Se han creado en los últimos años suficientes cargos de capataces -el único sector en auge en el mercado- como para que cualquier reforma laboral, por despiadada que nos parezca, resulte aplicable.
Antes, el capataz era uno de esos que obligaban a los esclavos o a los trabajadores ultra explotados a rendir hasta la última gota de sangre: tenía el látigo en una mano y, cubriéndole la espalda, la confianza del amo.
En el caso de fallar el primero, la segunda se desplazaba de individuo, pero el sistema continuaba en pie. Así fue cómo mantuvieron los Estados europeos su hegemonía en las colonias de ultramar, y así se edificó el capitalismo.
Recuerden al tipo brutal que hacía trabajar a los presos que convirtieron en un gran negocio la empresa maderera de Scarlett O'Hara (fuente: Lo que el viento se llevó). O, si nos ponemos más sublimes, a algunos personajes de Conrad (el tremendo malo de Victoria, por ejemplo). Dan ganas de escupirles.
Hoy en día, sin embargo, los capataces se sientan a nuestra mesa o, al menos, se nos acercan, campechanos, en el sitio de trabajo. "Oye, tú, tío, que vamos a tener que estrecharnos aún más el cinturón. Más horas, menos pasta, colega. Lo siento, pero las cosas están como están: muy mal".
Lo hacen bien, tienen la confianza del amo (en el caso de que alguien sepa, en estos momentos, quién es el amo) y una gran experiencia en propagar Desconcierto y Temor, operación pronto sustituida por la de Acojone y Resignación. Son, además, inteligentes pero no demasiado. Elegantillos, pero extremadamente lameculos.
Fueron, muchos de ellos, compañeros e incluso aprendices nuestros a quienes un golpe de suerte o una brillantez de carácter, exhibida en el momento oportuno, convirtió en los nuevos negreros.
Jóvenes sobradamente preparados y muy dispuestos que recibieron cursillos de motivación. Y aquí les tenemos. Recortando derechos. Con un Rólex en la muñeca y un más que excelente porvenir.
28 oct 2010
Cortaron el pastel, se acabó el pastelón
Cortaron el pastel, se acabó el pastelón
Bueno pues al final se casaron. Como en los cuentos de príncipes, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz fueron felices y comieron perdices, en la serie de dos capítulos que ha emitido Telecinco.
He de confesar que después de ver las dos sesiones, lo único que me ha divertido ha sido la actuación de Juanjo Puigcorbé. No por su parecido con el Rey de verdad y sí por la imitación que hace de él, más contenida en la segunda parte que en la primera. O ¿es que me he habituado? En medio de tanto aburrimiento, ha sido una nota de humor que no sé como le habrá sentado al verdadero Rey.
El interés de esta segunda parte estaba en ver cómo contaban el enfrentamiento de Felipe con sus padres cuando estos se opusieron a la boda. Pero Joaquín Oristrell, el director, lo resuelve rápido. Pasa por alto, por ejemplo y nada menos, cuando el Príncipe "desaparece" tres días y se va a Nueva York. Fue su manera de dejar claro que si los Reyes no aceptaban a Letizia, él estaba dispuesto a dejarlo todo.
Pero, claro, si se trata de una novela de amor los obstáculos se salvan fácilmente. Así de plana ha sido para Telecinco esta historia.
Me quedo con algunas frases para el recuerdo y la carcajada.
El mejor piropo posible de una reina a alguien: "Te has portado como una reina". Eso le dice doña Sofía Letizia en la serie.
"Ser princesa debe ser como ser periodista pero con muchos confidenciales". Palabras de Urdaci a Letizia antes de un telediario.
"A tu madre es fácil meterle goles". El Rey a su hijo.
Bueno pues al final se casaron. Como en los cuentos de príncipes, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz fueron felices y comieron perdices, en la serie de dos capítulos que ha emitido Telecinco.
He de confesar que después de ver las dos sesiones, lo único que me ha divertido ha sido la actuación de Juanjo Puigcorbé. No por su parecido con el Rey de verdad y sí por la imitación que hace de él, más contenida en la segunda parte que en la primera. O ¿es que me he habituado? En medio de tanto aburrimiento, ha sido una nota de humor que no sé como le habrá sentado al verdadero Rey.
El interés de esta segunda parte estaba en ver cómo contaban el enfrentamiento de Felipe con sus padres cuando estos se opusieron a la boda. Pero Joaquín Oristrell, el director, lo resuelve rápido. Pasa por alto, por ejemplo y nada menos, cuando el Príncipe "desaparece" tres días y se va a Nueva York. Fue su manera de dejar claro que si los Reyes no aceptaban a Letizia, él estaba dispuesto a dejarlo todo.
Pero, claro, si se trata de una novela de amor los obstáculos se salvan fácilmente. Así de plana ha sido para Telecinco esta historia.
Me quedo con algunas frases para el recuerdo y la carcajada.
El mejor piropo posible de una reina a alguien: "Te has portado como una reina". Eso le dice doña Sofía Letizia en la serie.
"Ser princesa debe ser como ser periodista pero con muchos confidenciales". Palabras de Urdaci a Letizia antes de un telediario.
"A tu madre es fácil meterle goles". El Rey a su hijo.
Cuando éramos intelectuales
Una ambiciosa obra recorre el siglo XX a través de los pensadores (de Zola a Gide, de Sartre a Camus) involucrados en política - Su autor da por extinta a aquella raza.
El intelectual, los intelectuales. Ese oráculo que interpretaba la realidad para el común de los mortales ya no existe. Al menos, tal y como se conoció durante el siglo pasado y, más concretamente, en Francia, verdadera patria del término. Jean-Paul Sartre los definía como alguien que se ocupaba de lo que no le importaba. La aparente boutade la suscribe el historiador Michel Winock (París, 1937), autor de la monumental El siglo de los intelectuales (Edhasa). Para él, el intelectual "es alguien que ha adquirido una cierta reputación por sus obras -casi siempre un escritor o filó-sofo- y la utiliza para intervenir en el campo político, que originalmente no es el suyo".
Malraux pasa a la acción; en 1936 se suma al bando republicano
"Antes estaba en manos de pocos; ahora hay un intelectual colectivo"
El historiador Michel Winock divide la centuria en tres grandes épocas
La figura nace a finales del XIX, en el 'caso Dreyfus', con Zola y su 'Yo acuso'
En sentido estricto, la figura del intelectual nace a finales del XIX en Francia en torno al caso Dreyfus, aquel militar judío falsamente acusado de traición. Su caso lo denunció en la prensa el escritor Émile Zola con su famoso Yo acuso, detonante de una división en la sociedad francesa que marcaría el pensamiento político del siglo XX. Para Winock ya está en Voltaire y los filósofos de la Ilustración, pero es con el caso Dreyfus cuando nace el término que hasta entonces solo era un adjetivo. "Es Clemenceau, en enero de 1898, el primero que se refiere a 'esos intelectuales'. El concepto entra así en el lenguaje común".
Desde el primer momento los intelectuales toman partido. A Zola se le enfrenta el brillante Maurice Barrès, que parte del término para burlarse de él, aunque él mismo sea un intelectual... de derechas. "El caso Drey-fus es un caso de antisemitismo", explica Winock. "Pero el antisemitismo es accesorio. En realidad es la oposición entre quienes reivindican la verdad y la justicia -los valores universales- y los que dicen que lo que cuenta es la defensa de nuestra patria, del particularismo, los nacionalistas".
Winock divide su trabajo en tres grandes épocas. Al protagonizado por Zola y Barrès, sigue el inquietante periodo de entreguerras, con la gran figura carismática de André Gide. Es un momento en el que el intelectual se ve obligado a comprometerse más allá del papel. "Gide es un hombre de gran coraje, que se enfrenta al tabú de la homosexualidad -él mismo es homosexual-, que se atreve a criticar a la URSS pese a sus simpatías por el comunismo y que denuncia el colonialismo, hasta el punto que su libro Viaje al Chad y al Congo, acaba forzando al ministro de las Colonias a retirar las concesiones". A Gide "le piden que no publique estas denuncias con todo tipo de argumentos, el poeta Ilia Ehrenburg llega a decirle que, incluso si es verdad su denuncia del estalinismo, no puede hacerlo público para no desmoralizar a quienes luchan contra los fascistas en la Guerra Civil española. Pero es valiente y lo hace".
Aunque quien realmente resuelve el dilema sobre si el intelectual debe pasar a la acción es André Malraux, que en 1936 se une al bando republicano en España como piloto de avión en la defensa de Madrid. "La mayoría de los intelectuales no son gente de acción, Malraux es todo lo contrario. Su papel en la Guerra Civil tal vez se haya exagerado, pero lo cierto es que hizo llegar aviones a la República pese a la política de no intervención que ataba las manos del Frente Popular en Francia y, aunque no sabía ni pilotar ni navegar, se comprometió en la operación que cerró el paso a la columna del general Asensio, asegurando la defensa de Madrid. Fue un gran propagandista que recogió fondos para la República, especialmente en una gira por Estados Unidos. Hay otros intelectuales que pasan a la acción, como el poeta René Char, muerto en la resistencia contra los nazis. Son figuras heroicas, pero no abundan, porque tampoco hay tantas oportunidades como la Guerra Civil española".
La tercera parte de El siglo de los intelectuales tiene a Sartre como protagonista. "Sartre, tal vez esté sobrevalorado, pero sigue siendo una referencia", explica. "Su desgracia, en lo que a la posteridad se refiere, es que acabó en el campo de los vencidos, porque fue filocomunista en los cincuenta e izquierdista en el 68; desarrolló la idea revolucionaria y la caída del comunismo lo puso en evidencia. Albert Camus hizo el camino contrario; desacreditado en vida, marginado por la izquierda y sus compañeros de viaje, reaparece ahora brillante porque él no se equivocó". Pero Winock defiende a Sartre. "No era solo un intelectual comprometido, también era un escritor y su prosa sigue siendo muy potente, magnífica, inteligente".
Sartre murió en 1980. Camus había muerto 20 años antes. Raymond Aron, en 1983. Michel Fou-cault, en 1984. Bourdieu, en 2002. ¿Qué es lo que queda entonces de los intelectuales? "Mi tesis es que el intelectual clásico se ha acabado", responde Winock, "era una especie de guía, de profeta, como esos que hemos citado, maîtres à penser, y esto se ha acabado, de entrada porque hay una elevación del nivel de cultural de la sociedad. La historia de los intelectuales empieza en un periodo en el que muy pocos van a la universidad y la gente tiene necesidad de referencias superiores. Además hemos pasado por la revolución de la comunicación y ahora Internet permite a todo el mundo expresarse. La conclusión es que ya no son necesarios los intelectuales. Y en cuanto a defender grandes causas, ahora hay asociaciones de todo tipo que defienden causas precisas, parciales". "Si compara un periodico de la década de 1950", sugiere, "con uno actual, verá que ahora hay muchísimos debates y tribunas sobre temas muy diversos, con nombres que rápidamente se nos olvidan; son intelectuales anónimos. Antes la palabra estaba monopolizada por unos pocos, ahora hay un intelectual colectivo que puede expresarse cada día y lo hace por muchos medios".
"Queda el intelectual mediatico, como sería en caso de Bernard-Henri Lévy", admite, "y el intelectual específico, que en palabras de Foucault, es alguien que no habla de todo, sino que tiene una competencia sobre algo, e interviene sobre su competencia".
El intelectual, los intelectuales. Ese oráculo que interpretaba la realidad para el común de los mortales ya no existe. Al menos, tal y como se conoció durante el siglo pasado y, más concretamente, en Francia, verdadera patria del término. Jean-Paul Sartre los definía como alguien que se ocupaba de lo que no le importaba. La aparente boutade la suscribe el historiador Michel Winock (París, 1937), autor de la monumental El siglo de los intelectuales (Edhasa). Para él, el intelectual "es alguien que ha adquirido una cierta reputación por sus obras -casi siempre un escritor o filó-sofo- y la utiliza para intervenir en el campo político, que originalmente no es el suyo".
Malraux pasa a la acción; en 1936 se suma al bando republicano
"Antes estaba en manos de pocos; ahora hay un intelectual colectivo"
El historiador Michel Winock divide la centuria en tres grandes épocas
La figura nace a finales del XIX, en el 'caso Dreyfus', con Zola y su 'Yo acuso'
En sentido estricto, la figura del intelectual nace a finales del XIX en Francia en torno al caso Dreyfus, aquel militar judío falsamente acusado de traición. Su caso lo denunció en la prensa el escritor Émile Zola con su famoso Yo acuso, detonante de una división en la sociedad francesa que marcaría el pensamiento político del siglo XX. Para Winock ya está en Voltaire y los filósofos de la Ilustración, pero es con el caso Dreyfus cuando nace el término que hasta entonces solo era un adjetivo. "Es Clemenceau, en enero de 1898, el primero que se refiere a 'esos intelectuales'. El concepto entra así en el lenguaje común".
Desde el primer momento los intelectuales toman partido. A Zola se le enfrenta el brillante Maurice Barrès, que parte del término para burlarse de él, aunque él mismo sea un intelectual... de derechas. "El caso Drey-fus es un caso de antisemitismo", explica Winock. "Pero el antisemitismo es accesorio. En realidad es la oposición entre quienes reivindican la verdad y la justicia -los valores universales- y los que dicen que lo que cuenta es la defensa de nuestra patria, del particularismo, los nacionalistas".
Winock divide su trabajo en tres grandes épocas. Al protagonizado por Zola y Barrès, sigue el inquietante periodo de entreguerras, con la gran figura carismática de André Gide. Es un momento en el que el intelectual se ve obligado a comprometerse más allá del papel. "Gide es un hombre de gran coraje, que se enfrenta al tabú de la homosexualidad -él mismo es homosexual-, que se atreve a criticar a la URSS pese a sus simpatías por el comunismo y que denuncia el colonialismo, hasta el punto que su libro Viaje al Chad y al Congo, acaba forzando al ministro de las Colonias a retirar las concesiones". A Gide "le piden que no publique estas denuncias con todo tipo de argumentos, el poeta Ilia Ehrenburg llega a decirle que, incluso si es verdad su denuncia del estalinismo, no puede hacerlo público para no desmoralizar a quienes luchan contra los fascistas en la Guerra Civil española. Pero es valiente y lo hace".
Aunque quien realmente resuelve el dilema sobre si el intelectual debe pasar a la acción es André Malraux, que en 1936 se une al bando republicano en España como piloto de avión en la defensa de Madrid. "La mayoría de los intelectuales no son gente de acción, Malraux es todo lo contrario. Su papel en la Guerra Civil tal vez se haya exagerado, pero lo cierto es que hizo llegar aviones a la República pese a la política de no intervención que ataba las manos del Frente Popular en Francia y, aunque no sabía ni pilotar ni navegar, se comprometió en la operación que cerró el paso a la columna del general Asensio, asegurando la defensa de Madrid. Fue un gran propagandista que recogió fondos para la República, especialmente en una gira por Estados Unidos. Hay otros intelectuales que pasan a la acción, como el poeta René Char, muerto en la resistencia contra los nazis. Son figuras heroicas, pero no abundan, porque tampoco hay tantas oportunidades como la Guerra Civil española".
La tercera parte de El siglo de los intelectuales tiene a Sartre como protagonista. "Sartre, tal vez esté sobrevalorado, pero sigue siendo una referencia", explica. "Su desgracia, en lo que a la posteridad se refiere, es que acabó en el campo de los vencidos, porque fue filocomunista en los cincuenta e izquierdista en el 68; desarrolló la idea revolucionaria y la caída del comunismo lo puso en evidencia. Albert Camus hizo el camino contrario; desacreditado en vida, marginado por la izquierda y sus compañeros de viaje, reaparece ahora brillante porque él no se equivocó". Pero Winock defiende a Sartre. "No era solo un intelectual comprometido, también era un escritor y su prosa sigue siendo muy potente, magnífica, inteligente".
Sartre murió en 1980. Camus había muerto 20 años antes. Raymond Aron, en 1983. Michel Fou-cault, en 1984. Bourdieu, en 2002. ¿Qué es lo que queda entonces de los intelectuales? "Mi tesis es que el intelectual clásico se ha acabado", responde Winock, "era una especie de guía, de profeta, como esos que hemos citado, maîtres à penser, y esto se ha acabado, de entrada porque hay una elevación del nivel de cultural de la sociedad. La historia de los intelectuales empieza en un periodo en el que muy pocos van a la universidad y la gente tiene necesidad de referencias superiores. Además hemos pasado por la revolución de la comunicación y ahora Internet permite a todo el mundo expresarse. La conclusión es que ya no son necesarios los intelectuales. Y en cuanto a defender grandes causas, ahora hay asociaciones de todo tipo que defienden causas precisas, parciales". "Si compara un periodico de la década de 1950", sugiere, "con uno actual, verá que ahora hay muchísimos debates y tribunas sobre temas muy diversos, con nombres que rápidamente se nos olvidan; son intelectuales anónimos. Antes la palabra estaba monopolizada por unos pocos, ahora hay un intelectual colectivo que puede expresarse cada día y lo hace por muchos medios".
"Queda el intelectual mediatico, como sería en caso de Bernard-Henri Lévy", admite, "y el intelectual específico, que en palabras de Foucault, es alguien que no habla de todo, sino que tiene una competencia sobre algo, e interviene sobre su competencia".
Los hombres sí lloran. Y qué
Lo raro ya no es que un líder derrame lágrimas de tristeza o alegría en público sino la reacción machista e hiriente - Ellos exhiben cada vez más sus emociones pero aún existen límitesEl reto es "que los chavales se liberen del miedo a sentir", dice un sociólogo .
."La gente me observa. Aun así lloro. Tengo el hombro de Dios para llorar. Y lloro mucho. Lloro mucho en mi trabajo. Apuesto a que he derramado más lágrimas de las que usted puede contar". Con esta naturalidad contaba en una biografía el entonces político más poderoso del mundo, George W. Bush, su facilidad para el llanto. Miguel Ángel Moratinos no está solo. Ni mucho menos. Pero el escritor Arturo Pérez-Reverte le zahirió por llorar al despedirse como ministro de Exteriores, un cese inesperado: "Por cierto, que no se me olvide. Vi llorar a Moratinos. Ni para irse tuvo huevos", escribió el novelista en su Twitter el sábado a las 20.25.
Los deportistas gritan cuando ganan y lloran después
La noticia en otros webs
•webs en español
•en otros idiomas
La llantina de Bustamante en 'OT' "fue un cambio cósmico"
"Casi todos estamos hartos de gente tan procaz y zafia", recalca un activista
Y claro, los internautas reaccionaron. Noventa y tantos lo rebotaron de inmediato. Y él respondió a las dos horas con una retahíla de perlas : "No se es menos hombre (hablamos del ministro Moratinos) por llorar. Nadie habla de eso" (a las 22.49), "A la política y a los ministerios se va llorado de casa" (22.52) o "Moratinos, gimoteando en público, se fue como un perfecto mierda" (22.53). Y el tema se convirtió en la sensación del momento en la red de microblogs. ¿Cómo gestionan los hombres sus sentimientos? ¿Cada vez se acepta mejor el llanto masculino en público? ¿Y la expresión de otras emociones? ¿El cambio ha llegado a la política?
La tradición pesa. Ya lo decían The Cure en Boys don't cry o Miguel Bosé en Los chicos no lloran . Y mucho antes, según una leyenda, se lo dijo a Boabdil su madre cuando abandonaban Granada tras la derrota: "No llores como una mujer por lo que no has sabido defender como un hombre". La tradición pesa, ahí está Pérez-Reverte, pero las actitudes cambian.
Erick Pescador Albiach, sociólogo experto en cuestiones de género, da un ejemplo de anteayer, de un grupo de discusión con adolescentes varones de 13 a 16 años en Sagunto (Valencia). El llanto fue uno de los asuntos tratados. "Reconocen que lloran, que lo hacen en presencia de amigos, por ejemplo. Y que lo admitan, que lo digan ante otros chavales... era impensable hace 10 años", asegura este especialista que da talleres en escuelas desde hace una década.
"Lloran pero con límites ¿eh? El límite anteayer era que los demás les consideren blandengues, mariquitas", cuenta. Persiste el miedo a parecer menos hombre. David Bustamante, con sus frecuentes llantinas en la primera edición de OT, "fue un cambio cósmico para los adolescentes", recalca este experto. Lo solía poner como ejemplo ante los estudiantes. Ahí estaba Bustamante, un hombre, un albañil, que se permitía el lujo de llorar en aquel programa que le descubrió como cantante. "Dejé de ponerlo como ejemplo cuando empezó a pegarse", explica.
El reto para Pescador es "conseguir que los chavales se liberen del miedo a sentir, porque así serán más libres, porque las emociones no debilitan a los hombres sino que les fortalecen". Este experto opina que el que un varón exprese en público ciertos sentimientos está mejor visto hoy, siempre y cuando la gente que representa el modelo de poder tradicional masculino -"como Pérez-Reverte", dice- no se sienta amenazada.
Moratinos es solo el ejemplo más reciente. "Es que los hombres también lloran", les dijo a sus compañeros socialistas el sábado pasado sobre sus lágrimas en el Congreso de los Diputados.
Y tanto que lloran. Ahí van unos cuantos ejemplos que han dado la vuelta al mundo: el brasileño Lula da Silva lloró sin consuelo cuando Río de Janeiro ganó los Juegos Olímpicos de 2016 . Y no pudo contener el llanto por dos veces en una entrevista televisiva este verano. "Creo que estoy mayor", comentó al final. Un lagrimón sobre la mejilla de Bush hijo, en el homenaje póstumo a un héroe de una guerra, la de Irak, que él empezó -un uniformado que se echó sobre una granada para salvar a sus compañeros- fue portada en 2007.
Barack Obama lo hizo al recordar a su abuela Madelyn, muerta horas antes, justo la víspera de ganar las elecciones.
El príncipe Federico de Dinamarca no paró de llorar el día de su boda; por fin se casaba con Mary Donaldson, que, por cierto, no derramó una lágrima. El llanto, en la victoria y también en la derrota (y esto es menos frecuente en el deporte), es una seña de identidad del tenista Roger Federer .
La Copa del Mundo convirtió a Iker Casillas en un mar de lágrimas. El presidente afgano, Hamid Karzai, lloró hace menos de un mes en un discurso televisado al explicar que si el país se pone aún más peligroso quizá tenga que enviar a su hijo Mirwais, de tres años, a vivir al extranjero. O el entonces primer ministro libanés, Fouad Siniora, en una reunión de ministros árabes en Beirut en plena guerra contra Israel. Suma y sigue.
"Debemos normalizar y no montar el espectáculo cuando un ministro llora al irse", argumenta Gaspar Hernández, periodista, escritor y presentador del programa Bricolaje emocional de la catalana TV3. Y explica por qué: "Porque cuando se está triste se llora. Y si se está alegre se ríe". Puede sonar a obviedad pero se ve que no lo es. Explica que contener el llanto "es cultural". "Es reprimir una emoción. Y para tener salud emocional es necesario gestionar y canalizar las emociones de modo adecuada".
Sostiene que los españoles tienen mucho que mejorar. E Insiste: "No somos menos hombres por llorar ni somos más hombres por insultar o usar violencia verbal". Frente al ejemplo de Federer, quien a ojos de muchos es un tipo entrañable gracias a su llantina, este periodista recuerda el ejemplo de John McEnroe, que hacía exhibicionismo de su ira mal canalizada al destrozar raquetas. Advierte que una cosa es llorar cuando te lo pide el cuerpo y otra muy distinta es "exhibir las emociones sin sentido". Pone de ejemplo al casi eterno presidente del Barça Josep Lluís Núñez, "que convirtió el llanto en una marca de la casa, que lloraba para hacerse querer más. Y esa ya no es una gestión correcta de las emociones".
Ejemplos españoles también hay, por supuesto: Manuel Fraga lloró a lágrima viva al visitar Manatí, Cuba, donde se conocieron sus padres y él vivió de crío. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, no pudo evitar las lágrimas (y mira que se esforzó) al elogiar al veterano Fraga en 2007. El recién fallecido Manuel Alexandre lloraba a menudo. Javier Bardem también lo hizo, y a raudales, en la puerta de la sala donde se leyó el fallo que le dio la Concha de Plata en el festival de San Sebastián en 1994, o Alfredo Landa al recibir el Goya honorífico en 2008.
"Pérez-Reverte es una mina de comentarios machistas y misóginos, de defensa del hombre de siempre, del energúmeno de siempre", dice de entrada Hilario Sáez, miembro del movimiento Hombres por la Igualdad. No es, para nada, el único que lo opina. Sostiene que tiene "tirón en el sector masculino tradicional". "Pero el resto de la sociedad estamos hartos de gente tan procaz y zafia empeñada en los estereotipos". Para Hernández, uno de los promotores de la primera manifestación de hombres contra la violencia machista, en 2006, "lo que no nos permiten enseñar a los hombres es la vulnerabilidad". "El mundo masculino es un mundo de depredadores. Se pueden mostrar sentimientos pero en la dirección socialmente aceptada".
Eso nos lleva al terreno del deporte, a los futbolistas. "Puedes tocar a otro, tirarte encima de los compañeros cuando ganas. Pero no puedes llorar si pierdes. Si muestras vulnerabilidad, la gente te señalará como perdedor". Al sociólogo Pescador le parece que considerar los achuchones entre deportistas como reflejo del cambio es contraproducente. "Me parece contradictorio porque son cariñosos [en las celebraciones] tras ser extremadamente violentos [en el terreno de juego]".
Hernández, de Hombres por la Igualdad, define así al escritor: "No es ni neomachista. Este es machista de toda la vida. Un cartagenero chulo. Lo digo yo, que soy de Cartagena".
Pérez-Reverte no respondió ayer las llamadas de este periódico. El lunes escribió (a las 12.18) en su Twitter. "No esperaba este éxito. 2.000 seguidores nuevos en 24 horas, gracias al extinto ministro". Un minuto después añadió: "Si lo llego a saber, lo insulto mucho antes". Se despidió con una frase que es un guiño a los más fieles a Twitter: "Cualquier comparación con Chuck Norris es insultante. Chuck Norris no tiene ni media hostia".
Y se fue a Italia a promocionar uno de sus libros.
A estas alturas ya nadie duda de lo chulo que es Reverte, y de paso se hace publicidad gratuita a costa de una burla insana, el que seguramente no ha escrito nada nuevo pero tiene que estar en el candelero de idiotas.
No me gustabn los insultos y menos destrozando un lenguaje uno que es de la RAE.
Usted directamente le diría a boabdil cuando llora, jodete por mariquita no?
."La gente me observa. Aun así lloro. Tengo el hombro de Dios para llorar. Y lloro mucho. Lloro mucho en mi trabajo. Apuesto a que he derramado más lágrimas de las que usted puede contar". Con esta naturalidad contaba en una biografía el entonces político más poderoso del mundo, George W. Bush, su facilidad para el llanto. Miguel Ángel Moratinos no está solo. Ni mucho menos. Pero el escritor Arturo Pérez-Reverte le zahirió por llorar al despedirse como ministro de Exteriores, un cese inesperado: "Por cierto, que no se me olvide. Vi llorar a Moratinos. Ni para irse tuvo huevos", escribió el novelista en su Twitter el sábado a las 20.25.
Los deportistas gritan cuando ganan y lloran después
La noticia en otros webs
•webs en español
•en otros idiomas
La llantina de Bustamante en 'OT' "fue un cambio cósmico"
"Casi todos estamos hartos de gente tan procaz y zafia", recalca un activista
Y claro, los internautas reaccionaron. Noventa y tantos lo rebotaron de inmediato. Y él respondió a las dos horas con una retahíla de perlas : "No se es menos hombre (hablamos del ministro Moratinos) por llorar. Nadie habla de eso" (a las 22.49), "A la política y a los ministerios se va llorado de casa" (22.52) o "Moratinos, gimoteando en público, se fue como un perfecto mierda" (22.53). Y el tema se convirtió en la sensación del momento en la red de microblogs. ¿Cómo gestionan los hombres sus sentimientos? ¿Cada vez se acepta mejor el llanto masculino en público? ¿Y la expresión de otras emociones? ¿El cambio ha llegado a la política?
La tradición pesa. Ya lo decían The Cure en Boys don't cry o Miguel Bosé en Los chicos no lloran . Y mucho antes, según una leyenda, se lo dijo a Boabdil su madre cuando abandonaban Granada tras la derrota: "No llores como una mujer por lo que no has sabido defender como un hombre". La tradición pesa, ahí está Pérez-Reverte, pero las actitudes cambian.
Erick Pescador Albiach, sociólogo experto en cuestiones de género, da un ejemplo de anteayer, de un grupo de discusión con adolescentes varones de 13 a 16 años en Sagunto (Valencia). El llanto fue uno de los asuntos tratados. "Reconocen que lloran, que lo hacen en presencia de amigos, por ejemplo. Y que lo admitan, que lo digan ante otros chavales... era impensable hace 10 años", asegura este especialista que da talleres en escuelas desde hace una década.
"Lloran pero con límites ¿eh? El límite anteayer era que los demás les consideren blandengues, mariquitas", cuenta. Persiste el miedo a parecer menos hombre. David Bustamante, con sus frecuentes llantinas en la primera edición de OT, "fue un cambio cósmico para los adolescentes", recalca este experto. Lo solía poner como ejemplo ante los estudiantes. Ahí estaba Bustamante, un hombre, un albañil, que se permitía el lujo de llorar en aquel programa que le descubrió como cantante. "Dejé de ponerlo como ejemplo cuando empezó a pegarse", explica.
El reto para Pescador es "conseguir que los chavales se liberen del miedo a sentir, porque así serán más libres, porque las emociones no debilitan a los hombres sino que les fortalecen". Este experto opina que el que un varón exprese en público ciertos sentimientos está mejor visto hoy, siempre y cuando la gente que representa el modelo de poder tradicional masculino -"como Pérez-Reverte", dice- no se sienta amenazada.
Moratinos es solo el ejemplo más reciente. "Es que los hombres también lloran", les dijo a sus compañeros socialistas el sábado pasado sobre sus lágrimas en el Congreso de los Diputados.
Y tanto que lloran. Ahí van unos cuantos ejemplos que han dado la vuelta al mundo: el brasileño Lula da Silva lloró sin consuelo cuando Río de Janeiro ganó los Juegos Olímpicos de 2016 . Y no pudo contener el llanto por dos veces en una entrevista televisiva este verano. "Creo que estoy mayor", comentó al final. Un lagrimón sobre la mejilla de Bush hijo, en el homenaje póstumo a un héroe de una guerra, la de Irak, que él empezó -un uniformado que se echó sobre una granada para salvar a sus compañeros- fue portada en 2007.
Barack Obama lo hizo al recordar a su abuela Madelyn, muerta horas antes, justo la víspera de ganar las elecciones.
El príncipe Federico de Dinamarca no paró de llorar el día de su boda; por fin se casaba con Mary Donaldson, que, por cierto, no derramó una lágrima. El llanto, en la victoria y también en la derrota (y esto es menos frecuente en el deporte), es una seña de identidad del tenista Roger Federer .
La Copa del Mundo convirtió a Iker Casillas en un mar de lágrimas. El presidente afgano, Hamid Karzai, lloró hace menos de un mes en un discurso televisado al explicar que si el país se pone aún más peligroso quizá tenga que enviar a su hijo Mirwais, de tres años, a vivir al extranjero. O el entonces primer ministro libanés, Fouad Siniora, en una reunión de ministros árabes en Beirut en plena guerra contra Israel. Suma y sigue.
"Debemos normalizar y no montar el espectáculo cuando un ministro llora al irse", argumenta Gaspar Hernández, periodista, escritor y presentador del programa Bricolaje emocional de la catalana TV3. Y explica por qué: "Porque cuando se está triste se llora. Y si se está alegre se ríe". Puede sonar a obviedad pero se ve que no lo es. Explica que contener el llanto "es cultural". "Es reprimir una emoción. Y para tener salud emocional es necesario gestionar y canalizar las emociones de modo adecuada".
Sostiene que los españoles tienen mucho que mejorar. E Insiste: "No somos menos hombres por llorar ni somos más hombres por insultar o usar violencia verbal". Frente al ejemplo de Federer, quien a ojos de muchos es un tipo entrañable gracias a su llantina, este periodista recuerda el ejemplo de John McEnroe, que hacía exhibicionismo de su ira mal canalizada al destrozar raquetas. Advierte que una cosa es llorar cuando te lo pide el cuerpo y otra muy distinta es "exhibir las emociones sin sentido". Pone de ejemplo al casi eterno presidente del Barça Josep Lluís Núñez, "que convirtió el llanto en una marca de la casa, que lloraba para hacerse querer más. Y esa ya no es una gestión correcta de las emociones".
Ejemplos españoles también hay, por supuesto: Manuel Fraga lloró a lágrima viva al visitar Manatí, Cuba, donde se conocieron sus padres y él vivió de crío. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, no pudo evitar las lágrimas (y mira que se esforzó) al elogiar al veterano Fraga en 2007. El recién fallecido Manuel Alexandre lloraba a menudo. Javier Bardem también lo hizo, y a raudales, en la puerta de la sala donde se leyó el fallo que le dio la Concha de Plata en el festival de San Sebastián en 1994, o Alfredo Landa al recibir el Goya honorífico en 2008.
"Pérez-Reverte es una mina de comentarios machistas y misóginos, de defensa del hombre de siempre, del energúmeno de siempre", dice de entrada Hilario Sáez, miembro del movimiento Hombres por la Igualdad. No es, para nada, el único que lo opina. Sostiene que tiene "tirón en el sector masculino tradicional". "Pero el resto de la sociedad estamos hartos de gente tan procaz y zafia empeñada en los estereotipos". Para Hernández, uno de los promotores de la primera manifestación de hombres contra la violencia machista, en 2006, "lo que no nos permiten enseñar a los hombres es la vulnerabilidad". "El mundo masculino es un mundo de depredadores. Se pueden mostrar sentimientos pero en la dirección socialmente aceptada".
Eso nos lleva al terreno del deporte, a los futbolistas. "Puedes tocar a otro, tirarte encima de los compañeros cuando ganas. Pero no puedes llorar si pierdes. Si muestras vulnerabilidad, la gente te señalará como perdedor". Al sociólogo Pescador le parece que considerar los achuchones entre deportistas como reflejo del cambio es contraproducente. "Me parece contradictorio porque son cariñosos [en las celebraciones] tras ser extremadamente violentos [en el terreno de juego]".
Hernández, de Hombres por la Igualdad, define así al escritor: "No es ni neomachista. Este es machista de toda la vida. Un cartagenero chulo. Lo digo yo, que soy de Cartagena".
Pérez-Reverte no respondió ayer las llamadas de este periódico. El lunes escribió (a las 12.18) en su Twitter. "No esperaba este éxito. 2.000 seguidores nuevos en 24 horas, gracias al extinto ministro". Un minuto después añadió: "Si lo llego a saber, lo insulto mucho antes". Se despidió con una frase que es un guiño a los más fieles a Twitter: "Cualquier comparación con Chuck Norris es insultante. Chuck Norris no tiene ni media hostia".
Y se fue a Italia a promocionar uno de sus libros.
A estas alturas ya nadie duda de lo chulo que es Reverte, y de paso se hace publicidad gratuita a costa de una burla insana, el que seguramente no ha escrito nada nuevo pero tiene que estar en el candelero de idiotas.
No me gustabn los insultos y menos destrozando un lenguaje uno que es de la RAE.
Usted directamente le diría a boabdil cuando llora, jodete por mariquita no?
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