22 jun 2010
Odio teológico contra Saramago
José Saramago ha dejado la isla de Lanzarote. Sus restos mortales han ido a Portugal, donde serán incinerados después de la capilla ardiente.
Una parte de sus cenizas regresará a la isla para ser sepultada al pie de un olivo".
Las agencias de noticias que transmitían estas informaciones añadían otra más: el gran escritor desaparecido era objeto de un reconocimiento extraordinario, el ataque furioso del diario de la Santa Sede, L'Osservatore Romano, tan dominado por la pulsión del anatema que daba salida a una prosa desquiciada y torcida.
Pero ya se sabe que la caridad cristiana, en manos de la Iglesia jerárquica, puede hacer milagros.
Portugal llora y el Vaticano ataca
José Saramago
Nacimiento: 1922Lugar:Azinhaga Ciudad del Vaticano
Capital: Ciudad del Vaticano.Gobierno:Estado eclesiástico.Población:824 (est. 2008)
"Eterno marxista"; ya está, aquí estamos, eso es lo que saca de quicio al periódico del Papa
Si su "banalización" desestabilizaba la fe de los lectores, en último caso, eso sería un elogio
Es evidente que las inolvidables novelas del Nobel portugués tienen la capacidad de absorber al lector "en cuerpo y alma", despiertan su espíritu crítico y, al mismo tiempo, las emociones y la fantasía, incluso ante temas sobre los que la Iglesia jerárquica pretende ejercer un monopolio vigilante, si el órgano oficial del presunto Vicario de Cristo en la Tierra ha sentido la necesidad irrefrenable de vomitar a tambor batiente un vade retro! de injurias incoherentes, con el cuerpo aún caliente, en vez del requiescat in pacem canónico.
Comienza con que "aunque haya fallecido a la respetable edad de 87 años, no podrá decirse de José Saramago que el destino le mantuvo con vida a toda costa", una expresión que tal vez pretende ser una utilización irónica de una frase de su novela Todos los nombres pero que, por el contrario, no despide más que odio y vulgaridad.
A continuación inicia el rosario de acusaciones contra sus novelas, su contenido, su estilo, todo: "La Historia con mayúscula en filigrana con la del pueblo" (solo faltaría, en alguien que era novelista y no historiador), "una estructura autoritaria totalmente sometida al autor, más que a la voz narradora" (a la "pluma" del Papa se le escapa que, independientemente de que el relato lo conduzca la voz narradora o el autor, "Madame Bovary c'est moi", como explicaba Flaubert y como sucede con cualquier escritor), "una técnica de diálogo completamente deudora de la oralidad" (no se sabe cuál es el problema, porque la fusión entre narración y oralidad es uno de los elementos estilísticos que hacen que las obras de Saramago sean memorables), "un intento imaginativo que no se molesta en encubrir con la fantasía la impronta ideológica de eterno marxista"; ya está, aquí estamos, eso es lo que saca de quicio al periódico del Papa. Y sobre todo, "un tono de inevitable apocalipsis con un presagio perturbador que pretende celebrar el fracaso de un Creador y su creación".
En resumen, la grandeza literaria es lo de menos. L'Osservatore Romano resulta patético cuando trata de reevaluar bajo el perfil de la creatividad una obra que hizo de José Saramago el mayor escritor vivo y lo único que consigue es delinear un proceso exactamente al estilo del Santo Oficio.
Primera imputación: "respecto a la religión, dado que siempre tuvo la mente enganchada en una banalización desestabilizadora de lo sagrado (...), Saramago no dejó nunca de apoyar un descorazonador simplismo teológico".
En italiano, lo primero que evoca siempre la palabra uncinata (enganchada) es la croce uncinata, la cruz gamada, una asonancia hitleriana, un lapsus con el que se perjudican a sí mismos, porque es un adjetivo que más valdría haber evitado en el periódico de un Papa que en su juventud lució la enseña de las Hitlerjugend. Pero cuando se es esclavo furioso del odio teológico ya no se controla lo que se dice.
Por otra parte, dado que la otra imagen que evoca uncinato es la de los ganchos en los que cuelgan los cuartos de la res los carniceros, las palabras "una mente uncinata da una banalizzazione", "una mente enganchada en una banalización", o las ha escrito un genio de la ficción barata, o las han firmado con tinta azul en cualquier gimnasio. Y ahora viene la pregunta: ¿el autor de la necrológica cristiana quiere decir que el cerebro de Saramago estaba desestabilizado por la banalización de lo sagrado (es decir, que estaba loco o era un gilipollas), o que dicha banalización, unida a su materialismo libertario, desestabilizaba la fe de los lectores? Porque, si se trata de este último caso, eso sería un elogio.
¿Y en qué consistiría el "descorazonador simplismo teológico" de que le acusa Claudio Toscani? En haber sostenido (la síntesis es de Carneade) que, "si Dios está en el origen de todo, Él es la causa de todo efecto y el efecto de toda causa" y, por consiguiente, por haberse enojado con "un Dios en el que nunca había creído, por Su omnipotencia, Su omnisciencia, Su omnividencia".
Es decir, por haber ilustrado con un talento narrativo espectacular las antinomias de la teodicea, que los doctores de la Iglesia no han sabido nunca resolver pese a siglos de sutilezas teológicas y de agarrarse a clavos ardiendo.
Además, Toscani, en su papel de filósofo improvisado, olvida que la característica de Dios que es incompatible con la omnipotencia no es la omnisciencia, sino la bondad y la justicia infinitas, vistos los horrores de los que está llena "Su" creación.
Pero la obra que hizo que las jerarquías de la Iglesia vertieran auténtica bilis, una bilis que aún perdura 20 años después, fue, por supuesto, El Evangelio según Jesucristo, "un desafío a las memorias del cristianismo del que no se sabe qué salvar".
No lo sabe el amanuense del Papa, porque sí lo saben muy bien los millones de lectores apasionados y los historiadores del cristianismo primitivo, que dan por sentado que el profeta judío itinerante de Galilea llamado Jesús no se consideró jamás el Mesías (para una minoría, como mucho, "Cristo no sabe nada de Sí hasta cuando está a un paso de la cruz", precisamente lo que Toscani reprocha a Saramago), y que, en efecto, "María fue para él una madre ocasional", hasta el punto de que no sabemos nada de ella aparte de que opinaba que su hijo estaba "fuera de sí" (Marcos, 3:21).
Cuando el paladín del Evangelio según Ratzinger concluye, con la lanza en ristre pero la prosa un poco retorcida, que "la esterilidad lógica, antes que teológica, de esos asuntos narrativos, no produce la deconstrucción ontológica buscada, sino que se enrosca en una parcialidad dialéctica tan evidente que es preciso negarle toda credibilidad", solo se puede decir: "de te fabula narratur".
Por otra parte, el odio teológico impide el respeto a la lógica e incluso a los hechos: como golpe final, L'Osservatore Romano reprocha al gran escritor que "un populista extremista como él, que se había hecho cargo del porqué de los males del mundo, debería haber vinculado el problema a las estructuras humanas pervertidas, desde las histórico-políticas hasta las histórico-económicas", exactamente lo que hizo Saramago, con su empeño inagotable "en nombre de los últimos", de los pobres, los marginados, que debería recordar algo a quien pretende predicar el Evangelio todos los domingos. El escritor llamaba a todo esto "comunismo", pero, como ha recordado Luis Sepú
lveda, para Saramago, "ser comunista en el confuso siglo XXI" era sencillamente "una cuestión de ética frente a la historia", no era ideología sino entender "la solidaridad como algo unido al hecho de vivir. Nadie se había sacrificado tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo".
Paolo Flores d'Arcais
Mal lo tiene el Papa que pedirá perdón por este desmedido ataque a una persona, ¿dónde queda esa misericordia Divina de la que presume la Iglesia? Aquí la Iglesia ha pecado de Soberbia, un hombre bueno al que le seguimos muchos como un casi amigo de los hombres en la actualidad, no reprime su Ira porque no puede presumir sobre él. Tendrá que pagar por los Sietes pecados Capitales que ha cometido contra José Saramago.
La Vanidad que proyecta la Iglesia al sentirse desplazada por un Premio Nóbel. Después de todo se ha manifestado como una institución que ha cometido todos los pecados.
Historias de refinamiento y poder
La fascinante mezcla de serenidad, melancolía y emoción encerrada en El retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, pintado por Domenico Ghirlandaio entre 1489 y 1490, es sin lugar a dudas una de las joyas de la corona de la colección Thyssen. Pieza favorita del mismísimo barón Thyssen, el retrato es, en sí mismo, un punto de peregrinación para los amantes del arte.
Símbolo máximo de la belleza y la bondad de la mujer, en torno a él se aglutina la exposición Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia, más de 60 obras maestras (Pollaiuolo, Botticelli, Verrocchio, Filippo y Filippino Lippi, además del propio Ghirlandaio) que hasta el 10 de octubre se puede ver en la sede madrileña del museo.
El retrato, el amor, el matrimonio y la religión en el ámbito de lo privado son los temas centrales de la exposición.
El Renacimiento, en siete joyas
Fundación Thyssen-Bornemisza
'Retrato de Giovanna Tornabuoni', de Ghirlandaio, es el gran protagonista
La muestra refleja la sensibilidad artística y el poder de los Médicis
La exposición trata de reflejar el ambiente de lo que fue el palacio de los Tornabuoni en Florencia.
El comisario, el historiador holandés, Gert Jan van der Sman, explica que ha querido resaltar la elegancia y poderío de la familia junto a la delicadeza de la protagonista.
La tabla, que se mantiene en perfecto estado de conservación, fue adquirida por el padre del barón Thyssen en 1935, en una subasta. La propiedad era entonces de JP Morgan, pero la obra permaneció casi toda su vida dentro del palacio de los Tornabuoni adornando las estancias familiares.
No sufrió daños ni agresiones, y así lo demuestran los estudios técnicos sobre la pintura, que ocupan toda una sala.
Todas las obras han sido instaladas para destacar la historia de la bellísima Giovanna. Nacida el 18 de diciembre de 1468, la octava hija del matrimonio formado por Masso di Luca Degli Albizzi con Caterina Soderini vio cómo el acontecimiento más importante de su corta vida era su matrimonio con Lorenzo Tornabuoni, un riquísimo heredero vinculado a los poderosos Médicis. Ella tenía 18 años y durante tres días se convirtió en la protagonista absoluta de los festejos nupciales. Al año siguiente, nació su primer hijo, Giovanino. No sobrevivió al segundo embarazo y murió a punto de cumplir los 20.
Sin embargo, su rostro ha sobrevivido al paso de los siglos gracias al retrato póstumo que la familia encargó a Domenico Ghirlandaio para presidir los salones del palacio. En él se ve a la mujer de perfil, vestida con encajes, peinada con un moño y adornada con vistosas joyas de oro, perlas y rubíes. Al fondo cuelga un collar de coral, objeto que, de una forma u otra, aparece en casi todos los cuadros de la época y que servía para conjurar maldiciones. El libro de horas completa la composición de la tabla.
A lo largo de dos salas cuelgan los retratos de otras jóvenes mujeres pintados también por Domenico Ghirlandaio en colaboración con su taller, o por Botticelli (Perfil de una mujer), o por Piero del Pollaiuolo (Retrato de una mujer de perfil). La técnica del perfil no era gratuita: así era como lo exigía la nobleza florentina.
La abundante documentación histórica ha servido para reconstruir lo que fueron los esponsales de la pareja y traer algunas de las muchas obras de arte que encargaron para sus palacios.
Cuatro de aquellas obras se han podido reunir por primera vez desde entonces, algo que constituye el mayor logro del comisario. La pieza más importante es, según Gert Jan van der Sman, La adoración de los Reyes pintada por Ghirlandaio. "Muestran el sentido de la belleza y de la religiosidad", detalla el comisario, "a través de esas insuperables combinaciones de rojos y azules en una composición perfectamente ordenada".
También adornaban el palacio obras escasamente expuestas, como La Anunciación y La Virgen y el Niño, ambas de Philippo Lippi; la Lamentación sobre el Cristo muerto, de Cossimo Rosselli, o un relieve en mármol de La Virgen con el Niño y dos ángeles, de Antonio Rossellino. Las Escenas de la Guerra de Troya, también de Ghirlandaio, exaltan el concepto de la heroicidad en el mundo antiguo, a la vez que ensalzan los ideales cristianos.
Es, en opinión del comisario, la representación más definitiva del optimismo cultural y de la fe en una nueva edad de oro que prima en la sociedad florentina.
El conjunto de la colección permite contemplar el refinamiento de una de las familias más poderosas del Renacimiento y, sobre todo, reconstruir la fuerza de la protagonista de una de las pinturas más importantes de la historia, la de Giovanna Tornabuoni.
Se trata de la gran exposición del verano del museo y una de las más difíciles de conseguir por los numerosos préstamos procedentes de colecciones privadas, según el conservador jefe Guillermo Solana.
21 jun 2010
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