Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

13 sept 2010

Chanel cita a sus musas para una fiesta en el soho



Sarah Jessica Parker, Diane Kruger, las actrices protagonistas de Gossip girl, Blake Lively y Leighton Meester, Liv Tyler, Lou Doillon, Rachel Bilson, Elisa Sednaoui, DJ Leigh Lezark, Rinko Kikuchi y Poppy Delevingne, fueron algunos de los invitados a la fiesta de Chanel.

La firma francesa abrió un nuevo espacio, mucho más alternativo de lo que acostumbra, en la famosa calle Spring. Como anfitirón, el diseñador Karl Lagerfeld.
Juan Vidal es un fenómeno relativamente reciente y muy refrescante.
Con sus 29 años, el trabajo del diseñador de Elda figura entre los más interesantes de la Valencia Fashion Week.
Notas mentales: a) Su particular enfoque lo ha convertido en uno de los creadores que ha abierto una nueva brecha de elaboración; y b) Sus orígenes sartorialistas (pertenece a una familia de sastres) su sensibilidad para con los patrones con los que le gusta jugar, su pasión por los nuevos materiales y sus flirteos con disciplinas fronterizas le ha llevado en poco tiempo (esta es su tercera colección presentada en la pasarela valenciana) en todo un -tachán, tachán- imprescindible.



Castro revisita los ochenta con estampados salvajes

Noelia Navarro experimenta con las formas y el tejido liso
A este diseñador le gusta navegar en los límites, concretamente en esta colección entre el formalismo retro y la modernidad... "Lo moderno es una evolución natural de lo clásico. Sigo trabajando con patrones de los años 50 y los 60, modernizando los detalles y los materiales".

La cuestión es el detalle. En su colección Eva, para la temporada Primavera-verano, resucita el glitter, el glamour bien entendido, y el negro hedonista.

¿Crees que hay que volver a trivializar la moda? "La moda es sólo moda, a mí me apasiona, pero no deja de ser eso... ropa. En ocasiones la dramatizamos demasiado". ¡Glups! Luego se pone serio. Vidal habla de Moon, de Duncan Jones, como inspiración, una cinta que narra el duro trámite de descubrir la naturaleza de uno, y en especial, para aceptarla.

También menciona la música: "Según lo que esté escuchando me sale una mujer u otra". Y la radical visión de Kubrik sobre una naturaleza dominada por la tecnología: el colorido de la colección es un viaje galáctico que comienza con la idea de un futuro aséptico y limpio en blanco y beige. Vidal ha elaborado un avasallador instrumento de seducción. Ahí va. Alehop.

Volvamos a la cosa de la VFW, que lo contemporáneo aprieta, pero también ahoga. Otra de las sorpresas de la segunda jornada fue el retorno a las pasarelas de todo un all-stars, José Castro, esta vez de la mano de la marca gallega Siempreesviernes. Do the mix revisita los ochenta con estampados salvajes, lentejuelas y volúmenes desmedidos.
Vestidos largos, baggy pants y mini shorts de infarto. No consiste en una apropiación total del trash de esa década, sino en un mecanismo de adaptación comercial. La clave de esta maniobra reside en cómo se ha ido sustituyendo la ingenuidad de las formas y radicalidad de fondo por lo contrario.

Cerró la marca Nona, de Noelia Navarro, con un trabajo de forjado milimétrico, una inteligente apuesta por desestructurar el patronaje para invitar a la mutación de las prendas. En Reconversión, Nona experimenta con las formas y el tejido liso como poética.

Italia, dividida en torno a su Miss LUCIA MAGI - Bolonia


Si no fuera por la enésima polémica (siempre hay una), el concurso de Miss Italia, que se repite cada año más casposo, pasaría casi inadvertido entre los vacuos entretenimientos que la primera cadena pública de televisión emite al final del verano.


Pero en esta edición han jugado con fuego.
El interés del público ha sido atizado por un perverso debate sobre si una mujer transexual deba considerarse una mujer auténtica y -como tal- pueda aspirar a representar la quintaesencia de la belleza autóctona.
En los días previos a la apertura del certamen, surgió el rumor de que entre las 60 aspirantes al título de más guapa del país estaría una trans. Dos fueron los efectos principales.
El primero: fue el programa más visto. En la noche del sábado, tres millones y medio de personas escudriñaron la mirada frente a la pantalla soportando el primero de los tres directos que llevan hasta la final de hoy, llenos de desfiles en bañador, entrevistas en las que las candidatas debían demostrarse inteligentes y simpáticas, votos y recomendaciones paternalistas del jurado (entre otros, Ridge y Brooke del culebrón estadounidense Beautiful, con 15 años de emisión en Italia).
El segundo efecto es más grave: confirmar cómo Italia es un país atrasado en lo que atañe al respeto de las identidades sexuales.

La periodista del corazón Selvaggia Lucarelli escribió en su blog que la mujer nacida hombre es una joven de 24 años, Miss Lazio, de altura "sospechosa": 1,84 metros.
Alessia Mancini, la aludida, respondió: "Existen personas malas y envidiosas que van cazando cotilleos". Desmiente también Patrizia Mirigliani, organizadora del certamen: "No nos consta que alguna cambiase de sexo en los últimos años. Si lo llegáramos a saber, la candidata sería expulsada para cumplir con la normativa".
El reglamento dice que solo quien es mujer desde su nacimiento puede participar (ya en 1992 una transexual fue expulsada, a pesar de haber sido preseleccionada).
La sospecha fue suficiente para que el país se dividiera a favor y en contra de la participación de una mujer "no de nacimiento" en la competición, que se celebra en Salsomaggiore Terme desde 1939.
Muchas voces, sobre todo desde los movimientos para los derechos de homosexuales y transexuales, piden que se actualicen las reglas.
Pero el resto sigue viendo la televisión.

El yo más desvergonzado 'Conversaciones de Formentor'

El yo con todas sus consecuencias. Desnudo, encubierto, vestido, travestido. El yo, ese tobogán por el que los creadores se han deslizado a ciegas desde los griegos, entre la filosofía y la literatura, entre memorias, desmemorias, biografías y posmoderna autoficción...
El yo, ese temazo, ha sido desgranado durante tres días a fondo en las Conversaciones de Formentor, bajo el título Máscaras del yo, a lo largo de una reunión que ha congregado a más de 40 creadores, editores, escritores y pensadores para radiografiarse por dentro a sí mismos y sus circunstancias.


"No me gusta ese género. Me censuro al escribir", dice Esther Tusquets

Habría que recuperar cierto pudor sobre sí mismo

Según Junger, "el deber de un autor es fundar una tierra natal, espiritual"

Chris Stewart: "En mi país, en mi casa, aprendí a no hablar de mis cosas"
"No es posible la autobiografía, no es creíble. Miente", sostenía ayer Hans Magnus Ezensberger. ¿Quién pone los límites de la honestidad? ¿Quién no maquilla la realidad? ¿A qué somos fieles? Ni Esther Tusquets, autora de tres volúmenes de memorias, confía en el género: "A mí no me gusta. Cuando las escribo me freno, me autocensuro. En cambio, en la ficción, cuando describo algo propio soy mucho más salvaje".

"¿Cuánto de nosotros se esconde entre líneas?", preguntaba Carmen Riera. Prácticamente todo. Aunque lo mismo da, podría responderle Vicente Verdú, autor de No ficción.
Para él, ese yo abusivo y abrasivo "es la tabarra fundamental de todos nosotros". Pero aun así, la indagación personal sigue siendo el quid de la mayoría de las cuestiones. De la identidad, de la diversidad, de la esencia, de la muerte. Cuidado. "Puede ser una ictericia, una enfermedad mortal que concluya con el suicidio", zanjaba Verdú.

Pero convendría que el yo no cegara tanto la escritura de algunos creadores en estos tiempos confusos de blogs, facebooks y diversas milongas. No hay vidas tan interesantes, no existen cotidianidades, ni pesadillas, ni pajas mentales o no tan fascinantes como para ser contadas a no ser que uno esté poseído por el don de la fuerza narrativa.
Lo bueno del yo es cuando parte de algo propio para llegar a zonas y verdades -un término que los participantes han puesto en la UVI, el de la verdad- universales. Como demostró Montaigne, apenas citado y fundador de una autoficción todavía moderna. Padre o abuelo de lo que Agustín Fernández Mallo cree hoy: que toda literatura es una propia ficción.
Como los libertinos ultrabarrocos del siglo XVIII, una de las épocas grandes en cuanto a cultivadores del yo en la historia, olvidados estos días. Como hicieron Voltaire, Casanova, Lorenzo da Ponte o el marqués de Sade.

Ese yo miope que cree el ombliguismo un rompedor invento de la posmodernidad puede cegarnos y confundirnos más. Convertir los egos revueltos, esos que Juan Cruz ha desmenuzado en su autobiografía literaria resultado de su profundo e íntimo conocimiento de cientos de autores, en egos fritos.
De ellos, de esos aventureros cosmopolitas, curiosos y viajeros en los tiempos de las luces no ha habido rastro. Aunque sí de la descarnada y desesperada impudicia romántica que los sucedió en el XIX y que Rafael Argullol -presente estos días en Formentor- retrató tan magistralmente en La atracción del abismo.

Habría que recuperar cierta vergüenza del yo, cierto pudor, cierta medida, quizás. Cierta distancia, una prudencia. El yo es bueno en tanto enseñe, en tanto resulte de provecho al paciente lector dispuesto a adentrarse hasta en la línea medio pornográfica que marcan maestros contemporáneos del asunto como Michel Houellebecq o el enorme Philip Roth.

Tampoco llegar a la "mala conciencia", que según José Carlos Llop nos ha producido siempre a los españoles la literatura autobiográfica.
Aunque algunos ejemplos descarnados como los de Jesús Pardo y sus memorias han marcado época. Ni a la tara anglosajona que denunciaba Chris Stewart, convencido de que su falta de reparo a hablar de sí mismo en sus libros saltó como una liebre cuando se trasladó a las Alpujarras. "Entre ustedes he aprendido a hablar de mí mismo. En casa, mis padres, fueron muy castrantes, decían que uno no debía nunca hablar de sí mismo".

Cómo no hacerlo, cómo renunciar al yo, si Ernst Junger, indicaba Llop, creía que "el deber de un autor es fundar una tierra natal, espiritual". Marcar el terreno, en fin, como los perros o como los magos de Macondo.
Exorcizar las penas. Igual que ha hecho Héctor Abad Faciolince, hijo pródigo en España estos días. A su regreso después de 10 años ha encontrado un creciente éxito de libros suyos como El olvido que seremos.
En esa memoria, el autor de Medellín contaba la vida y la muerte de su padre para reflejar ni más ni menos que a Colombia. Todo un yo ejemplar y fructífero nacido de la falsedad que le rodeó en la tragedia. "No sé si hay verdad. Lo que estoy seguro es de que existe la mentira y contra eso, para combatir esas mentiras, es por lo que uno puede escribir determinados libros".

La mentira planea, acecha, amenaza, pero también marca la rebeldía del creador. La necesita y la combate.
Por eso el nicaragüense Sergio Ramírez ha contado para qué escribió una memoria propia de los tiempos del sandinismo y el también colombiano Juan Gabriel Vásquez desconfía de las abstracciones.
"Todos mis libros parten de un hecho autobiográfico del que luego nace una historia", asegura el autor de Los informantes. De ahí que Vásquez admire a Sebald cuando afirmaba que "la memoria es el espinazo moral de la literatura".

Y su cruz. Su espejo. Su espada. Su condena. Porque, ¿qué tipo de inconsciencia nos lleva a asegurar enemistades por ser reveladas en un papel? ¿A santo de qué? Quizás lo que defina a un escritor es precisamente estar dispuesto a pagar ese precio por el gusto de penetrar en ciertas verdades a costa de historias robadas, secuestradas, sin rescate.

De ahí que muchos estén dispuestos a pagar el precio de su desvergüenza en los comentarios que les atacan en los blogs, todo un género, un campo de pruebas, un territorio de experimentación en esa nueva búsqueda del yo.
Así lo sostienen el poeta Biel Mesquida, que destapó todo un sentimiento sadomasoquista del blog, o el argentino Patricio Pron, celebrado autor de El comienzo de la primavera, pertinaz en sus diferencias entre información y conocimiento, o la mallorquina Llucia Ramis, autora de Egosurfing, y el propio Fernández Mallo con su trilogía fundada en Nocilla experience.

Un mundo, el del ciberespacio, que ya no surcarán dos maestros a los que Formentor quiso rendir homenaje estos días: Miguel Delibes y José Saramago. En su inmenso y frágil yo creador, siempre buscarán luz y reflejo todos sus huérfanos lectores.
Lo que para muchos es un saber que hacer con tanto tiempo sin dar palo al agua. Y van y se reúnen en Formentor, paga las editoriales porque se supone que con ellos se hacen ricos.

JESÚS RUIZ MANTILLA - Formentor Elpais.com

Disidente entre los suyos

Claude Chabrol perteneció a la generación de la llamada Nouvelle Vague pero no formó parte de sus premisas. En realidad, no las hubo.
Todo aquel movimiento consistió en un grupo de muchachos ambiciosos que necesitaban matar al padre para reemplazarlo. Los viejos clásicos del cine francés fueron despedazados con mordacidad en sus críticas, la mayoría de ellas publicadas en la revista Cahiers du Cinéma, y cuando lograron dirigir sus propias películas cada cual tomó un camino distinto.
Salvo la modernidad del lenguaje, ningún otro elemento común apareció en ellas. Godard, Rivette y Resnais, supervivientes de aquel movimiento, casaban mal entre ellos, y aún menos con Chabrol, Truffaut, Louis Malle, Eric Rohmer, Marguerite Duras o Alain Robbe-Grillet... Fueron individualidades que renovaron la cinematografía francesa, y de paso también la europea y parte de la mundial, más por su ímpetu creativo que por ajustarse a normas.

Adiós al mordaz antiburgués
Claude Chabrol

Chabrol se interesó por Hitchcock y, aunque ya es un clásico el libro que Truffaut publicó sobre el genio del maestro inglés, Chabrol fue en realidad su más fiel heredero. Le interesó el conflicto moral que a menudo subyace en el cine de Hitchcock
, y sobre todo su sentido del humor.
Chabrol escudriñó las contradicciones de la burguesía francesa, especialmente la rural o durante la ocupación nazi, y a ella dirigió sus dardos.
El carnicero, La ceremonia, Inocentes con manos sucias, Un asunto de mujeres, La flor del mal, En el corazón de la mentira, Pollo al vinagre... Rodó tantas películas Chabrol, más de sesenta, que lógicamente no todas pudieron ser buenas. Se le reprochó que su cine acabara siendo tan clásico como el que criticaba de joven, pero, cada uno en su medida, fue ese un destino común a los innovadores de la Nouvelle Vague, dejando a Godard siempre aparte. No sé si Chabrol se encasilló en la repetición de fórmulas y acabó siendo un director sin savia.
El tiempo lo dirá, pero ya hoy es difícil no encontrar ironías interesantes en cualquiera de sus películas, un atisbo de genial malignidad en el que no queda títere con cabeza.
Se reía de sí mismo y de sus contemporáneos con la zorrería de un viejo perverso, sabiendo ver la maldad escondida bajo la apariencia de las gentes respetables. Una mordaz radiografía de la Francia de hoy.
Disidente entre los suyos
DIEGO GALÁN
El Pais.com