Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 sept 2010

"La barbarie es fruto de la mediocridad"

Por si quedaban dudas, John Le Carré adora una buena trama. Cita al periodista una injusta mañana invernal en Berna, en el lujoso Bellevue Palace, uno de esos hoteles que retienen cierta grandeur de otra época incluso aunque, como es el caso, albergue una bullanguera convención de productores de gruyère.
Podría pasar perfectamente por el escenario de una de sus novelas si no fuera porque en efecto lo es. En el clímax de Un traidor como los nuestros (Plaza y Janés), su nuevo y estupendo libro, un voluminoso mafioso ruso, dos temibles ex-agentes del KGB y un espía británico venido a menos se pelean en el vestíbulo de este hotel. En una esquina, con blazer azul marino, Le Carré lee esta mañana con despreocupación en la columna de cotilleos del International Herald Tribune que en la adaptación en proceso de su novela El topo (1974) Gary Oldman encarnará a su más célebre criatura, el agente George Smiley. Y esta vez, la vida imita a la ficción: El sándwich club del hotel es tan bueno como se asegura en el libro y desde las habitaciones se vislumbra el "río Aar bajo la ventana y los picos del Oberland bernés a lo lejos, negros contra el cielo".




John Le Carré







"El truco para gobernar un gran país es convertirlo en víctima"



"La Rusia de Vladímir Putin es un Estado criminal"



"Un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida"

"En este mismo salón", recuerda el gran novelista británico de espionaje, "se celebraba los sábados por la tarde un baile cuando llegué en 1949 a la somnolienta Berna escapando de Inglaterra para estudiar alemán. Pagabas tres francos y podías escoger a una chica con la que bailar bajo la atenta mirada de su madre". David Cornwell no era por aquel entonces el John Le Carré de su seudónimo, ese autor que adoran millones de lectores de todo el mundo, ni tampoco había sido aún reclutado en Oxford por el MI6, servicio de inteligencia británico, con una discreta palmadita en la espalda.



Han pasado más de 60 años, pero el viejo espía, que abandonó el servicio a principios los sesenta, según confesó a finales de la década pasada, sigue embarcado en la misión de retratar con envidiable compromiso los problemas de nuestro tiempo desde el subsuelo del mundo del espionaje. En esta ocasión, el tema es el blanqueo internacional de dinero, el podrido Londres plutócrata y la impunidad en la que se mueven los oligarcas rusos. Hay espías, por supuesto, que "trabajan para un país que no alcanza a pagar las facturas" y "en el que el Foreign Office no es más útil que un sueño húmedo". También hay héroes inconfundiblemente Le Carré, como la pareja protagonista, Perry y Gail, aficionados el tenis como metáfora de lo que puede y no puede ir bien en el mundo, dos tipos normales en una situación completamente anormal.



Esta ronda de entrevistas, asegura el escritor desde la altura de sus casi 80 años, será la última. Si, como asegura uno de los personajes de Un traidor como los nuestros "los diplomáticos mienten por el bien de su país y los políticos para salvar su pellejo"... ¿Habrá que creer a un autor que construido su enorme reputación a partir de tipos tan acostumbrados a vivir en la mentira que olvidan lo que es decir la verdad? "Ya soy una persona mayor", explica Le Carré con la elegancia y la genuina amabilidad que adornan cada uno de sus gestos. "Bastante tengo con concentrarme en escribir. La conversación es una forma de arte. Y los requerimientos promocionales se han hecho enormes".



P. ¿Siente vértigo al asomarse a los 80 años?



R. No especialmente, solo agradecimiento por todas las vidas que viví.



P. ¿Tantas fueron?



R. He sido huérfano, interno en el Gulag de la enseñanza británica, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, marido precoz, espía niñato que buscaba su identidad en la pertenencia a las instituciones del servicio secreto, amante desesperado con aventuras continuas y bastante idiotas. Supongo que maduré demasiado tarde.



P. Esto podría ser un ensayo para su anhelada autobiografía.



R. Siempre que la empiezo, acabo escribiendo una novela y eso está bien. Creo que debería acometerla un buen biógrafo, le daré una lista de gente a la que no gusto y otra de gente que me quiere [Risas].



P. Sabemos por su propia confesión que fue espía en su juventud y que su padre fue un estafador de altos vuelos... ¿Le quedan secretos por desvelar?



R. No querría sonar pomposo, pero un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida. Mi padre era un criminal y crecí con ello. Y sí, estuve en el servicio secreto. Nunca revelaría nada de aquel tiempo, por eso supongo que no escribo mis memorias.



P. Por eso su gran enemigo fue Kim Philby, el doble agente británico al servicio de la URSS que le delató a usted y a decenas de sus compañeros...



R. No estreché su mano en Moscú cuando pude, en 1989. No quería dignificarlo, como él pretendió tras el parapeto ideológico del comunismo. Cuando nos traicionó, el ya era consciente de lo que era capaz Stalin.



P. Y usted, como izquierdista en los sesenta, ¿se creyó aquel cuento? Otros, como Kingsley Amis, se dieron cuenta tarde.



R. Lo descubrí tarde, pero estaba claro. Era un régimen terrible. No había excusas. Cuando fui a Alemania por primera vez a finales de los cuarenta aun olía a muerte. No entendía cómo habían sido capaces. Luego, ya de mayor, me di cuenta de cada país tiene su barbarie. Y que la barbarie no es un atributo solo de los hombres poderosos. Es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas horribles.



P. Hace año y medio declaró a este diario que creía en que el mundo financiero estaba en vías de cambiar para siempre, de aprender de los errores, que era un momento histórico. Obviamente, se equivocó.



R. Cierto. En nuestro país, los grandes bancos están sujetados en un 60, en un 80% por los impuestos. Esa era la política de Gordon Brown; imprimir dinero. Y los bancos son organismos que no benefician en absoluto a la sociedad.



P. Pareciera que los hombres una y otra vez confiáramos en el cambio de rumbo de las cosas solo para decepcionarnos de nuevo...



R. Siempre hay señales que te convencen de que esta vez será distinto. Volviendo al tema de los bancos, creo que son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Si yo o usted se presenta en un banco de Londres con una maleta llena de billetes grandes, probablemente llamen directamente a la policía. Ahora, sí el señor Orloff, prominente hombre de negocios de Moscú, lo hace... yo se lo pregunté a dos grandes banqueros de Londres y los dos me contestaron lo mismo: si presenta ciertos credenciales y quinientos millones de libras, no somos policías, si tiene apariencia legal, será legal. En Rusia no existe el dinero limpio. Me fascinan los mecanismos del blanqueo de dinero.



P. En el libro habla de los hoteles negros...



R. Ese es maravilloso, pero no lo he inventado yo. Lo vi en Panamá por primera vez. Era uno propiedad de [el narco] Pablo Escobar. Allí los llaman hoteles de la cocaína. Son enormes, pero nunca nadie pernocta en ellos. Están vacíos. Si llama, le dirán que están completos. Y cada semana sale un camión repleto de dinero supuestamente procedente del acomodo, del casino y de los restaurantes rumbo a un banco para lavarlo convenientemente.



P. De la lectura de su última novela se deduce que no cree que el dinero no huela, el non olet de la vieja expresión de los romanos.



R. Apesta a tráfico de drogas, de armas, asesinatos a sueldo, a opresión y a enorme corrupción. Y creo que los bancos son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Mucho más preocupante resulta el asunto en Rusia, donde no existe el dinero limpio.



P. Resulta irónico hablar de este tema en la capital de la confederación helvética... ¿Exigir a un banquero suizo control sobre el blanqueo de dinero es como aspirar a que un relojero de este país pida explicaciones al tiempo?



R. No es un asunto exclusivamente suizo. En Gran Bretaña los bancos también compiten por lavar más blanco. Le contaré mi propia experiencia en blanqueo de dinero... Cuando Harold Wilson era primer ministro, pagaba 86% de tasas y si ganabas aún más que yo, podrías verte en la situación surrealista de que tenías que pagar más de lo que ingresabas. Así que una reputada firma contable me aconsejó que constituyese una empresa en Suiza de la que recibir un sueldo. Me metí en este mundo durante unos dos años, hasta que me pillaron. Desde entonces he sido puro y virginal. Nadie sabe ya cuándo el dinero es negro, blanco o gris. La realidad es que cuanto antes entre el dinero negro en el círculo del dinero legítimo, mejor para el sistema, aunque proceda de las más horrendas fuentes.



P. Nadie está en condiciones de rechazar dinero ahora mismo, supongo.



R. Cierto. Los bancos necesitan dinero venga de donde venga. La Rochefoucauld decía que la hipocresía es el peaje que el vicio le paga a la virtud. El propio sistema de los servicios secretos se basa en el dinero negro. Es el modo en el que recibes tu salario, es inevitable. Y si por esa razón en todos los países hay un cierto matrimonio entre el crimen y la inteligencia, en Rusia el matrimonio es completo. Rusia es un estado criminal.



P. Lo afirma rotundamente...



R. Lo es. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora están bajo los zares grises. Es una nación sin ninguna experiencia democrática. Sospechan de ella. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su país, siempre que pasan dos semanas fuera lo añoran terriblemente, y les aterroriza el caos. En nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un político. No digamos ya del miedo al caos. El truco para gobernar un gran país es convertirlo en víctima. Ya sea con ocasión de las Torres Gemelas o la amenaza chechena. Inventamos los enemigos que necesitamos.



P. Ha dicho que es un estado criminal...



R. Es un estado criminal. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora están bajo los zares grises. En último caso, es una nación sin ninguna experiencia democrática. Sospechan de ella. Le tienen miedo. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su país, siempre que pasan dos semanas fuera lo añoran terriblemente. Y la otra es que les aterroriza el caos. En el nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un político. No digamos ya el partido que puede sacar al miedo al caos. El truco para gobernar un gran país es hacerlo parecer una víctima. Ya sea con ocasión de las Torres Gemelas o la amenaza chechena.



P. En el libro asegura que se inventan ataques chechenos para justificar crímenes de estado.



R. Estoy seguro de que sucede. Los rusos tienen una licencia para hacer lo que quieran con los chechenos. Primero Reagan y luego los Bush les dijeron: "Haceros cargo de esa gente. Es vuestro problema. Nosotros nos encargaremos del resto del mundo". Lo que era una guerra de independencia como las que ha habido en mi país o en el suyo, se ha convertido a los ojos occidentales una guerra contra el terror. Inventamos los enemigos que necesitamos. En el libro anterior, estaba presente el asunto del blanqueo de dinero y el asunto checheno, así que me quedé prendado con ello. Es una cosa que viene de 1991, cuando conocí a un tipo, uno de los hombres más peligrosos de Rusia, un pez gordo, en un club a las dos de la mañana. Se llamaba Dima, como el personaje de la última novela, y yo iba acompañado de mi guardaespaldas, que era el campeón nacional de lucha abjaso. Fue muy ilustrativo.



P. Un cliché sobre su obra dice que con el fin de la Guerra Fría, se le acabó su tema literario. Da la sensación de todo lo contrario.



R. Yo estaba cansado, ¿cuánto puedes escribir sobre los problemas morales de enfrentarse al comunismo? Lo hice durante demasiado tiempo. Lo que nos dejó fue una era pos imperial apasionante...



P. Nada que se pudiese considerar, como en el desafortunado vaticinio de Fukuyama, el fin de la historia.



R. ¡Claro que no! El propósito del capitalismo quedó desenmascarado. En una de las últimas apariciones del bueno de [su célebre personaje] George Smiley decía: "Ya hemos vencido al comunismo; ahora nos toca lidiar con el capitalismo". Y en esas estamos. No creo que la globalización sea buena en absoluto. Es la vieja colonización con otro traje. Es la destrucción del tercer mundo, la creación de mega ciudades y la explotación del trabajo barato y sin regular. Es una catástrofe ecológica y sociológica. Creo que hay mucho sobre lo que escribir.



P. Y no piensa dejar de hacerlo, claro.



R. Es mi obligación moral, muchacho.



P. ¿Contra la URSS vivíamos mejor?



R. Al menos la mitad de los problemas eran de otros. La gran pesadilla de los americanos durante la Guerra Fría es que alguien, los cubanos por ejemplo, tirase una bomba sobre Nueva York. ¡No era una realidad de la Guerra Fría, era una realidad de la era posterior! No sé por cuánto tiempo podemos vivir con este concepto de América como un animal herido. Ha provocado dos cosas: el completo aislamiento del país y la demonización del Islam. A diferencia de los europeos, los americanos piensan que una guerra sirve para algo. Y francamente, no lo entiendo, porque esos tipos han perdido (o no han ganado) todas las guerras en las que se han metido. La Segunda Guerra Mundial la ganaron los soviéticos, con el coste de treinta millones de vidas, no ganaron la de Corea, ni Vietnam. De Irak se han ido con el trabajo sin terminar y no ganarán la de Afganistán.



P. ¿Cambiará algo Obama?



R. Desearía ser capaz de cambiar algo. Pero si aún siete de cada diez estadounidenses siguen creyendo que Sadam Hussein tuvo algo que ver con las Torres Gemelas, y un 40% se traga que Obama no es americano y encima es musulmán, a qué puedes aspirar. No sé cómo podrá contra los lobbies, el aparato mediático de la derecha y contra su propio partido, que es extremadamente incompetente y desleal. Está esposado.



P. Da la sensación de que la propaganda es un asunto mucho más preocupante en esta era de la información.



R. Es más poderosa. Mussolini definió el fascismo como ese momento en el que no hay diferencia entre el poder político y el empresarial. Se olvidó del poder mediático, porque en aquellos tiempos se daba por supuesto. También hemos olvidado a dios en el argumento. Nunca creímos que en el siglo XXI el asunto religioso estaría tan condenadamente presente. Que cada cual crea lo que quiera, pero ¡que sea un asunto político!



P. Desde luego, hay que pellizcarse para creerlo...



R. Mi considerable antipatía hacia Tony Blair viene precisamente por ese lado. Y eso que le voté creyendo que era de izquierdas, cuando resultó ser más de derechas que Gengis Khan. Una vez el periódico The Guardian me invitó a entrevistarlo y consulté a algunos amigos periodistas que me dijeron: "David, es imposible hacer sangre de ese hipócrita". Así que lo rechacé. No quería contar como uno de sus triunfos. Está claro ahora, tras leer la autobiografía, que había mezclo a Dios en sus decisiones. Creo que las creencias religiosas deberían declararse en la alta política. Si yo creo que el segundo advenimiento del señor solo se dará cuando el Gran Estado de Israel está consolidado, mis votantes deberían saberlo. Si Bush y Blair pensaban que estaban conduciendo una cruzada cristiana contra las fuerzas del Islam, eso no puede ser un secreto de estado. ¿Qué Dios te dijo que invadiese un país? ¡No fastidie! ¡Cuál dios!



P. ¿Tiende a dar crédito a las teorías de la conspiración?



R. No. Mi limitada experiencia sobre conspiraciones, que ya ha cumplido los cincuenta años [desde que abandonó el servicio secreto], es que si usted y yo conspiramos, uno de los dos se lo contará a su novia, el otro se dejará una maleta olvidada en el metro y ambos olvidaremos sincronizar nuestros relojes. El otro día Ahmadineyad dijo en las Naciones Unidas que el 11-S fue una trama del Gobierno de EE UU. Eso no puede ser, por la sencilla razón de que se necesitaría la complicidad de tanta gente, que sería prácticamente imposible guardar el secreto.





P. ¿Cómo se las apaña para no perder comba con la contemporaneidad, para escribir sobre problemas de hoy que le suceden a gente de hoy?



R. Tengo muchos hijos y nietos. Y mantengo vivo al niño en mi interior. Lo bueno de ser un escritor vejestorio es que has vivido muchas vidas y que ya no estás dominado por la pasión o el deseo, pero puedes recordar lo que es perder la cabeza por las mujeres.



P. ¿Se comportaría como un héroe en el caso de una guerra?



R. No. Una vez estuve en Vietnam. En Phnom Penh. Compartí experiencias con corresponsales de guerra y los respeté un montón, entendí por qué todos son unos junkies, tienen que hacerlo para pasar el trago.



P. ¿Cómo ve a los servicios secretos en esta nueva era?



R. Me preocupa su politización. Están al servicio del poder, proporcionan información para sostener sus mentiras. Cuando yo me dedicaba a ello, nos considerábamos como los buenos periodistas; conseguíamos verdades para arrojárselas al poder. La diferencia con los periodistas es que estábamos autorizados a emplear otros métodos, como hablar con traidores, ser desleales, pinchar teléfonos y toda esa basura.



P. A todas luces de eso trata su obra, de hacer cosas erróneas por las razones correctas y los conflictos morales que eso acarrea.



R. Exacto. Sobre el conflicto de lo que nos debemos a nosotros mismos y a la sociedad. Sobre lo que es en realidad el patriotismo.



P. ¿Nunca fue contactado por el servicio británico después de abandonarlo?



R. No. Me volví un tipo bastante impopular.



P. Se dice que los agentes del KGB adoraban sus novelas...



R. No tengo ninguna duda. Hace unos años Eugeni Primakov, que entonces era ministro de Asuntos Exteriores y había sido director del KGB, me lo confirmó. Le pregunté con quién se identificaba en mis novelas y dijo: "Smiley, por supuesto"

"Mi vida está en todas mis novelas" JUAN CRUZ -

El capitán Alatriste' abre el próximo domingo 3 de octubre la colección que EL PAÍS dedica a la obra de Arturo Pérez-Reverte, el novelista más leído en lengua española. Un total de 23 títulos. Una colección de lujo a precio muy asequible.
Desde El capitán Alatriste a La carta esférica, desde El pintor de batallas hasta La reina del Sur. No hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte que no tenga que ver con su vida. Los lectores de EL PAÍS podrán coleccionar la obra del autor de El club Dumas desde el próximo domingo 3 de octubre. Veintitrés libros. Veintitrés semanas.















"Llevo veinte años amueblando el mismo territorio con mis libros"






"Esta colección me ha obligado a mirar atrás, algo que no había hecho antes"






"Cuando cuento aventuras, lances, me limito a recordar"






"Todos los héroes que he conocido en mi vida estaban cansados"


Comenzará la colección con un emblema de su obra, El capitán Alatriste. En esta conversación que preludia la publicación de todos los libros de Pérez-Reverte, el novelista y académico, que también fue periodista, explica cuál es el origen de su pasión por hacer novelas, por poblar el espacio de la imaginación con historias que han alcanzado récords de ventas y de lectores en todo el mundo.






Pregunta. ¿Cómo se siente cuando se presenta una colección tan completa de su obra?






Respuesta. Mis libros están en las librerías; por tanto, no se trata de rescatar. Lo que posiblemente permita esta colección es llegar a lectores que antes no me leían, que quizá no habían tenido ninguna curiosidad por mis libros o que por lo que fuera no se habían acercado a ellos. Son ediciones muy bonitas, de buena calidad, con un diseño precioso. Libros muy cuidados y bellos. Aparte de eso, puede que al lector veterano, al de siempre, el que me lee hace tiempo, le apetezca tener todos los libros en un formato potente, adecuado y homogéneo. Una colección con aspecto de tal.






P. ¿Qué reacción le produce esta agrupación de su obra?






R. Me han enseñado ya el conjunto de la colección y mi reacción ha sido de asombro: ¡Dios, cuántas cosas he escrito! Un escritor trabaja en su siguiente libro. Los anteriores ya no son ni tuyos porque no los lees, ni los revisas, ni vuelves a ellos. Se van alejando como a la deriva en tu memoria. Solo piensas en el nuevo libro que estás escribiendo.






P. Si hubiera que buscar una metáfora que agrupara la esencia de lo que le dice el conjunto de estos libros, ¿cuál sería?






R. Creo que llevo 20 años contando una misma historia. Amueblando un mismo territorio, mejor dicho. La metáfora es la del territorio. Un terreno, un lugar, que fui definiendo primero con lecturas propias, con vida, con viajes, con relaciones, con años (cumplo 59 en noviembre)... La metáfora seria "un territorio amueblado". Cada novela es como ir poniendo poco a poco un mueble detrás de otro en una casa que hace 20 años estaba vacía. Esta colección me ha obligado en cierto modo a mirar atrás, algo que no había hecho antes. Me ha obligado a considerar, a contemplar, desde el primer libro, El húsar, hasta el último, El asedio. Además, asociados a momentos de mi vida, a mi evolución también porque los libros se han ido moviendo conmigo. El resultado es igual a una vida amueblada con libros.






La frase de la publicidad con que se divulga la colección es Todo en mi vida está en mis novelas. Y es verdad. Son libros que han nacido de una manera de vivir. Tuve la oportunidad de vivir en lugares poco convencionales. Eso me dejó una manera de mirar, y esta obra es el balance de esa mirada. Supongo que en todo escritor lo es, pero esta es la mía. Reconozco mi pasado a través de estos libros. Creo que un lector concienzudo de mis libros me conoce bien.
Creo que soy de esos autores a los que es fácil conocer a través de sus libros. Hay autores que mienten -todos mentimos, evidentemente- pero hay otros que se velan más, que por diversas razones, de estrategia, de carácter, se velan tras sus libros. Otros son transparentes y los puedes conocer muy bien a través de ellos. Creo que soy de ese grupo, el de aquellos a los que es muy fácil conocer cómo son. Y ese lector concienzudo que ha leído toda mi obra de esa manera me conoce mejor que muchos de mis mejores amigos.






P. Juan Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque quería leer un libro así. ¿Qué pulsión le hace a usted escribir historias?






R. Soy de ese tipo de autores que escriben libros que a ellos les gustaría leer. Y es lo que me hace feliz. Es lo que hace compatible trabajo profesional y placer personal; si no sería una pura disciplina de trabajo, de fichar horas.
Lo que hace que vaya más allá es que uno el placer personal con la obligación profesional. Nunca he sido consciente de para qué escribía. Lo hacía porque me apetecía, porque lo pasaba bien, me sentía cómodo, estaba a gusto... Aparte de eso, porque a partir de un momento vivía profesionalmente de ello y me proporcionaba una forma de vivir totalmente digna y agradable.






Ahora que miro hacia atrás con más serenidad, con la experiencia que te dan los años y el tiempo, me doy cuenta de que lo que realmente estaba haciendo era ordenar mi vida. Todas las novelas, aunque sean muy distintas entre sí, responden a un objetivo personal, a experiencias personales: a viajes, peripecias, trabajos, ilusiones, decepciones, a lo que amé, a lo que odié... Todas mis novelas son ajustes de cuentas con mi propia vida.
 Es como si fuese ordenando mi vida por episodios. Cada libro publicado es una manera de calmar remordimientos, de ajustar cuentas -conmigo mismo también-, de recordar, de convertir en felicidad momentos amargos, de buscar la amargura en momentos que fueron felices. De vivir.






P. Es decir, que si no hubieran ocurrido esas incidencias a lo largo de su vida...






R. No sería novelista. Un novelista puro de verdad es Javier Marías, por eso siempre marco esas distancias con él. Novelista puro en el sentido de que es un artista que desde su propia fuerza intelectual está sacando afuera, generando un mundo narrativo singular. Eso es lo que para mí es realmente meritorio. Cuando yo cuento aventuras, peripecias, lances, estocadas, desastres, muertes, incendios, naufragios, bombardeos..., estoy limitándome a recordar. A contar cómo recuerdo y qué recuerdo me dejó esa vida. En ese aspecto, mi esfuerzo es más técnico que creativo. Más artesanal que artístico. Mi esfuerzo creativo consiste en manejar los medios que permiten combinar una realidad que ya viví y darle forma narrativa eficaz. Novelizarla.






P. Llega un momento en que, entre tantas batallas, tiros, persecuciones, usted para y escribe El pintor de batallas. ¿Qué significa, desde el punto de vista creativo y sentimental, ese nuevo énfasis, casi melancólico, en su obra?






R. En El pintor de batallas es la primera vez que hablo de mí mismo sin disfrazar. Lo bueno que tiene la ficción es que puedes hablar de ti mismo disfrazándote, tienes mil pretextos, mil perchas para colgar tu biografía, y nadie pregunta si es la tuya porque tiene bastante potencia por sí sola. Es cómodo porque puedes mezclar realidad con ficción, puedes distanciarte de lo que estás contando, puedes inventar sobre lo real y que parezca todo mentira. Puedes escribir La reina del sur diciendo que lo has inventado todo y nadie puede probar lo contrario. O puedes escribir un Alatriste diciendo que Alatriste no eres tú y la gente se lo cree, aunque sepas que en el fondo sí tienes más de Alatriste de lo que tú mismo reconoces.
 El pintor de batallas es la única novela en la que he prescindido de esa cobertura, de esa coartada, de esa careta. He contado de verdad la rueda de mi vida, de mi mundo, de mi mirada, sin concesiones, de una manera absolutamente dura conmigo mismo. Si hay un ajuste de cuentas es con el protagonista, con mis remordimientos. Hice una novela con mis remordimientos, con lo que de noche me dejaba los ojos abiertos al recordar. Fueron dos años dolorosos, graves, de fantasmas, y no fue una experiencia que me gustara. No la quisiera repetir otra vez, pero me debía a mí mismo esa incursión. Fue la forma de decir: "Bueno, voy a ordenar también aquello a lo que no le meto mano en las otras y voy a meterme hasta el fondo".






P. Si se ve junta toda su obra hay un leitmotiv: los héroes solitarios y fatigados. Están en El club Dumas, en La piel del tambor, en La reina del sur... En todos los libros aparece un personaje al que le ocurren un montón de cosas y que generalmente está solo. Incluido Alatriste.






R. Sí, es cierto. Ese es mi héroe. Es el mensaje que me interesa. A todos nos marca lo que leemos de jovencitos. Hay algo que me marcó muchísimo. Estudiaba griego y traduje la Anábasis, de Jenofonte.
Y me marcó esa imagen del soldado retirándose por territorio enemigo en un medio hostil, sabiendo que únicamente tiene su escudo y su espada para defenderse y que si es derrotado no podrá llegar al mar ni a casa. Sabiendo que derrota significa aniquilación. Es la mejor metáfora de lo que es la condición humana, de lo que realmente es el hombre en el mundo. Ese tipo de héroe es el que interesa. Todo héroe que regresa está fatigado. No es lo mismo cuando va que cuando vuelve. Cuando va está lleno de vigor, es joven, es Aquiles, es Patroclo, es el joven que se va a la aventura, es El húsar. Pero todos los héroes que vuelven, después de incendiar Troya, de violar, de matar, de estar en el caballo de madera, de ensangrentarse, y de ver morir a la gente, están cansados. Solo quieren volver a casa y descansar. Y eso no me lo han contado, lo he visto. Yo mismo me he sentido así montones de veces. He sido Patroclo y he sido Ulises.






P. Y desde esa perspectiva escribe usted.






R. Yo escribo desde que soy Ulises.
 Mi hecho narrativo es el soldado en territorio hostil que quiere volver a casa. El héroe cansado pero ya sin la fe, la ilusión: lo único que quiere es sobrevivir. Es como Alatriste, no mata por gloria ni por placer; mata porque matando vuelve a casa, sobrevive. Hay una lectura de los Alatriste que han hecho algunos idiotas, que no los han leído, evidentemente: que es un personaje que está glorificando la España imperial, defendiendo los valores militarotes de los soldados de los tercios. Y es justamente todo lo contrario. Alatriste es un tipo que está harto de todo eso: amargo, traicionado, cruel. De corazón turbio y oscuro. Un mercenario y un asesino que abomina de patrias, reyes y banderas. La España del XVII que describe es lúgubre muy a menudo. Creo que los libros más duros y agrios que se han escrito sobre la España imperial son los de Alatriste.






P. Un héroe cansado.






R. Todos los héroes que he conocido en mi vida estaban cansados. No he conocido a ninguno que no lo estuviera. No he sido nunca héroe pero he estado donde estaban los que llamamos héroes, y sé cómo son, lo sé muy bien. Es muy fácil ser héroe cuando tienes 20 años y crees en la patria, en el amor o en lo que sea.
Lo difícil es ser consecuente y pelear cuando no crees ni en la patria, ni en la bandera ni en nada, en cuatro amigos, cuatro recuerdos y en ti mismo. Solo me interesa el héroe que pelea cuando ya no tiene fe, por orgullo o por simple hábito. El lobo que mata sin hambre. El héroe inocente es un héroe completamente estúpido.






P. Cuando usted deja el periodismo, en 1994, deja una carta, de madrugada, en la sede de TVE... A lo mejor esa carta era una novela...






R. No quiero hablar mucho de ella, pero tiene el valor de un símbolo. Estoy en la cama durmiendo, me despierto y me digo: mañana ya no voy a ser periodista. Y me voy a las tres de la madrugada a TVE, escribo la carta allí, la firmo y la cuelgo en el tablón de anuncios, le mando una copia a Ramón Colom y me voy a casa.
 Me sentí liberado. Como el que deja atrás un lastre que le pesa y le tira. Ya había acabado de escribir Territorio comanche, que fue como mi adiós preventivo.






P. Esta colección va a repasar sus obras. Vayamos, pues, a Territorio comanche.






R. Territorio comanche era una forma de decir: durante mucho tiempo habéis visto lo que había en el lado de la cámara que yo os mostraba. Ahora quiero que veáis lo que estaba al otro lado, lo que no habíais visto porque nunca os lo he contado. Mientras que El pintor de batallas era un libro hecho para mí, Territorio comanche era un libro hecho para los telespectadores de entonces.
 Por eso juego con elementos que suponía que ellos ya conocían. Doy por sentadas muchas cosas. Después el libro tuvo la fortuna de mantenerse, todavía está y los periodistas jóvenes aún lo leen. Digamos que es la crónica que nunca salió en el telediario.






P. El libro que usted expulsa, por así decirlo. Luego hay libros que domina.






R. Sí, sí. En los demás está todo calculado.






P. La colección empieza con Alatriste. ¿Es una buena manera de entrar en su obra?






R. No es el más significativo, pero está bien que sea ese. Empiezan por ahí porque es el que más ha vendido en lengua española de todos mis títulos. Es uno de los más emblemáticos porque es un personaje conocido, una serie que está traducida en todo el mundo, se lee en los colegios... Después de diez años y seis novelas (estoy con la séptima), tiene un peso que hace que sea normal que los editores quieran empezar por ella. No porque yo lo haya decidido. Me lo propusieron y me pareció bien.






P. ¿Cómo surgió Alatriste?






R. Escribo un artículo a finales de los ochenta sobre el cuadro de Las lanzas, en el que hablo de una de las lanzas del fondo.
 Soy lector de historia desde niño, por tanto, conozco bien la de España. Siempre se ha contado la historia de Espínola y de Guillermo de Nassau en plan caballeros y gentilhombres compadres. Pero el que hizo el trabajo sucio, los que pisaron barro y mierda, los que pagaron el precio de ese cuadro, es esa lanza de detrás a la que no se le ve ni la cara de quien la lleva porque lo tapan -y no es casualidad- los generales, el caballo y la bandera.
Como me he pasado la vida al fondo de esos cuadros, al de la lanza lo conozco muy bien, y sé que es quien hace de verdad el trabajo sucio y, a veces, en ello pierde su alma. Quería contar ese momento de la historia de España. Nos vendieron una historia imperial, gloriosa y heroica que estudiábamos en el colegio. Pero cuando lees la letra pequeña, la amargura que hay detrás, te das cuenta de que la España real nada tuvo que ver con aquella; que era mentira, barro, sangre, mierda, corrupción, ingratitud que pagan los de siempre...






P. Y nació Alatriste...






R. Decidí contar la historia de ese "siglo glorioso" con la mirada amarga de la lanza del fondo del cuadro. Y así inventé al capitán Alatriste. Es un ejercicio divertido, apasionante, pero también dolorosísimo.
Ahora estoy en el séptimo episodio, sumergido de nuevo en lo que fue aquella España, en lo que pudimos ser y lo poco que fuimos, lo poco que somos. Siempre en manos de los mismos: los curas fanáticos, los reyes imbéciles y los ministros arrogantes, incapaces y corruptos.
Como tengo todas sus novelas y artículos semanales, creo que le puedo conocer un poco, se asemeja a Alejandro Dumas,estoy segura que le hubiera gustado escribir sobre los tres mosqueteros.
Hay algo que no entiendo ni entenderé, su admiración por Julian Marias, y como yo muchos.
Quizás porque sea el polo opuesto a usted, pero Julian Marias no me gusta nada, es un baboso de las letras, parece tímido pero es un arrogante, usted es directo, chulesco, si que me parece un misogeno, obvia el trato con mujeres.Solo habla de reinas y princesas, o de alguna amante pero no de la mujer mujer, la que es como yo y muchas más, tiene un aire al Capitán Trueno, sueña con su Sigrid, pero está batallando eternamente.
Una cosa de usted que no me gusta, dejar constancia del valor con atributos masculinos, "Con dos Cojones" y ahora los que le imitan estan hablando como usted pero naturalmente en ellos suena más soez, el valor para usted es "con un par" y no es eso D. Arturo, el valor no es Con dos ni tres cojones, el valor es saber enfrentarse dia a dia a la vida, con un par, con dos y con uno.
Tengo un amigo, que como sabe que usted me gusta mucho me dice que parece un chulo de izquierdas, pero.....jamás se ha posicionado politicamente y debe hacerlo , en este caso CON DOS COJONES, Sr, Arturo, con dos,vaya con Dios, si él lo acepta.

El misterio de las mariposas

"¿No observáis que somos gusanos nacidos para formar la angelical mariposa?"









-Dante Alighieri

Un jugador vulgar cambia de equipo y se convierte en un futbolista fabuloso; otro no hace nada durante un par de temporadas y de repente, sin cambiar de equipo, brilla. Estos misterios, tan frecuentes en el fútbol, se repiten al revés: jugadores pasan, sin explicación visible, de la brillantez a la vulgaridad.







Alex Ferguson, el veteranísimo entrenador del Manchester United, lo sabe mejor que nadie. Lo ha sufrido, entre otros muchos, con Diego Forlán; y lo ha acabado gozando, como ahora, con Dimitar Berbatov.






Ferguson fichó a Berbatov del Tottenham en el verano de 2008 por 35 millones de euros convencido de que el hábil delantero búlgaro haría para el Manchester lo que había hecho una década antes Eric Cantona: contagiar electricidad a sus compañeros, marcar goles gloriosos. Ocurrió todo lo contrario. Destellos hubo; pero constancia, ninguna. Berbatov se convirtió en un jugador cansino cuya aparente apatía escondía, como él mismo llegó a reconocer, una casi enfermiza crisis de confianza. Ferguson lo mandó al banquillo y la afición del United cayó en la resignación. "Otro pésimo fichaje. ¿Qué le vamos a hacer? Así es el fútbol".






Desde el comienzo de esta temporada la transformación ha sido total. Berbatov ha marcado seis goles en cinco partidos, incluyendo tres el fin de semana pasado contra el Liverpool, uno de ellos de chilena desde el borde del área. Nadie que estuvo en el estadio de Old Trafford ese día jamás olvidará aquel gol. El agrio Ferguson, un romántico del fútbol en el fondo, declaró que el búlgaro era "un genio".






Forlán, en cambio, sigue siendo motivo de pesar para Ferguson y la afición. El uruguayo llegó de Independiente en 2002 por lo que en aquel entonces fue la apreciable suma de 10 millones de euros, pero tardó ocho meses en marcar su primer gol y Ferguson no tuvo más remedio que reconocer -tras el catastrófico fichaje el año anterior de Juan Verón- que había cometido otro error. Lo vendió al Villarreal y lo demás es historia: máquina de goles tanto en el Villarreal como, ahora, en el Atlético de Madrid, Forlán es candidato este año, tras un excelente Mundial, al Balón de Oro. Sería una burrada que lo ganara, claro, ya que ahí están Xavi Hernández y un tal Leo Messi, pero lo que está claro es que el uruguayo ha experimentado una metamorfosis desde que cambió Inglaterra por España.



La metamorfosis es algo que se da en las mariposas pero no es tan habitual en los seres humanos, salvo que sean futbolistas, en cuyo caso se da la peculiaridad de que también son capaces de dar marcha atrás: ir de mariposas a gusanos. En el Real Madrid, por ejemplo, lo hemos visto con Nicolás Anelka (cambiar de la Liga inglesa a la española no es ninguna garantía de éxito) y, más recientemente, con Kaká, e incluso con Karim Benzema. Tampoco Cristiano Ronaldo ha volado a la altura soñada si se considera lo que costó y la avalancha de goles que generaba en el Manchester United.






En cuanto a jugadores que se han ido de España a Inglaterra, ha habido algunos que han cumplido con las expectativas, como Fernando Torres y Xabi Alonso, pero también otros -Marcelino, Gaizka Mendieta y José Antonio Reyes- que cayeron en el vacío. Reyes, paradigma de la inestabilidad futbolera, es, como diría Churchill, un misterio envuelto en un enigma. Enorme en el Sevilla, poca cosa en el Arsenal, casi nada en el Real Madrid, menos en el Atlético, cedido al Benfica, reaparece hoy en el mejor Atleti que se recuerda en muchos años como una de las figuras del equipo.






La lección es frustrante, pero también alentadora.
 Aquellos futbolistas que juegan hoy paralizados por la ansiedad, que dudan si volverán a rendir a la altura de su talento, solo tiene que mirar a Berbatov, o a Forlán, para recordar una gran verdad: las cosas cambian. El partido siguiente siempre, siempre ofrece la posibilidad de redención.

26 sept 2010

VOY A SEGUIR....

VOY A SEGUIR



Voy a seguir creyendo, aún cuando la gente pierda la esperanza.










Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio.










Voy a seguir construyendo, aún cuando otros destruyan.










Voy a seguir hablando de Paz, aún en medio de una guerra.










Voy a seguir iluminando, aún en medio de la oscuridad.










Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha.










Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas










Y transmitiré alivio, cuando vea dolor.










Y regalaré motivos de alegría donde solo haya tristezas.










Invitaré a caminar al que decidió quedarse










y levantaré los brazos, a los que se han rendido.


















Porque en medio de la desolación, siempre habrá un niño que nos mirará, esperanzado, esperando algo de nosotros, y aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol y en medio del desierto crecerá una planta.










Siempre habrá un pájaro que nos cante, un niño que nos sonría y una mariposa que nos brinde su belleza.










Pero... si algún día ves que ya no sigo, no sonrío o callo, solo acércate y dame un beso, un abrazo o regálame una sonrisa, con eso será suficiente, seguramente me habrá pasado que la vida me abofeteó y me sorprendió por un segundo.










Solo un gesto tuyo hará que vuelva a mi camino.










Nunca lo olvides.....