Convertido en pieza de coleccionismo artístico, el calendario Pirelli para 2011 se ha presentado hoy en Moscú. Este año el fotógrafo elegido es el diseñador Karl Lagerfeld y el motivo es la mitología greco-romana. Envuelto en una gran expectación, la marca de neumáticos desveló ayer en el hotel Ritz de la capital rusa las 36 imágenes que componen las páginas de Mythology, esta particular obra del modisto alemán.
El diseñador Karl Lagerfeld muestra su arte con una cámara
Entre las modelos elegidas para ocupar este seleccionado Olimpo están Bianca Balti, Freja Beha Erichsen o Isabeli Fontana. En la sección de dioses y héroes (cinco), sobresale, como no, la presencia del muso de Lagerfeld Baptiste Giabiconi interpretando a Apolo. Como madre de todos ellos se erige la madre de todos ellos: Hera, la mujer de Zeus, interpetada por la actriz Julianne Moore.
Pero, ¿por qué la mitología? Lagerfeld, hombre poco dado a mirar al pasado, sostiene esta vez que la retroinspiración procede de un mundo donde "no existía el pecado, no había infierno y sí un dios para cada cosa, pero ningún perdón". Mirando a las modelos que estaban sentadas en la primera fila del auditorio, el modisto lanzó su pequeña idea de la refundación del Olimpo: "Aunque nadie crea ya en estos dioses, ellas son las diosas de hoy en día". Y ellas, encantadas, claro.
Las últimas ediciones del calendario se hicieron en China, por Patrick Dermarchelier (en 2008); Botswana, por Peter Beard (2009); y Brasil, por Terry Richardson (en 2010). Esta vez la sesión fotográfica ha sido un tanto más austera. Se hizo durante dos días y medio en el estudio de Karl Lagerfeld en París. Algo que, de no haber sido por el pomposo estreno de la edición de 2011, podría inducir a pensar erróneamente que se debe a la crisis económica.
30 nov 2010
Miniletras frente a la crisis
Se pueden sujetar con una sola mano, son ligeros, se leen con el texto apaisado y, cuando están abiertos, su aspecto recuerda al de un libro electrónico... pero de papel. Son los Librinos, un formato de bolsillo de "última generación" a la venta en cientos de librerías españolas. Ediciones B ha distribuido 120.000 ejemplares de seis títulos superventas. "Sí que se parece a un eReader, pero sobre todo es un auténtico libro de bolsillo, que de verdad cabe en cualquier parte y que va a dar la vida a los lectores que pasan mucho tiempo en transportes públicos", indican desde la editorial.
Primero fueron los libros bajo demanda (que se imprimen solo en el momento en que son comprados), luego llegaron los ejemplares acuáticos (sumergibles) que lanzó la editorial Santillana para su sello Punto de Lectura y, ahora, de cara a la campaña navideña, es el turno de los Librinos. A 9,95 euros por título, representan la última reacción del mundo editorial a la crisis y a las incertidumbres que siembran los libros digitales entre editores, distribuidores y libreros. "Si no queremos perder cancha con respecto al libro electrónico, los Librinos son una manera divertida para acercarnos a ese formato", afirma Patricia García, de la cadena de tiendas culturales Fnac.
La idea original de este formato surgió en Holanda, cuando el fabricante de Biblias y libros religiosos Jongbloed decidió contactar con un editor generalista. Allí se llamaron dwarsligger. "El éxito de esa colección en Holanda, cuyo primer lanzamiento fue en septiembre de 2009, ha sido tal que en poco más de un año se han publicado más de 90 títulos", indican desde la editorial.
La utilización de papel biblia permite un número de páginas elevado. Patricia García asegura que el formato no va a pasar inadvertido: "Primero no lo veíamos muy claro, pero cuando los tuvimos en las manos comprobamos la ventaja de tener en ese formato un título de 700 páginas".
Las obras que debutan en este formato (con 20.000 ejemplares para cada uno) son El psicoanalista, de John Katzenbach; Africa-nus, de Santiago Postiguillo; Postdata: Te quiero, de Cecelia Ahern; Entrevista con el vampiro, de Anne Rice; Invierno en Madrid, de C. J. Sansom, y El círculo mágico, de Katherine Neville.
El lanzamiento de los Librinos va acompañado de una campaña en Internet, a través de la página www.librinos.com, en la que se ofrece información sobre las novedades editoriales, noticias, orientación sobre dónde encontrar ejemplares, un vídeo explicativo del nuevo formato y acceso a un grupo de la red social Facebook. Cuál será la reacción del público español ante los Librinos es todavía una incógnita.
Primero fueron los libros bajo demanda (que se imprimen solo en el momento en que son comprados), luego llegaron los ejemplares acuáticos (sumergibles) que lanzó la editorial Santillana para su sello Punto de Lectura y, ahora, de cara a la campaña navideña, es el turno de los Librinos. A 9,95 euros por título, representan la última reacción del mundo editorial a la crisis y a las incertidumbres que siembran los libros digitales entre editores, distribuidores y libreros. "Si no queremos perder cancha con respecto al libro electrónico, los Librinos son una manera divertida para acercarnos a ese formato", afirma Patricia García, de la cadena de tiendas culturales Fnac.
La idea original de este formato surgió en Holanda, cuando el fabricante de Biblias y libros religiosos Jongbloed decidió contactar con un editor generalista. Allí se llamaron dwarsligger. "El éxito de esa colección en Holanda, cuyo primer lanzamiento fue en septiembre de 2009, ha sido tal que en poco más de un año se han publicado más de 90 títulos", indican desde la editorial.
La utilización de papel biblia permite un número de páginas elevado. Patricia García asegura que el formato no va a pasar inadvertido: "Primero no lo veíamos muy claro, pero cuando los tuvimos en las manos comprobamos la ventaja de tener en ese formato un título de 700 páginas".
Las obras que debutan en este formato (con 20.000 ejemplares para cada uno) son El psicoanalista, de John Katzenbach; Africa-nus, de Santiago Postiguillo; Postdata: Te quiero, de Cecelia Ahern; Entrevista con el vampiro, de Anne Rice; Invierno en Madrid, de C. J. Sansom, y El círculo mágico, de Katherine Neville.
El lanzamiento de los Librinos va acompañado de una campaña en Internet, a través de la página www.librinos.com, en la que se ofrece información sobre las novedades editoriales, noticias, orientación sobre dónde encontrar ejemplares, un vídeo explicativo del nuevo formato y acceso a un grupo de la red social Facebook. Cuál será la reacción del público español ante los Librinos es todavía una incógnita.
Fallece el cineasta italiano Mario Monicelli
El maestro de la comedia italiana se suicida a los 95 años de edad .
Hubo un tiempo en que la comedia italiana tenía sustancia, como un buen guiso, con todos sus ingredientes en su justa cantidad. En aquel tiempo no se llamaba comedia italiana, sino commedia all'italiana (comedia a la italiana), y Mario Monicelli era su cocinero estrella, el cineasta que dominaba los ingredientes de la risa como nadie. Ayer, Monicelli decidió acabar con su vida saltando desde una ventana de la quinta planta del hospital romano San Giovanni. A sus 95 años, casi ciego, Monicelli sufría un cáncer de próstata en fase terminal, y decidió acabar con su vida, como hace 70 años hizo su padre. Hoy Italia se ha levantado conmocionada con el fallecimiento de su último gran director, de un cineasta que dirigió 65 películas y que fue cinco veces candidato al Oscar: dos veces como guionista por las películas Camaradas (1963) y Casanova 70 (1965) y otras tres en la categoría de mejor película en habla no inglesa: Rufufú (1958), La gran guerra (1959) y La ragazza con pistola (1968).
"La del 68 fue una generación de jóvenes violentos y corruptos"
Repasar la carrera de Monicelli es echar un vistazo a la historia del cine italiano. Nacido en Viareggio (Toscana), en 1915, Monicelli fue el segundo hijo de un periodista que sufrió en carne propia el fascismo de Mussolini. "Mi padre había dirigido un periódico en los años veinte. Era antifascista, se puso contra Mussolini y le echaron, no le dejaron escribir más. Estuvo muchos años sin poder hablar, viendo a sus amigos adaptados al fascismo. Pensó que cuando acabara Mussolini podría volver, pero se habían olvidado de él. Esa amargura le pudo. Yo era un soldado, estaba recién regresado de la guerra, y entendí perfectamente que se suicidara". Antes de participar en la II Guerra Mundial, Monicelli ya había trabajado en el mundo del cine: rodó su primer corto en 1934, una adaptación de El corazón delator, de Poe, que codirigió con Cesare Civita y su íntimo amigo Alberto Mondadori, y un año después llegó su primer mediometraje -mudo-: I ragazzi della via Paal, que logró en premio en el festival de Venecia. Por fin debutó con un largo en 1937, Pioggia d'estate, pero el filme solo se distribuyó en el sur de Italia.
De 1939 a 1942, antes de irse a la guerra, Monicelli trabajó como ayudante de dirección. Después, fue llamado a filas. "Me destinaron a Yugoslavia, a caballería, pero nunca luché". Hasta 1949 no volvió a ponerse detrás de las cámaras, en compañía de Stefano Vanzina, con Totò busca piso. En los siguientes cuatro años Monicelli y Fanzina codirigieron ocho filmes más protagonizados por el cómico Totò. "Era muy particular. Un gran mimo, movía todo el cuerpo además de la cara. Los grandes actores recitan con el cuerpo, trabajan la entonación y el cuerpo...". Monicelli, que era un gran fan de Buster Keaton y Charles Chaplin ("eran la voz de los perdedores que se eleva contra las normas sociales"), aplicó todo lo aprendido en pantalla. Eran también años de cafés en Roma, de tertulias con los guionistas Age y Scarpelli, con los aún incipientes directores Luigi Comencini, Steno, Pietro Germi... "Hablábamos de todo, de las noticias del día, el cine quedaba en algo secundario. Hoy, tristemente, los directores ven la vida a través del cine". En 1951 ya llamó la atención con Vida de perros y con Guardias y ladrones, premiado en Cannes, y en 1957 logra un premio en Berlín con Padres e hijos, pero el gran aldabonazo lo dio en 1958 con Rufufú (Concha de plata al mejor director en San Sebastián), con Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Totò y Claudia Cardinale. "Nuestra mirada era así. Sarcasmo, ironía. El humor es la forma más penetrante de mirar. Un bisturí que va al fondo de las cosas. La comedia a la italiana surgió al contar argumentos muy dramáticos con humor". El mejor ejemplo, su obra maestra, llegó al año siguiente con La gran guerra (León de Oro en Venecia), la comedia sobre la I Guerra Mundial con Alberto Sordi y Gassman, que le consagra como gran cineasta. "Pusimos un espejo delante de los italianos para reflejar su lado más innoble".
Durante treinta años, Monicelli no bajó el pistón de la producción: I compagni (1963), La armada Brancalone (1966), La chica con la pistola (1968), Amici miei (1970) o Un burgués pequeño pequeño (1978)... "No teníamos pretensiones, aunque es cierto que sin quererlo, hacíamos política. Pero luego llegaron los críticos y organizaron teorías, buscaron significados, intelectualizaron la comedia, lo que en sí mismo es una contradicción". Monicelli fue el mago de contar las cosas de forma directa, y contó con algunos de los mejores actores del siglo XX: colaboró con muchos de los actores italianos más importantes del siglo XX: Monica Vitti, Totò, Anna Magnani, Vittorio Gassman, Vittorio de Sica, Giancarlo Giannini, Stefania Sandrelli, Sofia Loren, Nino Manfredi, Gian Maria Volonté, Marcello Mastroianni... "No éramos conscientes de la importancia de lo que estábamos haciendo. Era una vida dura. Los horarios no son como los de ahora. Te levantabas al alba y trabajabas de siete a siete. Llevábamos pan con salami y eso comíamos. Durante 15 años fuimos el centro de la creatividad, duró un par de generaciones".
En 2006, tras dirigir Las rosas del desierto, decidió retirarse -aún dirigió un último documental- tras una carrera llena de obras de teatro, trabajos televisivos, decenas y decenas de guiones y 65 largometrajes. "Ya ha sido suficiente, ¿no?". Hace dos años el festival de San Sebastián recuperó en una antológica toda su obra, un canto al hombre y al humor como forma de vida.
Hubo un tiempo en que la comedia italiana tenía sustancia, como un buen guiso, con todos sus ingredientes en su justa cantidad. En aquel tiempo no se llamaba comedia italiana, sino commedia all'italiana (comedia a la italiana), y Mario Monicelli era su cocinero estrella, el cineasta que dominaba los ingredientes de la risa como nadie. Ayer, Monicelli decidió acabar con su vida saltando desde una ventana de la quinta planta del hospital romano San Giovanni. A sus 95 años, casi ciego, Monicelli sufría un cáncer de próstata en fase terminal, y decidió acabar con su vida, como hace 70 años hizo su padre. Hoy Italia se ha levantado conmocionada con el fallecimiento de su último gran director, de un cineasta que dirigió 65 películas y que fue cinco veces candidato al Oscar: dos veces como guionista por las películas Camaradas (1963) y Casanova 70 (1965) y otras tres en la categoría de mejor película en habla no inglesa: Rufufú (1958), La gran guerra (1959) y La ragazza con pistola (1968).
"La del 68 fue una generación de jóvenes violentos y corruptos"
Repasar la carrera de Monicelli es echar un vistazo a la historia del cine italiano. Nacido en Viareggio (Toscana), en 1915, Monicelli fue el segundo hijo de un periodista que sufrió en carne propia el fascismo de Mussolini. "Mi padre había dirigido un periódico en los años veinte. Era antifascista, se puso contra Mussolini y le echaron, no le dejaron escribir más. Estuvo muchos años sin poder hablar, viendo a sus amigos adaptados al fascismo. Pensó que cuando acabara Mussolini podría volver, pero se habían olvidado de él. Esa amargura le pudo. Yo era un soldado, estaba recién regresado de la guerra, y entendí perfectamente que se suicidara". Antes de participar en la II Guerra Mundial, Monicelli ya había trabajado en el mundo del cine: rodó su primer corto en 1934, una adaptación de El corazón delator, de Poe, que codirigió con Cesare Civita y su íntimo amigo Alberto Mondadori, y un año después llegó su primer mediometraje -mudo-: I ragazzi della via Paal, que logró en premio en el festival de Venecia. Por fin debutó con un largo en 1937, Pioggia d'estate, pero el filme solo se distribuyó en el sur de Italia.
De 1939 a 1942, antes de irse a la guerra, Monicelli trabajó como ayudante de dirección. Después, fue llamado a filas. "Me destinaron a Yugoslavia, a caballería, pero nunca luché". Hasta 1949 no volvió a ponerse detrás de las cámaras, en compañía de Stefano Vanzina, con Totò busca piso. En los siguientes cuatro años Monicelli y Fanzina codirigieron ocho filmes más protagonizados por el cómico Totò. "Era muy particular. Un gran mimo, movía todo el cuerpo además de la cara. Los grandes actores recitan con el cuerpo, trabajan la entonación y el cuerpo...". Monicelli, que era un gran fan de Buster Keaton y Charles Chaplin ("eran la voz de los perdedores que se eleva contra las normas sociales"), aplicó todo lo aprendido en pantalla. Eran también años de cafés en Roma, de tertulias con los guionistas Age y Scarpelli, con los aún incipientes directores Luigi Comencini, Steno, Pietro Germi... "Hablábamos de todo, de las noticias del día, el cine quedaba en algo secundario. Hoy, tristemente, los directores ven la vida a través del cine". En 1951 ya llamó la atención con Vida de perros y con Guardias y ladrones, premiado en Cannes, y en 1957 logra un premio en Berlín con Padres e hijos, pero el gran aldabonazo lo dio en 1958 con Rufufú (Concha de plata al mejor director en San Sebastián), con Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Totò y Claudia Cardinale. "Nuestra mirada era así. Sarcasmo, ironía. El humor es la forma más penetrante de mirar. Un bisturí que va al fondo de las cosas. La comedia a la italiana surgió al contar argumentos muy dramáticos con humor". El mejor ejemplo, su obra maestra, llegó al año siguiente con La gran guerra (León de Oro en Venecia), la comedia sobre la I Guerra Mundial con Alberto Sordi y Gassman, que le consagra como gran cineasta. "Pusimos un espejo delante de los italianos para reflejar su lado más innoble".
Durante treinta años, Monicelli no bajó el pistón de la producción: I compagni (1963), La armada Brancalone (1966), La chica con la pistola (1968), Amici miei (1970) o Un burgués pequeño pequeño (1978)... "No teníamos pretensiones, aunque es cierto que sin quererlo, hacíamos política. Pero luego llegaron los críticos y organizaron teorías, buscaron significados, intelectualizaron la comedia, lo que en sí mismo es una contradicción". Monicelli fue el mago de contar las cosas de forma directa, y contó con algunos de los mejores actores del siglo XX: colaboró con muchos de los actores italianos más importantes del siglo XX: Monica Vitti, Totò, Anna Magnani, Vittorio Gassman, Vittorio de Sica, Giancarlo Giannini, Stefania Sandrelli, Sofia Loren, Nino Manfredi, Gian Maria Volonté, Marcello Mastroianni... "No éramos conscientes de la importancia de lo que estábamos haciendo. Era una vida dura. Los horarios no son como los de ahora. Te levantabas al alba y trabajabas de siete a siete. Llevábamos pan con salami y eso comíamos. Durante 15 años fuimos el centro de la creatividad, duró un par de generaciones".
En 2006, tras dirigir Las rosas del desierto, decidió retirarse -aún dirigió un último documental- tras una carrera llena de obras de teatro, trabajos televisivos, decenas y decenas de guiones y 65 largometrajes. "Ya ha sido suficiente, ¿no?". Hace dos años el festival de San Sebastián recuperó en una antológica toda su obra, un canto al hombre y al humor como forma de vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)