Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 oct 2010

Tony Curtis

Tony Curtis




Ha muerto el actor estadounidense Tony Curtis a los con 85 años de edad,

Contaba con más de cincuenta años de carrera y un centenar de películas como protagonista. Nació el 3 de junio de 1925, en Nueva York, en una familia emigrante de origen judío.



Cuantas veces he soñado ser la protagonista de “Trapecio” (Lollobrigida) para abrazar a guapo de Toni y cada día cambiaba de parecer porque unas veces elegía a Toni por guapísimo y otras Burt Lancaster por su destreza y sus ojos como los de Tony.Siempre he querido ser artista de Circo..



Trapecio





Por el segundo lugar siguieron pugnando Tony Curtis, Burt Lancaster y Gregory Peck, según la película de turno. Sigueron engrosando otros galanes inolvidables, Marlon Brando, Paul Newman, Gary Grant pero ese ranking permaneció intacto para siempre





Hoy he querido dedicarle este post a Tony al que un día fuera tantas veces el primer protagonista de mis sueños juveniles.





Descansa en paz Toni y gracias por hacernos soñar mientras hemos disfrutado de esas inolvidables y geniales películas: Trapecio, Con faldas y a lo loco, Fugitivos, Espartaco…

Callando también se escribe

Luis Mateo Díez publica un libro sobre la muerte de los seres queridos - "En el acto de contar hay algo de consolador" .
El día del entierro de su madre, Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) descubrió que su padre, en absoluto secreto, había escrito en la lápida su propio nombre al lado del de su esposa. Cuenta el narrador leonés que lejos de ser una ocurrencia macabra se trataba del acto de amor de un hombre austero que un día le dio un consejo inolvidable: "Callando también se escribe. La buena literatura no desgasta el uso de las palabras. Siempre hablan por los codos los que menos tienen que decir".




Luis Mateo Díez




Cuando hace tres años murieron su cuñada y su sobrina en menos de cinco meses, el autor de La fuente de la edad se lanzó a escribir un libro recorrido de principio a fin por el aviso paterno. El resultado es Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (Alfaguara), una intensa indagación de poco más de cien páginas, a medio camino entre la narrativa y el ensayo, en la que las historias familiares conviven con la reflexión sobre la ausencia y sobre el poder de las palabras y las imágenes. Una mezcla que podría compartir estante con obras similares de John Berger.



La sobrina de Luis Mateo Díez -Sonia, 38 años- era fotógrafa y con ella mantuvo el escritor una correspondencia que, parcialmente, se recoge en el libro. Ella le mandaba una instantánea de los niños que desde el patio de un colegio vecino se asomaban a la ventana de su estudio, en Valencia, y él respondía con una carta en la que la imagen cobraba nueva vida. "Al retratarlos los inventas", le dice. "Es algo equivalente a lo que yo hago en mis ficciones".



La palabra clave en aquellas cartas era contención, y lo es en el resto de un libro que su autor escribió "acuciado por el calor de la desgracia", saltándose el precepto que aconseja esperar a que se enfríen los sentimientos: "Una vez Louis Malle, el director de cine, dijo algo con lo que estoy muy de acuerdo: 'A medida que me hago mayor me interesan más los sentimientos que las ideas".



Así las cosas, el reto era "encontrar el tono de la escritura". Y ahí estaba de fondo el consejo del padre: ni una palabra de más. "La discreción", dice el novelista en el bar de la Casa de América de Madrid, "es uno de los bienes que más han predicado en mi familia para vivir en un mundo cada día más indiscreto".



Celama, el territorio imaginario creado por Mateo Díez, está lleno de muertos, pero esta vez ni la imaginación ni la veintena de libros que lleva publicados iban a serle de mucha ayuda. Las experiencias límite siguen siendo la prueba de fuego de la literatura, esa mezcla de instinto y técnica en la que, como en la fotografía, "lo que uno quiere hacer se acomoda sin remedio a saber hacerlo". ¿En algún momento pensó que las palabras son, finalmente, inútiles? "La muerte no se entiende, eso es cierto, pero tampoco la vida se entiende del todo. Además, no todo lo descubres tú. Las palabras necesarias están esperándote en algún sitio".



En la nota que cierra Azul serenidad, Luis Mateo Díez apunta que es un libro nacido para el consuelo. ¿Alcanzó su objetivo? "A estas alturas, después de haber escrito más de lo debido, si algo le puedo pedir yo a la literatura es que tenga algún efecto curativo. Y sí, en el propio acto de contar puede haber algo de consolador".

Democracia Interna o como ganar unas primarias

Supongo que debo opinar sobre esta noticia, ya las primarias son noticia porque nunca se habían realizado, que yo sepa,
De golpe me entero que hay un tal Señor Gómez que traía curriculum de Alcalde de Parla y que no sé porqué monta una bronca porque quiere ser Presidente de la Autonomía de Madrid, cuando El Presidente de Gobierno tenía una candidata que la avalaba su ministerio de Sanidad y el toque de mujer con experiencia y de mujer tenaz y que da confianza.
Pues eso Gómez monta la bronca porque quiere que sea el Partido quien decida quien va a sustituir a Esperanza Aguirre.
Y cuando alguien la monta así es que sabe que lo apoya una gran mayoría porque si no no se expone al rídiculo.
Hoy veo su cara felicisima por haber ganado, y felices quienes lo rodea.
No sé, su mirada nunca me ha gustado desde que saltó a la fama, porque su mirada es la de un hombre ambicioso. Y quizás lo que quiera es ser el proximo Presidente de Cobierno.
No me gusta como pone contra las cuerdas a sus propos compañeros, eso es que sabe que tiene respaldo dentro del Partido. No me fiaría mucho. Quiere ser Califa en lugar del Califa y la gente ambiciosa suele ser envidiosa y trepadora, no me fio de su mirada.

3 oct 2010

Flores para Amador

 Una mujer cargada de flores en el autobús. Esta fue una de las primeras imágenes que visualizó Fernando León de Aranoa cuando empezó a elaborar el guión de su última película, 'Amador', que se estrena el próximo viernes. La historia de una mujer que cuida a un anciano y se ve enfrentada a un dilema moral. El director de 'Los lunes al sol' escribe cómo fue la génesis de su última obra.
En los cursos de guión de mi juventud, a los alumnos que aún éramos nos proponían un ejercicio clásico: el de inventarle unas circunstancias a los pasajeros que se sentaban a nuestro lado en el autobús. Su actitud, su corte de pelo, la montura remendada de sus gafas, su lectura; la frecuencia con la que comprobaba su aspecto en el reflejo de la ventanilla, a su lado: todo era tomado en cuenta. Al que miraba a los lados nervioso, como temiendo ser reconocido, le adjudicabas una cita clandestina, un encuentro largamente deseado. Para la mujer que lloraba bajito inventabas una ausencia, una mala noticia, un paso en falso. Al que cabeceaba somnoliento, una larga jornada de trabajo, necesidad de dormir, o quizá solo de soñar. Como a maniquíes desnudos, les colocabas una historia encima y dabas un paso atrás para ver qué tal les sentaba. Y a veces, como en las buenas películas, todo adquiría sentido. La realidad daba la razón a la ficción, y la mujer que lloraba en secreto se bajaba en una parada próxima a un hospital.




Fernando León De Aranoa



A FONDO

Nacimiento: 1968Lugar:MadridLa noticia en otros webs

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Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas

Los aprendices de guionista entreteníamos así el trayecto de regreso a casa, observando a los ocupantes del autobús, su pasaje nocturno mucho más interesante que el de las primeras horas del día, por más vivido, por menos predecible. Sabíamos que el de determinadas rutas superaba al de otras como materia narrativa, que los populares búhos del fin de semana contaban a menudo la misma historia, y que el Circular era, de todos, el mejor: su trayecto recorría desprejuiciado barrios y clases sociales, hospitales y estaciones, ministerios y universidades. Todo en él era, por tanto, posible.



Solo era eso. Un juego de guión. Un ejercicio que estimulaba tu imaginación y hacía más corto el camino de vuelta a casa.



Hoy, muchos guiones después, me pregunto qué habría imaginado entonces si hubiera visto a Marcela en el autobús, cargada de flores. ¿Las vende? ¿A quién se las lleva? Se sienta en el asiento que se reserva para las embarazadas; eso no significa que lo esté, pero tampoco lo contrario. ¿Por qué está preocupada? ¿Esconde algo? Mira hacia el cielo con frecuencia, se siente vigilada. ¿Por quién? Pero sobre todo, ¿por qué?



Esta fue una de las primeras imágenes que vinieron a mi cabeza cuando empecé a escribir Amador. La de una chica joven en un autobús, cargada de flores y mirando al cielo, acorralada. Para desentrañarla, he hecho esta película.



Y es que uno escribe, sobre todo, guiado por la curiosidad. Escribe para comprender, para ampliar, como escribió Bioy Casares, las habitaciones de la vida. Conviene para ello preservar tu capacidad de sorpresa, tu inocencia, y escribir junto al niño que fuiste. La curiosidad será el motor, y la ficción el mecanismo lógico que te ayudará a explicarte, y explicar la vida. Se convierte así en una sofisticada herramienta de comprensión de la realidad, que utiliza la representación y la síntesis para alcanzar sus conclusiones. O por lo menos para intentarlo.
 Acaso la ficción sea, para los que creemos en ella, lo que la fe es para los devotos. La única manera de someter la vida a unas normas, de otorgarle tempo narrativo, actos, estructura; de someter a una lógica lo que no la tiene ni podrá tenerla nunca. La manera, en definitiva, de darle un sentido.



Se escribe también en defensa propia. Hacer películas es la mejor manera que conozco de reinventar la realidad, de ajustar cuentas con ella. Quizá la única.



Amador habla antes que nada de la vida, de cómo a veces ni siquiera la muerte se basta para detenerla. Todas las decisiones se toman aquí en su nombre. Ella es la verdadera protagonista de esta historia: su motor, su principio y su fin, su necesidad. La vida que llora en las bodas y se ríe en los tanatorios, confundiendo daltónica alegría y dolor; la que no sabe de géneros, ni quiere, ni puede.



La vida con su poco de muerte, claro; y con su prórroga a veces.



Y es que quizá esta película, a ratos oscura y silenciosa, sea la más luminosa que he hecho. Porque busca la vida como la busca Marcela: con desesperación. Pone la muerte a su servicio y, al hacerlo, por un instante, le da sentido.



Marcela queda este verano al cuidado de Amador, un señor mayor postrado en cama, con lo que cree ver sus problemas resueltos. Pero un suceso inesperado dejará pronto a la chica enfrentada a un delicado dilema moral, ese que plantea a diario la supervivencia. Entre actuar como le dicta la conciencia o como le obliga la necesidad. La película asiste así a un debate ético, entre lo que somos y lo que las circunstancias nos imponen ser.



Conecta Amador con el tiempo de dificultad colectiva que estamos viviendo, desde la mirada de aquellos para quienes esa dificultad no es nueva. Su precariedad no depende de lo que haga la Bolsa o titulen los periódicos, porque es vieja conocida: les acompaña como antes acompañó a sus padres, en sus países de origen, y sacó pasaje a su lado cuando decidieron emigrar, huyendo de ella. Proceden del otro lado de la fortuna. Su combate se libra a cien asaltos y el rival es la vida: se abrazan a ella con fuerza cada vez que sienten que les va a derribar, y no les da miedo caer, porque aprendieron a contar hasta diez en la lona.



Tengo el convencimiento de que la historia que cuenta Amador está pasando ahora mismo, en cualquier barrio de cualquier ciudad. La seguridad de que una mujer está teniendo que tomar en este mismo momento una decisión difícil, acorralada por las circunstancias. La seguridad de que, se llame o no Marcela, esa mujer es ella también, y hoy sigue sentada en el autobús, cargada de flores, mirando al cielo.



Tiene que tomar una decisión difícil, por eso está preocupada. O quizá la ha tomado ya, y sea eso lo que le inquieta. Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas.



Pero elegir entre lo malo y lo peor no es, técnicamente, elegir. Dice Tom Joad en Las uvas de la ira que no es necesario tener valor para hacer algo, cuando ese algo es lo único que puedes hacer.



Marcela lo sabe bien. Como sabe que nada volverá a ser igual en su vida después de este verano.



Como en aquel tiempo lejano en el que buscábamos el oro de las historias en los autobuses que nos llevaban a la facultad, he visto en uno de ellos a Marcela con sus flores, mirando al cielo. Y he querido saber más de ella: qué esconde, de quién huye, qué persigue. Me he bajado en su parada y he seguido con sigilo sus pasos, evitando su mirada en las esquinas. Y le he visto mentir y culparse por ello, y llorar y reír casi al tiempo; abrirse paso entre la culpa y la necesidad, luchar por lo que de verdad importa, sorprenderse de su propia fuerza al hacerlo. Y le he visto flaquear también, claro; pero también resistir y sembrar, y flaquear otra vez, pero siempre devolviéndole a la vida el doble de lo que la vida le da a ella.



Como en aquel tiempo lejano en el que éramos aún estudiantes, he visto en un autobús a Marcela con sus flores, mirando al cielo, y he hecho Amador para ella.