Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 nov 2010

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al primer muerto nunca lo olvidamos,

aunque muera de rayo, tan aprisa

que no alcance la cama ni los óleos.

Oigo el bastón que duda en un peldaño,

el cuerpo que se afianza en un suspiro,

la puerta que se abre, el muerto que entra.

De una puerta a morir hay poco espacio

y apenas queda tiempo de sentarse,

alzar la cara, ver la hora

y enterarse: las ocho y cuarto.



Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

La que murió noche tras noche

y era una larga despedida,

un tren que nunca parte, su agonía.

Codicia de la boca

al hilo de un suspiro suspendida,

ojos que no se cierran y hacen señas

y vagan de la lámpara a mis ojos,

fija mirada que se abraza a otra,

ajena, que se asfixia en el abrazo

y al fin se escapa y ve desde la orilla

cómo se hunde y pierde cuerpo el alma

y no encuentra unos ojos a que asirse...

¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morimos sólo porque nadie

quiere morirse con nosotros, nadie

quiere mirarnos a los ojos.



Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al que se fue por unas horas

y nadie sabe en qué silencio entró.

De sobremesa, cada noche,

la pausa sin color que da al vacío

o la frase sin fin que cuelga a medias

del hilo de la araña del silencio

abren un corredor para el que vuelve:

suenan sus pasos, sube, se detiene...

Y alguien entre nosotros se levanta

y cierra bien la puerta.

Pero él, allá del otro lado, insiste.

Acecha en cada hueco, en los repliegues,

vaga entre los bostezos, las afueras.

Aunque cerremos puertas, él insiste.



Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Rostros perdidos en mi frente, rostros

sin ojos, ojos fijos, vaciados,

¿busco en ellos acaso mi secreto,

el dios de sangre que mi sangre mueve,

el dios de yelo, el dios que me devora?

Su silencio es espejo de mi vida,

en mi vida su muerte se prolonga:

soy el error final de sus errores.



Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

El pensamiento disipado, el acto

disipado, los nombres esparcidos

(lagunas, zonas nulas, hoyos

que escarba terca la memoria),

la dispersión de los encuentros,

el yo, su guiño abstracto, compartido

siempre por otro (el mismo) yo, las iras,

el deseo y sus máscaras, la víbora

enterrada, las lentas erosiones,

la espera, el miedo, el acto

y su reverso: en mí se obstinan,

piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,

beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,

no sabe el pan, la fruta amarga,

amor domesticado, masticado,

en jaulas de barrotes invisibles

mono onanista y perra amaestrada,

lo que devoras te devora,

tu víctima también es tu verdugo.

Montón de días muertos, arrugados

periódicos, y noches descorchadas

y amaneceres, corbata, nudo corredizo:

"saluda al sol, araña, no seas rencorosa..."



Es un desierto circular el mundo,

el cielo está cerrado y el infierno vacío.
 
 
Octavio Paz

"¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!"

"¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!"



( Palabras que Ana me dejó escritas una noche

en que tuvimos que separarnos. )



¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana!

Hasta mañana, sí, cuando amanezca,

y yo, después de cuarenta años

de incoherente soñar, abra y estriegue

los ojos del espíritu,

como quien ha dormido mucho, mucho,

y vaya lentamente despertando,

y, en una progresiva lucidez,

ate los cabos del ayer de mi alma

( antes de que la carne la ligara )

y del hoy prodigioso

en que habré de encontrarme, en este plano

en que ya nada es ilusión y todo

es verdad...

¡Buenas noches, amor mío,

buenas noches! Yo quedo en las tinieblas

y tú volaste hacia el amanecer...

¡Hasta mañana, amor, hasta mañana!

Porque, aun cuando el destino

acumulara lustro sobre lustro

de mi prisión por vida, son fugaces

esos lustros; sucédense los días

como rosarios, cuyas cuentas magnas

son los domingos...

Son los domingos, en que, con mis flores

voy invariablemente al cementerio

donde yacen tus formas adoradas.

¿Cuántos ramos de flores

he llevado a la tumba? No lo sé.

¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos.

¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva

deliciosa!

¡Quizás el carcelero

se acerca con sus llaves resonantes

a abrir mi calabozo para siempre!

¿Es por ventura el eco de sus pasos

el que se oye, a través de la ventana,

avanzar por los quietos corredores?

¡Buenas noches, amor de mis amores!

Hasta luego, tal vez..., o hasta mañana.
Amado Nervo

Tus Manos son mi caricia,,,,,,

Tus manos son mi caricia

mis acordes cotidianos

te quiero porque tus manos

trabajan por la justicia.

Mario Benedetti







Quiero despedir a un amigo,

partió, se fue de viaje

olvido llevar su equipaje,

nada llega consigo,

dejó con nosotros

su humildad y grandeza,

su entrega sin condición

por el amor, la justicia...



Esperaremos su regreso,

esta vez no esta exiliado,

tampoco han apresado,

su alma liberó su peso.



Gracias por la belleza,

por tu grandeza,

por tu conciencia social,

por aliviarnos el camino,

salvarnos de la locura,

por tu visita en la tierra,

por el tremendo regalo,

tu obra y poesía.



4 nov 2010












El indicador decía Con niebla, no se detenga,

pero la niebla llegó a ser tan espesa

que detuvo cuidadosamente su coche.

Salió, dió unos pasos,

pero un miedo ancestral le hizo retroceder.

No había ruido ni eco

como si todo lo existente se desvaneciera.

Puso la radio y sólo escuchó una música árabe,

qué coño, tan al Norte.

Fue entonces cuando vio aquellas siluetas en el parabrisas.

Eran vacas,

enormes cabezas con ojos de aguanieve.



Manuel Rivas

20/05/2005 23:05 #. Poemas de otros No hay comentarios. Comentar.

UNA CESTA DE ERIZOS

El último poema, el que aquí no figura, trata de las cosas que las mujeres llevan en la cabeza. Ese poema es una prolongación en marcha. Como las cosas que las mujeres llevan encima de la cabeza son también una prolongación. De niño, la mayoría de las mujeres del mundo en que me movía iban casi siempre con algo encima de la cabeza. Un peso. cestos y banastas con fruta, patatas o pescados. Lotes de ropa. Haces de hierba, o cereales, o helechos. Herradas de agua y calderos de zinc. Jarras de leche. Sacos de grano o harina. Leños atados. A veces, el asombro de ver una mujer con una máquina de coser. Una mujer con una barra de hielo. Una mujer con un lechón en un cesto. Una mujer con un pan de maíz del tamaño de una rueda de carro. Una mujer con quesos envueltos en berzas de col. Una mujer con una cesta de erizos de mar, puñetazos encarnados, denegridos de un sueño astrográfico... El de la memoria rebelde del mar. Lo que veo ahora, esos recuerdos ensartados, son signos que emergen con una fuerza expresiva que me hace ir hechizado detrás de ellas, detrás de esas mujeres-poema que caminan hacia delante, el cuerpo erguido, la mirada al frente, anticipando su andar la grafía de los pies que avanza por el trazo que dejó la mirada.



Así veo hoy la poesía. Es la escritura que lleva cosas en la cabeza. La caravana de las palabras que llevan un peso sobre la corona de paño, sobre las vértebras. La memoria. La prolongación. El peso del dolor, pero también la alegre excitación de quien lleva algo, algo más una re-existencia, encima de la cabeza.



Manuel Rivas

15/05/2005 22:34 #. Poemas de otros No hay comentarios. Comentar.

La lechera

Hace siglos, madre, en Delft, ¿recuerdas?,

tú vertías la jarra en casa de Johannes

Vermeer, el pintor, el marido de Catharina Bolnes,

hija de la señora María Thies, aquella estirada,

que tenía otro hijo medio loco,

Willem, si mal no recuerdo,

el que deshonró a la pobre Mary Gerrits,

la criada que abre ahora la puerta

para que entres tú, madre,

y te acerques a la mesa del rincón

y con la jarrra derrames mariposas de luz

que el ganado de los tuyos apacentó

en los verdes y sombríos tapices de Delft.

La misma que yo soñé en el Rojksmuseum,

Johannes Vermeer encalará con leche

esas paredes, el latón, el cesto, el pan,

tus brazos,

aunque en la ficción en el cuadro

la fuente luminosa es la ventana.



Manuel Rivas