Bulevares de corte parisiense, cafés de interior decimonónico y baños termales donde olvidarse del frío y la noción del tiempo.
Ruta por la capital húngara con una rapsodia de Liszt como banda sonora .
La azotea de Buda
Todo empieza (como no podía ser de otro modo) en el kilómetro 0.
En la plaza del ingeniero Adam Clark, quien según la leyenda se suicidó tras construir el Puente de las Cadenas por haber cometido un fallo que no pudo perdonarse: olvidó las lenguas de los leones que custodian la entrada a la pasarela.
Desde allí, un funicular conduce directamente a la colina de Buda, la verdadera azotea de Budapest, desde donde obtendremos una de las panorámicas más espectaculares.
El auténtico corazón de la ciudad acumula edificios donde aún palpita su glorioso pasado.
El inmenso conjunto del Castillo y Palacio Real, que hoy son sede de varios museos y la Galería Nacional de Hungría, el Palacio Sandor, residencia oficial del presidente, la Iglesia de Matías, transformada en mezquita por los turcos y reconstruida posteriormente en estilo barroco, así como el Bastión de los Pescadores, el mejor mirador de la ciudad.
Recorrido el exterior, queda sumergirse en las entrañas del castillo: más de un kilómetro de laberinto (www.labirintus.com) en el que se suceden celdas, sótanos, recovecos y hasta manantiales.
La visita gana intensidad desde las seis de la tarde, cuando las luces se apagan y apenas una lámpara de aceite ilumina la ruta subterránea. ¡No apta para asustadizos!
Con más o menos susto en el cuerpo, la recompensa siempre aguarda fuera: una parada técnica en Ruszwurm (www.ruszwurm.hu) donde todavía se sirve café de la vieja escuela. Esta confitería lleva elaborando pasteles desde 1827 sin que la receta haya variado un ápice, ha sobrevivido a dos guerras mundiales y todavía conserva su encanto del viejo mundo.
Bulliciosa en Pest
Hay agitación asegurada en el Mercado Central (Vámház körút 1-3; metro Kálvin Tér), que abre sus puertas de lunes a sábado.
Su arquitectura Art Noveau domina el ensanche sur de Vaci Utca y su interior distribuye multitud de coloridos puestos en tres plantas.
El mejor lugar para hacerse con la famosa paprika, una botella de barak pálinka, aguardiante de melocotón que repone el ánimo a cualquiera, o algún souvenir de artesanía que llevarse de vuelta en la maleta.
Si tanto trajín despierta la gusa, hay que dirigirse al puesto de langosh de la última planta. Una delicia húngara a medio camino entre el churro y la pizza que cuenta con un batallón de adeptos.
El corazón de Pest late en la plaza Vörosmarty, donde artistas ambulantes se mezclan con turistas paseando sus bolsas después de hacer shopping por el entramado de calles peatonales.
Para tomar algo caliente o simplemente echar un vistazo, aquí se encuentra el café Gerbeaud (www.gerbeaud.hu), uno de los más concurridos de la ciudad.
La elegancia de este establecimiento decimonónico justifica colarse dentro; después, una porción de la famosa Dobos Torta, la favorita de la emperatriz Sissí, se dice, invita al asiento.
El edificio más emblemático de la ciudad ha sobrevivido al paso del tiempo.
Construido entre 1884 y 1902, fue la obra más grande de su época y aún hoy es uno de los mayores edificios del mundo en su función.
La visita al Parlamento (www.parlament.hu) es además gratuita para los ciudadanos de la Unión Europea, y se puede realizar en castellano.
Hay curiosidades dentro, además de suntuosos interiores; por ejemplo contemplar la corona del primer rey de Hungría.
Los aledaños del edificio rezuman historia y poder, con amplios bulevares y solemnes edificios.
A pocos pasos se eleva la cúpula de la Basílica de San Esteban, visible desde toda la ciudad, y la avenida Andrássy, también llamada avenida de la cultura por sus más de dos kilómetros de museos, salas de recitales y la famosa Ópera (www.opera.hu), cuyos económicos precios no sirven de excusa para sentirte, durante unas horas al menos, como miembros de la antigua aristocracia húngara en ostentosos palcos de terciopelo carmesí.
Lejos de tanta pomposidad, las callejuelas del barrio judío mantienen el recuerdo de tiempos más oscuros, cuando el ejército alemán confinó a su población durante la Segunda Guerra Mundial. Estrechos pasajes donde todavía hay rastros de aquellos días en pequeños comercios, restaurantes y en su grandiosa sinagoga (www.dohany-zsinagoga.hu), la segunda en tamaño después de la de Jerusalén. Magnífica construcción de estilo morisco y bizantino, en cuyo exterior encontramos un pequeño cementerio y el Árbol de la Vida, escultura que lleva en cada hoja el nombre de un judío asesinado durante el Holocausto.
Placeres termales
Tan completo (y esforzado) recorrido urbano reserva lo mejor para el final: sumergirse en uno de los 47 balnearios de aguas termales que dispone la ciudad.
Por ejemplo, un curativo baño de historia bajo la cúpula otomana del Balneario de Rudas (Döbrentei tér 9, Buda. Telf.: +36 1 356 1322).
Construido en 1550, es uno de los más bonitos del mundo y según el estado de (in)consciencia del turista a remojo, sus interiores pueden provocar una extraña sensación de viaje espacio-temporal. Pero no, no se encuentra uno en Estambul.
La costumbre de relajarse chapoteando en aguas terapeúticas es casi un derecho para los húngaros, de ahí los precios tan populares.
Por poco más de diez euros son accesibles las vaporosas piscinas del balneario Gellert (Kelenhegyi út 4, Buda) o desafiar las bajas temperaturas invernales sumergidos hasta el cuello en aguas a 38 grados en el Balneario Széchenyi (Állatkerti krt. 11, Pest, junto la plaza de los Héroes)
La niebla resultante es el antídoto perfecto para casi cualquier dolencia física y emocional.
Hay que disfrutarlo sin prisas, preferiblemente de noche y sin preocuparse demasiado por lo arrugadas que queden la yemas de los dedos.
10 feb 2011
Caperucita se pasa al terror gótico
Los cuentos populares como 'Blancanieves' y 'Hansel y Gretel' toman Hollywood con nuevas versiones más oscuras con Viggo Mortensen, Julia Roberts y Kristen Stewart
No es un lobo guasón con cierto gusto por los diálogos con final sorpresa, sino directamente un hombre lobo quien acecha a Caperucita Roja en la nueva versión cinematográfica del cuento, dirigida por Catherine Hardwicke (Crepúsculo) y protagonizada por Amanda Seyfried (Chicas malas).
Consiste en una vuelta al espíritu siniestro del cuento tradicional (en el de Charles Perrault, el lobo se come a la niña), dejando a un lado la atmósfera infantil que se ha impuesto después.
Un giro al que también se apunta Blancanieves, que protagoniza dos producciones, una con Viggo Mortensen, Charlize Theron y Kristen Stewart y otra con Julia Roberts como malvada reina madrastra, y también Hansel y Gretel y Jack el matagigantes.
Los cuentos de hadas de Perrault y los hermanos Grimm, entre otros (relatos muy populares e -importante- sin derechos de autor), parecen ser el nuevo filón de Hollywood.
Julia Roberts y Charlize Theron serán la malvada madrastra de Blancanieves en dos versiones del relato popular
La nueva Caperucita (Red riding hood) está ambientada en una aldea medieval aterrorizada por un licántropo que merodea los bosques en busca de carne humana.
El pueblo contrata a un cazador (Gary Oldman) para enfrentarse a la amenaza, mientras la joven (Seyfried) no se desvive tanto por su abuela como por dos mozos; un rico heredero con el que su familia ha apalabrado el noviazgo, y un outsider que es quien le interesa de verdad.
Indecisiones adolescentes que Hardwicke conoce bien tras rodar la primera entrega de la trilogía Crepúsculo, basada en las novelas de vampiros y hombres lobo adolescentes de Stephenie Meyer. Con guión de David Leslie Johnson y producida por Leonardo Di Caprio (a través de su compañía, Appian Way), el reparto se completa con Julie Christie, como abuela de Caperucita, Max Irons, Shiloh Fernandez (Gossip girl) y Lukas Haas (Mars attacks!). El estreno está previsto para abril.
¿Reinará Roberts o Theron?
Con Blancanieves, la carrera para llevarla a la gran pantalla está reñida entre dos grandes proyectos para 2012, según informa Deadline.
El más reciente es el del productor Ryan Kavanaugh (de la compañía Relativity), titulado Brothers Grimm's Snow White, y que ha anunciado el fichaje de Julia Roberts para dar vida a la malvada reina madrastra.
Está previsto que la dirija Tarsem Singh (La celda) y se trata de una versión algo insólita en la que la soberana aficionada a los espejos parlantes se deshace del rey y usurpa el trono, y la princesa desterrada recluta a una especie de comando de enanos para recuperar el reino.
Una adaptación que tendrá que competir con la de Universal, Snow white and the huntsman, con dirección de Rupert Sanders y que reúne un reparto potente: Viggo Mortensen en el papel del cazador, Charlize Theron como pérfida reina y Kristen Stewart como Blancanieves.
Adaptación no menos insólita es la que prepara Paramount sobre el cuento Hansel y Gretel, según Playlist. Los dos niños del cuento original que se salvan de milagro de la guarida de caramelo de una bruja, regresan quince años después convertidos en cazarrecompensas para vengarse de la malvada hechicera.
Dirigida por Tommy Wirkola (Zombis nazis) y con guión de D. W. Harper, lo protagonizarán Jeremy Renner (En tierra hostil) y Gemma Arterton (Quantum of solace), que son la pareja de vengadores, y Famke Janssen (X-Men), como bruja suprema.
Cierra la lista de proyectos por ahora) el de Jack the giant killer (Jack el matagigantes), sobre un granjero que se enfrenta a una horda de gigantes para rescatar a una princesa. Está dirigida por Bryan Singer (X-Men) y con guión de Christopher McQuarrie (Sospechosos habituales).
Con tal nómina de proyectos, 2012 puede ser el año del "Érase una vez en Hollywood..." ¿o el de "Este cuento se ha acabado"?
No es un lobo guasón con cierto gusto por los diálogos con final sorpresa, sino directamente un hombre lobo quien acecha a Caperucita Roja en la nueva versión cinematográfica del cuento, dirigida por Catherine Hardwicke (Crepúsculo) y protagonizada por Amanda Seyfried (Chicas malas).
Consiste en una vuelta al espíritu siniestro del cuento tradicional (en el de Charles Perrault, el lobo se come a la niña), dejando a un lado la atmósfera infantil que se ha impuesto después.
Un giro al que también se apunta Blancanieves, que protagoniza dos producciones, una con Viggo Mortensen, Charlize Theron y Kristen Stewart y otra con Julia Roberts como malvada reina madrastra, y también Hansel y Gretel y Jack el matagigantes.
Los cuentos de hadas de Perrault y los hermanos Grimm, entre otros (relatos muy populares e -importante- sin derechos de autor), parecen ser el nuevo filón de Hollywood.
Julia Roberts y Charlize Theron serán la malvada madrastra de Blancanieves en dos versiones del relato popular
La nueva Caperucita (Red riding hood) está ambientada en una aldea medieval aterrorizada por un licántropo que merodea los bosques en busca de carne humana.
El pueblo contrata a un cazador (Gary Oldman) para enfrentarse a la amenaza, mientras la joven (Seyfried) no se desvive tanto por su abuela como por dos mozos; un rico heredero con el que su familia ha apalabrado el noviazgo, y un outsider que es quien le interesa de verdad.
Indecisiones adolescentes que Hardwicke conoce bien tras rodar la primera entrega de la trilogía Crepúsculo, basada en las novelas de vampiros y hombres lobo adolescentes de Stephenie Meyer. Con guión de David Leslie Johnson y producida por Leonardo Di Caprio (a través de su compañía, Appian Way), el reparto se completa con Julie Christie, como abuela de Caperucita, Max Irons, Shiloh Fernandez (Gossip girl) y Lukas Haas (Mars attacks!). El estreno está previsto para abril.
¿Reinará Roberts o Theron?
Con Blancanieves, la carrera para llevarla a la gran pantalla está reñida entre dos grandes proyectos para 2012, según informa Deadline.
El más reciente es el del productor Ryan Kavanaugh (de la compañía Relativity), titulado Brothers Grimm's Snow White, y que ha anunciado el fichaje de Julia Roberts para dar vida a la malvada reina madrastra.
Está previsto que la dirija Tarsem Singh (La celda) y se trata de una versión algo insólita en la que la soberana aficionada a los espejos parlantes se deshace del rey y usurpa el trono, y la princesa desterrada recluta a una especie de comando de enanos para recuperar el reino.
Una adaptación que tendrá que competir con la de Universal, Snow white and the huntsman, con dirección de Rupert Sanders y que reúne un reparto potente: Viggo Mortensen en el papel del cazador, Charlize Theron como pérfida reina y Kristen Stewart como Blancanieves.
Adaptación no menos insólita es la que prepara Paramount sobre el cuento Hansel y Gretel, según Playlist. Los dos niños del cuento original que se salvan de milagro de la guarida de caramelo de una bruja, regresan quince años después convertidos en cazarrecompensas para vengarse de la malvada hechicera.
Dirigida por Tommy Wirkola (Zombis nazis) y con guión de D. W. Harper, lo protagonizarán Jeremy Renner (En tierra hostil) y Gemma Arterton (Quantum of solace), que son la pareja de vengadores, y Famke Janssen (X-Men), como bruja suprema.
Cierra la lista de proyectos por ahora) el de Jack the giant killer (Jack el matagigantes), sobre un granjero que se enfrenta a una horda de gigantes para rescatar a una princesa. Está dirigida por Bryan Singer (X-Men) y con guión de Christopher McQuarrie (Sospechosos habituales).
Con tal nómina de proyectos, 2012 puede ser el año del "Érase una vez en Hollywood..." ¿o el de "Este cuento se ha acabado"?
El fin de la fatalidad TRIBUNA: ANDRÉ GLUCKSMANN
Una revolución sorprende al mundo: a los de arriba, de quienes se apodera el pánico, y a los de abajo, que no se recuperan de ver que vencen el miedo minuto tras minuto, y a los de fuera -expertos, gobiernos, telespectadores, yo mismo-, que se sienten culpables de no haber previsto lo imprevisible.
De ahí las peleas que están convirtiendo Francia en un nuevo Clochemerle: la derecha ha fracasado, denuncia la izquierda, que se olvida cuidadosamente de explicar por qué Ben Ali (con su partido único) seguía siendo miembro de la Internacional Socialista, igual que Mubarak (con su partido monocrático).
Al primero lo expulsaron el 18 de enero de 2011, tres días después de su huida.
Al segundo, el 31, a toda prisa.
Nadie levantó la liebre. Ni la prensa negligente, ni la derecha hermanada con la omnipotente Rusia Unida de Putin, que coquetea con el Partido Comunista chino. En vez de cuestionarse esta simpatía común hacia los autócratas, es más cómodo echar siempre la culpa al "silencio de los intelectuales".
Saludemos la revolución árabe como Kant la francesa: con simpatía próxima al entusiasmo
Una revolución es una sublevación popular que termina con un régimen despótico
Reflexionar no consiste en dar un acelerón para ponerse a la altura e incluso por delante de un acontecimiento que nos corta la respiración.
Aparte de la admiración que despiertan las muchedumbres capaces de superar el miedo, examinemos lo que ha pillado por sorpresa y desprevenidos a los prejuicios.
Primer prejuicio: a la antigua polarización entre dos bloques le sucede el conflicto de "civilizaciones".
Segundo prejuicio, alternativo: a la guerra fría le suceden la paz de la economía racional y el fin de la historia sangrienta.
Un doble error que queda al descubierto con las implosiones de "la excepción árabe", puesto que estas deshacen ferozmente la falsa coherencia de los bloques étnicos y religiosos, el "mundo árabe" y la "civilización del islam".
¿Cuántas veces nos han machacado que la libertad y la democracia no importaban nada en la "calle árabe" mientras durase el conflicto palestino-israelí?
El hecho de negarse a remitir a las calendas griegas o a Jerusalén la cuestión de la sumisión se consideraba, en los salones y las universidades, el colmo de la indecencia eurocéntrica, fanática de los derechos humanos o... sionista.
Pero ahora, a partir de enero de 2011, ya no puede hablarse de fatalidad en el Magreb ni en Oriente Próximo. Pase lo que pase, acojamosesta conmoción con "una simpatía de aspiración que raya con el entusiasmo", como decía Kant de la Revolución Francesa, pese a que desaprobaba muchas de sus peripecias.
La globalización en la que está sumido el planeta desde hace 30 años no se limita a los aspectos financieros y económicos.
También contribuye a transmitir a través de las fronteras un virus de libertad que, a veces, sale vencedor (las revoluciones de terciopelo) y, a veces, tropieza con la brutalidad de los aparatos político-militares, laicos, en Tiananmen (1989), o celestiales, en Irán (2009). No importa: la juventud globalizada no deja de clamar con su presencia física (y con sacrificios si es necesario) y con gritos (a menudo digitales):
"¡Vete!".
La pasión tunecina estremece de inmediato la fortaleza egipcia.
Una especie de bomba atómica espiritual sacude las servidumbres ancestrales, que resultan ser voluntarias y, por tanto, voluntariamente destruibles.
Jamás hay que lamentar la caída de un tirano.
Si me alegré inmensamente con el fin de los sátrapas comunistas de Europa del Este, y también con los de Salazar y Franco, y con el de Sadam Husein, ¿por qué iba a apenarme la salida de Ben Ali y, espero que pronto, de Mubarak?
Ellos mismos tienen la culpa de que sus súbditos los expulsen o no les echen de menos. Lo que viene a continuación no está escrito; después del Sah llegó Jomeini. ¿Y qué? ¿Voy a reprochar al rey de reyes que no haya derramado más sangre en el choque final, o más bien que derramara demasiada los años anteriores?
Un levantamiento popular que acaba con un régimen despótico se llama revolución. Todas las grandes democracias occidentales reconocen en ella sus orígenes violentos, en especial la Francia de Saint-Just: "Las circunstancias solo son difíciles para quienes retroceden ante la tumba".
El asesinato de Khaled Said, un joven internauta muerto de una paliza a manos de la policía de Alejandría, en vez de servir de intimidación, galvanizó. Facebook y Twitter se convirtieron en el equivalente al samizdat (de los tiempos soviéticos), y la fina franja formada por los internautas, en las llamas de una disidencia.
Encendida por unos cuantos que no dudaron en sacrificarse, como Mohamed Bouazizi en Sidi Bouzid, la chispa que ha prendido fuego a la tiranía corre a través del espacio y el tiempo.
La Atenas del siglo V antes de Cristo, la de los filósofos, rendía honores a sus tiranicidas legendarios, Harmodio y Aristogitón.
La libertad, el poder de los contrarios, alberga "el abismo más profundo y el cielo más sublime" (Schelling).
La trayectoria de Europa nos dice que una revolución conduce a todo, al bien común de una república y al terror, a las conquistas y a las guerras.
Mientras en El Cairo el poder se tambalea, Teherán celebra el 32º aniversario de su revolución con una fiesta de ahorcamientos y cuerpos salvajemente torturados. Egipto -¡Dios no lo quiera!- no es el Irán de Jomeini, ni la Rusia de Lenin, ni la Alemania de la revolución nacional socialista, y se encaminará hacia donde decidan su juventud ávida de respirar y comunicarse, sus hermanos musulmanes, su ejército ambiguo y solapado, sus pobres y sus ricos, separados por años luz.
Tengamos en cuenta que en Egipto hay un 40% de muertos de hambre y un 30% de analfabetos.
Eso hace que la democracia sea difícil y frágil, pero no imposible, porque, en caso contrario, los parisinos no habrían tomado jamás la Bastilla.
Añadamos (tras los sondeos llevados a cabo en junio de 2010 por Pew) que el 82% de los egipcios musulmanes desea la aplicación de la sharia y la lapidación de las adúlteras, el 77% considera normal que se corte la mano a los ladrones y el 84% propugna la pena de muerte para quien cambie de religión.
Todo esto es lo que impide ver el futuro con ingenuidad y excesivo optimismo. Francia tardó dos siglos en pasar de las revoluciones repetidas a la república democrática y laica.
En Rusia y China, no parece que el plazo vaya a ser menor... si es que llega a completarse el proceso.
Incluso Estados Unidos, que creía haber alcanzado el cielo en 10 años, se ilusionó, pero sufrió la terrible Guerra de Secesión, la lucha de clases y la de los derechos civiles; un largo combate de dos siglos en el que florecieron las razones y las uvas de la ira.
Decir Revolución y Libertad no es decir necesariamente democracia, respeto a las minorías, igualdad entre los sexos, buenas relaciones con los demás pueblos.
Todo eso está por conquistar.
Demos la bienvenida a las revoluciones "árabes", que están destrozando la falsa fatalidad. Pero, por favor, no exageremos la adulación: todavía tienen por delante todos los peligros, incluso los más graves.
No hay más que recordar nuestra historia: el futuro no tiene garantías.
André Glucksmann es filósofo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
De ahí las peleas que están convirtiendo Francia en un nuevo Clochemerle: la derecha ha fracasado, denuncia la izquierda, que se olvida cuidadosamente de explicar por qué Ben Ali (con su partido único) seguía siendo miembro de la Internacional Socialista, igual que Mubarak (con su partido monocrático).
Al primero lo expulsaron el 18 de enero de 2011, tres días después de su huida.
Al segundo, el 31, a toda prisa.
Nadie levantó la liebre. Ni la prensa negligente, ni la derecha hermanada con la omnipotente Rusia Unida de Putin, que coquetea con el Partido Comunista chino. En vez de cuestionarse esta simpatía común hacia los autócratas, es más cómodo echar siempre la culpa al "silencio de los intelectuales".
Saludemos la revolución árabe como Kant la francesa: con simpatía próxima al entusiasmo
Una revolución es una sublevación popular que termina con un régimen despótico
Reflexionar no consiste en dar un acelerón para ponerse a la altura e incluso por delante de un acontecimiento que nos corta la respiración.
Aparte de la admiración que despiertan las muchedumbres capaces de superar el miedo, examinemos lo que ha pillado por sorpresa y desprevenidos a los prejuicios.
Primer prejuicio: a la antigua polarización entre dos bloques le sucede el conflicto de "civilizaciones".
Segundo prejuicio, alternativo: a la guerra fría le suceden la paz de la economía racional y el fin de la historia sangrienta.
Un doble error que queda al descubierto con las implosiones de "la excepción árabe", puesto que estas deshacen ferozmente la falsa coherencia de los bloques étnicos y religiosos, el "mundo árabe" y la "civilización del islam".
¿Cuántas veces nos han machacado que la libertad y la democracia no importaban nada en la "calle árabe" mientras durase el conflicto palestino-israelí?
El hecho de negarse a remitir a las calendas griegas o a Jerusalén la cuestión de la sumisión se consideraba, en los salones y las universidades, el colmo de la indecencia eurocéntrica, fanática de los derechos humanos o... sionista.
Pero ahora, a partir de enero de 2011, ya no puede hablarse de fatalidad en el Magreb ni en Oriente Próximo. Pase lo que pase, acojamosesta conmoción con "una simpatía de aspiración que raya con el entusiasmo", como decía Kant de la Revolución Francesa, pese a que desaprobaba muchas de sus peripecias.
La globalización en la que está sumido el planeta desde hace 30 años no se limita a los aspectos financieros y económicos.
También contribuye a transmitir a través de las fronteras un virus de libertad que, a veces, sale vencedor (las revoluciones de terciopelo) y, a veces, tropieza con la brutalidad de los aparatos político-militares, laicos, en Tiananmen (1989), o celestiales, en Irán (2009). No importa: la juventud globalizada no deja de clamar con su presencia física (y con sacrificios si es necesario) y con gritos (a menudo digitales):
"¡Vete!".
La pasión tunecina estremece de inmediato la fortaleza egipcia.
Una especie de bomba atómica espiritual sacude las servidumbres ancestrales, que resultan ser voluntarias y, por tanto, voluntariamente destruibles.
Jamás hay que lamentar la caída de un tirano.
Si me alegré inmensamente con el fin de los sátrapas comunistas de Europa del Este, y también con los de Salazar y Franco, y con el de Sadam Husein, ¿por qué iba a apenarme la salida de Ben Ali y, espero que pronto, de Mubarak?
Ellos mismos tienen la culpa de que sus súbditos los expulsen o no les echen de menos. Lo que viene a continuación no está escrito; después del Sah llegó Jomeini. ¿Y qué? ¿Voy a reprochar al rey de reyes que no haya derramado más sangre en el choque final, o más bien que derramara demasiada los años anteriores?
Un levantamiento popular que acaba con un régimen despótico se llama revolución. Todas las grandes democracias occidentales reconocen en ella sus orígenes violentos, en especial la Francia de Saint-Just: "Las circunstancias solo son difíciles para quienes retroceden ante la tumba".
El asesinato de Khaled Said, un joven internauta muerto de una paliza a manos de la policía de Alejandría, en vez de servir de intimidación, galvanizó. Facebook y Twitter se convirtieron en el equivalente al samizdat (de los tiempos soviéticos), y la fina franja formada por los internautas, en las llamas de una disidencia.
Encendida por unos cuantos que no dudaron en sacrificarse, como Mohamed Bouazizi en Sidi Bouzid, la chispa que ha prendido fuego a la tiranía corre a través del espacio y el tiempo.
La Atenas del siglo V antes de Cristo, la de los filósofos, rendía honores a sus tiranicidas legendarios, Harmodio y Aristogitón.
La libertad, el poder de los contrarios, alberga "el abismo más profundo y el cielo más sublime" (Schelling).
La trayectoria de Europa nos dice que una revolución conduce a todo, al bien común de una república y al terror, a las conquistas y a las guerras.
Mientras en El Cairo el poder se tambalea, Teherán celebra el 32º aniversario de su revolución con una fiesta de ahorcamientos y cuerpos salvajemente torturados. Egipto -¡Dios no lo quiera!- no es el Irán de Jomeini, ni la Rusia de Lenin, ni la Alemania de la revolución nacional socialista, y se encaminará hacia donde decidan su juventud ávida de respirar y comunicarse, sus hermanos musulmanes, su ejército ambiguo y solapado, sus pobres y sus ricos, separados por años luz.
Tengamos en cuenta que en Egipto hay un 40% de muertos de hambre y un 30% de analfabetos.
Eso hace que la democracia sea difícil y frágil, pero no imposible, porque, en caso contrario, los parisinos no habrían tomado jamás la Bastilla.
Añadamos (tras los sondeos llevados a cabo en junio de 2010 por Pew) que el 82% de los egipcios musulmanes desea la aplicación de la sharia y la lapidación de las adúlteras, el 77% considera normal que se corte la mano a los ladrones y el 84% propugna la pena de muerte para quien cambie de religión.
Todo esto es lo que impide ver el futuro con ingenuidad y excesivo optimismo. Francia tardó dos siglos en pasar de las revoluciones repetidas a la república democrática y laica.
En Rusia y China, no parece que el plazo vaya a ser menor... si es que llega a completarse el proceso.
Incluso Estados Unidos, que creía haber alcanzado el cielo en 10 años, se ilusionó, pero sufrió la terrible Guerra de Secesión, la lucha de clases y la de los derechos civiles; un largo combate de dos siglos en el que florecieron las razones y las uvas de la ira.
Decir Revolución y Libertad no es decir necesariamente democracia, respeto a las minorías, igualdad entre los sexos, buenas relaciones con los demás pueblos.
Todo eso está por conquistar.
Demos la bienvenida a las revoluciones "árabes", que están destrozando la falsa fatalidad. Pero, por favor, no exageremos la adulación: todavía tienen por delante todos los peligros, incluso los más graves.
No hay más que recordar nuestra historia: el futuro no tiene garantías.
André Glucksmann es filósofo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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