Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 dic 2010

Mozart: Concierto para piano n.21 en DoM K467- Allegro

DE HILOS Y LABERINTOS De Pepe Junco Ezquerra

.DE HILOS Y LABERINTOS








De un hilo que colgaba de una manga



de una vieja camisa algo raída,



fui tirando y tirando hasta saciarme.







Mi primera impresión no fue muy buena:



menguar es un asunto que deviene,



y el esmerarse en descubrir secretos



nos lleva a lamentables conclusiones.



Vas a tomar café como dormido,



te ajustas la mirada en los espejos,



te asomas para ver si pasan nubes



y sin querer te encuentras en el brete



de no saber qué hacer con la memoria.







A punto estuve de dejarlo todo



y ponerme a leer algún poema



del maestro Vallejo, tan versado



en la estulticia de los corazones.







El tedio y no tener a mano nada



en lo que sepultar mis muchas dudas



hizo que dando cuerda a los relojes



desde una posición cansina y loca



me ensimismara con la manga aquella



a punto de pasar a mejor vida.







Pensé, por no quedarme en purgatorios



tan dados a inquietudes y suspenses,



que acaso aquella joven del ovillo



prendada del eclipse de mis ojos



y poco adicta a juegos malabares,



mandaba una señal premonitoria



desde su mundo de salidas falsas.







Nada más encontrar a aquel engendro,



mitad yo pero más estrafalario,



supe que mi existencia desgraciada



y mis lamentaciones y mis cuitas



iban a hallar por fin su merecido.







Una brisa de mar besó mi frente



y refrescado vi cómo menguaban



el cuello y el ojal de la camisa.







Sin consultarlo y ya desesperado



me fui al rastro del barrio en el que vivo



buscando un trueque y una bienvenida.



Pero el maldito toro se empeñaba



en seguirme los pasos y enseñarme



su limpio y lastimado corazón.



Volví a Vallejo pero estaba herido.

Juanes - La mejor parte de mi - La vida es un ratico

Niños de David Trueba

Es sano desayunar con la tira de Calvin y Hobbes. Los personajes creados por Bill Watterson son la pareja más estimulante fuera del ámbito de las revistas del corazón y sus ficciones amorosas. Calvin posee el grado de rebeldía contra la realidad que a uno le gustaría conservar. Hobbes, como todos los tigres de peluche con vida propia, es en cambio acomodaticio, prudente y razonable. En la viñeta de ayer a Calvin su padre le ha quitado el televisor, aduciendo que con uno en casa hay más que suficiente. Subido a la rama del árbol, Calvin fantasea con inventar una serie de televisión llamada Los padres no tienen ni idea de nada.






Esa serie, hecha por Calvin sin aportación de ningún pedagogo, tendría bastante éxito. Porque los padres, en realidad, no tienen ni idea de nada.
 Hace un año, una asociación de consumidores norteamericana logró que la productora Disney les devolviera el dinero por la comercialización de una serie de vídeos bajo el espeluznante título de Baby Einstein. Al parecer la publicidad resultó ser engañosa, y la visión del vídeo no provocaba en los bebés un aumento de la inteligencia, una optimización de sus neuronas ni una mejora de sus instintos creativos. Es decir, no pasaba de ser cualquier cosa que echarse a los ojos.
Pero los padres creyeron el camelo de que la genialidad precoz se fabrica con tan solo fastidiarles la niñez, cambiando el ámbito de sus juegos y aficiones por sutiles redireccionamientos psicoformativos con careta lúdica.



Si uno tiene niños cerca, mirar un rato las piezas de Tom y Jerry que pasa el Canal Boomerang a la noche es un goce, pero ¿culpable? La lujuria de diversión podría parecer un rato perdido para los niños si alguien aspira a convertirlos en futuros genios. Pero me tranquilizó saber que el pianista LangLang confesó que su interés por el piano nació gracias a un corto de Tom y Jerry, donde Tom era un concertista pugnando por clavar la Rapsodia húngara de Franz Liszt mientras Jerry le complica la sesión.



Es decir, los niños atraviesan paredes donde nosotros indefectiblemente nos partimos las narices. Y es bueno no olvidar, cuando estás a su lado, la sentencia de Calvin: "Los padres no tienen ni idea de nada".