Cortázar tenía 70 años cuando murió en París, en febrero de 1984, aunque parecía que iba a ser eterno. Las cartas de sus últimos años son un autorretrato de su época, el intento de un abrazo latinoamericano .
Hay que repasar las cartas del último periodo de la vida de Julio Cortázar para entender de nuevo por qué se le quería tanto. En la vida y en la literatura.
Había viajado a París para hacerse un escritor y se hizo entonces un latinoamericano
El 'caso Padilla' fue un latigazo que dividió al mundo en dos partes difícilmente conciliables
En esas cartas, que editó su primera mujer, Aurora Bernárdez, está la crónica más completa de su vida; que un hombre tan privado contara tanto de lo que le sucedía, muestra hasta qué punto quiso ser abrazado y entendido incluso cuando más distante se mostraba respecto al recuento de sus propias vicisitudes.
De su intimidad dice poco, pero de su dolor dice muchísimo.
Leí ahora otra vez esas cartas; tras esa lectura, como el pago de una deuda que uno tiene con quien le regaló un tesoro, anidó en mí un afecto muy especial por el hombre, esa persona que disimuló sus tormentos a veces con altivez y a veces con una timidez que le atosigaría toda la vida.
En estas cartas estallan todos los conflictos literarios y políticos que acuciaron la vida de Cortázar en una época crucial del devenir latinoamericano. Digamos que el autor de Rayuela, que había viajado a París para hacerse un escritor, se hizo entonces, y rabiosamente, un latinoamericano, con todas sus contradicciones.
Hubo varios detonantes. El más doloroso fue el caso Heberto Padilla, tras la detención y la confesión obligatoria y que convirtieron al poeta en un elemento central de la perplejidad con que la intelectualidad latinoamericana y española (y mundial) acogió los métodos del castrismo para tratar a aquellos que se apartaran del redil. Cortázar firmó una primera carta reclamando información a Fidel Castro acerca de este episodio que iba a ser tan pegajoso después. La reacción de la dictadura fue alevosa; Castro arremetió contra esos intelectuales que pedían cuentas. Y Cortázar no se esperaba esa reacción altamente intimidatoria. Hasta el punto de que reclamó más detalles a Roberto Fernández Retamar y a Haydée Santamaría, que eran guardianes intelectuales de Casa de las Américas.
La lectura de las cartas que Cortázar escribió durante ese volcán, que tuvo su epicentro en 1970, produce hoy muchísimo dolor; en primer lugar, porque apunta a un periodo en el que muchos vivimos las contradicciones derivadas de nuestra propia relación con la Revolución. Aquello fue un latigazo que dividió el mundo en dos partes difícilmente conciliables: los que consideraban, como Fidel, que fuera de la Revolución nada estaba permitido y los que creían que la Revolución había roto su compromiso con lo que de ejercicio de la libertad hay en la cultura.
Aquel periodo dejó muchísimas heridas, que aún siguen abiertas. Cortázar aceptó que para la Revolución era complicado aceptar a los disconformes, siguió pidiendo información sobre lo que sucedía, pero, a juzgar por su actitud que en las cartas queda explícita, aceptó lo que le decían sus queridos amigos Haydée (a quien empezó tratando de usted hasta que, para gran regocijo suyo, se tutearon) y Roberto. A veces en esa relación con Cuba hubo tropezones, y a veces Cortázar se encrespó, pero volvió pronto a sosegarse. El sosiego no podía ser completo, claro, porque como resultado de esas escaramuzas había arañado relaciones o sentimientos que para él eran claves, como escritor y como ser humano. Por ejemplo, Mario Vargas Llosa. Ya forma parte de la historia, pero en aquel momento la historia era explosiva. Vargas Llosa, como otros intelectuales y escritores hispanoamericanos, habían declarado su ruptura con el castrismo, se cruzaron cartas, y Cortázar se quedó en el lado de allá, en el lado de Cuba. Son muy conmovedoras las cartas de reencuentro, aunque sutiles; reconstruyen la relación familiar (a los hijos de Patricia y de Mario Julio los llamaba "sobrinos"), y volvió esa familiaridad a marcar la vida epistolar. Se palpa en algunos párrafos la incomodidad habida, al menos en el lado de Cortázar, que es el que conocemos, pero se advierte en esos filamentos sentimentales que dominan su correspondencia cuánto le importaba que una riña de carácter político rompiera el espejo de viejas amistades.
Eran fechas decisivas; Julio Cortázar era ya el novelista de Rayuela, una novela que fue nuestro regocijo y que marcó su relación con miles de lectores, aunque no toda su obra posterior, que en algún momento decidió marcar con la impronta de sus compromisos. Aquel suceso cubano, se ve en las cartas, marcó su manera de relacionarse con la realidad latinoamericana, apostó por sus revoluciones y por sus guerras populares, y, sobre todo, a favor de la Revolución sandinista. En la correspondencia que tiene con Mario Muchnik, su editor, y con otros amigos de la época, está claro que quiere luchar por Nicaragua, como símbolo de su compromiso con el continente del que partió un día para ser el escritor que ya era. Le dolían entonces, y le dolerían aún más luego, los lugares comunes que se lanzaron en Argentina (sobre todo en la Argentina de los militares) sobre su supuesta lejanía civil de los problemas que acaecían en su país y en otros sitios de aquel continente; que Francia (François Mitterrand) le concediera el pasaporte francés, después de tantos años en ese suelo, fue tachado allí como una traición, y Cortázar vivió esa denuncia como una de las heridas difíciles de su existencia.
La sombra militar que cayó sobre Chile, su separación (que en las cartas se adivina traumática) de su esposa Ugné Kurvelis (que por un tiempo seguiría siendo su agente) y el ir y venir constante de Europa a América, para defender a los nicaragüenses, para visitar a los cubanos y para expresar su solidaridad con los chilenos que sufrían, en el exilio o en el interior, la dictadura de Pinochet, marcaron su actitud y limitaron su tiempo para dedicarse de veras a la literatura.
Lo dice, es un elemento principal de las cartas: no tengo tiempo, me voy de viaje, sufro por ello. Su militancia política fue el eje de esos años; su desamor, es decir, su ruptura sentimental con Kurvelis, ensombreció también su ánimo.
Hasta que verdaderamente apareció una luz en el camino, Carol Dunlop.
Esta joven canadiense, escritora cuya literatura él mimó como la mimó a ella misma, le devolvió a Julio Cortázar la sensación que desprendía sus libros míticos, como La vuelta al día en ochenta mundos o Rayuela, que eran artefactos en los que estaba él todo el rato tratando de sobrevivir alegre en medio de una cultura que le desbordó y a veces le ahogó en una gozosa inventiva.
Carol le devolvió a ese universo; en medio de padecimientos que los aquejaron sucesivamente, y que en ambos casos fueron de origen misterioso y abrupto, inventaron un viaje que iba a simbolizar ese regreso de Cortázar a una intimidad narrativa que dejaba atrás el compromiso político como eje singular de su vida. Seguía comprometido, ahora sobre todo con los chilenos y con los nicaragüenses, pero quería emprender un viaje que era un juego.
La correspondencia de entonces, que precede a la muerte de Carol y que precede también a la otra desgracia de su muerte, es como una larga carta de amistad a todos aquellos que le acompañaron a lo largo de más de medio siglo.
Extrañado del infortunio, seguía jugando. Le había ganado la pelea, pero seguía adicto al juego, con América en el corazón cansado.
En la última carta le dice a su amigo Jean Andreu, el 28 de diciembre de 1983, un mes y pico antes de morir: "Sigo enfermo y no puedo escribirte largo. Te agradezco tus páginas sobre lo que viste en la Argentina. [...] Pienso volver en marzo y quedarme dos meses para ir un poco al interior.
Me reciben con mucho amor y no se enojaron por lo que dije en las entrevistas. Se creen ya en democracia los ilusos; les insistí en que ahora había que edificar la democracia, y no sobre una base paternalista y piramidal, Alfonsín reemplazando a Perón el mito. ¿Serán capaces? Ojalá, ¡pero cuántos chantas hay por allá! Esperemos y peleemos".
Esperar y pelear; su esperanza cayó en la casilla vacía.
Las cartas te llevan a quererle más porque sus saltos desolados son, vistos en perspectiva, los que también vivió su turbulenta, rara, ilusionadísima época.
13 ene 2011
Cine sin cine DAVID TRUEBA
Los próximos Goya, cuyas nominaciones ya son públicas, pretenden recuperar la cercanía del cine con la calle y trasladarse al centro de Madrid.
Cuando el cine fue desterrado de las pequeñas poblaciones y las barriadas urbanas para ser llevado a los centros comerciales como reclamo a la compra y consumo de fin de semana, se hizo aún más difícil el equilibrio entre el valor artístico y el industrial, la palomita y la vertiente cultural.
El viernes en La 2, el programa que presenta Jordi Costa, Singular.es, emitió un interesante documental de Andrés Hispano.
Fragmentos para una historia del otro cine español. Recorría las apuestas a veces suicidas por un cine experimental en las que el público mayoritario es refractario a adentrarse. Al final limitar las dimensiones posibles de cualquier expresión artística es como reducir la semana a dos días.
El cine del sábado y domingo no deja sitio al del resto de la semana.
Gracias a una iniciativa de la revista Cahiers para editar en DVD películas a las que no se quiso hacer hueco en las salas de cine españolas, se puede ver Wendy and Lucy. A través del cuento de una chica y su perro, la estupenda directora Kelly Reichardt retrata la soledad, la prevención y el miedo bajo el que nos toca vivir hoy.
El sábado Versión española proyectó El Sur de Víctor Erice con Icíar Bollain y Antonio Gala de invitados.
Se habló mucho de la parte de la película que Erice no pudo rodar por desavenencias con el productor, pero se recordó que en su día logró el éxito pese a lo delicado de la propuesta.
En El Sur, Rafaela Aparicio con una sencillez pasmosa resuelve todas las disputas intelectuales entre lo popular y lo exquisito.
Cuando ella irrumpe, su ternura nada esforzada derrite el hielo de unos personajes literarios distantes y reprimidos. Esa llaneza sin cálculo unida a la precisión de la propuesta rompe las costuras del cine, dándole la magnitud del arte pero con placer primario y popular.
Rafaela resuelve la ecuación imposible.
El cine ha perdido la calle como los niños han perdido la calle. Pero en otras pantallas más íntimas, al margen de la explotación más industrial resiste el cine sin cines, en ciudades sin ciudad.
Cuando el cine fue desterrado de las pequeñas poblaciones y las barriadas urbanas para ser llevado a los centros comerciales como reclamo a la compra y consumo de fin de semana, se hizo aún más difícil el equilibrio entre el valor artístico y el industrial, la palomita y la vertiente cultural.
El viernes en La 2, el programa que presenta Jordi Costa, Singular.es, emitió un interesante documental de Andrés Hispano.
Fragmentos para una historia del otro cine español. Recorría las apuestas a veces suicidas por un cine experimental en las que el público mayoritario es refractario a adentrarse. Al final limitar las dimensiones posibles de cualquier expresión artística es como reducir la semana a dos días.
El cine del sábado y domingo no deja sitio al del resto de la semana.
Gracias a una iniciativa de la revista Cahiers para editar en DVD películas a las que no se quiso hacer hueco en las salas de cine españolas, se puede ver Wendy and Lucy. A través del cuento de una chica y su perro, la estupenda directora Kelly Reichardt retrata la soledad, la prevención y el miedo bajo el que nos toca vivir hoy.
El sábado Versión española proyectó El Sur de Víctor Erice con Icíar Bollain y Antonio Gala de invitados.
Se habló mucho de la parte de la película que Erice no pudo rodar por desavenencias con el productor, pero se recordó que en su día logró el éxito pese a lo delicado de la propuesta.
En El Sur, Rafaela Aparicio con una sencillez pasmosa resuelve todas las disputas intelectuales entre lo popular y lo exquisito.
Cuando ella irrumpe, su ternura nada esforzada derrite el hielo de unos personajes literarios distantes y reprimidos. Esa llaneza sin cálculo unida a la precisión de la propuesta rompe las costuras del cine, dándole la magnitud del arte pero con placer primario y popular.
Rafaela resuelve la ecuación imposible.
El cine ha perdido la calle como los niños han perdido la calle. Pero en otras pantallas más íntimas, al margen de la explotación más industrial resiste el cine sin cines, en ciudades sin ciudad.
Grandes de la ópera mundial al servicio de Gluck
'Iphigénie en Tauride' reúne en el Teatro Real a Robert Carsen, Thomas Hengelbrock, Plácido Domingo, Susan Granham y Paul Groves .
Se trata de un acontecimiento escénico de esos con los que pocas veces se puede soñar, pero Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real está acostumbrado a no reprimir todo tipo de fantasías en sus sueños.
Iphigénie en Tauride, una de las mejores óperas de todos los tiempos y la más emblemática de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), se representa por primera vez como ópera en el Teatro Real de Madrid.
sólo puedo decir que hasta la fecha no se ha superado en absoluto", apunta Hengelbrok, quien a pesar de estar acostumbrado a trabajar con instrumentos originales destaca la flexibilidad de la orquesta con la que ha trabajado a fondo buscando un sonido diferente.
"Es una ópera intensa que ahonda en las emociones humanas", comenta el canadiense Carsen. "En Iphigénie vemos como a través de la tragedia, del dolor, se produce una limpieza del alma, y el público que está sufriendo igualmente, también puede participar de esa limpieza depuradora", comenta el director escénico de este título que ya ha abordado, con parte de este equipo, en varias ocasiones: "Cada vez estamos más cerca de lo que queremos y pretendemos conseguir, en Madrid es donde prácticamente estamos llegando a la meta final".
El director teatral, que cada vez es más reclamado por grandes coliseos operísticos del mundo, aunque nunca abandona su pasión por el teatro, (asegura que le gustaría trabajar en España con Nuria Espert o grandes actores) dice abordar este montaje en un momento muy especial de su carrera: "Y lo hago con una obra estupenda y dos repartos espectaculares; y encima en la ópera, que para mí es la síntesis de todas las artes; la posibilidad de juntarlas es inenarrable, hemos trabajado mucho para fusionar la música con el drama, con los sentimientos, con la sensibilidad que emana de la pieza, eso es muy importante".
Tesoro de directores escénicos
Tanto el alemán Hengelbrok como Graham es la primera vez que están en el Teatro Real, donde Iphigénia en Tauride sí se había paseado por el escenario (en la nueva vida que inició este coliseo a finales del siglo XX) de la mano de otra diosa alemana contemporánea, la coreógrafa Pina Bausch, desaparecida recientemente.
Carsen ha pasado a engrosar la lista de grandísimos directores escénicos que han puesto a lo largo del siglo XX, en pie esta pieza que no hay que confundir con Iphigénie en Áulide que Gluck estrenó en 1775. Entre ellos encontramos a Kleiber, Visconti (con la Callas), Ricardo Mutti, Liliana Cavani.
Y mientras Gerard Mortier, pergeñador del proyecto sonríe a todos, también encantado. "Ésta ópera fue una gran revolución y es muy importante contar con ella en el repertorio de un teatro como el Real, y además es de agradecer mucho que estén en ella grandísimos cantantes todos puestos al servicio de un gran compositor, porque Iphigénie... no es una ópera de estrellas, es coral, su grandiosidad emerge de la unión de todo, de todos, y ha sido emocionante y un gran placer ver la disciplina y concentración que han tenido los artistas a la hora de trabajar", señala Mortier.
Al Metropolitan
Iphigénie en Tauride, un tragedia lírica en cuatro actos con libreto en francés de Nicolas-François Guillard, (quien partió de las tragedias homónimas de Claude Guymond de la Touche y Eurípides), estrenada en París en 1779 (dos años después llegó la versión alemana a Viena), llega al Teatro Real procedente de producciones de Chicago, Londres y San Francisco. Y con otra producción, pero los mismos protagonistas, viajarán con esta ópera el próximo mes de febrero al Metropolitan de Nueva York. En este montaje de Madrid se ha contado con la orquesta y coro (con importante presencia en esta ópera) titulares del Teatro Real.
Plácido Domingo, que debutó hace 41 años en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, dijo que sin ese teatro la ópera en la capital de España no hubiera existido: "¡Bendito Teatro de la Zarzuela!", apunta el tenor español, quien en sus 3.500 actuaciones, interpretanco más de 130 papeles, sólo ha suspendido en tres ocasiones y a punto estuvo de hacerlo una cuarta cuando cantó hace 40 años La Gioconda en la Zarzuela y el público reaccionó con tal pasión que las lágrimas estuvieron a punto de impedirle continuar.
Hoy compagina su carrera como cantante, con la dirección de orquesta, la dirección artística de dos teatros de ópera norteamericanos y la dirección de tres programas educativos. Además es un artista comprometido con actividades humanitarias y a lo largo de su carrera se ha volcado con la difusión y la revitalización de la zarzuela y el acercamiento de la música clásica a nuevos públicos. Ahora con motivo de su 70 cumpleaños la Deustche Grammophon tiene previsto reeditar muchas de sus grabaciones.
Su pasión por la zarzuela le viene de familia. "Yo trabajo mucho, pero los que verdaderamente trabajaban era mis padres, que tenían una compañía de zarzuela que representaban dos zarzuelas diarias y al terminar ensayaban las dos del día siguiente y los domingos tres; crecí en ese ambiente y cuando me dicen 'trabajas mucho' digo ¡no!, los que trabajaban son ellos".
Se trata de un acontecimiento escénico de esos con los que pocas veces se puede soñar, pero Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real está acostumbrado a no reprimir todo tipo de fantasías en sus sueños.
Iphigénie en Tauride, una de las mejores óperas de todos los tiempos y la más emblemática de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), se representa por primera vez como ópera en el Teatro Real de Madrid.
sólo puedo decir que hasta la fecha no se ha superado en absoluto", apunta Hengelbrok, quien a pesar de estar acostumbrado a trabajar con instrumentos originales destaca la flexibilidad de la orquesta con la que ha trabajado a fondo buscando un sonido diferente.
"Es una ópera intensa que ahonda en las emociones humanas", comenta el canadiense Carsen. "En Iphigénie vemos como a través de la tragedia, del dolor, se produce una limpieza del alma, y el público que está sufriendo igualmente, también puede participar de esa limpieza depuradora", comenta el director escénico de este título que ya ha abordado, con parte de este equipo, en varias ocasiones: "Cada vez estamos más cerca de lo que queremos y pretendemos conseguir, en Madrid es donde prácticamente estamos llegando a la meta final".
El director teatral, que cada vez es más reclamado por grandes coliseos operísticos del mundo, aunque nunca abandona su pasión por el teatro, (asegura que le gustaría trabajar en España con Nuria Espert o grandes actores) dice abordar este montaje en un momento muy especial de su carrera: "Y lo hago con una obra estupenda y dos repartos espectaculares; y encima en la ópera, que para mí es la síntesis de todas las artes; la posibilidad de juntarlas es inenarrable, hemos trabajado mucho para fusionar la música con el drama, con los sentimientos, con la sensibilidad que emana de la pieza, eso es muy importante".
Tesoro de directores escénicos
Tanto el alemán Hengelbrok como Graham es la primera vez que están en el Teatro Real, donde Iphigénia en Tauride sí se había paseado por el escenario (en la nueva vida que inició este coliseo a finales del siglo XX) de la mano de otra diosa alemana contemporánea, la coreógrafa Pina Bausch, desaparecida recientemente.
Carsen ha pasado a engrosar la lista de grandísimos directores escénicos que han puesto a lo largo del siglo XX, en pie esta pieza que no hay que confundir con Iphigénie en Áulide que Gluck estrenó en 1775. Entre ellos encontramos a Kleiber, Visconti (con la Callas), Ricardo Mutti, Liliana Cavani.
Y mientras Gerard Mortier, pergeñador del proyecto sonríe a todos, también encantado. "Ésta ópera fue una gran revolución y es muy importante contar con ella en el repertorio de un teatro como el Real, y además es de agradecer mucho que estén en ella grandísimos cantantes todos puestos al servicio de un gran compositor, porque Iphigénie... no es una ópera de estrellas, es coral, su grandiosidad emerge de la unión de todo, de todos, y ha sido emocionante y un gran placer ver la disciplina y concentración que han tenido los artistas a la hora de trabajar", señala Mortier.
Al Metropolitan
Iphigénie en Tauride, un tragedia lírica en cuatro actos con libreto en francés de Nicolas-François Guillard, (quien partió de las tragedias homónimas de Claude Guymond de la Touche y Eurípides), estrenada en París en 1779 (dos años después llegó la versión alemana a Viena), llega al Teatro Real procedente de producciones de Chicago, Londres y San Francisco. Y con otra producción, pero los mismos protagonistas, viajarán con esta ópera el próximo mes de febrero al Metropolitan de Nueva York. En este montaje de Madrid se ha contado con la orquesta y coro (con importante presencia en esta ópera) titulares del Teatro Real.
Plácido Domingo, que debutó hace 41 años en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, dijo que sin ese teatro la ópera en la capital de España no hubiera existido: "¡Bendito Teatro de la Zarzuela!", apunta el tenor español, quien en sus 3.500 actuaciones, interpretanco más de 130 papeles, sólo ha suspendido en tres ocasiones y a punto estuvo de hacerlo una cuarta cuando cantó hace 40 años La Gioconda en la Zarzuela y el público reaccionó con tal pasión que las lágrimas estuvieron a punto de impedirle continuar.
Hoy compagina su carrera como cantante, con la dirección de orquesta, la dirección artística de dos teatros de ópera norteamericanos y la dirección de tres programas educativos. Además es un artista comprometido con actividades humanitarias y a lo largo de su carrera se ha volcado con la difusión y la revitalización de la zarzuela y el acercamiento de la música clásica a nuevos públicos. Ahora con motivo de su 70 cumpleaños la Deustche Grammophon tiene previsto reeditar muchas de sus grabaciones.
Su pasión por la zarzuela le viene de familia. "Yo trabajo mucho, pero los que verdaderamente trabajaban era mis padres, que tenían una compañía de zarzuela que representaban dos zarzuelas diarias y al terminar ensayaban las dos del día siguiente y los domingos tres; crecí en ese ambiente y cuando me dicen 'trabajas mucho' digo ¡no!, los que trabajaban son ellos".
Cambios en masculino
La alianza entre diseñadores vanguardistas y firmas de alcance masivo y el dominio de la Red marcan la temporada .
Vuelve "La Arruga es Bella"
Si algo no está estropeado, no lo arregles. Tan simple como efectivo credo preside el ánimo de la industria masculina cuando arranca su temporada de presentaciones para otoño/invierno 2011.
Con una optimista cautela, se vive estos días en la feria florentina Pitti Uomo y se preparan las pasarelas de Milán y París (la primera empieza el 15 de enero; la segunda, el 19). Las cifras del mercado internacional que allí se manejan son algo más esperanzadoras. Y centros comerciales como Saks (Nueva York), Liberty (Londres), La Rinascente (Milán) y Printemps (París) planean renovar o ampliar su área masculina este año. Algo tímidamente nuevo se divisa en el no siempre agitado horizonte de la moda para hombre.
- Virtual o real. "La forma de comprar de los hombres ha cambiado muchísimo en los últimos dos años", opina Goyo Otero, que regenta en Madrid tiendas como Mini y Sportivo. "Ahora están metidos en Internet y saben mucho más, conocen las marcas y quieren cosas distintas. Que les sorprendan".
La Red no solo dinamiza los comercios tradicionales. El trío moda, hombres e Internet alcanzará su clímax con el lanzamiento de Mr.Porter. La versión masculina del exitoso portal de comercio electrónico de lujo Net-a-porter -propiedad del grupo Richemont desde 2010- está prevista para este mes.
- Moda en la mochila. La alianza entre diseñadores vanguardistas y marcas de alcance masivo es cualquier cosa menos noticia. Pero llama la atención la categoría de los últimos creadores que se han apuntado a la estrategia. Adam Kimmel se une a Carhartt en una colección de ropa que se venderá en mayo. El estadounidense, que presenta en París, ha ideado desde vaqueros hasta camisas, chaquetas y bolsas. Por su parte, el belga Kris Van Assche presentará en su desfile parisiense del 21 de enero su colaboración con otro gigante del textil de resistencia, Eastpak. Una firma de mochilas veterana en la cuestión: se ha asociado en el pasado con Raf Simons o Gaspard Yurkievich.
- Vuelve el traje... si es que se fue. Luis Sans, de la tienda barcelonesa Santa Eulalia, señala que para entender la recuperación del sector hay que partir del severo correctivo que sufrió hace dos años. "El mercado masculino, sobre todo el de vestir, se vio especialmente castigado.
El hombre es más disciplinado que la mujer. Si no hay que gastar, no gasta. Además, el que llevaba traje a diario, tenía suficientes en su armario para aguantar sin comprar".
Por otra parte, estos tiempos de contención han rebajado el umbral de tolerancia con ciertas tonterías.
Eso siempre simplifica las cosas. "El casual friday complicaba las reglas del juego.
El hombre no necesariamente controlaba ese código. Ahora se recupera el traje y su valor esencial: transmitir seguridad y confianza en un ambiente laboral", termina Sans.
- Háblame del mar, marinero. A pesar de todo, la moda no se resiste a introducir alguna alegría en el armario masculino. En las colecciones para la primavera de 2011 destacan dos concesiones a ese cliché del niño grande. Las rayas marineras, que acaso solo Pablo Picasso lució sin ápice de infantilismo, son propulsadas por Miuccia Prada y reciben hasta el benéplacito del diario The Financial Times.
Los colores estridentes, combinados con sensibilidad de parvulario, se cuelan incluso en el vocabulario de una firma tan profundamente vinculada a lo sobrio como Jil Sander. Aunque es probable que la defensa generalizada de los colorines se parezca más al pijo coloreado de Tommy Hilfiger y que, finalmente, la tendencia quede reducida a la ocasional compra de unos pantalones chinos en rojo o verde menta.
- La piel herida. Texturas que simulan vivencias y superficies que se antojan más humanas por su imperfección.
Si la experiencia es un grado, por qué negárselo a la ropa. Todo el armario, desde los zapatos de ante gastado hasta las cazadoras de piel envejecida, se empapan de un renovado gusto por la imperfección.
Tal vez en la oficina haya que transmitir confianza, pero fuera de ella hay licencia para mostrar vulnerabilidad. Y para los que no teman exteriorizar su fragilidad en el trabajo, buenas noticias.
Los trajes de lino ya no son solo aptos para bodas ibicencas. Aunque para todo el que no trabaje en una plantación, mejor olvidarse del blanco.
Vuelve "La Arruga es Bella"
Si algo no está estropeado, no lo arregles. Tan simple como efectivo credo preside el ánimo de la industria masculina cuando arranca su temporada de presentaciones para otoño/invierno 2011.
Con una optimista cautela, se vive estos días en la feria florentina Pitti Uomo y se preparan las pasarelas de Milán y París (la primera empieza el 15 de enero; la segunda, el 19). Las cifras del mercado internacional que allí se manejan son algo más esperanzadoras. Y centros comerciales como Saks (Nueva York), Liberty (Londres), La Rinascente (Milán) y Printemps (París) planean renovar o ampliar su área masculina este año. Algo tímidamente nuevo se divisa en el no siempre agitado horizonte de la moda para hombre.
- Virtual o real. "La forma de comprar de los hombres ha cambiado muchísimo en los últimos dos años", opina Goyo Otero, que regenta en Madrid tiendas como Mini y Sportivo. "Ahora están metidos en Internet y saben mucho más, conocen las marcas y quieren cosas distintas. Que les sorprendan".
La Red no solo dinamiza los comercios tradicionales. El trío moda, hombres e Internet alcanzará su clímax con el lanzamiento de Mr.Porter. La versión masculina del exitoso portal de comercio electrónico de lujo Net-a-porter -propiedad del grupo Richemont desde 2010- está prevista para este mes.
- Moda en la mochila. La alianza entre diseñadores vanguardistas y marcas de alcance masivo es cualquier cosa menos noticia. Pero llama la atención la categoría de los últimos creadores que se han apuntado a la estrategia. Adam Kimmel se une a Carhartt en una colección de ropa que se venderá en mayo. El estadounidense, que presenta en París, ha ideado desde vaqueros hasta camisas, chaquetas y bolsas. Por su parte, el belga Kris Van Assche presentará en su desfile parisiense del 21 de enero su colaboración con otro gigante del textil de resistencia, Eastpak. Una firma de mochilas veterana en la cuestión: se ha asociado en el pasado con Raf Simons o Gaspard Yurkievich.
- Vuelve el traje... si es que se fue. Luis Sans, de la tienda barcelonesa Santa Eulalia, señala que para entender la recuperación del sector hay que partir del severo correctivo que sufrió hace dos años. "El mercado masculino, sobre todo el de vestir, se vio especialmente castigado.
El hombre es más disciplinado que la mujer. Si no hay que gastar, no gasta. Además, el que llevaba traje a diario, tenía suficientes en su armario para aguantar sin comprar".
Por otra parte, estos tiempos de contención han rebajado el umbral de tolerancia con ciertas tonterías.
Eso siempre simplifica las cosas. "El casual friday complicaba las reglas del juego.
El hombre no necesariamente controlaba ese código. Ahora se recupera el traje y su valor esencial: transmitir seguridad y confianza en un ambiente laboral", termina Sans.
- Háblame del mar, marinero. A pesar de todo, la moda no se resiste a introducir alguna alegría en el armario masculino. En las colecciones para la primavera de 2011 destacan dos concesiones a ese cliché del niño grande. Las rayas marineras, que acaso solo Pablo Picasso lució sin ápice de infantilismo, son propulsadas por Miuccia Prada y reciben hasta el benéplacito del diario The Financial Times.
Los colores estridentes, combinados con sensibilidad de parvulario, se cuelan incluso en el vocabulario de una firma tan profundamente vinculada a lo sobrio como Jil Sander. Aunque es probable que la defensa generalizada de los colorines se parezca más al pijo coloreado de Tommy Hilfiger y que, finalmente, la tendencia quede reducida a la ocasional compra de unos pantalones chinos en rojo o verde menta.
- La piel herida. Texturas que simulan vivencias y superficies que se antojan más humanas por su imperfección.
Si la experiencia es un grado, por qué negárselo a la ropa. Todo el armario, desde los zapatos de ante gastado hasta las cazadoras de piel envejecida, se empapan de un renovado gusto por la imperfección.
Tal vez en la oficina haya que transmitir confianza, pero fuera de ella hay licencia para mostrar vulnerabilidad. Y para los que no teman exteriorizar su fragilidad en el trabajo, buenas noticias.
Los trajes de lino ya no son solo aptos para bodas ibicencas. Aunque para todo el que no trabaje en una plantación, mejor olvidarse del blanco.
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