Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 oct 2010

Sospecho de los arquitectos que se definen como artistas"

ENTREVISTA: NORMAN FOSTER Arquitecto
"Mi mujer es muy muy persuasiva". A Norman Foster no le hacía mucha gracia que alguien rodara un documental sobre su vida. Y así se lo dijo a la productora. "No lo veo", le confesó el ganador del Premio Pritzker y del Príncipe de Asturias de las Artes, el artista que está detrás de obras como la cúpula del Reichstag en Berlín, el aeropuerto de Pekín, el viaducto de Millau (Francia) o la torre de Swiss Re en Londres, uno de los arquitectos más famosos del mundo. Sus plegarias no fueron atendidas porque la productora es su esposa, Elena Ochoa, motor del documental How much does your building weigh, Mr. Foster? (¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster?), que se estrena el próximo viernes en España. "Ya le dije, es muy persuasiva".




Norman Foster





"Mi nieto dice que le recuerdo a una peonza. Siempre me estoy moviendo"



"Nuestra profesión debería estar más preocupada por la ecología"

Es fácil trazar un paralelismo entre el documental y la obra de Foster (Manchester, 1935): visualmente brillante, con espléndidas tomas aéreas que desvelan al espectador la importancia de entender sus edificios como un todo, pulcro, de fino estilismo y a la vez férreos cimientos. Lleno de tonos blancos y metálicos, redondo, elegante, como el cuerpo y la cabeza de Foster. Parece increíble que haya tanta similitud entre el físico de un creador y su obra.



Pregunta. En el filme da la impresión de que si usted para, se cae. ¿Nunca descansa?



Respuesta. [Interrumpe] Es extraño que me diga eso.



P. ¿Por qué?



R. Hablaba el otro día con un escultor amigo e intentábamos cerrar una reunión para un trabajo en común. Y tras mucho elucubrar, renunciamos, nos dimos cuenta que tenemos agendas imposibles. Uno de mis nietos me dijo el otro día que le gustaba cómo me parecía a uno de sus juguetes, una peonza. No lo había pensado. Siempre me estoy moviendo, es cierto. Yo intento mantener un equilibrio, y sospecho que nunca lo logro. En fin, me gusta lo que hago y me gusta viajar.



P. Es uno de esos arquitectos que pisa la obra, que mira el paisaje y pasa tiempo donde...



R. [Interrumpe de nuevo] Es muy importante. Hay una paradoja: cuanto más sofisticado y moderno sea el equipo técnico y los ordenadores que usas, más importante es estar allí, pisar el terreno. Ninguna película u ordenador te va a dar ciertas pistas. ¿Cómo describirías San Sebastián [la entrevista tiene lugar durante el festival de cine donostiarra] sin haber caminado por la Concha? Acabo de desayunar en un bar y eso dice más que cualquier foto. Un arquitecto debe comunicarse, sentir el tamaño de donde va a construir...



P. Una de sus primeras influencias fue Frank Lloyd Wright, impulsor de la arquitectura orgánica, creador de las casas estilo pradera. ¿Aún piensa en él, en su visión?



R. Por supuesto. Su personalidad y su obra me ha marcado, como otros. Aunque es cierto que a veces no ves las influencias hasta que has acabado un trabajo. Inconscientemente la huella está allí. Rematado el aeropuerto de Pekín descubrí de repente sus paralelismos con un templo que había visto. Puede ser coincidencia... O que está ahí grabado. Volviendo a Lloyd Wright, él nunca habló de fuentes de inspiración, y sin embargo en sus diseños es clarísima la influencia japonesa. Somos criaturas que vivimos en un ecosistema, y nuestros padres, maestros y amigos están presentes en nuestra obra. La evolución de la civilización marca nuestras mentes, y esa tradición no está mal.



P. ¿Reflexiona sobre el hecho de que los arquitectos son los artistas que dejan más huella en la Tierra? Sus obras modifican un lugar.



R. Todos marcamos nuestro hábitat. Es muy difícil encontrar un lugar de nuestro planeta que no haya sido alterado por el ser humano. Vivimos en ciudades, en edificios que, obviamente, construimos. Todos influimos. Desde luego la talla de nuestro trabajo es superior. Pero también nace de las emociones, de nuestro apego a la tierra. Aunque yo siempre sospecho de los arquitectos que se definen como artistas, y viceversa. No negaré que hay comunicaciones entre arquitectura y otras ramas artísticas -piense en las pinturas de Le Corbusier y en sus edificios-, pero un arquitecto basa su trabajo en muchas cosas: la experiencia es una más. Los artistas son libres, a los arquitectos nos constriñen muchas reglas. Un edificio es una declaración artística, pero esa dimensión es una más entre las muchas que debes manejar: que sea confortable, que tenga sentido para la función para la que se erige y para la época en que se crea. A mí me gusta diseñar fábricas, oficinas, lugares de trabajo, porque la gente pasa allí más tiempo que en su casa.

P. Usted encabeza el proyecto de Masdar (Abu Dhabi), la primera ciudad con emisión cero de carbono. ¿No cree que algunos de sus compañeros deberían prestar más atención al medio ambiente?



R. La profesión debería estar más preocupada por la ecología, lo que no quiere decir que no haya arquitectos implicados en la lucha contra el cambio climático. Piensa que es un problema reciente en la historia de la humanidad, aunque para mí fundamental a la hora de diseñar una obra.



P. Usted nunca está satisfecho.



R. Los seres humanos somos imperfectos, y la perfección es un ansia imposible. Los edificios los diseñamos gente, los construimos gente y los habitamos gente. A mí la insatisfacción me nace de la curiosidad.

Cien años en la colina de los chopos

Residencia de Estudiantes celebra su centenario como gran símbolo pedagógico - Un documental reúne imágenes inéditas e insólitas de sus protagonistas
A los jóvenes que vivían en la Residencia de Estudiantes les llegaba el aviso de la hora de comer con el sonido de un gong
. La imagen de Casimira (la jefa de la cocina) golpeando el exótico instrumento la recoge el documental Hablaremos de esto dentro de cien años, que con guión de Juan Pérez de Ayala, música de Juan Manuel Artero y dirección de Rafael Zarza conmemora el centenario de uno de los símbolos pedagógicos más singulares y legendarios de la historia de España. Uno de los jóvenes residentes, el músico Jesús Bal y Gay, escribió entonces: "Eso de que nos convocara a comer no con la algarabía festiva de una campana ni con la incisiva impertinencia de un timbre, sino con un gong, sonoridad grave velada, pero que se oía de lejos y daba profundidad al jardín y temblor al aire, era un rasgo revelador de la ética y la estética que animaban la casa".











En el filme aparece un poema hasta ahora desconocido de Unamuno


La estética como una forma de ética, la alegría, el amor y la libertad como una responsabilidad, la rebeldía como una disciplina... Por la Residencia de Estudiantes pasaron poetas, pintores y el circo más pequeño del mundo, presentado por Alexander Calder en 1933.






El 1 de octubre de 1910 se abrió la primera Residencia de Estudiantes que, tres años después, se instalaba definitivamente (y ahí sigue) en unos terrenos que pertenecían al Ministerio de Instrucción Pública.
 Un cerro que subía hasta los altos del hipódromo y desde el que, en los días soleados, se podía ver la sierra de Madrid. Alberto Jiménez Fraud, el joven malagueño que puso en marcha aquel proyecto pedagógico (y que murió en el exilio y el olvido en Ginebra en 1964), le pidió entonces a un "nombre preclaro para España entera y colegial de la Residencia" que subiese al cerro para consagrar el lugar. Fue entonces, cuando Juan Ramón Jiménez , después de callado paseo, bautizó el lugar para siempre como "la colina de los chopos". Escribió el poeta: "Ahí están, echados todavía en el suelo, con sus raíces en el esportón de tierra madre, oliendo a vida y esperanza. Han traído tres mil, y todos vamos a sembrar los nuestros".






Cien años después, la Residencia de Estudiantes celebra su centenario este fin de semana. Entre conciertos, fanfarrias, exposiciones y un homenaje a antiguos residentes, Hablaremos de esto dentro de cine años incluye imágenes inéditas y poco conocidas de este símbolo de la cultura y la pedagogía heredera de la Institución Libre de Enseñanza, como un poema inédito de Unamuno (sentado bajo un chopo de la Residencia solía hacer pajaritas de papel; una vez, cuando una alumna estadounidense admiró una de sus papiroflexias se la regaló con una breve nota: "Made in Spain"). De Unamuno, Zarza rescata de sus archivos familiares un poema: "Predicar en desierto, sermón perdido. No, que nada se pierde, todo se gana. No hay palabra de amor que no se enciende, la voz del corazón abre al desierto misteriosos oídos". O una entrevista con Rafael Alberti en Roma, en los años cincuenta, recién llegado de Argentina: "Como su nombre indica, la Residencia es un lugar donde residían estudiantes de todas las regiones de España. Era uno de los centros culturales más importantes de la vida española, sobresaliente por su gran espíritu liberal...". Alberti recuerda a José Moreno Villa, Emilio Prados, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso y, por supuesto a Dalí, Buñuel y Lorca ("Federico solía ser una persona alegre en un aspecto; en otro no era nada alegre, era una persona concentrada de pronto y sombría con una gran preocupación de la muerte").






Imágenes de archivo que se cierran con el levantamiento militar de Franco y en las que con obligada nostalgia se recuerda una reflexión de Le Corbusier al conocer aquel oasis de estudio y creación: "El Escorial, un rascacielos horizontal, y la Residencia, escuela de solidaridad, de espíritu de iniciativa, de sólida virtud, es como un monasterio sereno y alegre. ¡Menuda suerte para los estudiantes!".

Textos de Marilyn Monroe

Textos de Marilyn Monroe


Ay maldita sea me gustaría estar



muerta –absolutamente no existente–



ausente de aquí –de



todas partes pero cómo lo haría



Siempre hay puentes –el puente de Brooklyn



Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura



y el aire es tan limpio) al caminar parece



tranquilo a pesar de tantísimos



coches que van como locos por la parte de abajo. Así que



tendrá que ser algún otro puente



uno feo y sin vistas –salvo que



me gustan en especial todos los puentes –tienen



algo y además



nunca he visto un puente feo



Marilyn Monroe (sin fecha)



Socorro, socorro.



Socorro.



Siento que la vida se me acerca



cuando lo único que quiero



es morir.



Grito –



empezaste y terminaste en el aire



pero ¿qué hubo en medio?



Marilyn Monroe, 1961



¡¡¡Sola!!!



Estoy sola -siempre estoy



sola



sea como sea



Marilyn Monroe (sin fecha)



Vida –



soy de tus dos direcciones



De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo



casi siempre



pero fuerte como una telaraña al



viento -existo más con la escarcha fría resplandeciente



Pero mis rayos con abalorios son del color



que he visto en un cuadro -ah vida



te han engañado



Marilyn Monroe (sin fecha)



'Fragmentos', editado en España por Seix Barral, sale a la venta el 6 de octubre.

la mujer más triste que ha conocido nunca

 La poeta callejera, la mujer que se quitó la vida (y todas las investigaciones serias descartan las teorías conspirativas de un asesinato a manos de la mafia orquestado desde algún secreto despacho de la Casa Blanca) al ingerir un frasco entero de Nembutal -las pastillas que ese mismo día le acaba de reponer su psiquiatra para frenar sus días sin descanso- anunciaba ya en un poema sin fecha ni nombre que la muerte era uno de sus pensamientos consoladores: "Ay maldita sea me gustaría estar / muerta -absolutamente no existente- / ausente de aquí -de / todas partes pero cómo lo haría / Siempre hay puentes- el puente de Brooklyn / Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo y sin vistas -salvo que / me gustan en especial todos los puentes- tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo-.




"Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas", escribe Antonio Tabucchi en el prólogo del libro. Para el escritor italiano, estos textos inéditos de Marilyn revelan una personalidad "intelectual y artística" que ni los biógrafos podían sospechar. "No solo los poemas, sino también las notas breves y las páginas de sus diarios incluidas en este libro (siempre en una prosa marcadamente elíptica, hipersignificante y, por eso mismo, rayana en el lenguaje sibilino propio de la poesía) constituyen de una manera flagrante una búsqueda y una quête. La búsqueda racional de una intelectual que trata de comprender la realidad que la circunda (qué es este mundo, qué significa) y la quête de una persona que se busca a sí misma en este mundo (quién soy yo, qué sentido tengo...). La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado".



Todas las pertenencias de la actriz las heredó su maestro en el Actors Studio, Lee Strasberg, y ha sido su viuda, Anna Strasberg, quien las ha empezado a desempolvar desde su apartamento del mítico edificio Dakota de Nueva York. Asesorada por un grupo de coleccionistas de arte, Anna Strasberg dejó en 2007 parte del material en manos de Stanley Buchthal y Bernard Comment, que son los encargados de la edición de Fragmentos, libro excepcional que se cierra con el texto que escribió el propio Strasberg sobre su célebre alumna al conocer su muerte:
"Otras personas poseían mayor belleza física, pero ella poseía una cualidad luminosa: una combinación de tristeza, resplandor y ansia".



En sus cartas dirigidas a su psiquiatra, el doctor Ralph Greensom, en 1961, la actriz intenta explicar esa doble cara suya, triste y alegre, una duplicidad que ella conocía muy bien y que, lejos de resultar chocante, debería explicar el por qué de su profunda y todavía hoy inagotable belleza: "Sé que nunca seré feliz, pero sé que ¡puedo ser muy alegre! Acuérdese, ya le conté que Kazan me dijo que era la chica más alegre que había conocido nunca y creo que ha conocido a unas cuantas. Pero me quiso durante un año, y una vez me acunó cuando tenía una angustia muy grande. También me sugirió que me psicoanalizara y luego quiso que trabajara con su maestro, Lee Strasberg. ¿Es Milton quien escribió 'los hombres felices nunca nacieron'? Conozco".



En un texto confuso, junto a una lista de palabras ("problemas / nerviosismo / humanidad / disparates / errores / y mis propios pensamientos"), la actriz apunta: "(unas copas de más- de vez en cuando) / lo que tal vez quiere decir que no tuve tiempo de / comer durante el día y como socialmente el alcohol se acepta y seguramente previamente he / tenido que apresurarme- puedo sentir la necesidad de relajarme con unas copas de Jerez que / pueden hacer efecto demasiado deprisa / que quizá no habría disfrutado estando demasiado cansada y me ponen de pronto alegre y / simpática con las cosas y la gente a mi alrededor / esto claro se considera beber demasiado / y cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que no hay respuestas la vida hay que vivirla".



Las páginas emborronadas con una caligrafía desigual se detienen cuando la mujer más deseada del planeta escribe su propio deseo: "Tener una idea de mi misma". Un poco más allá, esta mujer que nació como Norma Jeane Mortenson y fue bautizada como Norma Jeane Baker, hija no deseada de una madre loca cuya ausencia marcó su infeliz infancia, dice: "Nunca más una niñita sola y asustada, Recuerda que puedes estar instalada en lo más alto (no parece que así sea)".



La obsesión por conocerse y construirse la llevó a fascinarse por hombres mayores (el jugador de béisbol Joe DiMaggio) e inteligentes (el dramaturgo Arthur Miller), en los que descargaba su miedo a no encontrarse nunca, a vagar perdida en la piel de una mujer que todos -menos ella- idolatraban.
 Lejos del cliché de rubia tonta que la hizo famosa en la pantalla, Marilyn era una mujer que buscaba la autoestima y que se refugiaba en la lectura de autores que podían ayudarla a encontrar las respuestas que tanto necesitaba: Walt Whitman, James Joyce, Samuel Beckett, Gustav Flaubert, Jack Kerouac, Fiodor Dostoievski, John Steinbeck... Leía novela, ensayo y, sobre todo, poesía.
 En su biblioteca se encontraron más de 400 volúmenes. Entre ellos, los seis de la biografía de Abraham Lincoln de Carl Sandburg y El Ulises, dos de sus libros favoritos.



Hablando de sus comienzos en Hollywood, la actriz le confesaba al periodista francés Georges Belmont que estudiaba durante sus horas libres: "Nunca me veían en los estrenos, ni en las conferencias de prensa, ni en las fiestas. Era muy sencillo: ¡estaba en la escuela! No había podido completar mi formación, de modo que asistía a clases nocturnas en la Universidad de Los Ángeles. De día me ganaba la vida haciendo papelitos en el cine. De noche asistía a clases de historia y literatura e historia de Estados Unidos. Leía mucho a los grandes".



En 1943, Marilyn se casó con su primer marido, un obrero aspirante a policía llamado James Dougherty; tenía 16 años, y en un texto mecanografiado deja ver que su marido la ha traicionado con otra.
Reflexiona sobre el matrimonio y sus fallidas expectativas. Siente cólera, humillación y, muy pronto, solo desesperación. También le preocupa que él la vea así, desencajada y llorosa: "El dolor entumecido del rechazo y de sentirse herida por la destrucción o pérdida de la imagen de algún tipo de amor idealista o verdadero", escribe. Añora sentirse "amada, deseada, mimada"; se pregunta por qué no será todo "sencillo, corriente, normal y fácil", aunque si fuera así, añade, "seguramente me aburriría". "Supongo que quizá esta noche me sienta más libre y hasta a lo mejor soy capaz de mirarle a los ojos y decirle te quiero con un gesto de odio o de algo parecido. / [...] anoche estaba tan quemada por el sol que solo llevaba el jersey sin sujetador -lo cual me daba una sensación de sensualidad que creí que él compartía - ahora está la cuestión de si me mintió- que nos quisiera a las dos podría aceptarlo pero no que me mintiera al decirme que soy yo la primera y principal y que si nuestra relación cambiara no dudaría en decírmelo porque, como él mismo reconoció, nunca aceptaría ser una segundona".



Marilyn se describe entonces como una "optimista" que espera poder reírse pronto ("sin ese falso tono protector") del patinazo.
 Y finaliza: "No es tan divertido conocerse demasiado o creer que se conoce uno demasiado -todo el mundo necesita un poco de amor propio para superar las caídas y dejarlas atrás".



Pero el amor propio no se afianzó en una personalidad que se movía en perpetuo zigzag, desdibujando la posibilidad de esa sólida columna vertebral sobre la que cualquier ser humano desea asentarse en el mundo.
En un poema sin fecha, la actriz insiste en una imagen recurrente, las dos direcciones y las arañas (símbolo de la construcción y destrucción que no cesa): "Vida - / soy de tus dos direcciones / De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo / casi siempre / pero fuerte como una telaraña al / Viento - existo más con la escarcha fría resplandeciente. / Pero mis rayos con abalorios son del color / que he visto en un cuadro -ah vida / te han engañado".



Marilyn se casó con Arthur Miller el 29 de julio de 1956. Todavía flotaba la posibilidad de una reconciliación con DiMaggio (un hombre excesivamente tradicional que quería apartar a la actriz de su vocación para convertirla en una millonaria ama de casa, algo a lo que ella jamás accedió). Una serie de poemas fechados durante los meses que Miller y ella pasaron juntos en Inglaterra rodando El príncipe y la corista refleja el trauma que supuso para la actriz fisgar en los diarios íntimos del dramaturgo, en los que él duda de su amor.



Ella, implacable consigo misma, empieza a castigar su frágil autoestima: "Donde sus ojos reposan con placer -quiero / seguir allí - pero el tiempo ha modificado / el poder de esa mirada. / Ay, cómo voy a apañármelas cuando sea menos joven- / Busco la alegría pero está vestida / de dolor / cobrar ánimos como en mi juventud / dormir y descansar la pesada cabeza / en su pecho -pues mi amor todavía / duerme junto a mí". "El dolor de su añoranza cuando mira / a otra / como una frustración desde el día / en que nació. / y yo con mi despiadado dolor / y su dolor por la añoranza - / cuando mira y ama a otra / como una frustración del día / en que nació- / tenemos que sobrellevarlo / me muevo tristemente porque no siento alegría alguna".



¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo? Es lo que Arthur Miller escribió en Vidas rebeldes para su mujer, la película de John Huston de 1961, la última que acabaría la actriz y la última también de su admirado Gable.
 El diálogo en el que el viejo galán, más guapo que nunca, le dice a la chica rubia que es la mujer más triste que ha conocido nunca probablemente forma parte de los momentos más estremecedores de la historia del cine. "Pues todo el mundo piensa que soy muy alegre", replica ella. Ante lo que el honorable Gable responde: "Eso es porque cualquier hombre se siente feliz al mirarte".



"Anoche volví a pasar despierta toda la noche", le escribe Marilyn a su psiquiatra. "A veces me pregunto para qué sirve el tiempo nocturno. Casi no existe para mí -todo me parece un largo y horrible día. Bueno, pero pensé que más me valía ser constructiva y me puse a leer las cartas de Sigmund Freud. Cuando abrí el libro la primera vez me encontré la foto de Freud y me eché a llorar, parecía muy deprimido (la deben haber tomado muy al final de su vida) murió decepcionado -la doctora Kris me dijo que había sufrido mucho dolor físico lo cual ya sabía yo por el libro de Jones- pero sabiéndolo sigo confiando en mi instinto porque en su amable rostro veo un hombre decepcionado".



Hay algo revelador en la famosa última sesión de fotos de Marilyn, realizada por Bert Stern seis semanas antes de la muerte de la estrella. En la serie completa, 2.571 fotografías que se tomaron durante tres días de trabajo en el Bel-Air Hotel de Los Ángeles, casi se puede palpar (la actriz bebió bastante) el estado de nervios en el que se encontraba. En aquella sesión, quizá como nunca, dejó ver todo lo que no quería enseñar, un cuerpo y un rostro que empezaba a estar castigado, y en su abdomen, una enorme y exagerada cicatriz tras una operación de vesícula. Marilyn, la mujer que dudaba hasta de su belleza (cuando el fotógrafo se admiró ante ella, la actriz le respondió casi sin respiro: "¿De verdad cree que soy guapa?"), se quitó la ropa, y fue en ese instante, cuando le permitieron ser una mujer, cuando por fin emergió la diosa.



Stern tenía en su memoria grabada una frase que le dijo una vez otro gran mito, Diane Vreeland, la editora de Vogue, a la que una vez le pidió consejo para fotografiar "de verdad" a una mujer. Vreeland, desde su altiva elegancia e inteligencia, le respondió: "Nunca lo olvides, una mujer no es bella por su piel, sino por sus cicatrices". Y las de Marilyn eran muchas y demasiado profundas, ocultas durante décadas bajo capas de maquillaje que ocultaban un precipicio por el que todavía hoy se escapa la identidad de este triste tiempo.