6 feb 2011
El silencio: otra cárcel del maltrato
Un 12% de los procesos judiciales por violencia machista no sigue adelante porque la mujer decide no declarar - El Poder Judicial propone cambiar la ley que permite esa posibilidad - ¿Hay que obligar a la víctima o usar otros mecanismos?
Más de un 12% de los procedimientos judiciales abiertos por violencia de género no pueden seguir su curso porque la víctima decide no declarar contra su agresor.
Para ello, la mujer se acoge al artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, el conocido como la dispensa, que exonera a "los parientes del procesado en línea directa ascendente y descendente [padres e hijos], su cónyuge o persona unida por relación de hecho análoga a la matrimonial (...)" de prestar declaración contra él.
El precepto, que data del siglo XIX, fue ideado para que personas tan cercanas al acusado no se vieran en la tesitura de tener que declarar algo que pudiera incriminarle.
El artículo, pensado para casos de estafa, robo o asesinato, se aplica ahora también a las propias testigos-víctimas de violencia machista que, en la mayoría de los casos, son quienes han iniciado el procedimiento judicial del que después se retiran.
"Situaciones de vergonzosa impunidad"
La cifra de mujeres que han parado un proceso ha crecido un 46,4% desde 2007
"La dispensa", dice una abogada, "puede significar impunidad para el agresor"
Lorente: "Ningún agresor común tiene el privilegio de que no se le acuse"
El CGPJ propone que baste lo dicho ante la policía o el juez instructor
La dispensa se ha convertido para algunos expertos, en los casos de violencia de género, en un mecanismo perverso. Esas voces, entre las que se encuentran jueces, fiscales y asociaciones de mujeres, sostienen que puede ser utilizada por la parte contraria para presionar a la mujer -muchas veces ya psicológicamente muy dañada- para que no declare en el juicio. La advertencia no es baladí ya que en gran parte de los casos de violencia machista las únicas pruebas que hay para sustentar el procedimiento son los testimonios de la víctima y del supuesto agresor. Sin el primero, es probable que el caso no pueda seguir su curso. Consciente de esa realidad, el Consejo General del Poder Judicial plantea ahora eliminar esa dispensa en los casos de violencia machista. Una propuesta largamente debatida en los círculos judiciales, que también reclama, y desde hace tiempo la Fiscalía General del Estado.
Pero, ¿qué hacer y cómo? ¿Se puede (y debe) obligar a una víctima de malos tratos a declarar? Es una opción que algunos expertos estiman aberrante. Otros, sin embargo, consideran que no hacerlo crea una situación de desprotección mayor hacia la víctima.
Mientras, el problema se vive día a día en los juzgados de violencia de género de toda España. Y es grave. El número de mujeres que inició un proceso judicial por malos tratos y que ha renunciado a seguir adelante con él ha crecido un 46,4% desde 2007, según datos del Observatorio de Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). El último informe de este organismo apunta que los sobreseimientos de los procedimientos dictados en los juzgados especializados en estos delitos han aumentado un 137%. La presidenta del Observatorio, la magistrada Inmaculada Montalbán, achaca ese incremento sobre todo al uso de la dispensa.
"El juez tiene la obligación de informar a la mujer de que si no quiere prestar declaración contra su agresor está dispensada de hacerlo. Si no hace este aviso, el proceso no es válido. Y es en ese momento cuando a la mujer, que después de pensárselo mucho ha logrado dar el paso y poner una denuncia, le vuelven a aparecer los fantasmas, las dudas", sostiene Montalbán, que opina que en los casos de violencia de género la dispensa puede suponer para la mujer un elemento disuasorio de seguir adelante con la acusación.
¿Qué lleva a una mujer a retirar -en muchos casos una y otra vez- las denuncias contra su agresor? ¿Por qué deciden no seguir adelante con el proceso? "El problema es que aunque haya conseguido vencer sus miedos y dar el paso, la mujer no suele estar preparada para denunciar", explica Ana Bella Estévez, superviviente de malos tratos durante 11 años y miembro de la asociación de ayuda que lleva su nombre. "Para las mujeres es difícil declarar contra una persona a la que quieren y que las tiene en esa cárcel que es el maltrato", explica. El vínculo, la dependencia emocional, el miedo, los hijos... pesan para muchas como una losa. Y en su balanza personal, desajustada por años de golpes e insultos, lo hacen más que la protección que ofrece el estado.
Estévez cree que no debería obligarse a la mujer a declarar contra su agresor. Tampoco los expertos del CGPJ, que consideran que la dispensa debería eliminarse en los casos de violencia de género pero que si finalmente la mujer decide no declarar no debería caer sobre ella el peso de la ley. "Se trata de eliminar obstáculos para las víctimas pero estas no pueden sufrir un perjuicio añadido", incide Montalbán.
Soledad Cazorla, Fiscal Delegada de Violencia de Género, se muestra también partidaria de que el artículo 416 no se pueda emplear en los casos de violencia machista cuando sea la mujer quien haya denunciado. Sin embargo, cree que, como en cualquier otro delito público -como es el de malos tratos, en el que no es posible que la víctima perdone al agresor y el caso se sigue de oficio-, el testigo debe prestar declaración. "La dispensa se está usando como una fórmula para mediatizar a la mujer. En muchos casos el maltratador o las familias la coaccionan para que no continúe con su decisión", explica Cazorla, que se encuentra a diario con casos que no pueden seguir su curso porque la mujer se retira del proceso.
La fiscal cuenta que hay mujeres que llegan a decir que han mentido al acusar, incriminándose, para que su agresor no sea condenado.
"Si la mujer ha denunciado, desde el momento en que ha puesto en conocimiento de la justicia un hecho criminal, debe declarar. Es un exceso de garantismo que no lo haga", dice.
Y añade tajante: "¿No estamos persiguiendo un delito público que afecta a la sociedad? ¿Y luego estamos dispensando de declarar? La mujer no es una incapaz, tiene derechos y obligaciones. ¿Solidaridad familiar [punto en que se sustenta el 416] cuando has denunciado a tu maltratador?".
Hace unos meses la Audiencia Provincial de Tarragona se encontró con un caso que ilustra la preocupación de jueces y fiscales por el uso de la dispensa.
En esa ocasión el juez se vio obligado a absolver a un acusado de un delito de malos tratos porque su esposa se acogió al artículo 416 para no declarar contra él, y su testimonio era la prueba fundamental del caso.
En cualquier otra ocasión el procedimiento se habría terminado.
Sin embargo, finalmente, el juez condenó al procesado por un delito de agresión en la que el hijo común del matrimonio -que sí declaró- estuvo presente.
"La no colaboración de las mujeres agredidas significa muchas veces la impunidad del agresor", analiza la abogada de familia y miembro de la Comisión de Investigación de Malos Tratos Consuelo Abril. "¡No puedes defender en un en un juicio a alguien atentando contra ti misma!", clama.
El delegado del Gobierno contra la Violencia de Género, Miguel Lorente, pide que para entender la necesidad de eliminar la dispensa en los casos de violencia de género se ponga el foco sobre el agresor en lugar de sobre la víctima.
"Si lo hacemos podríamos preguntarnos qué derecho tiene un maltratador de verse beneficiado por la renuncia de la mujer a la que ha maltratado. Es una lectura distorsionada usar ese elemento legal, que nunca estuvo pensado para ello, para proteger a su agresor", dice. Sostiene que la dispensa, en esos casos, es una "incongruencia normativa". "Ningún delincuente de un delito público, como es el de lesiones, tiene el privilegio de que la víctima no declare contra él", añade.
¿Cómo reformar la ley? Los expertos del CGPJ proponen una medida alternativa que no suponga obligar a la mujer a declarar, pero que permita que el procedimiento siga su curso si la mujer se niega a hablar.
Piden que sean válidas en el juicio oral las declaraciones que la víctima hace en la instrucción del caso.
Una medida que tanto Estevez como Lorente ven acertada, pero que Cazorla no comparte.
La fiscal no está de acuerdo con que solo esa declaración pueda usarse como prueba.
Pero el delegado del Gobierno va más allá: "Habría que investigar por qué la mujer se retira del proceso.
Puede que tras de esa decisión, además del miedo y el enganche emocional con el agresor, haya también amenazas", dice.
Cree, además, que el que la maltratada no quiera declarar debe ser considerado como una consecuencia de la violencia a la que es sometida y que por tanto no se las puede obligar a prestar de nuevo testimonio. "Una opción sería darle tiempo a la mujer para que se recupere, se restablezca y salga de esa situación de la violencia. Y que luego declare", propone.
Estévez, desde la experiencia de años de malos tratos y peregrinaje para salir de ellos, cree que lo que es perverso es el sistema.
Si no se cambia, dice, las mujeres se seguirán retirando del proceso: "Debe haber mecanismos para que la mujer se enfrente al juicio y a la denuncia cuando haya salido de la violencia y se haya reconstruido como persona.
Si no, aunque haya decidido un día dar el paso, lo más probable es que el siguiente se eche atrás, porque sigue en la cárcel del maltrato".
Más de un 12% de los procedimientos judiciales abiertos por violencia de género no pueden seguir su curso porque la víctima decide no declarar contra su agresor.
Para ello, la mujer se acoge al artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, el conocido como la dispensa, que exonera a "los parientes del procesado en línea directa ascendente y descendente [padres e hijos], su cónyuge o persona unida por relación de hecho análoga a la matrimonial (...)" de prestar declaración contra él.
El precepto, que data del siglo XIX, fue ideado para que personas tan cercanas al acusado no se vieran en la tesitura de tener que declarar algo que pudiera incriminarle.
El artículo, pensado para casos de estafa, robo o asesinato, se aplica ahora también a las propias testigos-víctimas de violencia machista que, en la mayoría de los casos, son quienes han iniciado el procedimiento judicial del que después se retiran.
"Situaciones de vergonzosa impunidad"
La cifra de mujeres que han parado un proceso ha crecido un 46,4% desde 2007
"La dispensa", dice una abogada, "puede significar impunidad para el agresor"
Lorente: "Ningún agresor común tiene el privilegio de que no se le acuse"
El CGPJ propone que baste lo dicho ante la policía o el juez instructor
La dispensa se ha convertido para algunos expertos, en los casos de violencia de género, en un mecanismo perverso. Esas voces, entre las que se encuentran jueces, fiscales y asociaciones de mujeres, sostienen que puede ser utilizada por la parte contraria para presionar a la mujer -muchas veces ya psicológicamente muy dañada- para que no declare en el juicio. La advertencia no es baladí ya que en gran parte de los casos de violencia machista las únicas pruebas que hay para sustentar el procedimiento son los testimonios de la víctima y del supuesto agresor. Sin el primero, es probable que el caso no pueda seguir su curso. Consciente de esa realidad, el Consejo General del Poder Judicial plantea ahora eliminar esa dispensa en los casos de violencia machista. Una propuesta largamente debatida en los círculos judiciales, que también reclama, y desde hace tiempo la Fiscalía General del Estado.
Pero, ¿qué hacer y cómo? ¿Se puede (y debe) obligar a una víctima de malos tratos a declarar? Es una opción que algunos expertos estiman aberrante. Otros, sin embargo, consideran que no hacerlo crea una situación de desprotección mayor hacia la víctima.
Mientras, el problema se vive día a día en los juzgados de violencia de género de toda España. Y es grave. El número de mujeres que inició un proceso judicial por malos tratos y que ha renunciado a seguir adelante con él ha crecido un 46,4% desde 2007, según datos del Observatorio de Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). El último informe de este organismo apunta que los sobreseimientos de los procedimientos dictados en los juzgados especializados en estos delitos han aumentado un 137%. La presidenta del Observatorio, la magistrada Inmaculada Montalbán, achaca ese incremento sobre todo al uso de la dispensa.
"El juez tiene la obligación de informar a la mujer de que si no quiere prestar declaración contra su agresor está dispensada de hacerlo. Si no hace este aviso, el proceso no es válido. Y es en ese momento cuando a la mujer, que después de pensárselo mucho ha logrado dar el paso y poner una denuncia, le vuelven a aparecer los fantasmas, las dudas", sostiene Montalbán, que opina que en los casos de violencia de género la dispensa puede suponer para la mujer un elemento disuasorio de seguir adelante con la acusación.
¿Qué lleva a una mujer a retirar -en muchos casos una y otra vez- las denuncias contra su agresor? ¿Por qué deciden no seguir adelante con el proceso? "El problema es que aunque haya conseguido vencer sus miedos y dar el paso, la mujer no suele estar preparada para denunciar", explica Ana Bella Estévez, superviviente de malos tratos durante 11 años y miembro de la asociación de ayuda que lleva su nombre. "Para las mujeres es difícil declarar contra una persona a la que quieren y que las tiene en esa cárcel que es el maltrato", explica. El vínculo, la dependencia emocional, el miedo, los hijos... pesan para muchas como una losa. Y en su balanza personal, desajustada por años de golpes e insultos, lo hacen más que la protección que ofrece el estado.
Estévez cree que no debería obligarse a la mujer a declarar contra su agresor. Tampoco los expertos del CGPJ, que consideran que la dispensa debería eliminarse en los casos de violencia de género pero que si finalmente la mujer decide no declarar no debería caer sobre ella el peso de la ley. "Se trata de eliminar obstáculos para las víctimas pero estas no pueden sufrir un perjuicio añadido", incide Montalbán.
Soledad Cazorla, Fiscal Delegada de Violencia de Género, se muestra también partidaria de que el artículo 416 no se pueda emplear en los casos de violencia machista cuando sea la mujer quien haya denunciado. Sin embargo, cree que, como en cualquier otro delito público -como es el de malos tratos, en el que no es posible que la víctima perdone al agresor y el caso se sigue de oficio-, el testigo debe prestar declaración. "La dispensa se está usando como una fórmula para mediatizar a la mujer. En muchos casos el maltratador o las familias la coaccionan para que no continúe con su decisión", explica Cazorla, que se encuentra a diario con casos que no pueden seguir su curso porque la mujer se retira del proceso.
La fiscal cuenta que hay mujeres que llegan a decir que han mentido al acusar, incriminándose, para que su agresor no sea condenado.
"Si la mujer ha denunciado, desde el momento en que ha puesto en conocimiento de la justicia un hecho criminal, debe declarar. Es un exceso de garantismo que no lo haga", dice.
Y añade tajante: "¿No estamos persiguiendo un delito público que afecta a la sociedad? ¿Y luego estamos dispensando de declarar? La mujer no es una incapaz, tiene derechos y obligaciones. ¿Solidaridad familiar [punto en que se sustenta el 416] cuando has denunciado a tu maltratador?".
Hace unos meses la Audiencia Provincial de Tarragona se encontró con un caso que ilustra la preocupación de jueces y fiscales por el uso de la dispensa.
En esa ocasión el juez se vio obligado a absolver a un acusado de un delito de malos tratos porque su esposa se acogió al artículo 416 para no declarar contra él, y su testimonio era la prueba fundamental del caso.
En cualquier otra ocasión el procedimiento se habría terminado.
Sin embargo, finalmente, el juez condenó al procesado por un delito de agresión en la que el hijo común del matrimonio -que sí declaró- estuvo presente.
"La no colaboración de las mujeres agredidas significa muchas veces la impunidad del agresor", analiza la abogada de familia y miembro de la Comisión de Investigación de Malos Tratos Consuelo Abril. "¡No puedes defender en un en un juicio a alguien atentando contra ti misma!", clama.
El delegado del Gobierno contra la Violencia de Género, Miguel Lorente, pide que para entender la necesidad de eliminar la dispensa en los casos de violencia de género se ponga el foco sobre el agresor en lugar de sobre la víctima.
"Si lo hacemos podríamos preguntarnos qué derecho tiene un maltratador de verse beneficiado por la renuncia de la mujer a la que ha maltratado. Es una lectura distorsionada usar ese elemento legal, que nunca estuvo pensado para ello, para proteger a su agresor", dice. Sostiene que la dispensa, en esos casos, es una "incongruencia normativa". "Ningún delincuente de un delito público, como es el de lesiones, tiene el privilegio de que la víctima no declare contra él", añade.
¿Cómo reformar la ley? Los expertos del CGPJ proponen una medida alternativa que no suponga obligar a la mujer a declarar, pero que permita que el procedimiento siga su curso si la mujer se niega a hablar.
Piden que sean válidas en el juicio oral las declaraciones que la víctima hace en la instrucción del caso.
Una medida que tanto Estevez como Lorente ven acertada, pero que Cazorla no comparte.
La fiscal no está de acuerdo con que solo esa declaración pueda usarse como prueba.
Pero el delegado del Gobierno va más allá: "Habría que investigar por qué la mujer se retira del proceso.
Puede que tras de esa decisión, además del miedo y el enganche emocional con el agresor, haya también amenazas", dice.
Cree, además, que el que la maltratada no quiera declarar debe ser considerado como una consecuencia de la violencia a la que es sometida y que por tanto no se las puede obligar a prestar de nuevo testimonio. "Una opción sería darle tiempo a la mujer para que se recupere, se restablezca y salga de esa situación de la violencia. Y que luego declare", propone.
Estévez, desde la experiencia de años de malos tratos y peregrinaje para salir de ellos, cree que lo que es perverso es el sistema.
Si no se cambia, dice, las mujeres se seguirán retirando del proceso: "Debe haber mecanismos para que la mujer se enfrente al juicio y a la denuncia cuando haya salido de la violencia y se haya reconstruido como persona.
Si no, aunque haya decidido un día dar el paso, lo más probable es que el siguiente se eche atrás, porque sigue en la cárcel del maltrato".
Marilyn como cadáver exquisito
Por las manos de Thomas T. Noguchi, un forense de Los Ángeles, pasaron los cuerpos de Robert Kennedy, Sharon Tate, William Holden, Natalie Wood y el de la rubia inmortal. Y él cuenta en un libro sus secretos .
Encontraron a la famosa actriz tendida sin ropa sobre la cama.
En una imagen conmovedora que se transmitió como un rayo por todo el mundo, yacía muerta con un brazo extendido y la mano en el teléfono.
El sargento Jack Clemmons, inspector de guardia en la comisaría de Los Ángeles Oeste, registró una llamada del doctor Greenson informando sobre la muerte de Monroe a las 4.25 de la mañana del domingo. "¿Marilyn Monroe?", se preguntó.
Debía de ser una broma.
En lugar de dar aviso a una patrulla, como hubiera hecho normalmente, fue en persona a comprobar la veracidad de la llamada.
Clemmons comenzó a sospechar de inmediato sobre las circunstancias de aquella muerte.
Para empezar, había algo que no cuadraba con el tiempo: la señora Murray (la enfermera-asistenta que cuidaba de Monroe) comentó que habían encontrado el cuerpo poco después de la medianoche y, sin embargo, la policía no fue avisada hasta las 4.25.
¿Qué sucedió mientras tanto? El doctor Greenson declaró que había telefoneado a los estudios y a colaboradores de Monroe, pero el sargento no se creyó que esas llamadas le hubieran podido ocupar cuatro horas.
¿Alguien se había encargado de destruir las pruebas de un delito?
Hallaron el cuerpo poco después de medianoche,
pero la policía fue avisada a las 4.25. ¿Qué ocurrió mientras tanto?
El análisis de sangre mostraba dosis mortales tanto de hidrato de cloral, como de pantobarbital (nembutal)
Algunos defendían que Robert Kennedy había volada a Los Angeles para supervisar el asesinato de Marilyn
Lionel Grandison dijo que vio el diario de Marilyn en la oficina forense, pero que al día siguiente ya no estaba
Esa misma mañana fui a la oficina forense para iniciar mi jornada laboral.
En mi condición de ayudante me tocaba trabajar todos los domingos y a veces los siete días de la semana, pues andábamos cortos de personal y el trabajo se acumulaba.
Pero esa mañana percibí que algo extraño sucedía.
El doctor Curphey había telefoneado temprano a la oficina para dejarme un mensaje.
La nota que había sobre mi escritorio rezaba: "El doctor Curphey quiere que el doctor Noguchi haga la autopsia de Marilyn Monroe".
En una situación normal era un trabajo indicado para un médico forense con más experiencia.
Y, sin embargo, el doctor Curphey se había molestado en llamar un domingo a primera hora para adjudicarme la tarea. (...)
El cadáver que se hallaba sobre la mesa 1 estaba cubierto por una sábana blanca.
Lo destapé lentamente y me detuve.
Me costó unos instantes hacerme a la idea de que estaba contemplando el rostro de la verdadera Marilyn Monroe. (...) Sabía que el mundo entero exigiría saber qué había ocurrido con un personaje tan querido.
Sintiendo ya esa carga, comencé el examen. No hallé ni una sola marca de aguja, y eso es lo que consigné en el diagrama corporal del informe.
Sin embargo, curiosamente, sí encontré señales que podían indicar violencia: también apunté esos hallazgos en el diagrama.
En la región lumbar, a la izquierda, Monroe presentaba una ligera equimosis, un hematoma cárdeno resultado de una pequeña hemorragia ocurrida dentro de los tejidos. (...) ¿Pero tenía relación con su muerte o había sido fruto de un percance doméstico como, por ejemplo, el tropiezo con una mesa?
En ese momento creí que el traumatismo no tenía conexión alguna con el deceso.
Tanto su ubicación, justo por encima de la cadera, como sus reducidas dimensiones me hacían descartar la violencia como causa.
Habría resultado más lógico encontrar heridas recientes alrededor del cuello o la cabeza en el caso de que Monroe hubiera sido atacada.
No obstante, ese hematoma sigue sin tener hoy una explicación.
Y, tratándose de un posible indicio de violencia, no deja de ser curioso que haya pasado desapercibido para la mayoría de los periodistas de investigación que se han interesado más tarde por el tema.
En mi informe expuse las conclusiones de la autopsia.
Empezaba así: "Examen externo: el cuerpo sin embalsamar pertenece a una mujer caucásica de treinta y seis años y buena constitución, sana, con cincuenta y tres kilos de peso y un metro sesenta y seis de estatura.
El cuero cabelludo está cubierto por una melena de color rubio oxigenado. Ojos azules.[...] Se advierte una leve equimosis entre la cadera izquierda y el lado izquierdo de la región lumbar".
A continuación, el informe pasaba a detallar el examen interno de los sistemas cardiovascular, respiratorio, hepático y biliar, sanguíneo y linfático, endocrino, urinario, reproductor y digestivo.
Fue la sección que analizaba el sistema digestivo la que más tarde creó la controversia y llevó a decir a los partidarios de la conspiración que "probaba" el asesinato de Monroe, puesto que yo no había detectado ningún rastro del paso de píldoras por el estómago o el intestino delgado.
Ningún resto.
Ningún cristal refractario, aunque los frascos de píldoras recogidos mostraban que Monroe había ingerido entre cuarenta y cincuenta nembutales y abundantes cápsulas de hidrato de cloral.
Por todo ello, los defensores de la teoría del asesinato aducían que alguien le había inyectado a Monroe las drogas que la mataron.
(...) El informe del laboratorio toxicológico aún añadiría más leña al fuego.
Llegó a mis manos varias horas después de que finalizara la autopsia y, nada más comenzar a leerlo, disparó mis alarmas.
Yo había enviado, junto con el hígado, muestras de sangre para realizar las pruebas de alcohol y barbitúricos. Además, había remitido otros órganos para "un posterior análisis toxicológico", entre ellos el estómago con su contenido y el intestino.
De inmediato me percaté de que los técnicos del laboratorio no habían examinado esos órganos: se habían limitado a analizar la sangre y el hígado.
¿A qué se debía esa omisión en lo que hoy constituye el proceder rutinario del departamento?
Los datos arrojados por los análisis de la sangre y el hígado, unidos al frasco vacío de Nembutal y al parcialmente vacío (faltaban 40 cápsulas sobre un total de 50) de hidrato de cloral, apuntaban de forma tan contundente hacia el suicidio que el toxicólogo jefe, Raymond J. Abernathy, no había considerado necesario proseguir con el resto de las pruebas.
En concreto, el análisis de sangre mostraba 8,0 mg% de hidrato de cloral, y el hígado, 13,0 mg% de pentobarbital (Nembutal), en ambos casos dosis ciertamente mortales.
Aun así, debí haber insistido en que se analizaran todos los órganos, especialmente el contenido del estómago y algunos segmentos del intestino.
Pero no actué con diligencia.
Siendo un subalterno, consideré inútil cuestionar las decisiones de los jefes en un asunto de procedimiento.
Además, las pruebas me habían persuadido, al igual que a los toxicólogos, de que Marilyn Monroe había ingerido una cantidad de fármacos suficiente para provocarse la muerte.
Cuando al cabo de unos días se hicieron públicas las conclusiones del médico forense, los medios saltaron raudos sobre esa omisión.
Yo quería rectificar el error, pero ya era demasiado tarde.
Unas semanas después le pregunté a Abernathy si había conservado los órganos de Monroe que le había remitido. En caso afirmativo, aún teníamos una oportunidad de analizarlos.
Me contrarió escucharle decir: "Lo siento, pero nos deshicimos de todo tras cerrarse el caso". Sabía que los medios denunciarían un encubrimiento.
Acerté. Las más variadas teorías acerca de un hipotético asesinato brotaron de inmediato y han persistido hasta hoy.
Los partidarios de la teoría del crimen, trabajando con la hipótesis de que tanto la fallecida como el "diario" en su poder representaban una amenaza para Robert Kennedy, destacaban el hecho de que Kennedy había volado a San Francisco el 3 de agosto de 1962, víspera de la muerte de Marilyn Monroe. (...)
Lo que algunos defendían era que Kennedy había volado a Los Ángeles para supervisar el asesinato de Marilyn Monroe. Según se dijo, Robert Slatzer (amigo y confidente de Marilyn) habló con una mujer que vivía en la misma manzana que Monroe y esta declaró que había visto a Kennedy, acompañado por un hombre que llevaba un maletín de médico, entrando en casa de Monroe la tarde del sábado.
De acuerdo con el guión de Slatzer, el hombre del maletín le había inyectado a Monroe las drogas que acabaron con su vida.
La "prueba" de una participación directa de Kennedy en el asesinato de Monroe era tan estrambótica que incluso otros adalides de la idea conspirativa la rechazaron.
Muchos esgrimían una segunda teoría.
Creían que el crimen fue perpetrado por agentes corruptos de la CIA inquietos ante la posibilidad de que Monroe guardara en su diario informaciones suministradas por Kennedy.
Algunos datos parecían corroborar la existencia de tal diario. En 1962, Lionel Grandison era un ayudante del forense con funciones administrativas; él fue quien firmó el certificado de defunción de Marilyn Monroe y, según declaró más tarde, llegó a ver el diario en la oficina forense, aunque al día siguiente había desaparecido.
El conocido especialista en pinchazos telefónicos Bernie Spindel aportó otra presunta "prueba" sobre la participación de Kennedy en la muerte de Monroe.
La casa de Spindel, que estaba reuniendo datos contra Kennedy por cuenta del líder del sindicato de camioneros Jimmy Hoffa, había sido registrada por la fiscalía de Nueva York. Los partidarios de la teoría del crimen resaltaban que Kennedy era en aquel momento senador por Nueva York y amigo de Frank Hogan, fiscal del distrito. En su opinión, Kennedy estaba detrás de la operación.
Las cintas de Spindel, confiscadas durante el registro, nunca fueron devueltas, y este se querelló para recuperar "cintas y otras pruebas relacionadas con la muerte de Marilyn Monroe que refutan con rotundidad la versión oficial sobre las circunstancias de esa muerte".
(...) El 4 de noviembre de 1984 (22 años después de su muerte) tuve ocasión de responder pormenorizadamente a las preguntas que me hicieron los dos ayudantes del fiscal responsables de la investigación oficial sobre la muerte de Marilyn Monroe. (...) Los inspectores estaban interesados en hallar respuestas a tres cuestiones derivadas de mi informe:
1. La autopsia señalaba que el estómago se hallaba "casi totalmente vacío". ¿Cómo podía ocurrir tal cosa cuando Monroe acababa de ingerir una cantidad masiva de píldoras?
2. ¿Por qué no se hallaron comprimidos a medio digerir, polvos o alguna irritación rojiza en las paredes estomacales?
3. Monroe había ingerido una gran cantidad de nembutales amarillos, así que debían aparecer restos de tinte amarillo en las paredes de la garganta, el esófago y el estómago. ¿Por qué no se detectó ninguna coloración amarilla?
La cuarta pregunta se refería al examen externo del cuerpo de Monroe. Se sabía que el doctor Greenson le había puesto a Monroe su inyección habitual la víspera de su muerte, pero en su cuerpo no se había apreciado ninguna marca. ¿Por qué?
Para contestar a la primera pregunta, la concerniente al estómago vacío, inicié mi explicación recurriendo a un hecho cotidiano.
Cuando pruebas comida exótica que no "se aviene" contigo, en ocasiones sufres una indigestión, lo cual significa que el estómago rechaza la comida y no permite que pase fácilmente a los intestinos.
Sin embargo, cuando ingieres una comida que estás habituado a comer (un filete, por ejemplo), no se produce tal indigestión y la comida pasa fluidamente hasta los intestinos. Lo mismo sucede con las pastillas cuando las toman consumidores habituales de drogas. Marilyn Monroe había abusado de los somníferos y el hidrato de cloral durante años.
Su estómago se había acostumbrado a las píldoras, así que las digería y las "volcaba" en el tracto intestinal. (...)
Para responder a la segunda pregunta, sobre la previsible presencia de pastillas a medio digerir, polvos o irritaciones en las paredes estomacales, me remití a mi informe, donde decía que "la mucosa presenta [...]una difusa hemorragia local".
En otras palabras, tras las paredes estomacales (la mucosa) había una mínima aunque extendida hemorragia, la irritación rojiza de la que hablaba el doctor Weinberg.
Les comenté a los inspectores que la tercera cuestión (el supuesto de que el tinte amarillo del Nembutal tenía que haber manchado las paredes internas de la garganta y el estómago) solo podía haber sido planteada por un lego en la materia.
En mi carrera me he topado en numerosas ocasiones con el Nembutal.
Parece tratarse de una de las drogas favoritas de quienes planean suicidarse.
Expliqué a los ayudantes del fiscal que si uno coge una pastilla amarilla de Nembutal, se la pasa por los labios para humedecerla y, por último, se frota el dedo en ella, no se mancha con ningún tinte amarillo.
El Nembutal viene en una cápsula especial que no destiñe al ser ingerida.
Respecto a la pregunta de por qué no se habían hallado marcas de pinchazos cuando se tenía constancia de que el doctor Greenson sí había inyectado a Monroe, contesté que las señales dejadas por agujas quirúrgicas muy finas como la usada por el doctor Greenson se cerraban al cabo de pocas horas, borrándose así todo vestigio de ellas.
Solo pueden detectarse los pinchazos muy recientes.
El doctor Greenson había puesto esa última inyección cuarenta y ocho horas antes de la autopsia.
Por tanto, era lógico que yo no hallara ninguna marca reciente.
'Cadáveres exquisitos', de Thomas T. Noguchi. Global Rhythm Press. Precio: 19,50 euros.
Encontraron a la famosa actriz tendida sin ropa sobre la cama.
En una imagen conmovedora que se transmitió como un rayo por todo el mundo, yacía muerta con un brazo extendido y la mano en el teléfono.
El sargento Jack Clemmons, inspector de guardia en la comisaría de Los Ángeles Oeste, registró una llamada del doctor Greenson informando sobre la muerte de Monroe a las 4.25 de la mañana del domingo. "¿Marilyn Monroe?", se preguntó.
Debía de ser una broma.
En lugar de dar aviso a una patrulla, como hubiera hecho normalmente, fue en persona a comprobar la veracidad de la llamada.
Clemmons comenzó a sospechar de inmediato sobre las circunstancias de aquella muerte.
Para empezar, había algo que no cuadraba con el tiempo: la señora Murray (la enfermera-asistenta que cuidaba de Monroe) comentó que habían encontrado el cuerpo poco después de la medianoche y, sin embargo, la policía no fue avisada hasta las 4.25.
¿Qué sucedió mientras tanto? El doctor Greenson declaró que había telefoneado a los estudios y a colaboradores de Monroe, pero el sargento no se creyó que esas llamadas le hubieran podido ocupar cuatro horas.
¿Alguien se había encargado de destruir las pruebas de un delito?
Hallaron el cuerpo poco después de medianoche,
pero la policía fue avisada a las 4.25. ¿Qué ocurrió mientras tanto?
El análisis de sangre mostraba dosis mortales tanto de hidrato de cloral, como de pantobarbital (nembutal)
Algunos defendían que Robert Kennedy había volada a Los Angeles para supervisar el asesinato de Marilyn
Lionel Grandison dijo que vio el diario de Marilyn en la oficina forense, pero que al día siguiente ya no estaba
Esa misma mañana fui a la oficina forense para iniciar mi jornada laboral.
En mi condición de ayudante me tocaba trabajar todos los domingos y a veces los siete días de la semana, pues andábamos cortos de personal y el trabajo se acumulaba.
Pero esa mañana percibí que algo extraño sucedía.
El doctor Curphey había telefoneado temprano a la oficina para dejarme un mensaje.
La nota que había sobre mi escritorio rezaba: "El doctor Curphey quiere que el doctor Noguchi haga la autopsia de Marilyn Monroe".
En una situación normal era un trabajo indicado para un médico forense con más experiencia.
Y, sin embargo, el doctor Curphey se había molestado en llamar un domingo a primera hora para adjudicarme la tarea. (...)
El cadáver que se hallaba sobre la mesa 1 estaba cubierto por una sábana blanca.
Lo destapé lentamente y me detuve.
Me costó unos instantes hacerme a la idea de que estaba contemplando el rostro de la verdadera Marilyn Monroe. (...) Sabía que el mundo entero exigiría saber qué había ocurrido con un personaje tan querido.
Sintiendo ya esa carga, comencé el examen. No hallé ni una sola marca de aguja, y eso es lo que consigné en el diagrama corporal del informe.
Sin embargo, curiosamente, sí encontré señales que podían indicar violencia: también apunté esos hallazgos en el diagrama.
En la región lumbar, a la izquierda, Monroe presentaba una ligera equimosis, un hematoma cárdeno resultado de una pequeña hemorragia ocurrida dentro de los tejidos. (...) ¿Pero tenía relación con su muerte o había sido fruto de un percance doméstico como, por ejemplo, el tropiezo con una mesa?
En ese momento creí que el traumatismo no tenía conexión alguna con el deceso.
Tanto su ubicación, justo por encima de la cadera, como sus reducidas dimensiones me hacían descartar la violencia como causa.
Habría resultado más lógico encontrar heridas recientes alrededor del cuello o la cabeza en el caso de que Monroe hubiera sido atacada.
No obstante, ese hematoma sigue sin tener hoy una explicación.
Y, tratándose de un posible indicio de violencia, no deja de ser curioso que haya pasado desapercibido para la mayoría de los periodistas de investigación que se han interesado más tarde por el tema.
En mi informe expuse las conclusiones de la autopsia.
Empezaba así: "Examen externo: el cuerpo sin embalsamar pertenece a una mujer caucásica de treinta y seis años y buena constitución, sana, con cincuenta y tres kilos de peso y un metro sesenta y seis de estatura.
El cuero cabelludo está cubierto por una melena de color rubio oxigenado. Ojos azules.[...] Se advierte una leve equimosis entre la cadera izquierda y el lado izquierdo de la región lumbar".
A continuación, el informe pasaba a detallar el examen interno de los sistemas cardiovascular, respiratorio, hepático y biliar, sanguíneo y linfático, endocrino, urinario, reproductor y digestivo.
Fue la sección que analizaba el sistema digestivo la que más tarde creó la controversia y llevó a decir a los partidarios de la conspiración que "probaba" el asesinato de Monroe, puesto que yo no había detectado ningún rastro del paso de píldoras por el estómago o el intestino delgado.
Ningún resto.
Ningún cristal refractario, aunque los frascos de píldoras recogidos mostraban que Monroe había ingerido entre cuarenta y cincuenta nembutales y abundantes cápsulas de hidrato de cloral.
Por todo ello, los defensores de la teoría del asesinato aducían que alguien le había inyectado a Monroe las drogas que la mataron.
(...) El informe del laboratorio toxicológico aún añadiría más leña al fuego.
Llegó a mis manos varias horas después de que finalizara la autopsia y, nada más comenzar a leerlo, disparó mis alarmas.
Yo había enviado, junto con el hígado, muestras de sangre para realizar las pruebas de alcohol y barbitúricos. Además, había remitido otros órganos para "un posterior análisis toxicológico", entre ellos el estómago con su contenido y el intestino.
De inmediato me percaté de que los técnicos del laboratorio no habían examinado esos órganos: se habían limitado a analizar la sangre y el hígado.
¿A qué se debía esa omisión en lo que hoy constituye el proceder rutinario del departamento?
Los datos arrojados por los análisis de la sangre y el hígado, unidos al frasco vacío de Nembutal y al parcialmente vacío (faltaban 40 cápsulas sobre un total de 50) de hidrato de cloral, apuntaban de forma tan contundente hacia el suicidio que el toxicólogo jefe, Raymond J. Abernathy, no había considerado necesario proseguir con el resto de las pruebas.
En concreto, el análisis de sangre mostraba 8,0 mg% de hidrato de cloral, y el hígado, 13,0 mg% de pentobarbital (Nembutal), en ambos casos dosis ciertamente mortales.
Aun así, debí haber insistido en que se analizaran todos los órganos, especialmente el contenido del estómago y algunos segmentos del intestino.
Pero no actué con diligencia.
Siendo un subalterno, consideré inútil cuestionar las decisiones de los jefes en un asunto de procedimiento.
Además, las pruebas me habían persuadido, al igual que a los toxicólogos, de que Marilyn Monroe había ingerido una cantidad de fármacos suficiente para provocarse la muerte.
Cuando al cabo de unos días se hicieron públicas las conclusiones del médico forense, los medios saltaron raudos sobre esa omisión.
Yo quería rectificar el error, pero ya era demasiado tarde.
Unas semanas después le pregunté a Abernathy si había conservado los órganos de Monroe que le había remitido. En caso afirmativo, aún teníamos una oportunidad de analizarlos.
Me contrarió escucharle decir: "Lo siento, pero nos deshicimos de todo tras cerrarse el caso". Sabía que los medios denunciarían un encubrimiento.
Acerté. Las más variadas teorías acerca de un hipotético asesinato brotaron de inmediato y han persistido hasta hoy.
Los partidarios de la teoría del crimen, trabajando con la hipótesis de que tanto la fallecida como el "diario" en su poder representaban una amenaza para Robert Kennedy, destacaban el hecho de que Kennedy había volado a San Francisco el 3 de agosto de 1962, víspera de la muerte de Marilyn Monroe. (...)
Lo que algunos defendían era que Kennedy había volado a Los Ángeles para supervisar el asesinato de Marilyn Monroe. Según se dijo, Robert Slatzer (amigo y confidente de Marilyn) habló con una mujer que vivía en la misma manzana que Monroe y esta declaró que había visto a Kennedy, acompañado por un hombre que llevaba un maletín de médico, entrando en casa de Monroe la tarde del sábado.
De acuerdo con el guión de Slatzer, el hombre del maletín le había inyectado a Monroe las drogas que acabaron con su vida.
La "prueba" de una participación directa de Kennedy en el asesinato de Monroe era tan estrambótica que incluso otros adalides de la idea conspirativa la rechazaron.
Muchos esgrimían una segunda teoría.
Creían que el crimen fue perpetrado por agentes corruptos de la CIA inquietos ante la posibilidad de que Monroe guardara en su diario informaciones suministradas por Kennedy.
Algunos datos parecían corroborar la existencia de tal diario. En 1962, Lionel Grandison era un ayudante del forense con funciones administrativas; él fue quien firmó el certificado de defunción de Marilyn Monroe y, según declaró más tarde, llegó a ver el diario en la oficina forense, aunque al día siguiente había desaparecido.
El conocido especialista en pinchazos telefónicos Bernie Spindel aportó otra presunta "prueba" sobre la participación de Kennedy en la muerte de Monroe.
La casa de Spindel, que estaba reuniendo datos contra Kennedy por cuenta del líder del sindicato de camioneros Jimmy Hoffa, había sido registrada por la fiscalía de Nueva York. Los partidarios de la teoría del crimen resaltaban que Kennedy era en aquel momento senador por Nueva York y amigo de Frank Hogan, fiscal del distrito. En su opinión, Kennedy estaba detrás de la operación.
Las cintas de Spindel, confiscadas durante el registro, nunca fueron devueltas, y este se querelló para recuperar "cintas y otras pruebas relacionadas con la muerte de Marilyn Monroe que refutan con rotundidad la versión oficial sobre las circunstancias de esa muerte".
(...) El 4 de noviembre de 1984 (22 años después de su muerte) tuve ocasión de responder pormenorizadamente a las preguntas que me hicieron los dos ayudantes del fiscal responsables de la investigación oficial sobre la muerte de Marilyn Monroe. (...) Los inspectores estaban interesados en hallar respuestas a tres cuestiones derivadas de mi informe:
1. La autopsia señalaba que el estómago se hallaba "casi totalmente vacío". ¿Cómo podía ocurrir tal cosa cuando Monroe acababa de ingerir una cantidad masiva de píldoras?
2. ¿Por qué no se hallaron comprimidos a medio digerir, polvos o alguna irritación rojiza en las paredes estomacales?
3. Monroe había ingerido una gran cantidad de nembutales amarillos, así que debían aparecer restos de tinte amarillo en las paredes de la garganta, el esófago y el estómago. ¿Por qué no se detectó ninguna coloración amarilla?
La cuarta pregunta se refería al examen externo del cuerpo de Monroe. Se sabía que el doctor Greenson le había puesto a Monroe su inyección habitual la víspera de su muerte, pero en su cuerpo no se había apreciado ninguna marca. ¿Por qué?
Para contestar a la primera pregunta, la concerniente al estómago vacío, inicié mi explicación recurriendo a un hecho cotidiano.
Cuando pruebas comida exótica que no "se aviene" contigo, en ocasiones sufres una indigestión, lo cual significa que el estómago rechaza la comida y no permite que pase fácilmente a los intestinos.
Sin embargo, cuando ingieres una comida que estás habituado a comer (un filete, por ejemplo), no se produce tal indigestión y la comida pasa fluidamente hasta los intestinos. Lo mismo sucede con las pastillas cuando las toman consumidores habituales de drogas. Marilyn Monroe había abusado de los somníferos y el hidrato de cloral durante años.
Su estómago se había acostumbrado a las píldoras, así que las digería y las "volcaba" en el tracto intestinal. (...)
Para responder a la segunda pregunta, sobre la previsible presencia de pastillas a medio digerir, polvos o irritaciones en las paredes estomacales, me remití a mi informe, donde decía que "la mucosa presenta [...]una difusa hemorragia local".
En otras palabras, tras las paredes estomacales (la mucosa) había una mínima aunque extendida hemorragia, la irritación rojiza de la que hablaba el doctor Weinberg.
Les comenté a los inspectores que la tercera cuestión (el supuesto de que el tinte amarillo del Nembutal tenía que haber manchado las paredes internas de la garganta y el estómago) solo podía haber sido planteada por un lego en la materia.
En mi carrera me he topado en numerosas ocasiones con el Nembutal.
Parece tratarse de una de las drogas favoritas de quienes planean suicidarse.
Expliqué a los ayudantes del fiscal que si uno coge una pastilla amarilla de Nembutal, se la pasa por los labios para humedecerla y, por último, se frota el dedo en ella, no se mancha con ningún tinte amarillo.
El Nembutal viene en una cápsula especial que no destiñe al ser ingerida.
Respecto a la pregunta de por qué no se habían hallado marcas de pinchazos cuando se tenía constancia de que el doctor Greenson sí había inyectado a Monroe, contesté que las señales dejadas por agujas quirúrgicas muy finas como la usada por el doctor Greenson se cerraban al cabo de pocas horas, borrándose así todo vestigio de ellas.
Solo pueden detectarse los pinchazos muy recientes.
El doctor Greenson había puesto esa última inyección cuarenta y ocho horas antes de la autopsia.
Por tanto, era lógico que yo no hallara ninguna marca reciente.
'Cadáveres exquisitos', de Thomas T. Noguchi. Global Rhythm Press. Precio: 19,50 euros.
LA MIRADA DE BORIS IZAGUIRRE LA PARADOJA Y EL ESTILO
Quo vadis, Silvio?
El escritor y showman inicia hoy una colaboración semanal con el diario EL PAÍS. En la sección de gente de los sábados trazará su incisiva radiografía de personajes de la sociedad nacional e internacional
Hasta que las manifestaciones por la caída de su régimen acorralaran a Hosni Mubarak, el único líder político en peligro era Silvio Berlusconi.
Aunque compartan predilección por el pelo teñido y liftings no oficiales, Mubarak está en aprietos, Silvio con más votantes.
En Egipto, criticar el aspecto de su líder era tabú. En Berlusconi, la estética no ha sido una ideología. Es su máximo legado.
El 'sexy' en las 'velinas', no está tanto en el traje como en el triángulo pelo, busto, pie
Históricamente, Roma ha utilizado el talento y la expresión artística de sus colonias o vecinos y les ha dado ese plus de elegancia y estilo que a partir de los ochenta del siglo pasado se denomina made in Italy.
En la antigüedad y antes de la II Guerra Mundial, Italia cogía el cuero cartaginés, lo teñía y curaba de una forma distinta, volviéndolo italiano y mundialmente reconocible.
Si Armani y Valentino consiguieron unificar ese poderío a favor de la industria de la moda, igual que Agnelli y la Fiat con los coches, Berlusconi lo ha hecho con el gusto de finales del siglo XX hasta nuestros días, periodo que coincide con su poder absoluto.
¿Cómo es ese estilo? Vulgar para unos, atractivo e inclasificable para muchísimos.
Sin duda fascinante, porque aun criticado, consigue reforzarse en sus contradictorios valores: machista, nuevo rico, más excesivo que Versace. Funciona a la perfección para esconder los alcances de sus acciones y propulsar a Silvio como ídolo señalado pero jamás penalizado de una era.
Berlusconi ostenta sus teñidos capilares desde los años noventa y el mérito de abrir camino con los injertos recién cambiado el siglo.
Su apuesta por la vanguardia cosmética masculina es una extensión de su arrojo como hombre de empresa.
Si bien polémico, su aspecto final se ha establecido como la única opción para el maduro moderno y termina por congraciarle con una parte de su electorado, de su misma edad o, ineludiblemente, con los mismos problemas de idealización por la juventud eterna.
Con esa base sólida, Berlusconi apuesta siempre a más.
El elenco de mujeres en torno a los escándalos Berlusconi es invariable.
Jóvenes, divertidas, con algún estudio profesional que en realidad solo sirve para camuflar las ancianas y nunca vencidas estructuras machistas en las cuales la mujer no vale por sí misma sino por lo que un varón puede hacer por ella.
Por encima de sus estudios y ambiciones, su belleza física y la exaltación de la misma resultan sus únicas y mejores armas.
En una oscura película de Max Ophüls, Atrapada, Barbara Bel Geddes (la célebre matriarca de la serie Dallas) interpreta a una agraciada señorita de sincera pobreza que enamora a un excéntrico millonario que la encierra en una impresionante mansión impidiéndole cualquier otra ambición personal o profesional.
Las damiselas Berlusconi no quedan tan atrapadas como la ficción, pero acceden a través de su amistad a castillos modernos como la televisión, específicamente su apartado berlusconiano: la llamada telerrealidad.
La otra opción, escaños en un Parlamento para exhibir su particular criterio en el maquillaje y el vestir, que mezcla a la perfección sedas de un harén en Constantinopla con maletines de cuero para el Capitolio estadounidense.
Es la forma de vestir de la más interesante de las velinas, la ex higienista dental, Nicole Minetti, hoy consejera regional del partido de Berlusconi.
Minetti no quita protagonismo a una de sus armas de estilo Berlusconi: el pelo. Lo toca y lo mueve ante las cámaras aprobando leyes.
A falta de una corona, el peinado ofrece majestuosidad a las chicas de clase media criadas en la Italia de la exageración.
El triunfo del estilo Berlusconi es demostrar que la corrupción cuando se expone, maravilla. Fascina la capacidad de saltarse todos los controles y esquivar la justicia hasta el final. El que fracasa, el que es finalmente atrapado y juzgado, viene a significar el prototipo actual del perdedor.
Berlusconi es el triunfador, sus harenes particulares en sus casas de Cerdeña o Roma, cada día dejan de ser oprobiosos para difundir una complicidad escapista con el hombre común.
Las revelaciones sobre este harén, las cenas copiosas de sustancias y sexo, según algunos o de "conversaciones cultas y educadas", de acuerdo con sus defensoras, terminan por suscitar un cosquilleo de querer verlas por dentro.
Observar estas nuevas diosas del sexo, labios intervenidos imitando los morros de Monica Bellucci, melenas atiborradas de productos químicos para lucir mas "naturales". Todas paseándose delante de hombres que no han tenido ni la suerte ni el dinero de Berlusconi para frenar el paso del tiempo.
En ese cuadro decadente y actual, resalta otro ingrediente del glamour berlusconiano: la importancia del calzado.
El sexy actual, al menos en las velinas, no está tanto en el traje sino que se mueve serpentino en el triángulo pelo, busto, pie. Más busto, más poder.
Y el zapato de la velina, perturba por su tacón, su sádico diseño.
La comodidad queda para los que no están en la fiesta, el electorado que aplaude.
Hollywood, ese gran demiurgo de las ideologías modernas, adivinó todo esto. En Quo vadis, (Mervyn LeRoy, 1951), filme bíblico en lascivo tecnicolor, Deborah Kerr interpreta una esclava en la Roma de Nerón enamorada del cristianismo, equivalente a ser feminista cincuentona, virgen de cirugías estéticas en la Roma de Berlusconi.
La esclava gusta mucho al emperador y a su entorno.
Logran escabullirla en una de esas fiestas de Nerón, por la que toda Roma mata por ser invitado.
Llega al evento y la visten y maquillan otras ya adiestradas.
Asustada pero a la última moda del mundo antiguo, la esclava se adentra en los salones del palacio imperial.
Y lo que allí sucede, recuerda lo que Berlusconi debe ofrecer a sus velinas sean o no sobrinas de Mubarak. Un despliegue de comidas copiosas en sabores y colores; bailarines multirraciales de poca ropa. Hombres con mini y maxitogas arremolinándose en torno a las esclavas e invitadas con sandalias de aprovechables diseños. Se muerden piernas de mujeres, se desgarran patas de animales. El final de Kerr en Quo vadis es salir a la arena del Coliseo a ser devorada por unos leones hambrientos. El de las mujeres de estilo Berlusconi lo podemos ver en cualquiera de sus televisiones o hemiciclos: consigan lo que consigan como seres humanos, estarán siempre sometidas a la esclavitud de la belleza y una feminidad servil. Y él, Silvio emperador, vitoreado, hinchado de machismo e impunidad.
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