Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 ago 2010

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Mónaco , quién te ha visto y quién te ve.



La mujer que hace de guía lleva un ligero bastón flexible del que pende una banderita a rombos blancos y rojos: es el escudo de aire medieval del Principado de Mónaco, que acumula a su rebaño de turistas en la breve pero pomposa escalinata del Casino y Ópera de Montecarlo (un maridaje entre juego de azar y canto clásico más ballet ideado por Charles Garnier, el mismo que hizo para Napoleón III la Ópera de París).
La mujer-guía, con algo de hastío, dice primero en ruso y después en inglés: "Lo siento. Después de las 19.00 no se puede entrar con pantalones cortos. Son las reglas". La mayoría de los sonrojados curiosos van con bermudas y chanclas.


A FONDO
Capital: Mónaco.Gobierno:Monarquía Constitucional.Población:32,796 (est. 2008)La
El petrodólar ruso ha sustituido al petrodólar de Oriente Medio

Los Ballets de Montecarlo son lo mejor y lo único que exporta Mónaco
A protocolo, nadie gana a Mónaco, pero se trata de un protocolo muy particular que tiene su propio relajo, su sistema codificado.
La Salle Garnier, que había sido inaugurada en 1879 por Sara Bernhardt (como atestigua el enorme cuadro de Clarín del vestíbulo), se restauró completamente en 2005, un esplendor de oro, púrpura y rocallas eclécticas que quiere seguir hablando de dinero y lujo; pero es que el concepto del lujo (y sus manifestaciones externas) también ha cambiado y probablemente en Mónaco más que en ningún otro sitio de la vieja Europa.

Entre los pedestres turistas hay un murmullo de desaliento y protestas en cirílico. La guía señala, como consuelo, la hilera de vehículos aparcados en batería en un estrecho espacio que hay entre la fachada del Casino y la del Hôtel de París, uno de los más exclusivos del mundo.
Nuestro turista de a pie, cámara compacta en ristre, cumple con los estándares de vulgaridad y tiene en Montecarlo una peregrinación obligatoria: retratarse pegado a las ruedas de los Maserati y Porsche que compiten con otros imponentes Bentley y Rolls-Royce.
Algunos se concentran en las llantas, otros en los volantes o las exóticas matrículas donde aparece de nuevo el escudito caballeresco de los rombos rojos, todo bajo la vigilante mirada de los custodios de gorra de plato, porque si algo abunda en todo el Principado son vigilantes, pasando por ser uno de los Estados más seguros del mundo, y alguien agrega... "y de los más aburridos". Otros se apiñan tras los cristales blindados de Van Cleef & Arpels o de Cartier a babear sobre las tiaras de esmeraldas en forma de pera.

Lo que más interrumpe esa placidez de cartón piedra es el bullicio de los advenedizos, que se distraen sin reparar en las esculturas que pueblan el césped: hay desde Giacometti a Roy Lichtenstein, Calder y César, pero con toda probabilidad el visitante medio no sabe quiénes son esos señores y sus dudas se esparcen sobre si ese coche rojo es el de Cristiano Ronaldo (el modelo coincide).
Los monegascos no se dan por aludidos, se mueven poco peatonalmente hablando, y son indiferentes pero conscientes del dinero que dejan los peregrinantes, ya sea en el Café de París, frente al casino o en uno de los souvenirs donde destaca un plato de porcelana con filo de oro y una foto que ya suena a daguerrotipo antiguo: la boda de Rainiero III con la actriz norteamericana Grace Kelly. "Se sigue vendiendo igual que siempre", dice la atildada señora que regenta la tiendecilla de recuerdos, enclavada entre dos boutiques de alta gama.
Se dice que el príncipe "invirtió" en glamur al casarse, belleza de la rubia de Filadelfia aparte. Eran otros tiempos. Suena a leyenda, un cuento de hadas con final trágico y archicontado que hasta ha servido para una serie de televisión, un biopic de pocos capítulos que no gustó nada a la familia real.

El palacio está junto a unos riscos imponentes y tiene más pinta de fortaleza, que en su día lo fue. Como mejor se ve, es llegando a Mónaco por helicóptero, un breve viaje de entre 10 y 12 minutos desde el aeropuerto de Niza que no está al alcance de todos los bolsillos.
Desde allí la perspectiva da una idea del hacinamiento con bordes policromados. Desde lejos, cuando se accede por Grande Cornice, primero se piensa en Benidorm. Sin demasiado esfuerzo, la comparación resiste al menos en cuando al salvaje despliegue vertical.
Otra cosa es el zoom, cuando con una hipotética cámara te acercas a un sitio bastante irreal que está de capa caída, que vive una decadencia que tanto los naturales como la empleomanía ocasional intenta disimular. Es cierto que se trata de una decadencia relativa y hasta sutil, pero respirable.
Sigue corriendo dinero, pero no es el mismo. La callecita de las joyerías acumula tantos o más pedruscos en sus vitrinas aterciopeladas como Place Vendôme en París. Pero surge una pregunta, ¿a quién le venden hoy las gemas tan preciosamente engastadas en platino? A eso no se responde y casi te invitan a que te vayas. Hay un cliente de siempre que merca y uno nuevo que surge.
Y es palpable que hay menos árabes, y en el decir de un lugareño, el petrodólar ruso ha ido sustituyendo al petrodólar del Medio Oriente.

Hubo un tiempo en que la promoción de Montecarlo la llevaba una elegante mujer francesa, Susy Lefort.
Ella también se ocupaba de lo mismo en la Ópera de París. Su agenda era de las más deseadas del planeta. La princesa Grace la consultaba frecuentemente. Lefort murió hace una quincena de años y mientras pudo, venía hasta la Costa Azul con sus perritos caros, sus pieles y sus diamantes: parte del éxito era obra suya, controlaba y filtraba lo que se debía decir.

Hoy día, los ballets de Montecarlo son lo mejor y lo único que exporta Mónaco además del rally.
También exporta una idea poco clara de inmunidad fiscal y opacidad en las finanzas que ellos se apuran en desmentir. Lo cierto es que, en una época, no había fortuna que no quisiera tener el yate atracado en Fontvieille o Port Hercule.
Hoy sigue habiendo yates descomunales hasta con el helicóptero en cubierta, pero los inquilinos han cambiado y un cierto aire hortera sustituye a la brisa color pastel. Allí también va la horda de turistas a retratarse. Se sabe que Mónaco recibe más de 100.000 vehículos al día.
En temporada alta, el gentío es difícil de calcular, pero fácil de clasificar. Se trata de venir a olfatear, a curiosear cómo se cree que viven algunos ricos, pero la verdad es que pocos de ellos se dejan ver. No les interesa, mejor mantenerse en los lujosos pisos de las torres, atalayas inexpugnables donde el metro cuadrado vale lo mismo (o más) que en la Quinta Avenida de Nueva York.

Pero la crisis también ha llegado a un sitio donde no se la esperaba. Es cierto que no hay demasiados carteles a la vista de "se vende" o "se alquila" (una consigna no escrita llama a no ponerlos demasiado), lo que sí hay numerosas agencias discretas que ofertan de todo, desde propiedades horizontales con piscina a recoletas islas lejanas.
Es cuestión de táctica. Aquí la discreción es un estilo que se ha solapado con la disipada vida de los príncipes, carne de la prensa rosa (y amarilla) desde siempre. Una periodista de ParisMatch escribió premonitoriamente hace unos años: "La fórmula mágica parece agotarse y la decadencia flota en el ambiente". Sonaba duro, pero hoy resulta palpable.
Cosas que antes tenían gracia, hoy resultan patéticas.
Los príncipes lo saben y han recogido velas (valga la metáfora) concentrándose en actividades más o menos edificantes con algún que otro desmelene por medio, nobleza obliga.

En Montecarlo hay uno de los mejores museos oceanográficos del mundo, y el Auditorio Rainiero III, construcción hexagonal en terreno ganado al mar que es un verdadero palacio de las artes con dos salas de ópera y ballet, galerías de arte y sala sinfónica.
Prodigio de la arquitectura contemporánea, cuando el espectador se sienta en la butaca, está varios metros bajo las aguas.
Mejor no pensarlo. Lo que sale en la superficie es un prisma de cristal que recuerda vagamente a la pirámide de Pei en el Louvre parisiense pero que la cuadruplica en tamaño y que quiere ser esforzadamente la nueva imagen del reducto.
Es una visión amable de la nueva imagen de Montecarlo, la misma en que se afana la princesa Carolina al financiar el Ballet y la Ópera.

Este año, por ejemplo, para celebrar el centenario de los Ballets de Diaghilev (que tuvieron en este espolón su refugio y panal incluso después de la muerte del célebre director petersburgués), Carolina ha vuelto a erigirse como la mecenas más importante de Europa: ha sufragado un largo festival con un coste de cuatro millones de euros.
Ya están planificando el siguiente y lo hace Jean Christophe Maillot, un coreógrafo francés que hace casi 15 años designó ella misma para reflotar y modernizar la compañía, convertirla de nuevo en un estandarte o escaparate, lo que se quiere vender, lo que se debe representar a toda costa.

Pero la plaga de italianos bulliciosos domina el hotel Fairmont, que tiene el casino con más metros cuadrados y las máquinas tragaperras más imaginativas: parecen altares paganos de luces intermitentes, cilindros con signos que solo entiende el jugador avezado y columnas de números y frutas.
Siempre hay gente pegado a ellas y su sonido tragando fichas es constante. Tragan más que sueltan. Es la ley del juego.
Carolina se desmadra en una fiesta donde cantan y bailan un poco perjudicados todos los asistentes, no entiendo por qué lleva un rosario de colgante, pero Sara Carbonero lo llevaba de pulsera, será la crisis y así como los griegos van pasando cuenta a cuenta igual ahora es la moda.
Mi madre siempre decía que esas chicas , Carolina y Estefanía no habían sabido ser princesas, de ahí que nadie las reconozca para eventos ceremoniales, Carolina si pero porque estaba casada con el borracho de Hannover,
Y ahora empieza la Comedia o el Drama, Alberto de Mónaco se casa con una chica que parece modosita, pero se perjudica bastante, y quieren ver en ella a la sucesora de Grace Kelly, que demostró lo buena actriz que fue siendo Princesa de Mónaco. No le dieron un Oscar por ello (tenía otros por sus películas) pero le dieron un principado de juguete.
Pero una cosa es cierta , nadie puede resistir una comparación con ella, aparentemente feliz, aparentemente buena esposa y madre, aparentemente muy buena amiga de sus amigos actores, muy buena anfitriona en ese cursi baile de la Rosa.
Y encima o por desgracia tuvo un final de película, murió en un accidente de coche.
Y Mónaco se quedó triste y sola.
Los hijos de Carolina siempre andan de vacaciones, ni estudian ni trabajan, su hija Carlota tampoco hace nada, solo como su madre ir de compras ,pero aún siendo bella lo es más Carolina, de Estefanía esa niña errante toda su vida, que no ha sabido crecer, sigue sin saber su rumbo, llena de tatus y sin lugar que la cobije.
Un cuento de hadas donde parece que todo ha sido una Gran Mentira.