Todo en el mundo existe para acabar convirtiéndose en un bello libro.
Stéphane Mallarmé
Semana de culto y homenaje al libro. En eso vamos a convertir estos días de Semana Santa, aprovechando que el Día del Libro será este sábado 23 de abril. Porque para muchos el libro y la lectura son sagrados. Será una serie muy corta entorno al arte de escribir y de leer. Una serie que ustedes completarán porque cada día habrá un par de citas de grandes escritores y los lectores darán su propia opinión. Al final de la serie, el sábdo 23, habrá una gran pregunta. Es el segundo año que en este blog rindo homenaje al libro y su mundo, en 2010 el tema fue el proceso de creación literaria y como resultado surgió la Biblioteca oral de los lectores de los lectores de Papeles perdidos.
El arte de escribir es el tema que abre este especial. Y empiezo con lo que decía Vladímir Nabokov:
"El verdadero escritor, el hombre que hace girar planetas, que modela a un hombre dormido y manipula ansioso la costilla del durmiente, esa clase de autor no tiene a su disposición ningún valor predeterminado: debe crearlos él. El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción. Puede que la materia de este mundo sea bastante real, pero no existe en absoluto como un todo fijo y aceptado: es el caos; y a este caos le dice el autor: '¡Anda!', dejando que el mundo vibre y se funda. Entonces, los átomos de este mundo, y no sus partes visibles y superficiales, entran en nuevas combinaciones".
Un mundo, el de la creación literaria, sobre el cual Isaac Bashevis Singer da más pistas: "La experiencia me ha enseñado que no hay milagros en la escritura: sólo trabajo. Es imposible escribir una buena novela con solo llevar una pata de conejo".
Katherine Mansfield, maestra del cuento, expresó así su impulso de escritura: "Ahora, ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país.
Sí, quiero escribir sobre mi país hasta que se agote mi bagaje. (...) Debe ser miserioso, como si flotara. Tiene que dejarles sin respiración.
Tiene que ser 'una de esas islas...'. Lo contaré todo, incluso cómo rechinaba la cesta de la ropa en el 75. Pero se tiene que contar todo con un sentido del misterio, resplandeciente, con una incandescencia pasada, porque tú, mi pequeño sol de allí, te has puesto. Te has caído hacia el borde deslumbrante del mundo. Ahora me toca a mí representar mi papel".
Sí, más que patas de conejo se necesitan. Gabriel García Márquez lo expresa así: "A mí me encanta escribir, no sé como se pudo inventar eso de que la literatura es un sufrimiento.
Otra cosa, cierto, es lograr que el lector me crea.
Esa sí es una desesperación hasta que se calienta el brazo y todo sale, y se mezcla, y empieza, en fin, a tomar forma. Pero el lector tiene que creer siempre, si no todo ha fracasado".
19 abr 2011
Todo empezó con el LSD
Hoy, 19 de abril, se celebra el Día de la Bicicleta en todo el mundo. No es una fecha creada por consenso global sino que es una efeméride en toda regla que nace de un viaje lisérgico de Albert Hofmann. Ese día de 1943, Herr Hofmann se drogó. No era la primera vez que lo hacía.
El ácido lisérgico había atraído, hacía un tiempo, la atención del científico suizo, que investigaba sus efectos en el ser humano. El 16 de abril durante un experimento acabó absorbiendo una pequeña dosis del compuesto. “Lo primero que sentí fue una notable relajación combinada con un cierto vértigo. Una nada desagradable sensación de intoxicación que iba acompañada de un estímulo extremo de mi imaginación”, contaba el investigador en sus diarios. Tres días después, el 19 de abril, decidió drogarse voluntariamente para ver los efectos que el ácido producía en el cuerpo. Del colocón nació el día de la bici.
.
0.25 miligramos de LSD fue la dosis que se metió Hofmann. Una cantidad que, tras varios cálculos, él supuso que sería lo suficientemente tóxica sin ser peligrosa. Una hora después de la ingestión, las facultades del doctor empezaron a verse alteradas. Estaba tan afectado que pidió a su ayudante de laboratorio que le llevara a casa. Aunque Suiza permaneció durante la II Guerra Mundial oficialmente neutral, oficiosamente colaboracionista con los nazis mientras no descuidaba sus atenciones a los Aliados, en Basel, donde Hofmann investigaba para laboratorios Sandoz, no se podía usar el coche. El ayudante tenía su bicicleta a la puerta del laboratorio y llevó al investigador hasta su hogar para que se le pasara el subidón. Un viaje de uno que viaja.
Ansiedad, alucinaciones con el vecino de al lado, al que veía como una bruja maquiavélica (quizás por influencia de la recién estrenada El Mago de Oz), y el temor de haber perdido la cabeza acompañaron a Hofmann en su recorrido a pedales. Cuando llego a casa empezó la icónica alucinación caleidoscópica, los colores y las formas extravagantes que marcaron a la cultura hippy.
Ese primer viaje se denominó el Día de la bici. Hofmann había descubierto un inigualable psicoactivo con un gran potencial que pensaba que podría ser muy útil en algunos tratamientos psiquiátricos. No esperaba que fuera de lo más vendido en Woodstock. Después, el investigador estudió las setas alucinógenas o la salvia mientras el Día de la bicicleta se transformó en una cita global en defensa de los pedales.
Hoy en varias ciudades del mundo se organizan recorridos en bici, conciertos y charlas para hablar sobre otro tipo de movilidad. Curiosa evolución. El mismo tipo que descubrió el potencial del LSD, icono de la cultura altermundista de los sesenta, fijó la fecha de la celebración de los pedales, vehículo underground de la posmodernidad. Lo mejor es que todo fue una casualidad.
¡Feliz Día de la Bicicleta!
El ácido lisérgico había atraído, hacía un tiempo, la atención del científico suizo, que investigaba sus efectos en el ser humano. El 16 de abril durante un experimento acabó absorbiendo una pequeña dosis del compuesto. “Lo primero que sentí fue una notable relajación combinada con un cierto vértigo. Una nada desagradable sensación de intoxicación que iba acompañada de un estímulo extremo de mi imaginación”, contaba el investigador en sus diarios. Tres días después, el 19 de abril, decidió drogarse voluntariamente para ver los efectos que el ácido producía en el cuerpo. Del colocón nació el día de la bici.
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0.25 miligramos de LSD fue la dosis que se metió Hofmann. Una cantidad que, tras varios cálculos, él supuso que sería lo suficientemente tóxica sin ser peligrosa. Una hora después de la ingestión, las facultades del doctor empezaron a verse alteradas. Estaba tan afectado que pidió a su ayudante de laboratorio que le llevara a casa. Aunque Suiza permaneció durante la II Guerra Mundial oficialmente neutral, oficiosamente colaboracionista con los nazis mientras no descuidaba sus atenciones a los Aliados, en Basel, donde Hofmann investigaba para laboratorios Sandoz, no se podía usar el coche. El ayudante tenía su bicicleta a la puerta del laboratorio y llevó al investigador hasta su hogar para que se le pasara el subidón. Un viaje de uno que viaja.
Ansiedad, alucinaciones con el vecino de al lado, al que veía como una bruja maquiavélica (quizás por influencia de la recién estrenada El Mago de Oz), y el temor de haber perdido la cabeza acompañaron a Hofmann en su recorrido a pedales. Cuando llego a casa empezó la icónica alucinación caleidoscópica, los colores y las formas extravagantes que marcaron a la cultura hippy.
Ese primer viaje se denominó el Día de la bici. Hofmann había descubierto un inigualable psicoactivo con un gran potencial que pensaba que podría ser muy útil en algunos tratamientos psiquiátricos. No esperaba que fuera de lo más vendido en Woodstock. Después, el investigador estudió las setas alucinógenas o la salvia mientras el Día de la bicicleta se transformó en una cita global en defensa de los pedales.
Hoy en varias ciudades del mundo se organizan recorridos en bici, conciertos y charlas para hablar sobre otro tipo de movilidad. Curiosa evolución. El mismo tipo que descubrió el potencial del LSD, icono de la cultura altermundista de los sesenta, fijó la fecha de la celebración de los pedales, vehículo underground de la posmodernidad. Lo mejor es que todo fue una casualidad.
¡Feliz Día de la Bicicleta!
Producto ROSA MONTERO
Hete aquí que las bombas de racimo con las que Gadafi está machacando a los rebeldes son un producto nacional, bonitas bombas españolas que por lo que se ve funcionan muy bien, demostrando la eficiencia de nuestra industria.
Se llaman de racimo porque están pensadas para abrirse en 21 cabezas explosivas antes de impactar, maximizando así la mutilación y la carnicería.
Siempre me ha producido un acongojado asombro el trabajo de los diseñadores de armamento.
Me los imagino encerrados en laboratorios impolutos o dibujando planos en despachos de ingeniería y gritando eureka, felicísimos, cuando se les ocurre la luminosa idea de, por ejemplo, dividir una bomba en otras bombitas, para así poder destripar al personal más y mejor.
Cuando uno de estos inventores consigue un arma que mata mejor, ¿lo celebrará con champán, sabedor de que arrasará en el mercado?
¿Y qué decir de los implicados en el proceso de la fabricación y venta de algo así? Los directores técnicos y comerciales, los dueños de las empresas, los políticos que sellaron los papeles para la exportación.
Ah, sí, claro, siempre hay argumentos: el problema no son las armas sino quienes las usan; en un mundo tan peligroso no podemos dejar de fabricar armas; en realidad las armas son sobre todo disuasorias...
Y la excusa falaz definitiva: yo solo soy un mandado, si no lo hago yo lo hará otro, yo no puedo hacer nada...
En 2008, España firmó la Convención Internacional contra este tipo de bombas y ya no se fabrican.
Pero en ese mismo 2008 le vendimos los últimos racimillos a Gadafi.
Hoy los medios de comunicación muestran a todo color el momento de entrega de nuestro producto, una muerte firmada por la empresa Instalaza, España, y resulta difícil escurrir el bulto de la responsabilidad.
Espero que por lo menos algunos duerman mal unos días.
Se llaman de racimo porque están pensadas para abrirse en 21 cabezas explosivas antes de impactar, maximizando así la mutilación y la carnicería.
Siempre me ha producido un acongojado asombro el trabajo de los diseñadores de armamento.
Me los imagino encerrados en laboratorios impolutos o dibujando planos en despachos de ingeniería y gritando eureka, felicísimos, cuando se les ocurre la luminosa idea de, por ejemplo, dividir una bomba en otras bombitas, para así poder destripar al personal más y mejor.
Cuando uno de estos inventores consigue un arma que mata mejor, ¿lo celebrará con champán, sabedor de que arrasará en el mercado?
¿Y qué decir de los implicados en el proceso de la fabricación y venta de algo así? Los directores técnicos y comerciales, los dueños de las empresas, los políticos que sellaron los papeles para la exportación.
Ah, sí, claro, siempre hay argumentos: el problema no son las armas sino quienes las usan; en un mundo tan peligroso no podemos dejar de fabricar armas; en realidad las armas son sobre todo disuasorias...
Y la excusa falaz definitiva: yo solo soy un mandado, si no lo hago yo lo hará otro, yo no puedo hacer nada...
En 2008, España firmó la Convención Internacional contra este tipo de bombas y ya no se fabrican.
Pero en ese mismo 2008 le vendimos los últimos racimillos a Gadafi.
Hoy los medios de comunicación muestran a todo color el momento de entrega de nuestro producto, una muerte firmada por la empresa Instalaza, España, y resulta difícil escurrir el bulto de la responsabilidad.
Espero que por lo menos algunos duerman mal unos días.
Los mil placeres cotidianos que salvaron a Neil Pasricha
.
1.000: El brócoli.
977: El olor de la gasolina.
954: El pelo mojado por la lluvia.
911: Cuando te llevan el desayuno a la cama.
898: Jugar a videojuegos retro.
881: Cuando, jugando al Monopoly, alguien cae en el hotel que acabas de construir.
858: El otro lado de la almohada.
836: Cuando pulsas el botón y el ascensor ya está allí.
722: Mirar a la gente mayor haciendo aquagym.
En junio de 2008, Neil Pasricha —un “viejo chaval canadiense de 30 años, con un nombre cualquiera y un trabajo normal de 9.00 a 17.00, que debería ir más al gimnasio”, según sus propias palabras— necesitaba encontrar una razón para sonreír: en pocos días lo había dejado con su mujer, se había mudado a un apartamento más pequeño y su mejor amigo había fallecido.
“Mi vida se estaba viniendo abajo”, cuenta Pasricha por e-mail.
.Entonces, se le ocurrió la idea de crear el blog 1000awesomethings (traducible como 1.000 cosas estupendas) donde cada día publicaría una “pequeña joya de la vida cotidiana”, hasta llegar a 1.000.
La cuenta iría hacía atrás, desde el número 1.000 hasta el 1.“¿Qué pasará cuándo publique la última? El universo implosionará”, bromea.
668: Andar más rápido que un coche cuando hay tráfico.
647: Cuando las pilas están incluídas.
631: Volver a dormir en tu cama tras un largo viaje.
620: Cantar en el coche al volver de un concierto.
597: Cuando la policía se te adelanta tras haber conducido un rato detrás de ti.
Dos años y 540 maravillas después, el blog se ha convertido en un fenómeno de masas: más de 17 millones de visitas recibidas, 50.000 visitantes diarios y una alta participación del público a la hora de proponer otros momentos bonitos de la vida.
Desde que los usuarios del blog eran únicamente dos —“mi madre le pasó la dirección a mi padre y el tráfico se dobló”—, parece haber pasado una eternidad.
También ha ganado durante dos años consecutivos el Webby Award (probablemente, el premio más importante que puede recibir una página web) a mejor blog cultural/personal. Un éxito que ha llevado a la editorial Penguin a publicar The book of awesome, un compendio de todos sus posts —además de nuevas aportaciones que no aparecen en la versión online— en un único volumen que ha liderado durante 10 semanas la lista de best sellers internacionales en Estados Unidos. “El libro perfecto para un día llovioso”, según el semanario The New Yorker.
Tras publicarlo en ocho países, Pasricha aún está en negociaciones con editoriales españolas.
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15
jul
2010
Los mil placeres cotidianos que salvaron a Neil Pasricha
Por: Tommaso Koch
.
1.000: El brócoli.
977: El olor de la gasolina.
954: El pelo mojado por la lluvia.
911: Cuando te llevan el desayuno a la cama.
898: Jugar a videojuegos retro.
881: Cuando, jugando al Monopoly, alguien cae en el hotel que acabas de construir.
858: El otro lado de la almohada.
836: Cuando pulsas el botón y el ascensor ya está allí.
722: Mirar a la gente mayor haciendo aquagym.
En junio de 2008, Neil Pasricha —un “viejo chaval canadiense de 30 años, con un nombre cualquiera y un trabajo normal de 9.00 a 17.00, que debería ir más al gimnasio”, según sus propias palabras— necesitaba encontrar una razón para sonreír: en pocos días lo había dejado con su mujer, se había mudado a un apartamento más pequeño y su mejor amigo había fallecido. “Mi vida se estaba viniendo abajo”, cuenta Pasricha por e-mail.
.Entonces, se le ocurrió la idea de crear el blog 1000awesomethings (traducible como 1.000 cosas estupendas) donde cada día publicaría una “pequeña joya de la vida cotidiana”, hasta llegar a 1.000. La cuenta iría hacía atrás, desde el número 1.000 hasta el 1.“¿Qué pasará cuándo publique la última? El universo implosionará”, bromea.
668: Andar más rápido que un coche cuando hay tráfico.
647: Cuando las pilas están incluídas.
631: Volver a dormir en tu cama tras un largo viaje.
620: Cantar en el coche al volver de un concierto.
597: Cuando la policía se te adelanta tras haber conducido un rato detrás de ti.
Dos años y 540 maravillas después, el blog se ha convertido en un fenómeno de masas: más de 17 millones de visitas recibidas, 50.000 visitantes diarios y una alta participación del público a la hora de proponer otros momentos bonitos de la vida. Desde que los usuarios del blog eran únicamente dos —“mi madre le pasó la dirección a mi padre y el tráfico se dobló”—, parece haber pasado una eternidad. También ha ganado durante dos años consecutivos el Webby Award (probablemente, el premio más importante que puede recibir una página web) a mejor blog cultural/personal. Un éxito que ha llevado a la editorial Penguin a publicar The book of awesome, un compendio de todos sus posts —además de nuevas aportaciones que no aparecen en la versión online— en un único volumen que ha liderado durante 10 semanas la lista de best sellers internacionales en Estados Unidos. “El libro perfecto para un día llovioso”, según el semanario The New Yorker. Tras publicarlo en ocho países, Pasricha aún está en negociaciones con editoriales españolas.
570: Cuando un bebé te abraza antes de irse.
530: Escuchar a una pareja contándote cómo se conocieron.
511: Aquel momento de las vacaciones en el que te olvidas de qué día de la semana es.
488: Secarte las manos con los pantalones.
471: El momento en el que toda la gente de un bar empieza a cantar a la vez.
464: Cuando los personajes de una película visitan un sitio que conoces
1.000: El brócoli.
977: El olor de la gasolina.
954: El pelo mojado por la lluvia.
911: Cuando te llevan el desayuno a la cama.
898: Jugar a videojuegos retro.
881: Cuando, jugando al Monopoly, alguien cae en el hotel que acabas de construir.
858: El otro lado de la almohada.
836: Cuando pulsas el botón y el ascensor ya está allí.
722: Mirar a la gente mayor haciendo aquagym.
En junio de 2008, Neil Pasricha —un “viejo chaval canadiense de 30 años, con un nombre cualquiera y un trabajo normal de 9.00 a 17.00, que debería ir más al gimnasio”, según sus propias palabras— necesitaba encontrar una razón para sonreír: en pocos días lo había dejado con su mujer, se había mudado a un apartamento más pequeño y su mejor amigo había fallecido.
“Mi vida se estaba viniendo abajo”, cuenta Pasricha por e-mail.
.Entonces, se le ocurrió la idea de crear el blog 1000awesomethings (traducible como 1.000 cosas estupendas) donde cada día publicaría una “pequeña joya de la vida cotidiana”, hasta llegar a 1.000.
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668: Andar más rápido que un coche cuando hay tráfico.
647: Cuando las pilas están incluídas.
631: Volver a dormir en tu cama tras un largo viaje.
620: Cantar en el coche al volver de un concierto.
597: Cuando la policía se te adelanta tras haber conducido un rato detrás de ti.
Dos años y 540 maravillas después, el blog se ha convertido en un fenómeno de masas: más de 17 millones de visitas recibidas, 50.000 visitantes diarios y una alta participación del público a la hora de proponer otros momentos bonitos de la vida.
Desde que los usuarios del blog eran únicamente dos —“mi madre le pasó la dirección a mi padre y el tráfico se dobló”—, parece haber pasado una eternidad.
También ha ganado durante dos años consecutivos el Webby Award (probablemente, el premio más importante que puede recibir una página web) a mejor blog cultural/personal. Un éxito que ha llevado a la editorial Penguin a publicar The book of awesome, un compendio de todos sus posts —además de nuevas aportaciones que no aparecen en la versión online— en un único volumen que ha liderado durante 10 semanas la lista de best sellers internacionales en Estados Unidos. “El libro perfecto para un día llovioso”, según el semanario The New Yorker.
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977: El olor de la gasolina.
954: El pelo mojado por la lluvia.
911: Cuando te llevan el desayuno a la cama.
898: Jugar a videojuegos retro.
881: Cuando, jugando al Monopoly, alguien cae en el hotel que acabas de construir.
858: El otro lado de la almohada.
836: Cuando pulsas el botón y el ascensor ya está allí.
722: Mirar a la gente mayor haciendo aquagym.
En junio de 2008, Neil Pasricha —un “viejo chaval canadiense de 30 años, con un nombre cualquiera y un trabajo normal de 9.00 a 17.00, que debería ir más al gimnasio”, según sus propias palabras— necesitaba encontrar una razón para sonreír: en pocos días lo había dejado con su mujer, se había mudado a un apartamento más pequeño y su mejor amigo había fallecido. “Mi vida se estaba viniendo abajo”, cuenta Pasricha por e-mail.
.Entonces, se le ocurrió la idea de crear el blog 1000awesomethings (traducible como 1.000 cosas estupendas) donde cada día publicaría una “pequeña joya de la vida cotidiana”, hasta llegar a 1.000. La cuenta iría hacía atrás, desde el número 1.000 hasta el 1.“¿Qué pasará cuándo publique la última? El universo implosionará”, bromea.
668: Andar más rápido que un coche cuando hay tráfico.
647: Cuando las pilas están incluídas.
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Dos años y 540 maravillas después, el blog se ha convertido en un fenómeno de masas: más de 17 millones de visitas recibidas, 50.000 visitantes diarios y una alta participación del público a la hora de proponer otros momentos bonitos de la vida. Desde que los usuarios del blog eran únicamente dos —“mi madre le pasó la dirección a mi padre y el tráfico se dobló”—, parece haber pasado una eternidad. También ha ganado durante dos años consecutivos el Webby Award (probablemente, el premio más importante que puede recibir una página web) a mejor blog cultural/personal. Un éxito que ha llevado a la editorial Penguin a publicar The book of awesome, un compendio de todos sus posts —además de nuevas aportaciones que no aparecen en la versión online— en un único volumen que ha liderado durante 10 semanas la lista de best sellers internacionales en Estados Unidos. “El libro perfecto para un día llovioso”, según el semanario The New Yorker. Tras publicarlo en ocho países, Pasricha aún está en negociaciones con editoriales españolas.
570: Cuando un bebé te abraza antes de irse.
530: Escuchar a una pareja contándote cómo se conocieron.
511: Aquel momento de las vacaciones en el que te olvidas de qué día de la semana es.
488: Secarte las manos con los pantalones.
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464: Cuando los personajes de una película visitan un sitio que conoces
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