26 may 2010
Hacer cine y no morir en el intento
Jafar Panahi recobró ayer la libertad tras depositar una fianza de 2.000 millones de riales (unos 150.000 euros) y después de 10 días en huelga de hambre. El director de cine iraní pudo abandonar la cárcel de Evin, reunirse con su familia y acudir a una revisión médica.
Pero se trata de una libertad provisional, pendiente de un juicio por un delito que las autoridades judiciales no han dado a conocer, y que no incluye su libertad de expresión como cineasta, un oficio que cada día afronta más trabas en Irán. El caso de Panahi, director de El círculo y uno de los realizadores iraníes más conocidos, ha desatado una fuerte movilización internacional. Pero no es el único.
Los Makhmalbaf, la pesadilla del régimen
Irán
A FONDO
Los fiscales acusan a Panahi de un delito, pero no han concretado de cuál
Teherán niega visados para tomar parte en festivales internacionales
"Sí, ha sido liberado y está bien", confirmó su esposa, Tahereh Saeedi, a la agencia France Presse. Horas antes, un comunicado de la Fiscalía de Teherán había anunciado su puesta en libertad bajo fianza "una vez concluida la investigación y remitido su expediente al tribunal revolucionario".
La presión dentro y fuera de Irán y la huelga de hambre de Panahi también parecen haber influido en la repentina diligencia judicial después de tres meses de encarcelamiento. La primera visita del director fue al médico para que le prescribiera un régimen alimenticio tras los 10 días de ayuno en la cárcel.
Panahi, de 49 años, se declaró en huelga de hambre el domingo 16, después de 77 días encerrado en la cárcel de Evin, sin haber recibido asistencia letrada. En una carta dictada a su mujer aseguró que no iba a ingerir alimentos o bebidas hasta que se le permitiera ver a un abogado, recibir la visita de su familia y quedar en libertad a la espera de juicio.
El director tomó tan drástica decisión después de que la noche anterior le obligaran, junto a sus compañeros de celda, a permanecer desnudo a la intemperie durante una hora y media. También le amenazaron con encarcelar al resto de su familia.
El efecto de su anuncio fue casi inmediato. El pasado jueves, recibió la visita de su familia, su abogado e incluso el mismísimo fiscal general de Teherán, Abas Yafar Dolatabadí.
El fiscal pidió que se examinaran sus peticiones y las de otro director menos conocido, Mohammad Nurizad, que también estaba en huelga de hambre en esa prisión, tras recibir una paliza en el patio que al parecer le afectó a la vista. Nurizad quedó en libertad el domingo por la noche.
La silla vacía en el Festival de Cannes, el llamamiento de Abbas Kiarostami, las lágrimas de Juliette Binoche y la carta de 85 cineastas iraníes (menos publicitada, pero enormemente valiente) han puesto en el punto de mira a un régimen que intenta silenciar a sus cineastas y ni siquiera les dice de qué les acusa.
En el caso de Panahi, todo parece indicar que su delito es simpatizar con la oposición y haber apoyado a Mir Hosein Musaví, el frustrado candidato a la presidencia en las controvertidas elecciones del año pasado.
Sus seguidores se muestran convencidos de que el Gobierno manipuló los resultados para impedir su triunfo.
El fiscal siempre ha insistido en que a Panahi no se le había detenido "ni por ser un artista ni por motivos políticos", sino porque había cometido un delito, delito que sin embargo nunca se ha concretado. A mediados de abril, el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica dijo que su detención era "un asunto de seguridad" y que el cineasta "preparaba una película contra el régimen sobre los sucesos post electorales".
Da igual cuál sea el tema: en Irán, para lograr el permiso de rodaje, los cineastas tienen antes que someter los guiones a la censura. Luego, una vez que la película está lista, su productor debe solicitar una licencia de distribución. A menudo se les exige que recorten secuencias donde perciben o imaginan una crítica al régimen islámico.
Esas barreras a la creatividad han hecho que en la última década conocidos directores como Abbas Kiarostami, Bahman Ghobadi o el propio Panahi hayan optado por rodar sin autorización al precio de no poder exhibir sus obras dentro de Irán. De la excelencia de su trabajo dan prueba los numerosos premios y galardones que han recibido en distintos festivales internacionales, pero ni Copie Conforme, de Kiarostami, ni Offside, de Panahi, ni Nadie sabe nada de gatos persas , de Ghobadi, pueden verse en las salas iraníes.
Ahora incluso eso molesta a las autoridades. A mediados de este mes, el viceministro de Cultura para Asuntos cinematográficos, Javad Shamaqdarii, anunció la obligatoriedad de obtener autorización también para exhibir cualquier producción en el extranjero, con independencia de que se tenga permiso para la distribución en el mercado nacional. Quienes violen la norma, no rodarán durante un año.
De momento, ya han prohibido que Kitab-e qanun (El libro de la ley), del director Maziar Mirí, se muestre fuera de Irán. En esa comedia, un iraní se casa con una francesa que se convierte al islam y se sorprende de la distancia entre las enseñanzas religiosas que recibe y la práctica cotidiana, mucho más relajada, de su entorno. También han rechazado la difusión internacional de Hich (Nada), de Abdorreza Kahani, un drama social sobre una familia sin recursos.
El pasado diciembre, el Ministerio de Cultura también advirtió que tomaría medidas contra los actores y técnicos que colaboren en el rodaje de películas que se rueden. El aviso se produjo a raíz de que la película Keshtzarha-ye sepid (Las praderas blancas) de Mohammad Rasulof, recibiera dos premios en el VI Festival Internacional de Cine de Dubai. Rasulof fue detenido junto con Panahi el pasado 1 de marzo, aunque quedó en libertad tres semanas después.
Italia 'paradiso'
La tentación de conformar algo así como la-gran-película-italiana, esa que aglutinaría los principales hechos históricos acaecidos en el país transalpino a lo largo del siglo XX, inmersos en un relato más o menos lineal con un protagonista señero como guía, ha seducido a cineastas de diversa condición. Del ascenso del fascismo a la II Guerra Mundial, de la emigración al asesinato de Aldo Moro, del comunismo al terrorismo, de Salvatore Giuliano a la corrupción, de la mafia al fútbol, la vida de los italianos ha sido un bullicioso carrusel de sobresaltos.
Dino Risi, en Una vida difícil (1961), con tono tragicómico, y Marco Tullio Giordana, en La mejor juventud (2003), con tono melodramático, lograron construir sendos monumentos cinematográficos e históricos. Giuseppe Tornatore, con Baarìa, intenta lo mismo, a lo largo de dos horas y media, con su inconfundible sello de simbolismo fabulador.
Sin embargo, el director de la preciosa Cinema paradiso confunde amabilidad con ternurismo y, a pesar de algunas secuencias de cierta potencia visual, acaba naufragando por su empeño en una nostalgia rosa que enlaza mal con la dureza de ciertos acontecimientos.
BAARÌA
Dirección: Giuseppe Tornatore. Intérpretes: Francesco Scianna, Margareth Madè, Giorgio Faletti.
Género: drama. Italia, 2009.
Duración: 150 minutos.
Como ocurre casi siempre con las películas que engloban un arco de tiempo muy largo, Tornatore tiene problemas en la caracterización del paso de los años con algunos de sus personajes, sobre todo al no decidir de forma homogénea entre el maquillaje envejecedor o el cambio de intérprete.
Por otro lado, frente a la fuerza dramática en la representación de algunos de los momentos míticos de la vida italiana (por ejemplo, la poderosa secuencia de los botones de luto, conmemorativos de la polémica matanza de campesinos en Portella della Ginestra, en 1947), demasiadas ideas de gran calado social, político o económico (el comunismo, la mafia, el reformismo) adquieren en la película la forma de ingenua simplificación para niños.
Con Tornatore, hasta en las etapas más duras hay sitio para las risas, lo que no estaría mal si de vez en cuando también se visualizaran las penurias.
Así, acaba resultando más trágico que cómico que el autor ponga a los camisas negras de Mussolini como objeto continuo de las burlas del pueblo, pero no se dé pista alguna de las razones de su triunfo o de sus infinitos actos criminales.
De modo que las solemnes pretensiones de Baarìa sólo cuajan en esporádicas estampas, como ese niño que corre hacia su objetivo con el ímpetu de un país en continua transformación, o si se ve la película con la condescendencia con la que Tornatore sobrevuela los episodios más polémicos de la historia de su tierra.
Dino Risi, en Una vida difícil (1961), con tono tragicómico, y Marco Tullio Giordana, en La mejor juventud (2003), con tono melodramático, lograron construir sendos monumentos cinematográficos e históricos. Giuseppe Tornatore, con Baarìa, intenta lo mismo, a lo largo de dos horas y media, con su inconfundible sello de simbolismo fabulador.
Sin embargo, el director de la preciosa Cinema paradiso confunde amabilidad con ternurismo y, a pesar de algunas secuencias de cierta potencia visual, acaba naufragando por su empeño en una nostalgia rosa que enlaza mal con la dureza de ciertos acontecimientos.
BAARÌA
Dirección: Giuseppe Tornatore. Intérpretes: Francesco Scianna, Margareth Madè, Giorgio Faletti.
Género: drama. Italia, 2009.
Duración: 150 minutos.
Como ocurre casi siempre con las películas que engloban un arco de tiempo muy largo, Tornatore tiene problemas en la caracterización del paso de los años con algunos de sus personajes, sobre todo al no decidir de forma homogénea entre el maquillaje envejecedor o el cambio de intérprete.
Por otro lado, frente a la fuerza dramática en la representación de algunos de los momentos míticos de la vida italiana (por ejemplo, la poderosa secuencia de los botones de luto, conmemorativos de la polémica matanza de campesinos en Portella della Ginestra, en 1947), demasiadas ideas de gran calado social, político o económico (el comunismo, la mafia, el reformismo) adquieren en la película la forma de ingenua simplificación para niños.
Con Tornatore, hasta en las etapas más duras hay sitio para las risas, lo que no estaría mal si de vez en cuando también se visualizaran las penurias.
Así, acaba resultando más trágico que cómico que el autor ponga a los camisas negras de Mussolini como objeto continuo de las burlas del pueblo, pero no se dé pista alguna de las razones de su triunfo o de sus infinitos actos criminales.
De modo que las solemnes pretensiones de Baarìa sólo cuajan en esporádicas estampas, como ese niño que corre hacia su objetivo con el ímpetu de un país en continua transformación, o si se ve la película con la condescendencia con la que Tornatore sobrevuela los episodios más polémicos de la historia de su tierra.
DAVID TRUEBA
La vida reparte coincidencias en su coctelera caprichosa. Estaba escuchando la trifulca de los senadores del PP contra el presidente Zapatero cuando al otro lado de la calle, detenido por el semáforo, me fijé en una madre que recogía a su hijo del autobús escolar. La escena tomó tiempo.
No tuvo la estampa ágil y descuidada de cualquier tarde habitual. El chico descendía por la puerta trasera, en su silla de ruedas, transportado lentamente por un mecanismo preparado.
Sufría parálisis, no tendría más de 11 o 12 años, y su cabeza apenas lograba despegarse del reposacuellos negro. El conductor ayudó a la madre a terminar de posar las ruedas de la silla sobre el asfalto y yo seguía ahí detenido, mirándoles. Pero el ruido de fondo eran los gritos de dimisión, dimisión, dimisión, que reproducía la radio.
Puede que el Senado sea un lugar más noble y elegante que aquel esquinazo de acera, pero yo me alegré de estar allí, frente a aquella madre y a aquel niño, que enriquecían sin quererlo la banda sonora de sus señorías. Me alegré de no tener que asistir a la sesión con una libreta de notas.
Y también me alegré de poder escribir de ellos dos, que se alejaban a paso lento tratando de encontrar un desmonte por el que subir a la acera y seguramente regresar a casa.
Cuando por fin pude ver por la tele la protesta de la oposición y la sostenida salva de aplausos de la bancada socialista no pude disociarlo de la escena anterior. Supongo que la vida le pega a menudo esos puntapiés a la política. Pensé en esa madre que tantas veces habrá tenido la tentación de dimitir y en la falta de eco de sus satisfacciones y sus desconsuelos.
Los políticos fabrican una representación que no siempre es cómoda ni agradable. Es bien fácil colocarlos siempre en la diana de la crítica, de la parodia, del ridículo.
Pese a las críticas que les lluevan, de lo de ayer el culpable fui yo, que estaba como siempre en el lugar equivocado en el momento equivocado. Cuando el líder del PP se refería a los obstáculos y a la dignidad, en mi cabeza se identificaban con una escena bien lejana.
25 may 2010
Me moriré sin saber......
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