Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 jul 2010

La diosa de los buenos libros


Trece años y cinco meses después de que el Nobel Gabriel García Márquez desafiara ante un pelotón de gramáticos las zonas "rupestres" de nuestra ortografía, un grupo de escritores más jóvenes que él reivindicaron aquí, en el mismo sitio donde Gabo lanzó su estallido, la salud de la otra parte de la ecuación, la sintaxis. A la sintaxis, dicen, no hay quien la tumbe.

Gabriel García Márquez


Restrepo: "¡Qué sería de 'anhelo' sin ese brinco del alma que es la hache!"

Cercas: "Caben todas las libertades pero, si no hay sintaxis, no hay sentido"
García Márquez rompió el hielo de los gramáticos, congregados en el Primer Congreso de las Academias de la Lengua celebrado en Zacatecas en abril de 1997, convocándolos a acabar con ciertas haches y con ciertas bes y ciertas uves, y los colocó ante la disyuntiva de despojar al idioma de sus corsés para simplificar la gramática. Tuvo el cuidado el autor de Cien años de soledad de no tocar la sintaxis, aunque la rozó.

En el Festival Hay que se celebra por primera vez en Zacatecas, preguntamos a un grupo de creadores de la lengua española por la salud de la sintaxis. "Potente", dijeron. Lo de Gabo ahora se toma, dice Juan Villoro, como una provocación que le hizo bien a la lengua.
En realidad, dice el escritor mexicano, de vez en cuando al lenguaje hay que quitarle polilla, y eso logró. En aquel momento, como recuerda Sergio Ramírez, el autor nicaragüense, fue Álex Grijelmo, entonces responsable del Libro de Estilo de EL PAÍS y ahora presidente de Efe, quien le demostró con hechos ortográficos a Gabo que su proposición se volvería como un bumerán contra su propio buque insignia: nadie entendería las veinte primeras líneas de Cien años de soledad si se la sometiera el rigor divertido de sus leyes.

Y es que tú puedes tocar la ortografía y volver loco al mundo, como sugiere Héctor Abad Faciolince, "porque la psicología de leer y de escribir ya es centenaria, no se puede interrumpir". Y con la sintaxis es aún más difícil jugar. Está ahí, es una convención llena de sentido.
Es el sentido. Cuando Héctor era un chico de escuela en Medellín, su ciudad en Colombia, le descubrió un maestro que la sintaxis responde a las leyes del semáforo. Si tú pones primero el ámbar que el verde fastidias la ecuación, creas un desorden mundial terrible. Y la sintaxis es un orden, mental e incluso sentimental, incrustado ya en los órganos de la memoria de la lengua. Tú puedes decir de cualquier manera la expresión "yo tengo mucha sed", porque la sintaxis no pone en ningún momento el semáforo en rojo. La única condición es la que recuerda Grijelmo que le decía Walter Matthau a Jack Lemon en la versión española de Primera Plana: "Haz lo que quieras, pero no acabes nunca con una preposición".

La tentación de revolucionar la ortografía la tuvo García Márquez en este mismo espacio, ante un grupo tan heterogéneo de hispanohablantes como los que ahora pueblan Zacatecas, atraídos por el Hay Festival.
Al lado de donde se reúnen estos creadores de la lengua, unos carteles enormes en los que se le reclama al Gobierno que desenmascare a "los acecinos" de unos compañeros mineros. (Por cierto, aquí hay gente que sabe mucho de la narración de una sintaxis brutal, la de la violencia que marca la vida de este país. Por ejemplo, Yuri Herrera. Mordzinski lo retrató ayer, como un nuevo símbolo de esa literatura que retrata ese mundo sin piedad).
No es ningún disparate, decía Villoro: el español peninsular tiene conciencia de la s, pero el español de otras partes no tiene tanta reverencia por esas letras que se dicen de una manera o de otra fuera de los límites de ese castellano recio. Así que acecino se dice asesino y santas pascuas.

Así que la ortografía puede recibir embates como aquellos, y pueden ser tomados como bromas o como sortilegios, pero estos escritores que están ahora en Zacatecas sacándole lustre a sus relaciones internacionales no consienten que se les toque la sintaxis.
La cubana Wendy Guerra refirió una frase de un campeón mundial de boxeo de su país referida a la técnica: "La técnica es la técnica y si no hay técnica no puede haber técnica". Pues con la sintaxis pasa la mismo. Pueden venir las apisonadoras de las nuevas tecnologías, y puede haber todas las libertades que los escritores quieran usar para ensanchar la lengua, como dice el español Javier Cercas, pero si no hay sintaxis (y esto lo recalca Cercas) "no hay sentido".

Es un momento bueno de la lengua, porque lo más imperioso, lo que viene de Internet, no sólo se está integrando en el sistema sintáctico sino que está ensanchando el idioma. Dice el chileno Alberto Fuguet que a Gabo habría que recordarle hoy que la hache es fundamental, como cualquier letra que parece perdida, pero es que si se mira bien lo que le está pasando al abecedario es que letras antes irrisorias, como la k, están sirviendo para que los chicos (y los que no lo son) digan cuanto antes que se kieren o que se están preguntando por k. "Kerida eñe", aventura el mexicano Elmer Mendoza para resumir su amor por esa letra que sobrevive, "y que sea para siempre, la kiero tanto, y pon k".

La sintaxis está bien, de lo mejor, como dicen muchos latinoamericanos para expresar bienestar. La sintaxis está de lo mejor. Decía Laura Restrepo, la novelista colombiana, que estuvo en un encuentro de jóvenes (aquí, en el Hay) con su hijo Pedro Saboulard y la esposa de éste, Fulvia Serra; hablaban de autores virtuales y avatares, "y yo me sentía un dinosaurio". Pero todo eso, decía también la madre de Pedro, se asimilará a la lengua, y la sintaxis es suficientemente fuerte como para salir de eso aún más saludable, porque estará mejor alimentada.

Ah, y le decía a Gabo: "Cómo vamos a quitar la hache. ¿En qué se quedaría anhelo, sin ese brinco del alma que es la hache". Le dijo un día un viejo en una hacienda, cuando ella expresó su admiración por un eucalipto. "Ocal, señora. Se llaman ocalitos cuando son chiquitos". Así es la cosa, así se oye la lengua, y no hay problema.

Elmer Mendoza, mexicano que vive en la frontera de arriba, es consciente de que la sintaxis acepta las variantes que el idioma se ha ido dando, como una forma más de la libertad que convierte en arte la literatura.
Antonio Skármeta, el chileno que "rescató" la correspondencia amorosa de Neruda -y que está aquí, presentando con Fernando Trueba la película que este hizo a partir de su novela El baile de la victoria-, se halla "a mis anchas con la sintaxis". Los nuevos medios no la erosionan, qué va, "la convierten en una herramienta deliciosa para un escritor. Verla como una camisa de fuerza responde a una actitud holgazana. ¡Y hazme el favor de no poner holgazana sin hache!".

Gabo lo dijo, después del abrumador toque de corneta que hizo en Zacatecas: "La raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera".

Aquí lo dijo Sergio Ramírez: "Si ponemos el oído en la calle o en el lenguaje de las redes sociales nos sale una sintaxis perfecta". Y en eso están aquí, en Zacatecas, adorando a la sintaxis, la diosa de los buenos libros.

17 jul 2010

A Margarita Debayle, Rubén Darío

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,

un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?»

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar».

Y dice ella: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
Rubén Darío Me encantaba recitarlo, y era más duro de aprender, pero es tan bonito!!

un prendedor,
con un verso y una perla,
y una pluma y una flor.

Yo quisiera un broche hecho con una perla un verso una pluma y una flor y en el centro una estrella, Que bello!!!

No lo puedo remediar!!


Los inconformistas oficiales, que siempre tienen que poner algún pero a la alegría general en su papel de eternos aguafiestas, aludirán a la máxima romana en la que al pueblo había que darle pan y circo para poner en la picota el triunfo de España en Johannesburgo. Es verdad que la Selección Española es un grupo de 23 millonarios en pantalón corto, pero también son millonarios los divos del bel canto que tan alta estima acarrean, los actores sublimes de películas imperecederas y los artistas plásticos cuyas obras alcanzan cifras millonarias. Es evidente que los futbolistas son profesionales, pero en este caso representan a una colectividad, y cuando pasen unos años la gente recordará uno o dos nombres, y lo demás será nebuloso y sólo para especialistas. El gran Brasil es Pelé, Argentina Maradona y diez más, Francia Zidane, Italia Rossi, Inglaterra Boby Charlton y Alemania Beckenbauer.

Y ese es el gran mérito de la actual selección española, que no sabemos cuál es ese nombre que los define a todos. Acaso pudiera ser Iniesta por el gol, que se inscribe en el palmarés junto a los de Marcelino y Torres, pero entre tanto jugador excepcional no hay uno sobre los demás, porque han conseguido lo que nunca se había logrado, ni en España ni en ninguna otra parte: un equipo. Villa, Xavi, Piqué, Ramos, Silva... Cualquiera de ellos y los demás es un número uno, pero en la selección se convierten en piezas de un mecanismo que desdeña lo individual aunque se sirve de ello. Esa es la gran lección de esos 23 millonarios en pantalón corto, que no están con chulerías y aprovechan todas las oportunidades que tienen para callarse. Hablan en el campo, y lo hacen metódicamente, sin aspavientos, cada cual con sus poderes pero siempre en función del equipo.

España necesitaba una inyección de autoestima y la selección se la ha dado. Tenemos que hacernos valer por lo que somos, dejando atrás para siempre el complejo de inferioridad que nos ponía siempre a los pies de los caballos. Y en los demás órdenes de la vida igual, y si es verdad que algunos hablarán de pan y circo, hay que decir que en esta sociedad mediática el pan y el circo están muy relacionados, y si uno está en alza el otro también. Incluso Del Bosque puede que se diluya en la memoria difusa de la gente, porque nadie recuerda ya quién era el seleccionador nacional cuando España ganó en 1964 su primera Eurocopa, un tal José Villalonga, pero la copa sigue ahí, como seguirá esta del Mundial para siempre, con algunos récords curiosos, como que es la primera que se juega en África, la primera que una selección europea consigue fuera de Europa y la que pone a nuestro favor en 9-8 el equilibro entre sudamericanos y europeos.

En los deportes individuales quedan los nombres, pero como algo admirable pero no nuestro del todo. Santana, Bahamontes, Induráin, Nadal, Ballesteros, Contador son mojones en el camino, pero lo que ahora vivimos es de todos. Puede que se diluyan la elegancia de Iniesta, la fuerza de Puyol, la entrega de Sergio Ramos, la voracidad de Villa, la inteligencia de Xavi... Todo eso pasará, pero, novelista al fin y al cabo, como le dijo el Comisario Renault a Rick en el aeropuerto de Casablanca, soy un sentimental, y para mí este Mundial quedará en la memoria por el beso atrevido que Iker Casillas le robó a Sara Carbonero delante de millones de espectadores. Eso quedará incluso más que el gol de Iniesta.
Sacado de Bardinia Emilio González Deniz.

Mafalda Veiga - Estrada (Aula Magna, Voz)