No te sorprenderás si te digo
que has pintado un sol
que ha hecho brillar, aún más,
los colores fulgurantes
de mi media tarde,
en la que me distraigo
con un pálpito de seducción
mirando tus alas.
Aún no alcanzo a comprender
la emoción interior
con la que me extasío ante ellas,
ni la atracción del misterio
hacia tu mirada oculta,
por la que pierdo la vergüenza
y el miedo para acercarme a ti
con la mano extendida
y sentir en ellas la sonrisa
de sus fascinadoras caricias.
Te he visto como la princesa
convertida en mariposa
de un cuento de hadas,
flotando a la brisa del atardecer,
y en la frágil argamasa de mi memoria
se van amontonado los recuerdos.
Pero hay un prodigio que te falta:
descubrirme los matices que se escapan
de la inmediatez de tus alas.
Sí, eso es lo que me falta,
el anhelo de poder sujetarte
trémula de ansiedades y fantasía.
Déjame que te disfrute,
déjame apurar estos instantes,
que acaso, algún día, deba recordar
desde los recovecos de la nostalgia.
Pero no hagas que,
los secretos que guardas,
se conviertan en la lluvia
que sirva de tamiz
para las primeras luces de la luna
que decora mis sueños.
Mándame desde tu crisálida
el privilegiado eco de tu voz,
hecha palabra escrita.
Mándamelos entre olores
de tomillo y romero,
extendiendo una alfombra
de aromas verdes
para mis sentimientos.
Mándamelos comenzando diciendo
que érase una vez... una princesa
desenamorada, que se hizo mariposa...
Déjame contemplarla en sus cosas,
las de siempre, las cosas buenas,
y las malas que se callaba...
Comienza así, como te digo,
y échame la culpa -que ahora asumo-,
de lo que ahora pasa.
Porque sé que me discurso...
te roba tu tiempo.
Y dime, aunque no nos encontremos,
aquellas cosas que deben calmar
mi impaciencia por degustar
los pedacitos de tus sentimientos.
Cuéntamelo, a palo seco...,
que clamo por el alivio de tu cura,
mientras las palabras...
bordan emociones en mis entretelas
que remiendas con tus palabras.
Cuéntamelo y haz que el tiempo
se pare aquí en agosto,
durante los doce atardeceres
y otros tantos mantos de estrellas
que aún le resta.
Cuéntamelo hoy,
tiñendo tu voz de ternura,
para que tu secreto resuene
en los arcos que sostienen la distancia.
Cuéntamelo en silencio
para tenerlo como un recuerdo,
y para que descansen por fin
las manillas del reloj
que no mide un tiempo que pasa,
sino el que queda...
para volver a leerte otra vez.
(JoSe 20-08-04)