Supongo que debo opinar sobre esta noticia, ya las primarias son noticia porque nunca se habían realizado, que yo sepa,
De golpe me entero que hay un tal Señor Gómez que traía curriculum de Alcalde de Parla y que no sé porqué monta una bronca porque quiere ser Presidente de la Autonomía de Madrid, cuando El Presidente de Gobierno tenía una candidata que la avalaba su ministerio de Sanidad y el toque de mujer con experiencia y de mujer tenaz y que da confianza.
Pues eso Gómez monta la bronca porque quiere que sea el Partido quien decida quien va a sustituir a Esperanza Aguirre.
Y cuando alguien la monta así es que sabe que lo apoya una gran mayoría porque si no no se expone al rídiculo.
Hoy veo su cara felicisima por haber ganado, y felices quienes lo rodea.
No sé, su mirada nunca me ha gustado desde que saltó a la fama, porque su mirada es la de un hombre ambicioso. Y quizás lo que quiera es ser el proximo Presidente de Cobierno.
No me gusta como pone contra las cuerdas a sus propos compañeros, eso es que sabe que tiene respaldo dentro del Partido. No me fiaría mucho. Quiere ser Califa en lugar del Califa y la gente ambiciosa suele ser envidiosa y trepadora, no me fio de su mirada.
4 oct 2010
3 oct 2010
Flores para Amador
Una mujer cargada de flores en el autobús. Esta fue una de las primeras imágenes que visualizó Fernando León de Aranoa cuando empezó a elaborar el guión de su última película, 'Amador', que se estrena el próximo viernes. La historia de una mujer que cuida a un anciano y se ve enfrentada a un dilema moral. El director de 'Los lunes al sol' escribe cómo fue la génesis de su última obra.
En los cursos de guión de mi juventud, a los alumnos que aún éramos nos proponían un ejercicio clásico: el de inventarle unas circunstancias a los pasajeros que se sentaban a nuestro lado en el autobús. Su actitud, su corte de pelo, la montura remendada de sus gafas, su lectura; la frecuencia con la que comprobaba su aspecto en el reflejo de la ventanilla, a su lado: todo era tomado en cuenta. Al que miraba a los lados nervioso, como temiendo ser reconocido, le adjudicabas una cita clandestina, un encuentro largamente deseado. Para la mujer que lloraba bajito inventabas una ausencia, una mala noticia, un paso en falso. Al que cabeceaba somnoliento, una larga jornada de trabajo, necesidad de dormir, o quizá solo de soñar. Como a maniquíes desnudos, les colocabas una historia encima y dabas un paso atrás para ver qué tal les sentaba. Y a veces, como en las buenas películas, todo adquiría sentido. La realidad daba la razón a la ficción, y la mujer que lloraba en secreto se bajaba en una parada próxima a un hospital.
Fernando León De Aranoa
A FONDO
Nacimiento: 1968Lugar:MadridLa noticia en otros webs
•webs en español
•en otros idiomas
Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas
Los aprendices de guionista entreteníamos así el trayecto de regreso a casa, observando a los ocupantes del autobús, su pasaje nocturno mucho más interesante que el de las primeras horas del día, por más vivido, por menos predecible. Sabíamos que el de determinadas rutas superaba al de otras como materia narrativa, que los populares búhos del fin de semana contaban a menudo la misma historia, y que el Circular era, de todos, el mejor: su trayecto recorría desprejuiciado barrios y clases sociales, hospitales y estaciones, ministerios y universidades. Todo en él era, por tanto, posible.
Solo era eso. Un juego de guión. Un ejercicio que estimulaba tu imaginación y hacía más corto el camino de vuelta a casa.
Hoy, muchos guiones después, me pregunto qué habría imaginado entonces si hubiera visto a Marcela en el autobús, cargada de flores. ¿Las vende? ¿A quién se las lleva? Se sienta en el asiento que se reserva para las embarazadas; eso no significa que lo esté, pero tampoco lo contrario. ¿Por qué está preocupada? ¿Esconde algo? Mira hacia el cielo con frecuencia, se siente vigilada. ¿Por quién? Pero sobre todo, ¿por qué?
Esta fue una de las primeras imágenes que vinieron a mi cabeza cuando empecé a escribir Amador. La de una chica joven en un autobús, cargada de flores y mirando al cielo, acorralada. Para desentrañarla, he hecho esta película.
Y es que uno escribe, sobre todo, guiado por la curiosidad. Escribe para comprender, para ampliar, como escribió Bioy Casares, las habitaciones de la vida. Conviene para ello preservar tu capacidad de sorpresa, tu inocencia, y escribir junto al niño que fuiste. La curiosidad será el motor, y la ficción el mecanismo lógico que te ayudará a explicarte, y explicar la vida. Se convierte así en una sofisticada herramienta de comprensión de la realidad, que utiliza la representación y la síntesis para alcanzar sus conclusiones. O por lo menos para intentarlo.
Acaso la ficción sea, para los que creemos en ella, lo que la fe es para los devotos. La única manera de someter la vida a unas normas, de otorgarle tempo narrativo, actos, estructura; de someter a una lógica lo que no la tiene ni podrá tenerla nunca. La manera, en definitiva, de darle un sentido.
Se escribe también en defensa propia. Hacer películas es la mejor manera que conozco de reinventar la realidad, de ajustar cuentas con ella. Quizá la única.
Amador habla antes que nada de la vida, de cómo a veces ni siquiera la muerte se basta para detenerla. Todas las decisiones se toman aquí en su nombre. Ella es la verdadera protagonista de esta historia: su motor, su principio y su fin, su necesidad. La vida que llora en las bodas y se ríe en los tanatorios, confundiendo daltónica alegría y dolor; la que no sabe de géneros, ni quiere, ni puede.
La vida con su poco de muerte, claro; y con su prórroga a veces.
Y es que quizá esta película, a ratos oscura y silenciosa, sea la más luminosa que he hecho. Porque busca la vida como la busca Marcela: con desesperación. Pone la muerte a su servicio y, al hacerlo, por un instante, le da sentido.
Marcela queda este verano al cuidado de Amador, un señor mayor postrado en cama, con lo que cree ver sus problemas resueltos. Pero un suceso inesperado dejará pronto a la chica enfrentada a un delicado dilema moral, ese que plantea a diario la supervivencia. Entre actuar como le dicta la conciencia o como le obliga la necesidad. La película asiste así a un debate ético, entre lo que somos y lo que las circunstancias nos imponen ser.
Conecta Amador con el tiempo de dificultad colectiva que estamos viviendo, desde la mirada de aquellos para quienes esa dificultad no es nueva. Su precariedad no depende de lo que haga la Bolsa o titulen los periódicos, porque es vieja conocida: les acompaña como antes acompañó a sus padres, en sus países de origen, y sacó pasaje a su lado cuando decidieron emigrar, huyendo de ella. Proceden del otro lado de la fortuna. Su combate se libra a cien asaltos y el rival es la vida: se abrazan a ella con fuerza cada vez que sienten que les va a derribar, y no les da miedo caer, porque aprendieron a contar hasta diez en la lona.
Tengo el convencimiento de que la historia que cuenta Amador está pasando ahora mismo, en cualquier barrio de cualquier ciudad. La seguridad de que una mujer está teniendo que tomar en este mismo momento una decisión difícil, acorralada por las circunstancias. La seguridad de que, se llame o no Marcela, esa mujer es ella también, y hoy sigue sentada en el autobús, cargada de flores, mirando al cielo.
Tiene que tomar una decisión difícil, por eso está preocupada. O quizá la ha tomado ya, y sea eso lo que le inquieta. Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas.
Pero elegir entre lo malo y lo peor no es, técnicamente, elegir. Dice Tom Joad en Las uvas de la ira que no es necesario tener valor para hacer algo, cuando ese algo es lo único que puedes hacer.
Marcela lo sabe bien. Como sabe que nada volverá a ser igual en su vida después de este verano.
Como en aquel tiempo lejano en el que buscábamos el oro de las historias en los autobuses que nos llevaban a la facultad, he visto en uno de ellos a Marcela con sus flores, mirando al cielo. Y he querido saber más de ella: qué esconde, de quién huye, qué persigue. Me he bajado en su parada y he seguido con sigilo sus pasos, evitando su mirada en las esquinas. Y le he visto mentir y culparse por ello, y llorar y reír casi al tiempo; abrirse paso entre la culpa y la necesidad, luchar por lo que de verdad importa, sorprenderse de su propia fuerza al hacerlo. Y le he visto flaquear también, claro; pero también resistir y sembrar, y flaquear otra vez, pero siempre devolviéndole a la vida el doble de lo que la vida le da a ella.
Como en aquel tiempo lejano en el que éramos aún estudiantes, he visto en un autobús a Marcela con sus flores, mirando al cielo, y he hecho Amador para ella.
En los cursos de guión de mi juventud, a los alumnos que aún éramos nos proponían un ejercicio clásico: el de inventarle unas circunstancias a los pasajeros que se sentaban a nuestro lado en el autobús. Su actitud, su corte de pelo, la montura remendada de sus gafas, su lectura; la frecuencia con la que comprobaba su aspecto en el reflejo de la ventanilla, a su lado: todo era tomado en cuenta. Al que miraba a los lados nervioso, como temiendo ser reconocido, le adjudicabas una cita clandestina, un encuentro largamente deseado. Para la mujer que lloraba bajito inventabas una ausencia, una mala noticia, un paso en falso. Al que cabeceaba somnoliento, una larga jornada de trabajo, necesidad de dormir, o quizá solo de soñar. Como a maniquíes desnudos, les colocabas una historia encima y dabas un paso atrás para ver qué tal les sentaba. Y a veces, como en las buenas películas, todo adquiría sentido. La realidad daba la razón a la ficción, y la mujer que lloraba en secreto se bajaba en una parada próxima a un hospital.
Fernando León De Aranoa
A FONDO
Nacimiento: 1968Lugar:MadridLa noticia en otros webs
•webs en español
•en otros idiomas
Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas
Los aprendices de guionista entreteníamos así el trayecto de regreso a casa, observando a los ocupantes del autobús, su pasaje nocturno mucho más interesante que el de las primeras horas del día, por más vivido, por menos predecible. Sabíamos que el de determinadas rutas superaba al de otras como materia narrativa, que los populares búhos del fin de semana contaban a menudo la misma historia, y que el Circular era, de todos, el mejor: su trayecto recorría desprejuiciado barrios y clases sociales, hospitales y estaciones, ministerios y universidades. Todo en él era, por tanto, posible.
Solo era eso. Un juego de guión. Un ejercicio que estimulaba tu imaginación y hacía más corto el camino de vuelta a casa.
Hoy, muchos guiones después, me pregunto qué habría imaginado entonces si hubiera visto a Marcela en el autobús, cargada de flores. ¿Las vende? ¿A quién se las lleva? Se sienta en el asiento que se reserva para las embarazadas; eso no significa que lo esté, pero tampoco lo contrario. ¿Por qué está preocupada? ¿Esconde algo? Mira hacia el cielo con frecuencia, se siente vigilada. ¿Por quién? Pero sobre todo, ¿por qué?
Esta fue una de las primeras imágenes que vinieron a mi cabeza cuando empecé a escribir Amador. La de una chica joven en un autobús, cargada de flores y mirando al cielo, acorralada. Para desentrañarla, he hecho esta película.
Y es que uno escribe, sobre todo, guiado por la curiosidad. Escribe para comprender, para ampliar, como escribió Bioy Casares, las habitaciones de la vida. Conviene para ello preservar tu capacidad de sorpresa, tu inocencia, y escribir junto al niño que fuiste. La curiosidad será el motor, y la ficción el mecanismo lógico que te ayudará a explicarte, y explicar la vida. Se convierte así en una sofisticada herramienta de comprensión de la realidad, que utiliza la representación y la síntesis para alcanzar sus conclusiones. O por lo menos para intentarlo.
Acaso la ficción sea, para los que creemos en ella, lo que la fe es para los devotos. La única manera de someter la vida a unas normas, de otorgarle tempo narrativo, actos, estructura; de someter a una lógica lo que no la tiene ni podrá tenerla nunca. La manera, en definitiva, de darle un sentido.
Se escribe también en defensa propia. Hacer películas es la mejor manera que conozco de reinventar la realidad, de ajustar cuentas con ella. Quizá la única.
Amador habla antes que nada de la vida, de cómo a veces ni siquiera la muerte se basta para detenerla. Todas las decisiones se toman aquí en su nombre. Ella es la verdadera protagonista de esta historia: su motor, su principio y su fin, su necesidad. La vida que llora en las bodas y se ríe en los tanatorios, confundiendo daltónica alegría y dolor; la que no sabe de géneros, ni quiere, ni puede.
La vida con su poco de muerte, claro; y con su prórroga a veces.
Y es que quizá esta película, a ratos oscura y silenciosa, sea la más luminosa que he hecho. Porque busca la vida como la busca Marcela: con desesperación. Pone la muerte a su servicio y, al hacerlo, por un instante, le da sentido.
Marcela queda este verano al cuidado de Amador, un señor mayor postrado en cama, con lo que cree ver sus problemas resueltos. Pero un suceso inesperado dejará pronto a la chica enfrentada a un delicado dilema moral, ese que plantea a diario la supervivencia. Entre actuar como le dicta la conciencia o como le obliga la necesidad. La película asiste así a un debate ético, entre lo que somos y lo que las circunstancias nos imponen ser.
Conecta Amador con el tiempo de dificultad colectiva que estamos viviendo, desde la mirada de aquellos para quienes esa dificultad no es nueva. Su precariedad no depende de lo que haga la Bolsa o titulen los periódicos, porque es vieja conocida: les acompaña como antes acompañó a sus padres, en sus países de origen, y sacó pasaje a su lado cuando decidieron emigrar, huyendo de ella. Proceden del otro lado de la fortuna. Su combate se libra a cien asaltos y el rival es la vida: se abrazan a ella con fuerza cada vez que sienten que les va a derribar, y no les da miedo caer, porque aprendieron a contar hasta diez en la lona.
Tengo el convencimiento de que la historia que cuenta Amador está pasando ahora mismo, en cualquier barrio de cualquier ciudad. La seguridad de que una mujer está teniendo que tomar en este mismo momento una decisión difícil, acorralada por las circunstancias. La seguridad de que, se llame o no Marcela, esa mujer es ella también, y hoy sigue sentada en el autobús, cargada de flores, mirando al cielo.
Tiene que tomar una decisión difícil, por eso está preocupada. O quizá la ha tomado ya, y sea eso lo que le inquieta. Lo peor de las decisiones no es tomarlas, piensa Marcela. Es tener que vivir con ellas.
Pero elegir entre lo malo y lo peor no es, técnicamente, elegir. Dice Tom Joad en Las uvas de la ira que no es necesario tener valor para hacer algo, cuando ese algo es lo único que puedes hacer.
Marcela lo sabe bien. Como sabe que nada volverá a ser igual en su vida después de este verano.
Como en aquel tiempo lejano en el que buscábamos el oro de las historias en los autobuses que nos llevaban a la facultad, he visto en uno de ellos a Marcela con sus flores, mirando al cielo. Y he querido saber más de ella: qué esconde, de quién huye, qué persigue. Me he bajado en su parada y he seguido con sigilo sus pasos, evitando su mirada en las esquinas. Y le he visto mentir y culparse por ello, y llorar y reír casi al tiempo; abrirse paso entre la culpa y la necesidad, luchar por lo que de verdad importa, sorprenderse de su propia fuerza al hacerlo. Y le he visto flaquear también, claro; pero también resistir y sembrar, y flaquear otra vez, pero siempre devolviéndole a la vida el doble de lo que la vida le da a ella.
Como en aquel tiempo lejano en el que éramos aún estudiantes, he visto en un autobús a Marcela con sus flores, mirando al cielo, y he hecho Amador para ella.
Sospecho de los arquitectos que se definen como artistas"
ENTREVISTA: NORMAN FOSTER Arquitecto
"Mi mujer es muy muy persuasiva". A Norman Foster no le hacía mucha gracia que alguien rodara un documental sobre su vida. Y así se lo dijo a la productora. "No lo veo", le confesó el ganador del Premio Pritzker y del Príncipe de Asturias de las Artes, el artista que está detrás de obras como la cúpula del Reichstag en Berlín, el aeropuerto de Pekín, el viaducto de Millau (Francia) o la torre de Swiss Re en Londres, uno de los arquitectos más famosos del mundo. Sus plegarias no fueron atendidas porque la productora es su esposa, Elena Ochoa, motor del documental How much does your building weigh, Mr. Foster? (¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster?), que se estrena el próximo viernes en España. "Ya le dije, es muy persuasiva".
Norman Foster
"Mi nieto dice que le recuerdo a una peonza. Siempre me estoy moviendo"
"Nuestra profesión debería estar más preocupada por la ecología"
Es fácil trazar un paralelismo entre el documental y la obra de Foster (Manchester, 1935): visualmente brillante, con espléndidas tomas aéreas que desvelan al espectador la importancia de entender sus edificios como un todo, pulcro, de fino estilismo y a la vez férreos cimientos. Lleno de tonos blancos y metálicos, redondo, elegante, como el cuerpo y la cabeza de Foster. Parece increíble que haya tanta similitud entre el físico de un creador y su obra.
Pregunta. En el filme da la impresión de que si usted para, se cae. ¿Nunca descansa?
Respuesta. [Interrumpe] Es extraño que me diga eso.
P. ¿Por qué?
R. Hablaba el otro día con un escultor amigo e intentábamos cerrar una reunión para un trabajo en común. Y tras mucho elucubrar, renunciamos, nos dimos cuenta que tenemos agendas imposibles. Uno de mis nietos me dijo el otro día que le gustaba cómo me parecía a uno de sus juguetes, una peonza. No lo había pensado. Siempre me estoy moviendo, es cierto. Yo intento mantener un equilibrio, y sospecho que nunca lo logro. En fin, me gusta lo que hago y me gusta viajar.
P. Es uno de esos arquitectos que pisa la obra, que mira el paisaje y pasa tiempo donde...
R. [Interrumpe de nuevo] Es muy importante. Hay una paradoja: cuanto más sofisticado y moderno sea el equipo técnico y los ordenadores que usas, más importante es estar allí, pisar el terreno. Ninguna película u ordenador te va a dar ciertas pistas. ¿Cómo describirías San Sebastián [la entrevista tiene lugar durante el festival de cine donostiarra] sin haber caminado por la Concha? Acabo de desayunar en un bar y eso dice más que cualquier foto. Un arquitecto debe comunicarse, sentir el tamaño de donde va a construir...
P. Una de sus primeras influencias fue Frank Lloyd Wright, impulsor de la arquitectura orgánica, creador de las casas estilo pradera. ¿Aún piensa en él, en su visión?
R. Por supuesto. Su personalidad y su obra me ha marcado, como otros. Aunque es cierto que a veces no ves las influencias hasta que has acabado un trabajo. Inconscientemente la huella está allí. Rematado el aeropuerto de Pekín descubrí de repente sus paralelismos con un templo que había visto. Puede ser coincidencia... O que está ahí grabado. Volviendo a Lloyd Wright, él nunca habló de fuentes de inspiración, y sin embargo en sus diseños es clarísima la influencia japonesa. Somos criaturas que vivimos en un ecosistema, y nuestros padres, maestros y amigos están presentes en nuestra obra. La evolución de la civilización marca nuestras mentes, y esa tradición no está mal.
P. ¿Reflexiona sobre el hecho de que los arquitectos son los artistas que dejan más huella en la Tierra? Sus obras modifican un lugar.
R. Todos marcamos nuestro hábitat. Es muy difícil encontrar un lugar de nuestro planeta que no haya sido alterado por el ser humano. Vivimos en ciudades, en edificios que, obviamente, construimos. Todos influimos. Desde luego la talla de nuestro trabajo es superior. Pero también nace de las emociones, de nuestro apego a la tierra. Aunque yo siempre sospecho de los arquitectos que se definen como artistas, y viceversa. No negaré que hay comunicaciones entre arquitectura y otras ramas artísticas -piense en las pinturas de Le Corbusier y en sus edificios-, pero un arquitecto basa su trabajo en muchas cosas: la experiencia es una más. Los artistas son libres, a los arquitectos nos constriñen muchas reglas. Un edificio es una declaración artística, pero esa dimensión es una más entre las muchas que debes manejar: que sea confortable, que tenga sentido para la función para la que se erige y para la época en que se crea. A mí me gusta diseñar fábricas, oficinas, lugares de trabajo, porque la gente pasa allí más tiempo que en su casa.
P. Usted encabeza el proyecto de Masdar (Abu Dhabi), la primera ciudad con emisión cero de carbono. ¿No cree que algunos de sus compañeros deberían prestar más atención al medio ambiente?
R. La profesión debería estar más preocupada por la ecología, lo que no quiere decir que no haya arquitectos implicados en la lucha contra el cambio climático. Piensa que es un problema reciente en la historia de la humanidad, aunque para mí fundamental a la hora de diseñar una obra.
P. Usted nunca está satisfecho.
R. Los seres humanos somos imperfectos, y la perfección es un ansia imposible. Los edificios los diseñamos gente, los construimos gente y los habitamos gente. A mí la insatisfacción me nace de la curiosidad.
"Mi mujer es muy muy persuasiva". A Norman Foster no le hacía mucha gracia que alguien rodara un documental sobre su vida. Y así se lo dijo a la productora. "No lo veo", le confesó el ganador del Premio Pritzker y del Príncipe de Asturias de las Artes, el artista que está detrás de obras como la cúpula del Reichstag en Berlín, el aeropuerto de Pekín, el viaducto de Millau (Francia) o la torre de Swiss Re en Londres, uno de los arquitectos más famosos del mundo. Sus plegarias no fueron atendidas porque la productora es su esposa, Elena Ochoa, motor del documental How much does your building weigh, Mr. Foster? (¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster?), que se estrena el próximo viernes en España. "Ya le dije, es muy persuasiva".
Norman Foster
"Mi nieto dice que le recuerdo a una peonza. Siempre me estoy moviendo"
"Nuestra profesión debería estar más preocupada por la ecología"
Es fácil trazar un paralelismo entre el documental y la obra de Foster (Manchester, 1935): visualmente brillante, con espléndidas tomas aéreas que desvelan al espectador la importancia de entender sus edificios como un todo, pulcro, de fino estilismo y a la vez férreos cimientos. Lleno de tonos blancos y metálicos, redondo, elegante, como el cuerpo y la cabeza de Foster. Parece increíble que haya tanta similitud entre el físico de un creador y su obra.
Pregunta. En el filme da la impresión de que si usted para, se cae. ¿Nunca descansa?
Respuesta. [Interrumpe] Es extraño que me diga eso.
P. ¿Por qué?
R. Hablaba el otro día con un escultor amigo e intentábamos cerrar una reunión para un trabajo en común. Y tras mucho elucubrar, renunciamos, nos dimos cuenta que tenemos agendas imposibles. Uno de mis nietos me dijo el otro día que le gustaba cómo me parecía a uno de sus juguetes, una peonza. No lo había pensado. Siempre me estoy moviendo, es cierto. Yo intento mantener un equilibrio, y sospecho que nunca lo logro. En fin, me gusta lo que hago y me gusta viajar.
P. Es uno de esos arquitectos que pisa la obra, que mira el paisaje y pasa tiempo donde...
R. [Interrumpe de nuevo] Es muy importante. Hay una paradoja: cuanto más sofisticado y moderno sea el equipo técnico y los ordenadores que usas, más importante es estar allí, pisar el terreno. Ninguna película u ordenador te va a dar ciertas pistas. ¿Cómo describirías San Sebastián [la entrevista tiene lugar durante el festival de cine donostiarra] sin haber caminado por la Concha? Acabo de desayunar en un bar y eso dice más que cualquier foto. Un arquitecto debe comunicarse, sentir el tamaño de donde va a construir...
P. Una de sus primeras influencias fue Frank Lloyd Wright, impulsor de la arquitectura orgánica, creador de las casas estilo pradera. ¿Aún piensa en él, en su visión?
R. Por supuesto. Su personalidad y su obra me ha marcado, como otros. Aunque es cierto que a veces no ves las influencias hasta que has acabado un trabajo. Inconscientemente la huella está allí. Rematado el aeropuerto de Pekín descubrí de repente sus paralelismos con un templo que había visto. Puede ser coincidencia... O que está ahí grabado. Volviendo a Lloyd Wright, él nunca habló de fuentes de inspiración, y sin embargo en sus diseños es clarísima la influencia japonesa. Somos criaturas que vivimos en un ecosistema, y nuestros padres, maestros y amigos están presentes en nuestra obra. La evolución de la civilización marca nuestras mentes, y esa tradición no está mal.
P. ¿Reflexiona sobre el hecho de que los arquitectos son los artistas que dejan más huella en la Tierra? Sus obras modifican un lugar.
R. Todos marcamos nuestro hábitat. Es muy difícil encontrar un lugar de nuestro planeta que no haya sido alterado por el ser humano. Vivimos en ciudades, en edificios que, obviamente, construimos. Todos influimos. Desde luego la talla de nuestro trabajo es superior. Pero también nace de las emociones, de nuestro apego a la tierra. Aunque yo siempre sospecho de los arquitectos que se definen como artistas, y viceversa. No negaré que hay comunicaciones entre arquitectura y otras ramas artísticas -piense en las pinturas de Le Corbusier y en sus edificios-, pero un arquitecto basa su trabajo en muchas cosas: la experiencia es una más. Los artistas son libres, a los arquitectos nos constriñen muchas reglas. Un edificio es una declaración artística, pero esa dimensión es una más entre las muchas que debes manejar: que sea confortable, que tenga sentido para la función para la que se erige y para la época en que se crea. A mí me gusta diseñar fábricas, oficinas, lugares de trabajo, porque la gente pasa allí más tiempo que en su casa.
P. Usted encabeza el proyecto de Masdar (Abu Dhabi), la primera ciudad con emisión cero de carbono. ¿No cree que algunos de sus compañeros deberían prestar más atención al medio ambiente?
R. La profesión debería estar más preocupada por la ecología, lo que no quiere decir que no haya arquitectos implicados en la lucha contra el cambio climático. Piensa que es un problema reciente en la historia de la humanidad, aunque para mí fundamental a la hora de diseñar una obra.
P. Usted nunca está satisfecho.
R. Los seres humanos somos imperfectos, y la perfección es un ansia imposible. Los edificios los diseñamos gente, los construimos gente y los habitamos gente. A mí la insatisfacción me nace de la curiosidad.
Cien años en la colina de los chopos
Residencia de Estudiantes celebra su centenario como gran símbolo pedagógico - Un documental reúne imágenes inéditas e insólitas de sus protagonistas
A los jóvenes que vivían en la Residencia de Estudiantes les llegaba el aviso de la hora de comer con el sonido de un gong
. La imagen de Casimira (la jefa de la cocina) golpeando el exótico instrumento la recoge el documental Hablaremos de esto dentro de cien años, que con guión de Juan Pérez de Ayala, música de Juan Manuel Artero y dirección de Rafael Zarza conmemora el centenario de uno de los símbolos pedagógicos más singulares y legendarios de la historia de España. Uno de los jóvenes residentes, el músico Jesús Bal y Gay, escribió entonces: "Eso de que nos convocara a comer no con la algarabía festiva de una campana ni con la incisiva impertinencia de un timbre, sino con un gong, sonoridad grave velada, pero que se oía de lejos y daba profundidad al jardín y temblor al aire, era un rasgo revelador de la ética y la estética que animaban la casa".
En el filme aparece un poema hasta ahora desconocido de Unamuno
La estética como una forma de ética, la alegría, el amor y la libertad como una responsabilidad, la rebeldía como una disciplina... Por la Residencia de Estudiantes pasaron poetas, pintores y el circo más pequeño del mundo, presentado por Alexander Calder en 1933.
El 1 de octubre de 1910 se abrió la primera Residencia de Estudiantes que, tres años después, se instalaba definitivamente (y ahí sigue) en unos terrenos que pertenecían al Ministerio de Instrucción Pública.
Un cerro que subía hasta los altos del hipódromo y desde el que, en los días soleados, se podía ver la sierra de Madrid. Alberto Jiménez Fraud, el joven malagueño que puso en marcha aquel proyecto pedagógico (y que murió en el exilio y el olvido en Ginebra en 1964), le pidió entonces a un "nombre preclaro para España entera y colegial de la Residencia" que subiese al cerro para consagrar el lugar. Fue entonces, cuando Juan Ramón Jiménez , después de callado paseo, bautizó el lugar para siempre como "la colina de los chopos". Escribió el poeta: "Ahí están, echados todavía en el suelo, con sus raíces en el esportón de tierra madre, oliendo a vida y esperanza. Han traído tres mil, y todos vamos a sembrar los nuestros".
Cien años después, la Residencia de Estudiantes celebra su centenario este fin de semana. Entre conciertos, fanfarrias, exposiciones y un homenaje a antiguos residentes, Hablaremos de esto dentro de cine años incluye imágenes inéditas y poco conocidas de este símbolo de la cultura y la pedagogía heredera de la Institución Libre de Enseñanza, como un poema inédito de Unamuno (sentado bajo un chopo de la Residencia solía hacer pajaritas de papel; una vez, cuando una alumna estadounidense admiró una de sus papiroflexias se la regaló con una breve nota: "Made in Spain"). De Unamuno, Zarza rescata de sus archivos familiares un poema: "Predicar en desierto, sermón perdido. No, que nada se pierde, todo se gana. No hay palabra de amor que no se enciende, la voz del corazón abre al desierto misteriosos oídos". O una entrevista con Rafael Alberti en Roma, en los años cincuenta, recién llegado de Argentina: "Como su nombre indica, la Residencia es un lugar donde residían estudiantes de todas las regiones de España. Era uno de los centros culturales más importantes de la vida española, sobresaliente por su gran espíritu liberal...". Alberti recuerda a José Moreno Villa, Emilio Prados, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso y, por supuesto a Dalí, Buñuel y Lorca ("Federico solía ser una persona alegre en un aspecto; en otro no era nada alegre, era una persona concentrada de pronto y sombría con una gran preocupación de la muerte").
Imágenes de archivo que se cierran con el levantamiento militar de Franco y en las que con obligada nostalgia se recuerda una reflexión de Le Corbusier al conocer aquel oasis de estudio y creación: "El Escorial, un rascacielos horizontal, y la Residencia, escuela de solidaridad, de espíritu de iniciativa, de sólida virtud, es como un monasterio sereno y alegre. ¡Menuda suerte para los estudiantes!".
A los jóvenes que vivían en la Residencia de Estudiantes les llegaba el aviso de la hora de comer con el sonido de un gong
. La imagen de Casimira (la jefa de la cocina) golpeando el exótico instrumento la recoge el documental Hablaremos de esto dentro de cien años, que con guión de Juan Pérez de Ayala, música de Juan Manuel Artero y dirección de Rafael Zarza conmemora el centenario de uno de los símbolos pedagógicos más singulares y legendarios de la historia de España. Uno de los jóvenes residentes, el músico Jesús Bal y Gay, escribió entonces: "Eso de que nos convocara a comer no con la algarabía festiva de una campana ni con la incisiva impertinencia de un timbre, sino con un gong, sonoridad grave velada, pero que se oía de lejos y daba profundidad al jardín y temblor al aire, era un rasgo revelador de la ética y la estética que animaban la casa".
En el filme aparece un poema hasta ahora desconocido de Unamuno
La estética como una forma de ética, la alegría, el amor y la libertad como una responsabilidad, la rebeldía como una disciplina... Por la Residencia de Estudiantes pasaron poetas, pintores y el circo más pequeño del mundo, presentado por Alexander Calder en 1933.
El 1 de octubre de 1910 se abrió la primera Residencia de Estudiantes que, tres años después, se instalaba definitivamente (y ahí sigue) en unos terrenos que pertenecían al Ministerio de Instrucción Pública.
Un cerro que subía hasta los altos del hipódromo y desde el que, en los días soleados, se podía ver la sierra de Madrid. Alberto Jiménez Fraud, el joven malagueño que puso en marcha aquel proyecto pedagógico (y que murió en el exilio y el olvido en Ginebra en 1964), le pidió entonces a un "nombre preclaro para España entera y colegial de la Residencia" que subiese al cerro para consagrar el lugar. Fue entonces, cuando Juan Ramón Jiménez , después de callado paseo, bautizó el lugar para siempre como "la colina de los chopos". Escribió el poeta: "Ahí están, echados todavía en el suelo, con sus raíces en el esportón de tierra madre, oliendo a vida y esperanza. Han traído tres mil, y todos vamos a sembrar los nuestros".
Cien años después, la Residencia de Estudiantes celebra su centenario este fin de semana. Entre conciertos, fanfarrias, exposiciones y un homenaje a antiguos residentes, Hablaremos de esto dentro de cine años incluye imágenes inéditas y poco conocidas de este símbolo de la cultura y la pedagogía heredera de la Institución Libre de Enseñanza, como un poema inédito de Unamuno (sentado bajo un chopo de la Residencia solía hacer pajaritas de papel; una vez, cuando una alumna estadounidense admiró una de sus papiroflexias se la regaló con una breve nota: "Made in Spain"). De Unamuno, Zarza rescata de sus archivos familiares un poema: "Predicar en desierto, sermón perdido. No, que nada se pierde, todo se gana. No hay palabra de amor que no se enciende, la voz del corazón abre al desierto misteriosos oídos". O una entrevista con Rafael Alberti en Roma, en los años cincuenta, recién llegado de Argentina: "Como su nombre indica, la Residencia es un lugar donde residían estudiantes de todas las regiones de España. Era uno de los centros culturales más importantes de la vida española, sobresaliente por su gran espíritu liberal...". Alberti recuerda a José Moreno Villa, Emilio Prados, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso y, por supuesto a Dalí, Buñuel y Lorca ("Federico solía ser una persona alegre en un aspecto; en otro no era nada alegre, era una persona concentrada de pronto y sombría con una gran preocupación de la muerte").
Imágenes de archivo que se cierran con el levantamiento militar de Franco y en las que con obligada nostalgia se recuerda una reflexión de Le Corbusier al conocer aquel oasis de estudio y creación: "El Escorial, un rascacielos horizontal, y la Residencia, escuela de solidaridad, de espíritu de iniciativa, de sólida virtud, es como un monasterio sereno y alegre. ¡Menuda suerte para los estudiantes!".
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