 19 de abril, decidió drogarse voluntariamente para ver los efectos que el ácido producía en el cuerpo. Del colocón nació el día de la bici.
.
0.25 miligramos de LSD fue la dosis que se metió Hofmann. Una cantidad que, tras varios cálculos, él supuso que sería lo suficientemente tóxica sin ser peligrosa. Una hora después de la ingestión, las facultades del doctor empezaron a verse alteradas. Estaba tan afectado que pidió a su ayudante de laboratorio que le llevara a casa. Aunque Suiza permaneció durante la II Guerra Mundial oficialmente neutral, oficiosamente colaboracionista con los nazis mientras no descuidaba sus atenciones a los Aliados, en Basel, donde Hofmann investigaba para laboratorios Sandoz, no se podía usar el coche. El ayudante tenía su bicicleta a la puerta del laboratorio y llevó al investigador hasta su hogar para que se le pasara el subidón. Un viaje de uno que viaja.
Ansiedad, alucinaciones con el vecino de al lado, al que veía como una bruja maquiavélica (quizás por influencia de la recién estrenada El Mago de Oz), y el temor de haber perdido la cabeza acompañaron a Hofmann en su recorrido a pedales. Cuando llego a casa empezó la icónica alucinación caleidoscópica, los colores y las formas extravagantes que marcaron a la cultura hippy.
Ese primer viaje se denominó el Día de la bici. Hofmann había descubierto un inigualable psicoactivo con un gran potencial que pensaba que podría ser muy útil en algunos tratamientos psiquiátricos. No esperaba que fuera de lo más vendido en Woodstock. Después, el investigador estudió las setas alucinógenas o la salvia mientras el Día de la bicicleta se transformó en una cita global en defensa de los pedales.
Hoy en varias ciudades del mundo se organizan recorridos en bici, conciertos y charlas para hablar sobre otro tipo de movilidad. Curiosa evolución. El mismo tipo que descubrió el potencial del LSD, icono de la cultura altermundista de los sesenta, fijó la fecha de la celebración de los pedales, vehículo underground de la posmodernidad. Lo mejor es que todo fue una casualidad.
¡Feliz Día de la Bicicleta!
El ácido lisérgico había atraído, hacía un tiempo, la atención del científico suizo, que investigaba sus efectos en el ser humano. El 16 de abril durante un experimento acabó absorbiendo una pequeña dosis del compuesto. “Lo primero que sentí fue una notable relajación combinada con un cierto vértigo. Una nada desagradable sensación de intoxicación que iba acompañada de un estímulo extremo de mi imaginación”, contaba el investigador en sus diarios. Tres días después, el 19 de abril, decidió drogarse voluntariamente para ver los efectos que el ácido producía en el cuerpo. Del colocón nació el día de la bici.
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0.25 miligramos de LSD fue la dosis que se metió Hofmann. Una cantidad que, tras varios cálculos, él supuso que sería lo suficientemente tóxica sin ser peligrosa. Una hora después de la ingestión, las facultades del doctor empezaron a verse alteradas. Estaba tan afectado que pidió a su ayudante de laboratorio que le llevara a casa. Aunque Suiza permaneció durante la II Guerra Mundial oficialmente neutral, oficiosamente colaboracionista con los nazis mientras no descuidaba sus atenciones a los Aliados, en Basel, donde Hofmann investigaba para laboratorios Sandoz, no se podía usar el coche. El ayudante tenía su bicicleta a la puerta del laboratorio y llevó al investigador hasta su hogar para que se le pasara el subidón. Un viaje de uno que viaja.
Ansiedad, alucinaciones con el vecino de al lado, al que veía como una bruja maquiavélica (quizás por influencia de la recién estrenada El Mago de Oz), y el temor de haber perdido la cabeza acompañaron a Hofmann en su recorrido a pedales. Cuando llego a casa empezó la icónica alucinación caleidoscópica, los colores y las formas extravagantes que marcaron a la cultura hippy.
Ese primer viaje se denominó el Día de la bici. Hofmann había descubierto un inigualable psicoactivo con un gran potencial que pensaba que podría ser muy útil en algunos tratamientos psiquiátricos. No esperaba que fuera de lo más vendido en Woodstock. Después, el investigador estudió las setas alucinógenas o la salvia mientras el Día de la bicicleta se transformó en una cita global en defensa de los pedales.
Hoy en varias ciudades del mundo se organizan recorridos en bici, conciertos y charlas para hablar sobre otro tipo de movilidad. Curiosa evolución. El mismo tipo que descubrió el potencial del LSD, icono de la cultura altermundista de los sesenta, fijó la fecha de la celebración de los pedales, vehículo underground de la posmodernidad. Lo mejor es que todo fue una casualidad.
¡Feliz Día de la Bicicleta!
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