9 ene 2011
"Pasaré a la historia por 'Shoa"
El autor del mayor testimonio sobre la matanza de judíos, publica 'La liebre de la Patagonia', sus jugosas memorias, donde habla de guerra, política, viajes y de su aventura con Simone de Beauvoir
Claude Lanzmann (París, 1925) es un tipo complejo. Por mucho que uno llegue avisado de ello a su casa parisiense, no se hace a la idea. No es complaciente ni simpático, contesta en tono engreído y provocador, no se explica sobre lo que no le da la gana, ni trata de ser amable a simple vista.
Lo mismo te echa discretamente de su domicilio dando por concluida una entrevista sin responder a una última pregunta y poniéndose a mirar su correo electrónico, que dos horas después te llama para pedir perdón -"no me encontraba bien"- y mostrarse dispuesto a seguir la charla por teléfono.
-Me habían dicho que era usted raro, pero no un toro miura.
-Para mí es un honor que me diga eso, me encantan las corridas y concretamente los toros miura. Después de morir me gustaría reencarnarme en uno.
Es curiosa esa alergia a las entrevistas en un hombre que ha hecho tantas, tan punzantes y tan buenas. Hay vidas que están justificadas por una obra.
En Lanzmann no serán varios de sus documentales, ni Por qué Israel, ni Tsahal, tampoco quizás, aunque esto le haya dado todo prestigio, su paso por Les temps modernes, que ahora dirige, la revista fundada por Jean-Paul Sartre, de cuyo círculo íntimo formó parte, o por ser, a la vez, dentro de ese club exclusivo, el amante de Simone de Beauvoir.
Más probable es, a la larga y por propio empeño, que dentro de un tiempo se le recuerde como el autor de La liebre de la Patagonia (Seix Barral). Aparece ahora en España. Se trata de un libro jugoso y brillante de memorias en el que Lanzmann cuenta todo: sus amantes, sus relaciones con la intelectualidad, la guerra y la resistencia de la que fue héroe en Francia, su paso por Israel y Corea del Norte, pero también las dificultades para sacar adelante su verdadera obra cumbre, la investigación y el testimonio por el que sin duda sí pasará a la posteridad. Claude Lanzmann, antes que nada, es el creador de ese escalofrío monumental, definitivo y valiente llamado Shoa, toda una tesis doctoral sobre la matanza de judíos en la II Guerra Mundial. Pero no tarda mucho en cansarse de hablar de Shoa. "En mi libro no se habla solo de muerte, se habla de amor, hay todo tipo de aventuras con mujeres...", corta entre confuso, alucinado, harto y resquemado, después de haber contestado a varias preguntas con un enigmático: "Eso está en el libro". Para no ir más allá.
-Hablemos de sus amantes. ¿Cómo se lleva ser el sexto hombre en la vida de Beauvoir?
-En los años que estuvimos juntos fui el único.
Hecha la aclaración, hablar de ella le enternece todavía: "Era básicamente una mujer brillante que me sedujo por su inteligencia. Nuestra conversación era el mundo, había una gran complicidad, nunca peleábamos. Para mí fue entrar en un mundo fascinante, un placer intelectual continuo. Era muy entusiasta con lo que descubríamos, muy trabajadora y disciplinada, se dedicaba a lo suyo varias horas al día. Cuando empezamos nuestra aventura ya no mantenía relaciones sexuales con Sartre. Nos mezclábamos constantemente. Entre los tres existía un pacto moral, pero yo fui el único hombre con el que se acostó durante ocho años".
-¿En qué se equivocó Sartre?
-En nada. Esa es una pregunta muy frecuente hoy en día pero no voy a entrar al juego de sus enemigos.
La visión del filósofo francés por parte de Lanzmann es respetuosa y llena de afecto. También habla con admiración de Deleuze y narra sus visitas a Corea del Norte y sus encuentros con ese enigma de Occidente que fue Kim Il Sung. Sus relaciones con Israel y el mundo judío también denotan un conocimiento profundo de la realidad y el devenir del conflicto. Pero no admite preguntas puntillosas.
-Comenta en su libro que escribió Por qué Israel en un momento crítico pero con tono de humor. ¿Podría rodar un documental sobre el tema ahora con el mismo sentido de la ironía?
-Ya sé lo que se esconde en la cabeza de un español cuando pregunta eso.
-Se lo pregunto sin segundas intenciones, quizás los prejuicios estén en su cabeza, no en la mía.
-Ya...
A otro tema. Shoa, por ejemplo. Lanzmann es consciente de su importancia. De haber logrado un antes y un después cuando penetró, sin conocer apenas el asunto, en las tripas del horror, cuando entrevistó de manera brillante, osada, malévola y al detalle a verdugos y colaboradores, cuando pintó con un ritmo propio, inaudito y pausado, la máquina del exterminio, pero también las calles de los pueblos cercanos a los campos, la callada responsabilidad y la culpa de las gentes que de noche escuchaban los gritos de muerte cerca de Auschtwitz, Chelmno, Treblinka. Lugares arrasados por una memoria negra, personas marcadas por haber colaborado inconscientemente con el horror, como el maquinista que llevaba a los judíos hacia las cámaras de gas de Treblinka, o las familias que, una vez exterminados todos, ocuparon sus casas. "Ir a Polonia resultó fundamental, se convirtió en otra película. Al principio no lo creí necesario, pero después resultó indispensable".
Doce años tardó en concluir las nueve horas de Shoa. Con parones por falta de financiación, con incomprensión y desconfianza alrededor hasta que logró cerrarlo. "Pasaré a la historia por Shoa y quizás por haber escrito este libro...", dice hoy.
Al principio no quiso ni ponerle nombre: "Era tal el horror que no me atrevía a titularlo. Quería llamarlo La cosa, no se me ocurría nada digno.
No había manera de nombrar aquel genocidio sin precedentes. Me lo sugirieron después. Según la Tora, la shoa es una catástrofe, un terremoto, un tsunami. A mí me daba igual, como no lo entendía, me pareció bien.
Desde que se estrenó mi película, todo aquello se conoce por ese nombre y no como Holocausto, que había aparecido en esa serie americana. Es ridículo".
No es que Lanzmann esté en contra de lo que se ha hecho después sobre aquel horror. Tiene opiniones encontradas sobre películas posteriores. Le gusta El pianista, de Polanski, pero no La lista de Schindler.
Ninguna de las dos entran al fondo del problema, según él. "No dejan de ser obras sobre la supervivencia, mientras que yo rodé una película sobre la muerte".
Claude Lanzmann (París, 1925) es un tipo complejo. Por mucho que uno llegue avisado de ello a su casa parisiense, no se hace a la idea. No es complaciente ni simpático, contesta en tono engreído y provocador, no se explica sobre lo que no le da la gana, ni trata de ser amable a simple vista.
Lo mismo te echa discretamente de su domicilio dando por concluida una entrevista sin responder a una última pregunta y poniéndose a mirar su correo electrónico, que dos horas después te llama para pedir perdón -"no me encontraba bien"- y mostrarse dispuesto a seguir la charla por teléfono.
-Me habían dicho que era usted raro, pero no un toro miura.
-Para mí es un honor que me diga eso, me encantan las corridas y concretamente los toros miura. Después de morir me gustaría reencarnarme en uno.
Es curiosa esa alergia a las entrevistas en un hombre que ha hecho tantas, tan punzantes y tan buenas. Hay vidas que están justificadas por una obra.
En Lanzmann no serán varios de sus documentales, ni Por qué Israel, ni Tsahal, tampoco quizás, aunque esto le haya dado todo prestigio, su paso por Les temps modernes, que ahora dirige, la revista fundada por Jean-Paul Sartre, de cuyo círculo íntimo formó parte, o por ser, a la vez, dentro de ese club exclusivo, el amante de Simone de Beauvoir.
Más probable es, a la larga y por propio empeño, que dentro de un tiempo se le recuerde como el autor de La liebre de la Patagonia (Seix Barral). Aparece ahora en España. Se trata de un libro jugoso y brillante de memorias en el que Lanzmann cuenta todo: sus amantes, sus relaciones con la intelectualidad, la guerra y la resistencia de la que fue héroe en Francia, su paso por Israel y Corea del Norte, pero también las dificultades para sacar adelante su verdadera obra cumbre, la investigación y el testimonio por el que sin duda sí pasará a la posteridad. Claude Lanzmann, antes que nada, es el creador de ese escalofrío monumental, definitivo y valiente llamado Shoa, toda una tesis doctoral sobre la matanza de judíos en la II Guerra Mundial. Pero no tarda mucho en cansarse de hablar de Shoa. "En mi libro no se habla solo de muerte, se habla de amor, hay todo tipo de aventuras con mujeres...", corta entre confuso, alucinado, harto y resquemado, después de haber contestado a varias preguntas con un enigmático: "Eso está en el libro". Para no ir más allá.
-Hablemos de sus amantes. ¿Cómo se lleva ser el sexto hombre en la vida de Beauvoir?
-En los años que estuvimos juntos fui el único.
Hecha la aclaración, hablar de ella le enternece todavía: "Era básicamente una mujer brillante que me sedujo por su inteligencia. Nuestra conversación era el mundo, había una gran complicidad, nunca peleábamos. Para mí fue entrar en un mundo fascinante, un placer intelectual continuo. Era muy entusiasta con lo que descubríamos, muy trabajadora y disciplinada, se dedicaba a lo suyo varias horas al día. Cuando empezamos nuestra aventura ya no mantenía relaciones sexuales con Sartre. Nos mezclábamos constantemente. Entre los tres existía un pacto moral, pero yo fui el único hombre con el que se acostó durante ocho años".
-¿En qué se equivocó Sartre?
-En nada. Esa es una pregunta muy frecuente hoy en día pero no voy a entrar al juego de sus enemigos.
La visión del filósofo francés por parte de Lanzmann es respetuosa y llena de afecto. También habla con admiración de Deleuze y narra sus visitas a Corea del Norte y sus encuentros con ese enigma de Occidente que fue Kim Il Sung. Sus relaciones con Israel y el mundo judío también denotan un conocimiento profundo de la realidad y el devenir del conflicto. Pero no admite preguntas puntillosas.
-Comenta en su libro que escribió Por qué Israel en un momento crítico pero con tono de humor. ¿Podría rodar un documental sobre el tema ahora con el mismo sentido de la ironía?
-Ya sé lo que se esconde en la cabeza de un español cuando pregunta eso.
-Se lo pregunto sin segundas intenciones, quizás los prejuicios estén en su cabeza, no en la mía.
-Ya...
A otro tema. Shoa, por ejemplo. Lanzmann es consciente de su importancia. De haber logrado un antes y un después cuando penetró, sin conocer apenas el asunto, en las tripas del horror, cuando entrevistó de manera brillante, osada, malévola y al detalle a verdugos y colaboradores, cuando pintó con un ritmo propio, inaudito y pausado, la máquina del exterminio, pero también las calles de los pueblos cercanos a los campos, la callada responsabilidad y la culpa de las gentes que de noche escuchaban los gritos de muerte cerca de Auschtwitz, Chelmno, Treblinka. Lugares arrasados por una memoria negra, personas marcadas por haber colaborado inconscientemente con el horror, como el maquinista que llevaba a los judíos hacia las cámaras de gas de Treblinka, o las familias que, una vez exterminados todos, ocuparon sus casas. "Ir a Polonia resultó fundamental, se convirtió en otra película. Al principio no lo creí necesario, pero después resultó indispensable".
Doce años tardó en concluir las nueve horas de Shoa. Con parones por falta de financiación, con incomprensión y desconfianza alrededor hasta que logró cerrarlo. "Pasaré a la historia por Shoa y quizás por haber escrito este libro...", dice hoy.
Al principio no quiso ni ponerle nombre: "Era tal el horror que no me atrevía a titularlo. Quería llamarlo La cosa, no se me ocurría nada digno.
No había manera de nombrar aquel genocidio sin precedentes. Me lo sugirieron después. Según la Tora, la shoa es una catástrofe, un terremoto, un tsunami. A mí me daba igual, como no lo entendía, me pareció bien.
Desde que se estrenó mi película, todo aquello se conoce por ese nombre y no como Holocausto, que había aparecido en esa serie americana. Es ridículo".
No es que Lanzmann esté en contra de lo que se ha hecho después sobre aquel horror. Tiene opiniones encontradas sobre películas posteriores. Le gusta El pianista, de Polanski, pero no La lista de Schindler.
Ninguna de las dos entran al fondo del problema, según él. "No dejan de ser obras sobre la supervivencia, mientras que yo rodé una película sobre la muerte".
El lenguaje de la basura por Juan Cruz
El insulto se ha instalado en la conversación española y convertido en espectáculo - La degradación del trato es la consecuencia de un vocabulario cada vez más desconsiderado con los otros .
En la última escena de la película La lengua de las mariposas, basada en el relato del mismo nombre de Manuel Rivas, un niño pugna con sus padres y otros vecinos en la búsqueda de insultos cada vez más contundentes contra el maestro, un republicano que en el filme encarna Fernando Fernán-Gómez.
"La socialización de la estupidez"
"Morritos" y "tontos de los cojones"
Para el cineasta José Luis Cuerda "las palabras se han abaratado"
"El mal hablado suele ser mal pensado", dice el filósofo Lledó
Un académico cubano se quedó atónito al ver una tertulia televisiva
El insulto es ya una institución amparada por algunos medios
A Espert le preocupa que "hablar bien parezca de presuntuosos"
Marsé cree que en algunos programas se premia que el griterío sea mayor
Al muchacho no le llegan los insultos que busca; el maestro al que ahora insultan y apedrean fue quien le enseñó a leer. Luego estalló la guerra y la población se hizo del lado nacional y persiguió al maestro por rojo.
Entonces la vecindad le gritaba rojo, cabrón, mientras los sublevados lo cargaban en los furgones terribles. Entonces el niño encontró en su memoria dos palabras que gritó con todas sus fuerzas:
-¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!
Él no había aprendido insultos... En realidad tilonorrinco es un bicho raro que habita en Australia y espiditrompa es la lengua de las mariposas... Palabras del maestro.
Los insultos tienen su origen en el desdén o en el odio; como dice el filósofo Emilio Lledó, tienen por objeto "la descalificación del otro, la anulación del prójimo". Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje.
Insultar es grave, pero la sociedad se está acostumbrando. Acaso porque las palabras pesan menos, o, como dice José Luis Cuerda, el director de aquella película, "porque las palabras se han abaratado". La costumbre del insulto ha arraigado de tal manera que los insultos se televisan; en reality shows y otros programas de tertulias, mujeres y hombres, a veces con estudios, por ejemplo de periodismo, se descalifican entre sí con insultos que emiten gritando. Son, descalificaciones, "intentos", como reitera Lledó, "de anular al otro, chantajes, por tanto".
Si eso fuera pedagogía, "y los medios son pedagogía", eso sería lo que está aprendiendo esta sociedad: que el insulto sale gratis. Juan Marsé, premio Cervantes, dice que lo que se oye en esos programas "se dice para crear crispación"; los moderadores, que están ahí para ejercer ese poder, "parecen recibir órdenes para hacer todo lo contrario", pues cuanto más sube el volumen de la discrepancia más audiencia parece registrarse...
"Si no hay polémica", dice Marsé, "no hay espectáculo". Y es de lo que se trata: el insulto es el espectáculo.
José Luis Cuerda reconoce que si lo que se dicen los políticos entre sí, en el Parlamento o en los mítines, se lo dijeran otros poderosos (los banqueros, por ejemplo), "estaríamos en una guerra". Imaginemos, consideraba el cineasta, que el presidente del Santander se sube a una tribuna para afearle al presidente del BBVA cómo está gestionando su banco... "E imaginemos que termina así su parlamento: '¡¡Váyase, señor González!!'. Pues en esos niveles estamos".
Así que los medios, sobre todo los medios audiovisuales, están tejiendo la madeja en la que se ha enredado la sociedad del insulto y del taco, "la sociedad del lenguaje basura", que dice Emilio Lledó.
La conversación se interrumpe, alguien da un manotazo en la mesa y grita "¡Vamos al grano!". "El que grita más se lleva el turno, y ese que grita ¡vamos al grano! es apreciado porque es más directo y más sincero; cuanto menos elaborado es el lenguaje, más aprecio parece tener lo que dice". Quien señala a los que gritan "¡vamos al grano!" es otro filósofo, ahora ministro de Educación, Ángel Gabilondo. "Es el mundo al revés: el que habla bien, correctamente, no tiene sitio; el más descuidado, el que grita o insulta tiene una recepción más considerada, como si aquel que cuida su expresión fuera sospechoso de falta de compromiso...".
Lledó dice que "el mal hablado suele ser el mal pensado, el que piensa mal"; pero el mal hablado tiene hoy mucho predicamento, en la vida y en los medios.
Álex Grijelmo, presidente de Efe, que ha escrito El Libro de Estilo de este periódico, y además un libro que se titula El estilo del periodista, considera que la impunidad del insulto ha agrandado su presencia en la sociedad. "Y no hay insulto justificable. No es justificable insultar a un cargo público, pues en su sueldo no está el hecho de que pueda ser insultado. Y no se puede insultar a nadie, por principio.
En los medios podrías justificar ciertas expresiones descriptivas, aguafiestas, por ejemplo, o lerdo; y la reproducción de insultos dichos en público se puede justificar tan solo por la relevancia de la persona que los ha proferido, el contexto en que se haya dicho, y solo tiene sentido si se entrecomilla..."
El insulto es compañero de la mala palabra, que puede resultar, en sí misma, insultante... Grijelmo ve el taco o el insulto más en los medios audiovisuales que en los medios impresos.
Para el taco dicho en los medios, o a destiempo en las intervenciones públicas, o incluso en las conversaciones privadas, tiene una comparación: "Los tacos son como la ropa. No puedes ir con un pijama a una boda ni meterte en la cama con un traje... En un determinado ámbito los tacos funcionan y son útiles. Un médico puede soltar un taco muy eficaz en una conversación informal, pero sentaría muy mal escuchar el mismo taco en un congreso de cirugía...".
Se está produciendo una degeneración del trato, dice Marsé, y se está produciendo una degradación del lenguaje público, añade Grijelmo. Y, por tanto, se está despreciando el significado de las palabras. "Ahora", cuenta Grijelmo, "se dice censura, tortura, nazismo, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado, o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan". De ese tipo de degradaciones viene lo que Lledó llama el lenguaje basura, basado en el insulto.
Humberto López Morales, el académico de origen cubano que acaba de publicar el libro La andadura del español por el mundo (Premio Isabel de Polanco de Ensayo) se quedó a cuadros un día en que miraba en su casa un programa de la televisión española en el que se incluía una entrevista a un escritor. Él escuchó atónito que el locutor le preguntaba al autor sobre el calificativo "mierda" que le había dedicado un colega. Inmutable, el interpelado se entretuvo en la palabra que le habían arrojado y la conversación giró en torno a la mierda. "En América eso hubiera sido imposible, y es imposible. En España", dice López Morales, que en aquel libro estudia la evolución social del español en el mundo, "se ha degradado la conversación cotidiana, y los medios audiovisuales son el origen y el amplificador de esta situación...".
Hace unos días estuvo en un bar elegante escuchando hablar a chicas elegantes de Madrid. "Lo que decían, aquel es un cabrón, lo otro es acojonante, es impensable en América; y eso significa que palabras que fueron tabúes ya han sido objeto de una destabuización, como decimos en sociolingüística...".
"Palabras tradicionalmente proscritas de la conversación, y sobre todo de la conversación en los medios, ocupan el centro de la mesa, y aparecen también por escrito, sin comillitas ni nada", dice López Morales. "Lea usted artículos de gente muy relevante, en la prensa diaria española; verá que traspasan todos los límites, hablando de los políticos, por ejemplo. El insulto, las palabras que lo conforman, parece que ha llegado para quedarse, lo que produce un bajón de calidad del discurso público y, por ende, del discurso privado".
El insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso.
Es lo que dice José Luis Cuerda. "Un insulto tiene siempre resultados irremediables. Tú insultas a alguien. ¿Cómo te puede responder? La conversación es una cuestión de causa-efecto. Si tú le dices a otro 'hijo de puta', ¿qué esperas que pase luego? Alguna vez he ensayado, cuando me han llamado hijo de puta, a hacer esta consideración: Es imposible que eso te conste. Pero, claro, no siempre puedes reaccionar así...". Cuerda se pregunta cómo se puede aguantar, en el ámbito político, la esquizofrenia de los que insultan por oficio y luego han de convivir. "Esos políticos que se suben al atril, despotrican, y luego bajan y le preguntan al contrincante al que han puesto verde cómo va el hijo con la gripe...".
El insulto ya es una institución amparada por la tele, sobre todo.
Ahora enchufas el aparato, buscas determinados diales, y si te has situado ante la pantalla con ganas de bronca la tienes.
Marsé cree que "si no hay polémica no hay espectáculo"; Alicia Gómez Montano, la directora de Informe Semanal, de Televisión Española, está de acuerdo; ella ve con espanto cómo algunos compañeros (y otros intrusos) prolongan o excitan los insultos, entre ellos mismos o entre sus invitados. Eso invierte las reglas del oficio "tal como nos lo enseñaron; teníamos que ser respetuosos con la ética, nos teníamos que basar en la dialéctica y en la retórica, teníamos que cuidar el lenguaje, había que respetar a todo el mundo, a los anónimos y a los protagonistas... En lugar de eso, asistimos a esos sms defectuosos de la comunicación, estos mensajes cortos y eficaces que tienen el efecto de paralizar a los insultados".
Los espectadores, incitados por esa cadena de basura (por decirlo como lo define Emilio Lledó), "tienden a repetir lo que oyen.
Y ahí tenemos el lío armado". Montano nos pide que nos fijemos en lo que algunas cadenas de la TDT "hacen con Leire Pajín, cuyas declaraciones ralentizan para que sean más evidentes esos morritos de los que ha hablado cierto alcalde...".
Marsé cree que algunos moderadores de programas en los que unos y otros pugnan por hablar más alto reciben indicaciones para que el griterío sea mayor. "Muchos hechiceros de la información", añade Montano, "saben que valen lo que insultan o lo que gritan; y saben que tienen el tiempo tasado. Gritan e insultan para hacer ese tiempo más rentable".
Nuria Espert, la actriz, contempla el panorama con "una preocupación creciente. La conversación se ha degradado de una manera alarmante, va camino de una vulgarización fatal... Como si hablar bien fuera de presuntuosos".
Ahora ya no valen los límites de la vida privada, tampoco los que impone la privacidad de los políticos, "se han bajado tantos escalones... Los políticos, para ser más cercanos, se han aligerado su equipaje verbal; deben creer que no es rentable hablar bien, y deben ser conscientes, como algunos comunicadores, de que la zafiedad y la pobreza de pensamiento les acerca al electorado. Qué deben pensar que es el electorado".
En La lengua de las mariposas el niño que le grita al maestro arroja por fin una piedra, el insulto máximo.
A veces las piedras son menos contundentes que las palabras, incluso que la palabra tilonorrinco si esta se dice para insultar al otro.
En la última escena de la película La lengua de las mariposas, basada en el relato del mismo nombre de Manuel Rivas, un niño pugna con sus padres y otros vecinos en la búsqueda de insultos cada vez más contundentes contra el maestro, un republicano que en el filme encarna Fernando Fernán-Gómez.
"La socialización de la estupidez"
"Morritos" y "tontos de los cojones"
Para el cineasta José Luis Cuerda "las palabras se han abaratado"
"El mal hablado suele ser mal pensado", dice el filósofo Lledó
Un académico cubano se quedó atónito al ver una tertulia televisiva
El insulto es ya una institución amparada por algunos medios
A Espert le preocupa que "hablar bien parezca de presuntuosos"
Marsé cree que en algunos programas se premia que el griterío sea mayor
Al muchacho no le llegan los insultos que busca; el maestro al que ahora insultan y apedrean fue quien le enseñó a leer. Luego estalló la guerra y la población se hizo del lado nacional y persiguió al maestro por rojo.
Entonces la vecindad le gritaba rojo, cabrón, mientras los sublevados lo cargaban en los furgones terribles. Entonces el niño encontró en su memoria dos palabras que gritó con todas sus fuerzas:
-¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!
Él no había aprendido insultos... En realidad tilonorrinco es un bicho raro que habita en Australia y espiditrompa es la lengua de las mariposas... Palabras del maestro.
Los insultos tienen su origen en el desdén o en el odio; como dice el filósofo Emilio Lledó, tienen por objeto "la descalificación del otro, la anulación del prójimo". Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje.
Insultar es grave, pero la sociedad se está acostumbrando. Acaso porque las palabras pesan menos, o, como dice José Luis Cuerda, el director de aquella película, "porque las palabras se han abaratado". La costumbre del insulto ha arraigado de tal manera que los insultos se televisan; en reality shows y otros programas de tertulias, mujeres y hombres, a veces con estudios, por ejemplo de periodismo, se descalifican entre sí con insultos que emiten gritando. Son, descalificaciones, "intentos", como reitera Lledó, "de anular al otro, chantajes, por tanto".
Si eso fuera pedagogía, "y los medios son pedagogía", eso sería lo que está aprendiendo esta sociedad: que el insulto sale gratis. Juan Marsé, premio Cervantes, dice que lo que se oye en esos programas "se dice para crear crispación"; los moderadores, que están ahí para ejercer ese poder, "parecen recibir órdenes para hacer todo lo contrario", pues cuanto más sube el volumen de la discrepancia más audiencia parece registrarse...
"Si no hay polémica", dice Marsé, "no hay espectáculo". Y es de lo que se trata: el insulto es el espectáculo.
José Luis Cuerda reconoce que si lo que se dicen los políticos entre sí, en el Parlamento o en los mítines, se lo dijeran otros poderosos (los banqueros, por ejemplo), "estaríamos en una guerra". Imaginemos, consideraba el cineasta, que el presidente del Santander se sube a una tribuna para afearle al presidente del BBVA cómo está gestionando su banco... "E imaginemos que termina así su parlamento: '¡¡Váyase, señor González!!'. Pues en esos niveles estamos".
Así que los medios, sobre todo los medios audiovisuales, están tejiendo la madeja en la que se ha enredado la sociedad del insulto y del taco, "la sociedad del lenguaje basura", que dice Emilio Lledó.
La conversación se interrumpe, alguien da un manotazo en la mesa y grita "¡Vamos al grano!". "El que grita más se lleva el turno, y ese que grita ¡vamos al grano! es apreciado porque es más directo y más sincero; cuanto menos elaborado es el lenguaje, más aprecio parece tener lo que dice". Quien señala a los que gritan "¡vamos al grano!" es otro filósofo, ahora ministro de Educación, Ángel Gabilondo. "Es el mundo al revés: el que habla bien, correctamente, no tiene sitio; el más descuidado, el que grita o insulta tiene una recepción más considerada, como si aquel que cuida su expresión fuera sospechoso de falta de compromiso...".
Lledó dice que "el mal hablado suele ser el mal pensado, el que piensa mal"; pero el mal hablado tiene hoy mucho predicamento, en la vida y en los medios.
Álex Grijelmo, presidente de Efe, que ha escrito El Libro de Estilo de este periódico, y además un libro que se titula El estilo del periodista, considera que la impunidad del insulto ha agrandado su presencia en la sociedad. "Y no hay insulto justificable. No es justificable insultar a un cargo público, pues en su sueldo no está el hecho de que pueda ser insultado. Y no se puede insultar a nadie, por principio.
En los medios podrías justificar ciertas expresiones descriptivas, aguafiestas, por ejemplo, o lerdo; y la reproducción de insultos dichos en público se puede justificar tan solo por la relevancia de la persona que los ha proferido, el contexto en que se haya dicho, y solo tiene sentido si se entrecomilla..."
El insulto es compañero de la mala palabra, que puede resultar, en sí misma, insultante... Grijelmo ve el taco o el insulto más en los medios audiovisuales que en los medios impresos.
Para el taco dicho en los medios, o a destiempo en las intervenciones públicas, o incluso en las conversaciones privadas, tiene una comparación: "Los tacos son como la ropa. No puedes ir con un pijama a una boda ni meterte en la cama con un traje... En un determinado ámbito los tacos funcionan y son útiles. Un médico puede soltar un taco muy eficaz en una conversación informal, pero sentaría muy mal escuchar el mismo taco en un congreso de cirugía...".
Se está produciendo una degeneración del trato, dice Marsé, y se está produciendo una degradación del lenguaje público, añade Grijelmo. Y, por tanto, se está despreciando el significado de las palabras. "Ahora", cuenta Grijelmo, "se dice censura, tortura, nazismo, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado, o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan". De ese tipo de degradaciones viene lo que Lledó llama el lenguaje basura, basado en el insulto.
Humberto López Morales, el académico de origen cubano que acaba de publicar el libro La andadura del español por el mundo (Premio Isabel de Polanco de Ensayo) se quedó a cuadros un día en que miraba en su casa un programa de la televisión española en el que se incluía una entrevista a un escritor. Él escuchó atónito que el locutor le preguntaba al autor sobre el calificativo "mierda" que le había dedicado un colega. Inmutable, el interpelado se entretuvo en la palabra que le habían arrojado y la conversación giró en torno a la mierda. "En América eso hubiera sido imposible, y es imposible. En España", dice López Morales, que en aquel libro estudia la evolución social del español en el mundo, "se ha degradado la conversación cotidiana, y los medios audiovisuales son el origen y el amplificador de esta situación...".
Hace unos días estuvo en un bar elegante escuchando hablar a chicas elegantes de Madrid. "Lo que decían, aquel es un cabrón, lo otro es acojonante, es impensable en América; y eso significa que palabras que fueron tabúes ya han sido objeto de una destabuización, como decimos en sociolingüística...".
"Palabras tradicionalmente proscritas de la conversación, y sobre todo de la conversación en los medios, ocupan el centro de la mesa, y aparecen también por escrito, sin comillitas ni nada", dice López Morales. "Lea usted artículos de gente muy relevante, en la prensa diaria española; verá que traspasan todos los límites, hablando de los políticos, por ejemplo. El insulto, las palabras que lo conforman, parece que ha llegado para quedarse, lo que produce un bajón de calidad del discurso público y, por ende, del discurso privado".
El insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso.
Es lo que dice José Luis Cuerda. "Un insulto tiene siempre resultados irremediables. Tú insultas a alguien. ¿Cómo te puede responder? La conversación es una cuestión de causa-efecto. Si tú le dices a otro 'hijo de puta', ¿qué esperas que pase luego? Alguna vez he ensayado, cuando me han llamado hijo de puta, a hacer esta consideración: Es imposible que eso te conste. Pero, claro, no siempre puedes reaccionar así...". Cuerda se pregunta cómo se puede aguantar, en el ámbito político, la esquizofrenia de los que insultan por oficio y luego han de convivir. "Esos políticos que se suben al atril, despotrican, y luego bajan y le preguntan al contrincante al que han puesto verde cómo va el hijo con la gripe...".
El insulto ya es una institución amparada por la tele, sobre todo.
Ahora enchufas el aparato, buscas determinados diales, y si te has situado ante la pantalla con ganas de bronca la tienes.
Marsé cree que "si no hay polémica no hay espectáculo"; Alicia Gómez Montano, la directora de Informe Semanal, de Televisión Española, está de acuerdo; ella ve con espanto cómo algunos compañeros (y otros intrusos) prolongan o excitan los insultos, entre ellos mismos o entre sus invitados. Eso invierte las reglas del oficio "tal como nos lo enseñaron; teníamos que ser respetuosos con la ética, nos teníamos que basar en la dialéctica y en la retórica, teníamos que cuidar el lenguaje, había que respetar a todo el mundo, a los anónimos y a los protagonistas... En lugar de eso, asistimos a esos sms defectuosos de la comunicación, estos mensajes cortos y eficaces que tienen el efecto de paralizar a los insultados".
Los espectadores, incitados por esa cadena de basura (por decirlo como lo define Emilio Lledó), "tienden a repetir lo que oyen.
Y ahí tenemos el lío armado". Montano nos pide que nos fijemos en lo que algunas cadenas de la TDT "hacen con Leire Pajín, cuyas declaraciones ralentizan para que sean más evidentes esos morritos de los que ha hablado cierto alcalde...".
Marsé cree que algunos moderadores de programas en los que unos y otros pugnan por hablar más alto reciben indicaciones para que el griterío sea mayor. "Muchos hechiceros de la información", añade Montano, "saben que valen lo que insultan o lo que gritan; y saben que tienen el tiempo tasado. Gritan e insultan para hacer ese tiempo más rentable".
Nuria Espert, la actriz, contempla el panorama con "una preocupación creciente. La conversación se ha degradado de una manera alarmante, va camino de una vulgarización fatal... Como si hablar bien fuera de presuntuosos".
Ahora ya no valen los límites de la vida privada, tampoco los que impone la privacidad de los políticos, "se han bajado tantos escalones... Los políticos, para ser más cercanos, se han aligerado su equipaje verbal; deben creer que no es rentable hablar bien, y deben ser conscientes, como algunos comunicadores, de que la zafiedad y la pobreza de pensamiento les acerca al electorado. Qué deben pensar que es el electorado".
En La lengua de las mariposas el niño que le grita al maestro arroja por fin una piedra, el insulto máximo.
A veces las piedras son menos contundentes que las palabras, incluso que la palabra tilonorrinco si esta se dice para insultar al otro.
8 ene 2011
Medio siglo sin Dashiell Hammett, el inventor de la novela negra
El creador del detective Sam Spade renovó el género y amplió su alcance como testimonio de las alcantarillas de la sociedad .
Una gabardina, tabaco, alcohol, desencanto y un inquebrantable código moral, que no necesariamente coincide con el de la sociedad, son los atributos con los que Dashiell Hammett, de cuya muerte se cumplen 50 años, vistió al detective Sam Spade en El halcón maltés e inventó de paso la novela negra. El 10 de enero de 1961, Hammett moría en su Estados Unidos natal.
En su haber tenía dos guerras, un valiente compromiso con la izquierda política a pesar de su paso por la mítica agencia de detectives Pinkerton -germen del FBI- y una mala salud de hierro macerada en alcohol pero, sobre todo, cinco novelas y dos libros de relatos con los que sentó las bases de un nuevo género.
Antes de Hammet, existía la novela policíaca, aquella que cultivaron Edgar Allan Poe o Agatha Christie, de detectives desdeñosos con ayudante algo bobalicón que desprecian a la policía y cuya mente prodigiosa se revela capaz de desentrañar los más retorcidos crímenes.
"En cambio, el detective de negra suele ser un tipo solitario, desengañado, y ese modelo lo inventó Hammett con Sam Spade. Le metió músculo a la novela policiaca y la convirtió en un testimonio social", afirma a Efe el escritor David Torres, merecedor en 2008 del premio Dashiell Hammett que otorga la Asociación Internacional de Escritores de Novela Policíaca.
Para Torres, Spade es el detective por excelencia, y el resto, "variacones más o menos afortunadas" de este personaje "más filósofo que policía", que se mueve en las tinieblas, que ha de decidir constantemente entre el bien y el mal hasta el punto de entregar a la justicia a la mujer que ama.
Un código moral de caballero andante, quizá espejo del propio Hammett, a quien su negativa de delatar a supuestos militantes comunistas le valió unos meses de cárcel en 1951. "Un hombre debe mantener su palabra", dijo la noche antes de ocupar su celda, según relata Diane Johnson en su biografía del autor.
Spade llega al cine con la cara de Bogart
La aparición de semejante personalidad no escapó al séptimo arte, y en 1941 Humphrey Bogart se enfundó la gabardina de Spade en "El Halcón Maltés" bajo las órdenes de John Houston.
Si Hammett fue el padre de la novela negra, con esta película Houston fue, sin duda, el del cine negro. Hammett inventó también un nuevo lenguaje: diálogos que son todo aristas, cortantes y secos -"echan chispas", dice Torres- mientras su protagonista patea las calles a trompicones, de charco en charco, para encontrar a un criminal a la vez que descubre "que en realidad es la sociedad la que está podrida".
Y es que fue el escritor quien, como recuerda Torres, inició una "larga y compleja estirpe de escritores que usaron el género negro no tanto para resolver un misterio como para descubrir la podredumbre del entramado social y las miserias del alma humana".
Porque Dashiell Hammet desconfiaba de su sociedad, como escribió en su panegírico la dramaturga Lillian Hellmann, con la que mantuvo una relación extramatrimonial de varias décadas: "No pensaba bien, tal como ya sabéis, de la sociedad en que vivimos, pero incluso cuando ella lo castigó no se quejó, y no le tenía miedo al castigo".
Pelicula que revive ese amor clandestino en Julia por Jane Fonda y Vanessa Regrave
"Nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó"
"Creía en el derecho del hombre a la dignidad y jamás, durante toda su vida, jugó a otro juego que al suyo propio: nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó", leyó Hellmann en el funeral de Dash.
Además, pese a que despreciaba profundamente la violencia, fue quien la introdujo explícitamente en la literatura criminal, donde hasta entonces aparecía velada, sugerida.
Hammett dejó un legado que va mucho más allá de El Halcón Maltés: creó al "agente de la Continental", protagonista de "Cosecha Roja" y de varios relatos, a la pareja formada por Nick y Nora Charles (El hombre delgado) y al detective Ned Beaumont de La llave de cristal.
Desde 1934 a su muerte no volvió a publicar nada memorable. O como diría Josephine Hammett en la biografía que escribió sobre su padre, "no dejó de escribir, no hasta el final de su vida, lo que dejó de hacer fue acabar lo que escribía".
Siempre para mi el detective desengañado fue y es Bogart, nunca perdía la esperanza pero sabía que la sociedad estaba llena de mentiras.
Una gabardina, tabaco, alcohol, desencanto y un inquebrantable código moral, que no necesariamente coincide con el de la sociedad, son los atributos con los que Dashiell Hammett, de cuya muerte se cumplen 50 años, vistió al detective Sam Spade en El halcón maltés e inventó de paso la novela negra. El 10 de enero de 1961, Hammett moría en su Estados Unidos natal.
En su haber tenía dos guerras, un valiente compromiso con la izquierda política a pesar de su paso por la mítica agencia de detectives Pinkerton -germen del FBI- y una mala salud de hierro macerada en alcohol pero, sobre todo, cinco novelas y dos libros de relatos con los que sentó las bases de un nuevo género.
Antes de Hammet, existía la novela policíaca, aquella que cultivaron Edgar Allan Poe o Agatha Christie, de detectives desdeñosos con ayudante algo bobalicón que desprecian a la policía y cuya mente prodigiosa se revela capaz de desentrañar los más retorcidos crímenes.
"En cambio, el detective de negra suele ser un tipo solitario, desengañado, y ese modelo lo inventó Hammett con Sam Spade. Le metió músculo a la novela policiaca y la convirtió en un testimonio social", afirma a Efe el escritor David Torres, merecedor en 2008 del premio Dashiell Hammett que otorga la Asociación Internacional de Escritores de Novela Policíaca.
Para Torres, Spade es el detective por excelencia, y el resto, "variacones más o menos afortunadas" de este personaje "más filósofo que policía", que se mueve en las tinieblas, que ha de decidir constantemente entre el bien y el mal hasta el punto de entregar a la justicia a la mujer que ama.
Un código moral de caballero andante, quizá espejo del propio Hammett, a quien su negativa de delatar a supuestos militantes comunistas le valió unos meses de cárcel en 1951. "Un hombre debe mantener su palabra", dijo la noche antes de ocupar su celda, según relata Diane Johnson en su biografía del autor.
Spade llega al cine con la cara de Bogart
La aparición de semejante personalidad no escapó al séptimo arte, y en 1941 Humphrey Bogart se enfundó la gabardina de Spade en "El Halcón Maltés" bajo las órdenes de John Houston.
Si Hammett fue el padre de la novela negra, con esta película Houston fue, sin duda, el del cine negro. Hammett inventó también un nuevo lenguaje: diálogos que son todo aristas, cortantes y secos -"echan chispas", dice Torres- mientras su protagonista patea las calles a trompicones, de charco en charco, para encontrar a un criminal a la vez que descubre "que en realidad es la sociedad la que está podrida".
Y es que fue el escritor quien, como recuerda Torres, inició una "larga y compleja estirpe de escritores que usaron el género negro no tanto para resolver un misterio como para descubrir la podredumbre del entramado social y las miserias del alma humana".
Porque Dashiell Hammet desconfiaba de su sociedad, como escribió en su panegírico la dramaturga Lillian Hellmann, con la que mantuvo una relación extramatrimonial de varias décadas: "No pensaba bien, tal como ya sabéis, de la sociedad en que vivimos, pero incluso cuando ella lo castigó no se quejó, y no le tenía miedo al castigo".
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"Nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó"
"Creía en el derecho del hombre a la dignidad y jamás, durante toda su vida, jugó a otro juego que al suyo propio: nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó", leyó Hellmann en el funeral de Dash.
Además, pese a que despreciaba profundamente la violencia, fue quien la introdujo explícitamente en la literatura criminal, donde hasta entonces aparecía velada, sugerida.
Hammett dejó un legado que va mucho más allá de El Halcón Maltés: creó al "agente de la Continental", protagonista de "Cosecha Roja" y de varios relatos, a la pareja formada por Nick y Nora Charles (El hombre delgado) y al detective Ned Beaumont de La llave de cristal.
Desde 1934 a su muerte no volvió a publicar nada memorable. O como diría Josephine Hammett en la biografía que escribió sobre su padre, "no dejó de escribir, no hasta el final de su vida, lo que dejó de hacer fue acabar lo que escribía".
Siempre para mi el detective desengañado fue y es Bogart, nunca perdía la esperanza pero sabía que la sociedad estaba llena de mentiras.
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